Con sucesivos pasos por el quirófano y una salud quebradiza. La tumba de Tutankamón, hallada por Howard Carter un 4 de noviembre de 1922, alcanza su centésimo cumpleaños con los achaques propios de quien ha vivido peligrosamente, víctima del turismo masivo. Una efemérides y un parte médico que vuelven a plantear el debate sobre la necesidad de cerrarla al público de manera permanente y ofrecer alternativas, en un mundo dominado por la cultura del selfie y la obsesión por fotografiarse en lugar de observar.
“Se terminará cerrando al público. Es mi recomendación y es lo que considero que el Gobierno debería hacer pronto”, responde a El Independiente Zahi Hawass, ex ministro de Antigüedades egipcio. El mediático egiptólogo no alberga dudas sobre el futuro del enterramiento, pero las autoridades egipcias recelan de adoptar una decisión tan drástica como impopular y perjudicial para las maltrechas arcas del país árabe. La visita a la tumba, que precisa de una entrada adicional a la del Valle de los Reyes, reporta al régimen egipcio ingresos millonarios cada año.
Hasta ahora, la exposición pública de la tumba -una pequeña sepultura de 109 metros cuadrados que había permanecido sellada durante 3.300 años- ha obligado a continuos cuidados por parte de los expertos en conservación. Es más que previsible que, a pesar de los tratamientos, su estado seguirá deteriorándose. La última terapia la recibió en 2019 y corrió a cargo del Getty Conservation Institute.
El último tratamiento
Un equipo de alrededor de 30 científicos procedentes de la institución con sede en Los Ángeles concluyó entonces una labor a la que había dedicado una década. “Se ha registrado un gran número de visitantes durante los últimos cien años, básicamente desde que se abrió la tumba.
El aumento de esas cifras en los últimos años ha deteriorado gravemente la tumba en cuestiones como las pinturas, el crecimiento de los puntos marrones y la acumulación de polvo”, explica Neville Agnew, veterano especialista del Getty Conservation Institute. “Hay que tener en cuenta que la tumba estuvo sellada durante más de 3.000 años y fue abierta repentinamente. ¡Qué choque!”, exclama.
La minuciosa revisión a la que fue sometida reveló las dimensiones exactas del riesgo: la primera de las alarmas surgió en los murales de la cámara funeraria, la única de las estancias que fue decorada, que presentaban “unos puntos marrones” insólitos en resto de tumbas. Tras ser objeto de una prueba microbiológica, revelaron que se trataba de altas concentraciones de ácido málico, uno de los ácidos más abundantes de la naturaleza y fácilmente metabolizable por los microorganismos.
Los puntos marrones fueron causados por la extrema velocidad con la que se pintó y se selló la cámara funeraria
El análisis de ADN de los hisopos recabados en las paredes desveló la presencia de bacterias Bacillus y Kocuria, sin rastro de los organismos que las causaron. Los investigadores esbozaron entonces la hipótesis de que habrían aparecido por la extrema velocidad con la que se pintaron, algunos problemas técnicos durante su realización y el escaso tiempo que transcurrió desde que se ocupó y se terminó sellando. Los puntos, no obstante, no han crecido tras comparar su estado actual con las fotografías de los tiempos de Carter. Tampoco pueden ser retirados sin dañar las pinturas.
La segunda de las preocupaciones deriva de las consecuencias perceptibles a diario del descenso y visita de los turistas, trasladando del exterior el polvo del árido Valle de los Reyes y la humedad adicional causada por la respiración humana. Unas condiciones que varían entre verano e invierno. En los meses más cálidos, la acumulación de polvo, humedad y dióxido de carbono crecen. En los más fríos, en cambio, el aire seco y arenoso del exterior aumenta la evaporación de la humedad de las paredes. A diario desfilan por la angosta tumba entre 500 y 1.000 personas.
A diario desfilan por la angosta tumba entre 500 y 1.000 personas
Para mitigarlo, estrenó en 2019 un sistema de ventilación y filtrado de aire que impide la acumulación del polvo y la renovación del aire, adaptándose a las variables condiciones climáticas. Se actualizaron, además, los controles de humedad y temperatura y creó un nuevo espacio para los visitantes y un nuevo sistema de iluminación más respetuoso con los muros.
Y pese a los avances, la conservación inquieta a los arqueólogos. La recomendación del Getty Conservation Institute es reducir las visitas por turno y ser escrupuloso en la gestión del lugar, un auténtico desafío en un país que sigue demostrando su amateurismo en la administración de su ingente patrimonio.
“Cualquier tumba que atrae a un gran número de visitantes puede sufrir daños, y eso siempre es motivo de preocupación”; reconoce a este diario Joyce Tyldesley, profesora de egiptología del Museo de Manchester. “La tumba de Tutankamón sólo tiene una cámara pintada, pero es importante que se conserve lo mejor posible”, añade.
Si queremos que sobrevivan a nuestra generación, debemos pensar seriamente en que las réplicas pueden ofrecer experiencias mucho más enriquecedoras que la visita al monumento original
Alejandro Jiménez Serrano, egiptólogo de la Universidad de Jaén
La réplica como solución
La mejor alternativa es una réplica del enterramiento diseñada en Madrid e instalada desde 2014 en los accesos al Valle de los Reyes, junto a la casa-museo de Howard Carter. “Lo excepcional que tiene la tumba de Tutankamón es que se ha realizado una réplica en otra parte de Luxor. Ya no es necesario exponer a la original al riesgo de deterioro por agentes biológicos que produce el turismo. La réplica puede ser un buen ejemplo de cómo debemos ir pensando a la hora de proteger nuestro patrimonio”, estima en conversación con este diario Alejandro Jiménez Serrano, profesor de la Universidad de Jaén y director de una de las misiones con más solera de la Egiptología española.
“En España tenemos un ejemplo similar con la cueva de Altamira, cuya réplica está de alguna forma supliendo la necesidad de visita por parte de grandes grupos”, esboza. “Como egiptólogo considero que tenemos que ir pensando en que en los próximos años no vamos a poder disfrutar de alguno de los monumentos si los queremos conservar. Si queremos que sobrevivan a nuestra generación, tenemos que ir pensando seriamente en que las réplicas pueden ofrecer experiencias mucho más enriquecedoras que la visita al monumento original, pues podemos utilizar otros elementos que nos permitan saborear y conocer con mayor profundidad un monumento”.
Un análisis que comparte Antonio J. Morales, egiptólogo de la Universidad de Alcalá de Henares y director de una misión española en Luxor. “La situación de este monumento refleja la de otros muchos monumentos egipcios”, explica. “La tumba obviamente ha sufrido por la visita masiva de un turismo muy amplio y sería bueno que se tuviera en cuenta la experiencia de los últimos años en términos de temperatura, humedad y presión. Es una posibilidad interesante que se planteen visitas limitadas en función de las cuestiones físicas y microclimáticas”, propone.
“En estos momentos existe una réplica situada a un kilómetro de la tumba real, pero tras desplazarse 7.000 kilómetros, obviamente la gente siempre va a visitar la tumba original y no la réplica. Quizás el Gobierno egipcio debería plantearse, por ejemplo, de una manera controlada la producción de varias réplicas que podrían estar en otros países, por las que El Cairo recibiría una tasa”, señala Morales. “Es la réplica la única manera de reducir el número de visitantes a la tumba real. Es así como las paredes del enterramiento podrán salvarse”, concluye Tyldesley.
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