En junio de 1993 la opinión pública estadounidense solo hablaba de una cosa: Lorena Bobbit, mujer del marine John Wayne Bobbit, le cortó el pene mientras dormía. Harta de los abusos y las violaciones que sufría, la noche del 23 de junio, su mujer aprovechó que el agresor había bebido, cogió un cuchillo de la cocina y decidió seccionarlo. Huyó en su coche y lanzó la mitad del miembro al jardín de una casa. El cuchillo de cocina pasó a la historia como una manera de vengar tantos insultos y humillaciones.
Ninguno de los dos fue condenado, ni él por cargos de violación ni ella por lesiones. Además, tras 9 horas de operación, John recuperó su miembro e incluso supo rentabilizarlo, aprovechó el morbo que había suscitado la historia para hacerse actor porno. El suceso acaparó tanto la opinión pública que, incluso 20 años más tarde, en un caso parecido en el que la mujer le cortó el pene a su marido, los medios no dudaron en apodarla "la nueva Lorena Bobbit".
En el libro La historia de la mujer en 100 objetos de Espido Freire, que se publica el próximo 22 de febrero, la autora viaja en el tiempo y rescata todas esas historias que esconden los objetos que cuentan la historia femenina. Lo hace desde una perspectiva distinta, a través de piezas que tuvieron a mujeres como protagonistas, destinatarias o inventoras.
Es imposible resumir la historia de las mujeres en solo 100 objetos. La lista es extensa. Algunos como el vibrador, el bikini, la píldora anticonceptiva o la fregona son elementos indiscutibles que marcaron un antes y un después en las mujeres. Pero como tantos otros, hay muchos que vivieron en la sombra y se desconoce su origen.
El cuchillo de Lorena Bobbit, el típex, el Taj Mahal, las escaleras de incendio, el envasado al vacío... Son muchos los "objetos" que han marcado la historia de la mujer. Algunos de ellos son indispensables y están presentes en el día a día. Creaciones sin las cuales resultaría extraño no contar y cuyo origen proviene de la idea de una mujer. Es el caso del típex, ese líquido corrector que tantas veces salvó a las mecanógrafas que escribían a toda prisa y les dio la oportunidad de poder corregir un error.
Bette Nesmith Graham era secretaria además de trabajar pintando escaparates. El combo perfecto para darse cuenta de la necesidad que tenían de contar con un borrador que simulara a la goma de borrar, pero se pudiera utilizar con textos mecanografiados para tener una segunda oportunidad.
En un inicio el invento recibió muchas críticas, por lo que comenzó a trabajar desde su propia casa junto a un profesor de química que le ayudó a crear una nueva fórmula que denominó Liquid Paper. Más tarde cuando ganó notoriedad pasó a llamarse Tipp-ex y se convirtió en un indispensable para la sociedad.
Detrás de uno de los palacios más conocidos del mundo se encuentra una mujer que lo convirtió en un cliché amoroso. El Taj Mahal es una de las piezas que compone este libro. Pertenece a una de las siete maravillas del mundo moderno y se construyó entre 1632 y 1648 cuando Mumtaz Mahal, una de las esposa del emperador Shah Jahan, con la que tuvo 14 hijos, murió. Ordenó construir el monumento para hacerle honor a su gran amor.
Cuando se viaja en el tiempo y se estudia quiénes fueron los creadores de los grandes inventos de la historia, generalmente los nombres que ocupan esas listas son masculinos. A muchos les resulta familiar nombres como el de Alexander Graham Bell, que inventó el teléfono, o por lo menos fue el primero en patentarlo, o el del creador del primer procedimiento fotográfico o heliográfico, el científico francés Joseph Nicépe. Pero hay algunas mujeres inventoras que se esconden entre tanto nombre masculino, como el de Anne Sulivan (1866-1936) o Temple Grandin (1947).
Helen Keller (1880-1968) fue una escritora y activista política sordo-ciega estadounidense, que a la edad de diecinueve meses sufrió una grave enfermedad que le provocó la pérdida total de la visión y la audición. No se relacionaba con nadie, hasta que apareció en su vida Anne Sulivan, que sufría discapacidad visual y le enseñó a leer, escribir y a hablar. Lo hacía de diversas maneras, pero sobre todo se ayudaba del tacto apoyando las manos de Helen en sus labios o incluso en su garganta mientras hablaba. Así, fue pionera en la educación especial que ayudó a comunicarse a los niños sordo-ciegos a finales del siglo XIX y principios del XX. Helen Keller, por su parte, llegó a estudiar en la universidad siendo la primera persona sordociega en conseguirlo. Se convirtió en una activista que defendió el socialismo y el sufragio femenino, e incluso viajó por Estados Unidos dando conferencias.
Durante años, los niños que sufrían el síndrome de Asperger vivieron aislados incapaces de tener contacto con el mundo. Temple Grandin (1947) es una de las primeras personas diagnosticadas con autismo. Además es la inventora de la máquina de dar abrazos, un dispositivo para calmar a personas que sufren de sobreestimulación y ansiedad ante el abrazo de otra persona, como es común entre las personas con autismo.
Fue en una visita a una granja cuando, al ver cómo los granjeros, antes de que llegaran los veterinarios, relajaban a las vacas con dos planchas metálicas que provocaban una presión suave en los animales; Grandin vio la posibilidad de hacerlo con las personas que sufrían autismo para calmarlos e intentar que esas personas que odiaban el contacto físico, fueran capaces de superar sus miedos. Así surgió la máquina de abrazos que ahora se utiliza en muchos centros del mundo al que acuden niños autistas.
Anne Connelly fue una de las primeras mujeres en patentar un invento en Estados Unidos. En una época en la que el riesgo de incendio en las viviendas y rascacielos estadounidenses se incrementaba, las escaleras de incendios salvaron innumerables vidas y se convirtieron en un elemento de seguridad imprescindible. Precisamente fue en 1887 cuando Connelly lo patentó. En un primer momento colocó un puente metálico que unía dos edificios para que los residentes pudieran salir en caso de incendio hasta la fachada para evitar utilizar las escaleras del interior.
Como cuenta Espido Freire en el libro, precisamente fue un incendio lo que originó la convocatoria feminista de cada 8 de marzo. En una fábrica textil de Nueva York un incendio provocó que muchas de sus obreras se quedaran atrapadas. Además, los bomberos no pudieron pasar del sexto piso por lo que muchas murieron precipitándose al vacío. Ahora, el invento de Connelly se ha convertido en una parte más de las fachadas de miles de casas.
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