La justicia es un cuento. De terror, algunas veces. Cuando comienza un proceso puede que este tenga un final feliz, un desarrollo con muchas tramas, un final abierto, personajes siniestros, puede que hasta fantásticos, sombras, personajes que manejan los hilos y nunca sabremos quiénes son.
En sus manos está acelerar ese proceso, condenarnos, pasarlo por alto, perderlo, igual que el tiempo, minutos, horas, días, semanas, meses e incluso años en los que prima el silencio, excepto para abonar cuotas de abogados, procuradores, fiscales, gabinetes, consejeros, amistades, sobornos, y la culpa cerniéndose sobre el procesado, sin saber a ciencia cierta cuál es el delito, la falta, la acusación, el escarnio.
Un auténtico calvario de papeles, de visitas, de llamadas de teléfono, de buscar influencias, de intentar exculpar algo por lo que ni siquiera sabemos cómo se inició El Proceso.
Lo cierto es que no es desear que le pase a nadie, y mucho menos ser nosotros los que estemos en ese pellejo
Esa es la esencia del texto de Franz Kafka, la angustia de un ciudadano aparentemente ejemplar que se ve envuelto en una trama de juicios, detenciones, libertad condicionada, acusaciones sin delito, hechos sin pruebas delictivas… Lo cierto es que no es desear que le pase a nadie, y mucho menos ser nosotros los que estemos en ese pellejo.
Por mucho que apelemos al Tribunal Supremo, ese ente desconocido, antes hay que pasar por la ignominia de sentirse acusado, por intentar demostrar una inocencia cuestionada nada más vernos, por la falta de comprensión de lo que está sucediendo.
Esa angustia es la que nos hace sentir Ernesto Caballero dirigiendo este texto del gran Kafka, con un intérprete que intenta mantener el tipo en todo momento, porque Carlos Hipólito, inmenso, se siente en poder de la razón, de la verdad, del sentido común, hasta que se va topando con funcionarios sin sentimientos, con pruebas de fuego como en los cuentos, con cortapisas y papeleos, no le sirve encontrarse con otros personajes en su misma situación, pues cada caso es distinto, y a mí no me puede estar sucediendo esto.
Con un ambiente oscuro, de administración venida a menos, sintiendo el polvo de legajos que nadie leerá porque nadie quiere resolverlos, en lugares donde parece que el mundo termina, aunque siempre haya alguien que nos está observando desde ventanales en lo que todo parece un sueño.
El delito, quizás, sea ser un hombre bueno. Hay que latir por dentro, que no noten nuestras debilidades, la puerta de salida está ahí, pero no sé cómo se llega en este laberinto de leyes sin sobreseimiento.
Una buena puesta en escena que consigue la desesperación de vernos sometidos a ese proceso en algún momento. Contribuye todo el elenco del Centro Dramático Nacional, con la solvencia de Alberto Jiménez, Paco Ochoa, Juan Carlos Talavera, Jorge Basanta… que llevan con elegancia este equipaje de opresión, en un viaje circular, sin salida, donde la sentencia de Josef K. está firmada desde el primer momento.
FICHA ARTÍSTICA
Versión y dirección: Ernesto Caballero
Reparto: Carlos Hipólito, Alberto Jiménez, Felipe Ansola, Olivia Baglivi, Jorge Basanta, Paco Ochoa, Ainhoa Santamaría, Juan Carlos Talavera.
Producción: CDN (Centro Dramático Nacional)
Espacio: Teatro María Guerrero
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