La distancia es efímera. Es mucha o poca, el espacio o intervalo de lugar o de tiempo que media entre dos cosas o sucesos, según la RAE (Real Academia Española); como 0 o el infinito, o como lo desconocido de la física y su disfunción. A Manolo Quejido (Sevilla, 1946), de hecho, siempre le ha recordado a las fórmulas de entre los apuntes de su hijo o a la pintura radiante que atentó a toda la tradición de la pintura accidental recién llegados los años ochenta. Como la suya. De ahí el nombre de la exposición que el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía presenta ahora junto al pintor y artista gráfico español, Distancia sin medida, que acoge el Palacio Velázquez en el Parque del Retiro de Madrid desde este viernes y hasta el próximo 16 de mayor de 2023. "Distancia sin medida nos introduce en el poliédrico corpus que Manolo Quejido ha ido generando a lo largo de su extensa trayectoria. Su trabajo es muy serio, de una gran consistencia", advierte Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía.
La muestra, comisariada por Beatriz Velázquez, incluye cerca de 100 obras tanto de los primeros trabajos del artista, de experimentación geométrica y poesía concreta en los años 60, como la pintura a partir del pretexto de la vida cotidiana, o la producción pictórica que ha venido realizando en las siguientes décadas y su estado "de mediación generaliza" en la que el autor se ha visto inmerso ante el apabullante "imperio de consumo" de objetos e imágenes y que caracteriza las últimas décadas del siglo XX: ofertas de supermercado, de papel de periódico y fotografías de prensa. "Las obras expuestas no sólo permitirán al espectador repasar la evolución de Quejido, sino también tomar conciencia del carácter radicalmente crítico del artista y de la lucidez y rigor de sus investigaciones sobre las posibilidades plásticas de la pintura".
Quejido ha empleado veinte meses en preparar la exposición que abre hoy sus puertas, y de la que rechaza completamente las etiquetas y la idea romántica del pintor como un genio: "El proceso de pintar es un proceso de suicidio - ha señalado-, la pintura mata al pintor, lo convierte en uno más entre todos".
Entre las piezas reunidas se pueden ver algunas de sus series más conocidas, como Espejo 8 (1984) y Espejo 11 (1985) de la serie Reflejos, que reciben al espectador en la nave central del Palacio junto a Partida de damas (1985); así como tres Tabiques (Tabique VI, VIII y IX), de principios de los años 90, en los que Quejido investiga sobre cómo, en la pintura, concurren lo profundo y lo absolutamente plano, y donde se percibe una reflexión sobre Diego Velázquez, una figura a la que el artista recurre en otros trabajos a lo largo de su trayectoria. Por su parte, el ala izquierda del Palacio lo protagonizan obras que datan del umbras de 1980, como Maquinando (1979), donde el pintor continua la estela de las vanguardias y donde, la perspectiva reducida y planicidad manifiesta anticipan enfoques muy duraderos en su obra; PF (1979-1980) y IP, o La pintura (2002), en la que se ve a un personaje que está pintando un cuadro protagonizado por una figura modelo.
Otros trabajos, anteriores, y que se muestran en un torreón de esta zona del Palacio son Ele (1978), Subevida (1977) o Sin palabras (1977), que reflejan el salto de Quejido a la pintura sobre el lienzo de gran formato y a una temática que habla de la inadecuación entre el mundo, las palabras y las imágenes. "El cuadro es un díptico en el que Quejido, jugando con los espacios, figura noche y día como personajes andantes cuyas trayectorias van a confluir. El momento de tránsito puede adscribirse tanto al día como a la noche, pero, a la vez, es un instante distinto de ambos, único y para el que no existe palabra en nuestro idioma", explica Velázquez.
Pero entre todas vislumbra una de 2014 y apenas sin color, como si fuera un negativo sin revelar. Se titula Fin, pero la palabra aparece invertida, y marca el fin de una etapa que Quejido augura, se cuece desde las primeras pinceladas de la obra. El autor señala que desde entonces sigue pintado, pero ya no es él, sino un Nadir, un personaje que nace de un cuadro que pintó hace unos años, Aperitivo en el bar Edén. Y de ahí que lo que pinta ahora no se lo haya enseñado a nadie. "Es un trabajo que me tiene muy inquieto, y que me da qué pensar. La pintura además de placer, tiene que dar que pensar. Desde hace diez años no he querido ni he podido mostrar a nadie mi trabajo. Para mí es inexplicable. Mi próxima obra es inimaginable. Por primera vez estoy pintando sin tener idea de lo que estoy haciendo", explica.
"Esta es una exposición especialmente memorable para mí, porque con ella cierro todo el ciclo de mi obra. Es un fin. Cae el telón. Todo está por empezar de nuevo".
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