En el campo de concentración de Sachsenhausen, a 35 kilómetros de Berlín, está presente todo el repertorio del horror de la industrialización de la muerte que instauraron los nazis. Fue en este lugar desde donde se administró la red de 42.500 campos de concentración, guetos, factorías con esclavos y otros lugares de detención que estableció el III Reich por Europa. Las peores ideas salieron de aquí, la eficiencia extrema aplicada al exterminio de entre 15 y 20 millones de personas, según las diferentes estimaciones.
Millones de personas que fueron arrolladas por la Historia y que gracias a lugares como Sachsenhausen, reconvertido en memorial, no se olvidarán. “Si no hubiera memoria para mí sería imposible escribir sobre esta época. Yo he necesitado de la memoria de los que escribieron en aquella época, de lo que se quedó en aquella época. Sitios como éste, en los que te cuentan lo que pasó aquí y lo que sucedió y que son fundamentales para entender esa época, para entender lo que sucedió, para analizarlo, tal vez para llegar a comprenderlo, no justificarlo, pero tratar de entender qué es lo que sucedió aquí. Conocerlo e intentar no repetir los mismos errores y sobre todo, estar alerta para que esto no vuelva a ocurrir”, afirma la escritora Paloma Sánchez-Garnica.
Con ella recorremos el campo de concentración para hablar de Últimos días en Berlín (Planeta), la novela con la que quedó finalista del Premio Planeta y con la que ha cosechado un éxito editorial que la ha alzado a conseguir su primer millón de lectores, tras sumar nueve ediciones y traducir el libro en Italia, Polonia, Portugal, Rumanía y República Checa.
No es la primera vez que escribe una novela ambientada en Berlín, La sospecha de Sofía, fue su anterior novela con la ciudad como gancho y ya está en la edición 19. La promoción del Planeta, más el boca oreja, han multiplicado sus lectores y sus anteriores libros se suman a la fiesta de ventas de Últimos días en Berlín.
“Berlín tiene una historia trágica de destrucción y construcción, de memoria y de aprendizaje que da para muchas novelas”, nos cuenta. En La sospecha de Sofía es el totalitarismo de la Alemania comunista la que vertebra la historia y ahora, en su última novela, es el ascenso del nazismo y la transformación de una sociedad culta y avanzada en una sociedad opresora, cómplice y criminal. “No sé si volveré a escribir sobre Berlín, no lo decido yo, lo deciden mis personajes”, asegura.
Yuri Santacruz, un joven diplomático español en Berlín, es el principal protagonista de esta gran novela río que arranca en la revolución rusa y transita por los años clave de la historia de Europa y padece todas las formas de totalitarismo. Santacruz está acompañado de muchos más personajes que sirven a la escritora para retratar la amplia casuística de la persecución nazi y cómo el odio se contagia y extiende entre vecinos que antes se respetaban.
“No me interesan los grandes personajes históricos sino esos seres humanos que son como cualquiera de nosotros. Saber cómo gestionan su vida con unas leyes determinadas, con unas costumbres determinadas, con unos prejuicios determinados y con una ambientación social determinada. Porque eso siempre condiciona la forma de actuar, la capacidad de decidir, la capacidad de hacer tu vida como tú quieras o no. Para eso elijo unos personajes centrales, pero luego siempre van acompañados de personajes -en teoría secundarios- que sustentan sus sus propias historias. Porque nosotros en nuestra vida no solamente estamos nosotros y nuestra propia historia, sino que todo, todo lo de nuestro alrededor nos condiciona; personas que para bien o para mal, nos condicionan en la forma de actuar. Y eso es lo que trato de transmitir a la hora de escribir con estas novelas” asegura Sánchez-Garnica.
Los seres humanos en momentos trágicos, en momentos devastadores, como siempre, se refugian en los seres queridos, en el amor, el sentimiento de amistad"
Paloma sánchez-garnica
Frente al trazo grueso de la Historia la literatura escribe con detalle, con personajes que ponen rostro a las estadísticas. “La cotidianidad, es lo que yo creo que nos aporta la literatura. La grandeza de leer, de la narrativa, de la ficción es entrar en la vida cotidiana de personas. Entender, a pie de calle, cómo se vivieron esos hechos históricos que en un ensayo puede llegar a ser muy áridos incluso incomprensibles. Sin embargo, la literatura te da la posibilidad de aprender de ese pasado. Es como una ventana al pasado a través de la cotidianeidad”, reflexiona la escritora.
Ante el atropello de las circunstancias históricas de los personajes el único refugio que encuentran está en los seres más cercanos, en el amor y en la amistad. “Los seres humanos en momentos trágicos, en momentos devastadores, como siempre, se refugian en los seres queridos, en el amor, el sentimiento de amistad, incluso forjados en las condiciones más trágicas”, añade.
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