Tiene más de Diego Serrano que de Rafael Müller o León, el papel -primer- que lo puso en la salida de la que iba a ser la carrera más atípica y fértil de la historia reciente del cine español; aunque reconoce que ninguno de ellos lo representa al cien por cien. "Ni pierdo tan rápido los nervios como Diego ni soy tan borde como Müller. Quizás tenga más de Rafael Jiménez", dice.
A sus 67 años, Antonio Resines (Torrelavega, 1954) no se quita méritos, pero es consciente de que ha sido un tipo con suerte. "He esquivado hasta a la muerte", bromea. Sus más de 40 años de carrera cinematográfica y televisiva están jalonados de innumerables títulos y tres premios Goya por La buena estrella (1997, mejor interpretación masculina protagonista), La niña de tus ojos (1998, mejor interpretación masculina protagonista) y Celda 211 (2009, mejor interpretación masculina de reparto), que lo han consagrado como uno de los rostros más conocidos de la pequeña y la gran pantalla.
Pero además, Resines ha sido presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España entre 2015 y 2016, y ha pasado por las tablas del teatro interpretando obras como Miles gloriosus, Orquesta Club Virginia y El funeral. Ahora, el cántabro ha anunciado su renovación con Movistar+ una temporada más, que confirmó el pasado 13 de julio a través de sus redes sociales, la segunda temporada de Sentimos las molestias, la comedia dramática sobre lo que supone "hacerse viejo" que interpreta junto a Miguel Rellán y que prevé estrenarse el próximo año.
Pregunta.- Más de 100 rodajes en 40 años de trayectoria profesional. ¿Qué te queda por hacer?
Respuesta.- Creo que nada. Te diré que nunca he pretendido hacer ninguna obra magna ni algo concreto, solo me gustaría seguir haciendo lo que hago. Lo que venga, sin ser presuntuoso, hasta que mi condición me lo permita, claro.
P.- ¿Física?
R.- Supongo. Soy un poco Rafael Müller.
P.- Sentimos las molestias habla de esa condición física y de lo que supone enfrentarse a una sociedad para la que la gente mayor sobra. ¿Cómo responderías tu a esa pregunta de qué supone hacerse viejo?
R.- Yo soy más joven que mi personaje pero aún así hacerse mayor es una putada, francamente. Es complicado. Al final la serie es un reflejo de la vida real. Yo no me veo especialmente mal, aunque sí tengo dolores o achaques de la edad. Creo que la putada más grande es llegar al punto que te impida hacer una vida normal. Con la edad eres más sabio pero menos ágil.
P.- ¿Qué vamos a ver en la segunda temporada de la serie?
R.- Te puedo contar muy poco, no me dejan dar detalles. Es una continuidad de la primera temporada donde los protagonistas seguimos siendo amigos y que mantiene a los mismos personajes, con alguna incorporación que tampoco puedo revelar.
P.- ¿Cuánto hay de Antonio Resines en tu personaje?
R.- Hablando en serio, muy poco. Ni soy perfeccionista ni tengo esa faceta artística. Creo que soy más como Rafael Jiménez aunque por lo general, no suelo parecerme a los personajes que interpreto, más bien los adapto y los hago Resines. Siempre tiro de mi experiencia y entorno, pero no de mi personalidad. Creo que con eso se confunde la gente.
P.- Caes bien a la gente precisamente porque te identifica con los papeles que has interpretado ¿Se equivocan?
R.- Profundamente. Que caiga bien lo debo fundamentalmente a los personajes que he interpretado y a haber hecho mucha comedia. La comedia siempre fomenta que seas un actor o actriz que cae más en gracia al espectador y de hecho, cuando he salido de ese género la gente se ha sorprendido y dado cuenta de que sé hacer muchas otras cosas. Es un error pensar que soy igual que todos los personajes a los que he interpretado porque de ser así sería hasta un asesino.
P.- ¿Cuánta culpa tiene de esto Diego Serrano?
R.- Son las palabras mágicas. Toda. Los Serrano sirvió e impacto de tal forma porque contaba cosas muy cercanas a la gente. Todo el mundo entendió la serie y a nosotros, los personajes. Tocaba tres pilares fundamentales en este país: el colegio y la enseñanza, la familia y los bares. El guion era francamente brillante y marcó el devenir de las series de televisión en España.
P.- Tanto que la mítica serie, que celebra este año dos décadas, vuelve a ser un éxito, ahora en Amazon Prime
R.- ¡Si! Me parece increíble que veinte años después y, pese a la evidente diferencia de las tecnologías o coches que aparecen en la serie, siga siendo un éxito. Pero es que es lo que te digo, a la gente le importa la historia, el fondo, las relaciones que se crean. Fíjate, ahora trabajo con gente que la vio de pequeño y que me trae a sus hijos de once o doce años con fotos de Diego para que le firme un autógrafo, como antiguamente. Es curioso y gratificante a la vez.
P.- ¿Borrarías de tu currículum alguno de los papeles que has interpretado hasta ahora?
R.- Borrarlo no porque al final todo tiene un sentido pero, francamente, tengo que reconocer que he hecho cosas que han sido muy malas. También decentes, buenas o muy buenas, ojo. Sea como sea, te diré que para la industria y el progreso de tu carrera lo importante es que te vean, en mejores o peores producciones, pero que te vean. Y no, no voy a decirte el título de lo que considero que han sido películas malas.
P.- Sorprende, sean más o menos buenas, que acumules más de un centenar de producciones sin que quisieras ser actor sino abogado, ¿no? ¿Cuándo empezó tu gusto por el cine?
R.- Creo que empezó de pequeño. Me gustaba ir al cine porque tampoco había otro entretenimiento, pero por aquella época ni se me ocurría que acabaría dedicándome a la interpretación. Con dieciocho años empecé a estudiar derecho porque mi padre era abogado y porque mi familia me obligaba a hacer una carrera. Pero lo dejé, no me gustaba, y entonces decidí matricularme en Ciencias de la Información. Ahí ya me di cuenta de que el cine había que hacerlo. Allí coincidí con Fernando Trueba o Fernando Colomo, y de mi relación con ellos salieron los primeros cortometrajes y el embrión de todo lo que pasó después, sobre todo Opera prima (1980), y de lo que soy.
P.- ¿Cómo era trabajar con gente como Oscar Ladoire, Carlos Boyero, Pajares, Verónica Forqué?
R.- Como cenar todos los días con un Premio Nobel. Increíble. Tuve la suerte de trabajar con todos y esa fue mi escuela, una universidad de la interpretación. Entendían el oficio de otra manera, eran realmente buenos.
P.- ¿Existía la jerarquía?
R.- Absolutamente. Había muchísimo respeto por ellos. Antes se reconocía enseguida y jerárquicamente a los buenos, tenían su sitio y todo el mundo lo sabíamos. Y con esto no digo que ahora no exista, pero hay mucha más cercanía entre generaciones y a veces da igual cuánto de bueno seas.
P.- ¿Y estándares? Has contado que el director Emilio Martínez Lázaro te dijo una vez: "Lo bueno de ti es que no eres ni alto ni bajo, ni guapo ni feo, ni gordo ni delgado". ¿Cuánto ayuda eso en la pequeña o gran pantalla?
R.- Estándares también. Soy más guapo que Emilio (bromea) pero no serlo más que otros, ni más alto o delgado, me ha servido para estar en un limbo en el que estamos prácticamente todos. Evidentemente, siempre habrá quien destaque por su condición física pero no es mi caso y creo que me ha valido de mucho. Hoy en día es una industria donde cabe todo el mundo.
P.- ¿También el intrusismo?
R.- También. El intrusismo es muy fácil en esta profesión y ha existido siempre, aunque ahora se vea más. Yo mismo formaría parte de ese intrusismo en mi época, siendo honestos. Mi acceso a la profesión no fue estrictamente por ser actor ni tener la formación que otros sí tenían. Ahora bien, con el intrusismo oportunista, que es distinto, no se llega a ningún sitio.
P.- ¿Cuesta mantenerse en pantalla?
R.- Supongo que es parecido a la televisión. Nunca se está preparado para que dejen de llamarte o no te llamen durante un tiempo. Y no es pretencioso pero, no me ha pasado. Cuando yo he estado parado casi ha sido porque he querido o lo he necesitado, como cuando acabé de grabar Los Serrano. Siempre he tenido trabajo y lo he agradecido, pero sí, es muy difícil estar siempre en los primeros números para marcar, ten en cuenta que del cine te retiran, no te retiras.
P-. ¿Cuál dirías que es actualmente el estado de salud del cine?
R.- Tremendamente difícil. Hay un problema fundamental: la gente no va al cine. Hay que hacer algo para que los que hasta ahora eran espectadores de butaca vuelvan a serlo y recuperar sus ganas por ir a ver una película. Contar historias y hacerlas no es el problema, sigue funcionando muy bien, lo es las salas de los cines vacías. En esto tiene mucho que ver la pandemia del coronavirus y sus estragos pero, ¡Cuidado! Cuando se celebra la fiesta del cine y es el día del espectador, todo está arrebozar. Esto también da que pensar. ¿Qué queremos? Las nuevas generaciones tienen todos los medios para hacer lo que quieran, pero no para llevarlo a cabo.
P-. ¿Ayuda la política a esta situación?
R-. Nada, y que quede muy claro. A los políticos no les interesa la cultura. A ninguno. Solo de boquilla. Hay muchas cosas que se podrían hacer y no se hacen o directamente quedan en stand-by, como el desarrollo del Estatuto del artista. Hay intereses prioritarios a la cultura.
P-. Antes me has dicho "hasta que mi condición me lo permita". Entiendo que no figura en tus planes parar. Sin embargo, tuviste que hacerlo por obligación durante los 48 días que estuviste ingresado por complicaciones derivadas de la covid-19. ¿Cómo recuerdas este episodio?
R-. He esquivado a la muerte y creo que la secuela más grabe es que a veces duelen las articulaciones, aunque tampoco mucho. Puedo dar las gracias. Mientras estuve ingresado creí que estaba con Hitler y Mussolini o que el personal sanitario eran miembros de ETA, por lo que desconfiaba de ellos, y también llegué a mandar una carta a mis padres, que han fallecido, para que cuidasen a su mujer y su hijo. Fue una locura.
P-. ¿Te ha cambiado la visión de la vida?
R-. Sorprendentemente, nada. Creo que he bajado el telón de esa obra y cerrado el libro para siempre, quizá huyendo de lo que me ha pasado, aunque soy plenamente consciente por otro lado, pero prefiero no recordarlo.
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