Si el lector de estas líneas vive en Madrid o conoce la ciudad, indentificará con facilidad el amplio cruce del Paseo de Recoletos donde desemboca la calle Bárbara de Braganza tras atravesar la calma señorial del barrio de Justicia. Pero quizá le haya pasado inadvertido el edificio que ocupa una de sus esquinas: una casa palacio de cuatro alturas y factura neoclásica, con entrepaños de ese precioso ladrillo, pequeño y compacto, que se utilizaba en las buenas construcciones de finales del XIX.
El Palacio de Elduayen podría pasar por otro edificio de viviendas burguesas de esta codiciada zona de la capital si no fuera por las grandes pancartas que cuelgan de su fachada anunciando las exposiciones de la contigua Fundación Mapfre, con la que conforma el coqueto y elegante village de la aseguradora en el corazón de Madrid. Hoy es la sede de la filial Mapfre Reaseguros (Mapfre RE), pero es ante todo la sede histórica, simbólica y sentimental de la compañía, adonde se trasladó en 1935, solo dos años después de su creación.
Historia de un palacio
Por ello, Mapfre Re acaba de editar un libro que analiza la rica historia del edificio, y que sirve para conmemorar los 90 años de Mapfre (y los 40 de Mapfre RE) que se cumplirán en 2023. También, tal y como reconoció el presidente de la compañía, Antonio Huertas, en la presentación celebrada el pasado miércoles en el auditorio de la Fundación Mapfre, constituye un tributo a la figura de Ignacio Hernando de Larramendi, artífice del éxito y la internacionalización de Mapfre y de cuyo nacimiento se cumplieron 100 años en 2021.
«Más que un libro es un fresco de la historia de la ciudad», aseguró el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, durante el acto. Lo cierto es que la obra de Ignacio Pérez-Blanco ofrece un exhaustivo recorrido por la historia de Madrid, de España y de Mapfre a través de este palacio emblemático y del hombre que lo mandó edificar en 1881, José Elduayen y Gorriti. Redescubrir la peripecia de este ingeniero y político, mano derecha de Antonio Cánovas del Castillo y figura clave de la Restauración, es una de las principales virtudes del volumen.
José Elduayen, un prócer olvidado
Un personaje con «un cursus honorum increíble que entreteje gran parte de la historia de España» y que nos recuerda «cuánto ignoramos de los prohombres de nuestra historia», subrayó el alcalde de Madrid. En efecto, Elduayen, de cuyo nacimiento se cumplirán dos siglos en 2023, atravesó el siglo que le tocó vivir casi como un personaje galdosiano, testigo y protagonista de todo tipo de acontecimientos decisivos de la historia de España. Madrileño de origen navarro, formó parte de la sexta promoción de la Escuela de Caminos y diseñó el ferrocarril entre Sama de Langreo y Gijón, tercera línea construida en España tras las de Mataró y Aranjuez.
Más adelante, instalado en Vigo, se convertirá de la mano de su suegro, el marqués de Valladares, en una figura política de primer orden. Elegido diputado por primera vez en 1857, entabló una estrecha amistad con Antonio Cánovas del Castillo. Desde entonces y hasta la muerte de ambos con meses de diferencia en 1897 y 1898, sus trayectorias discurrirán en paralelo.
Tras la Primera República y el efímero reinado de Amadeo de Saboya, Elduayen participó activamente en las gestiones emprendidas por Cánovas para la restauración borbónica, y acompañó al futuro rey Alfonso XII en su viaje a España desde París. Fue entonces cuando recibió, por los servicios prestados, el marquesado del Pazo de la Merced, nombre de la finca pontevedresa de su propiedad. Siempre a la vera de Cánovas, Elduayen será gobernador del Banco de España y siete veces ministro. Brillante titular hasta en tres ocasiones de la cartera de Estado, ocupaba la de Ultramar cuando se aprobó la definitiva abolición de la esclavitud en Cuba en 1880.
Lujo racional
Un año después de aquel hito político comenzaron las obras de construcción de su palacio en Madrid. Un edificio representativo levantado en la milla del poder y el dinero de la capital. A diferencia de otros equivalentes cercanos como el del Marqués de Salamanca, el de Elduayen será un palacio práctico, como cabía esperar tratándose de un ingeniero. Lo diseñó él mismo con todas las comodidades y servicios, algunos insólitos para la época –ascensor, montaplatos, calefacción, agua caliente e incluso teléfono, que comenzó a implantarse en Madrid entre 1883 y 1885–, pero sobre todo con la intención de que fuera una inversión que reportara beneficios. Por ello, se reservó el semisótano, parte de la planta baja y el principal, además del patio y el jardín, para uso propio, y destinó el resto al alquiler de viviendas, a razón de dos por planta y tres en las buhardillas.
Esta decisión inicial contribuyó a que el edificio, al contrario que la mayoría de palacios construidos en Recoletos y La Castellana, no sucumbiera a la piqueta para dar paso a otro bloque de oficinas como los que jalonan el eje vertebral de Madrid. A comienzos del siglo XX, tras la muerte de Elduayen, el uso de los espacios del palacio comenzó a diversificarse. Allí se instaló, por ejemplo, La Lectura, editorial que en 1914 dio a imprenta Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. En el principal se ubicó la embajada de Cuba y en 1935 llegó Mapfre.
De pólizas a tertulias literarias
Los locales del semisótano albergaron la tienda de máquinas de escribir Olympia y el mítico Café Teide, meollo de las tertulias literarias de Madrid junto al cercano Café Gijón y escritorio habitual de César González Ruano, en cuyo honor instituyó Mapfre su hoy desaparecido premio de periodismo cuando el Teide echó el cierre. Mientras, la aseguradora fue ocupando oficinas conforme crecía su negocio, y ya en los años 60 expresó su voluntad de adquirir el edificio. La hija de Ignacio Elduayen, Dolores, había legado el palacio a su sobrina nieta, Marita Fernández de Liencres, pero lo hizo en régimen de usufructo para impedir la venta del palacio. Esta cláusula del testamento garantizó la supervivencia del edificio, pero también dilató la firma de la operación.
Finalmente, en 1998, Mapfre hizo efectiva su opción de compra. Y hoy, tras sucesivas restauraciones, llega hasta nosotros con el esplendor de sus mejores tiempos. La escalera principal, el salón de baile, el comedor de gala y los gabinetes, gris, azul, japonés o de tapices donde José Elduayen recibió a lo mejor de la sociedad madrileña son el vestigio único de una época, que el libro de Pérez-Blanco documenta y esclarece de manera minuciosa.
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