El arte es belleza. Y de ahí que "las fachadas y molduras", y la ópera en piedra del primer modernismo de Antoni Gaudí (Tarragona, 1852 - Barcelona, 1926) fueran menospreciadas por la vanguardia posterior de un Picasso que lo tildó de ser el representante del viejo arte. "Se le rechazaba como carcamal, le consideraban retrógrado, trasnochado, conservador". Pero el catalán fue ese genio individualista que, 96 años después de su muerte, sigue siendo el emblema institucionalizado para el turismo de masas, y el arquitecto excéntrico y dandi de la noche de Barcelona que esquivó a burgueses y formalistas, y esotéricos o eclesiásticos.

Hijo de una modesta familia de caldereros, Antonio Gaudí nació en la capital de la comarca del Baix Camp, una región del sur de Cataluña. Su infancia estuvo marcada por una delicada salud que lo obligó a pasar largas temporadas de reposo y ayudó, al mismo tiempo, a encontrar su inspiración: la naturaleza. En 1868, se trasladó a Barcelona, y allí se instaló en el bullicio barrio de La Ribera, donde años más tarde fue aceptado en la Escuela de Arquitectura. Gaudí empezó entonces a alternar sus estudios con colaboraciones con arquitectos de la talla de Josep Fontserè, Francisco de Paula del Villar y Joan Martorell, su principal mentor. 

En 1883, el arquitecto presentó los planos de la que sería su primera gran obra, la Casa Vicens, un edificio modernista que erigió entre 1883 y 1888; e inició El Capricho en la localidad cántabra de Comillas, donde el arquitecto ya había adquirido cierta relevancia gracias a sus trabajos para el suegro de Güell y primer marqués de Comillas, Antonio López. Pero el mismo año, y sin saberlo, Gaudí se sumergiría en el que fue su gran proyecto vital y su legado más importante: la Sagrada Familia. El arquitecto aceptó el encargo de sustituir a Francisco de Paula del Villar en la dirección de las obras del templo expiatorio, una iniciativa impulsada por el filántropo y librero Josep Maria Bocabella, fundador de la Asociación de Devotos de San José.

"Mis grandes amigos están muertos; no tengo familia, ni clientes, ni fortuna, ni nada. Así puedo entregarme totalmente al Templo", dijo Gaudí. Y dicho y hecho. Durante los seis años siguientes, hasta finales de 1889, terminó la cripta, iniciada por el primer arquitecto, Francisco de Paula del Villar, y proyectó la que sería la basílica superior. El arquitecto había concebido un templo de cinco naves, crucero, ábside, un deambulatorio exterior que simulara un claustro, tres fachadas y 18 torres. Todo, lleno del simbolismo que lo hiciera "estructuralmente perfecto a la vez que armónico y estético".

Entre 1900 y 1910, Gaudí experimentó su etapa de máximo esplendor profesional, y obras como el Palacio Park Güell (1900-1914), la Torre Bellesguard (1900-1912), la Casa Batlló (1904-1906), La Pedrera (1906-1909) o la cripta de la Colonia Güell (1908-1914) lo consagraron como el arquitecto con el sentido más innato de la geometría y el volumen sin planos, y padre del modernismo catalán. Tanto es así, que siete edificios construidos por el arquitecto en Barcelona y Santa Coloma de Cervelló, fueron inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO entre 1984 y 2005 porque "testifican la excepcional contribución creativa de Gaudí al desarrollo de la arquitectura y tecnología constructiva de finales del siglo XIX y principios del XX".

Marginado por las nuevas élites intelectuales a partir de 1914, que lo consideraron "el loco, megalómano y fanático religioso creador de una arquitectura poco innovador, vacía y carente de mensaje", Gaudí rechazó cualquier otro encargo y, consciente de que iba a ser su legado más importante, destinó todas sus energías a la construcción de la Sagrada Familia. El arquitecto falleció a los 73 años tres días después de haber sido atropellado por un tranvía en la calle de Cortes de Barcelona.