Cuando una persona es pacífica, por naturaleza, un hombre en este caso, intentará apaciguar las relaciones, las acciones, los hechos, lo que sucedió y no podía cambiarlo. Aunque en algunos momentos pueda volverse violento, en realidad, lo que le sale es cómo lo han educado.
Todos tenemos nuestras guerras. Todos volvemos de alguna guerra o vamos hacia alguna. Y si, desde pequeño, te hablan de Las guerras de nuestros antepasados, el concepto queda en el subconsciente, alguna rendija queda abierta, serán los cráteres de una luna inexplorada.
Seguimos un camino, los males vienen de males anteriores, nada es lineal, ni continuo, sino con baches, con piedras en muchos casos, con obstáculos, que pueden ser ideas, prejuicios, costumbres (malas), abocados a lo que nos venían advirtiendo.
¡Cuántas veces descubrimos que quien maltrata ha sido maltratado, que quien insulta, oía insultos como vocablos cotidianos, que quien se sabe solo es porque lo ha estado siempre!
Pero, a pesar de todo, Pacífico Pérez, el personaje creado por Miguel Delibes, es un hombre bueno. E inocente, a pesar de las acusaciones que pesan sobre él. Y además, no está loco. Lo que siente es pasión, lo que tiene son sueños, lo que le atenaza son los recuerdos. Las guerras de sus antepasados.
Magistralmente interpretado por un gran Carmelo Gómez que se apodera del personaje, que nos lo hace nuestro, que lo hace suyo, que utiliza un lenguaje magnífico dentro de su contexto, que solo tiene el sentido de la verdad, de la honestidad, no del sarcasmo, no de escurrir el bulto, que vive donde le ha tocado vivir, bajo la carga de unas guerras que no son suyas, de unas barreras de maldad, de unas señales que le dejan marcado. Por eso, Pacífico, puede en algunos momentos, navegar bajo otra piel, sentir el anzuelo del pez, el tajo de la poda de los árboles, pero también la bayoneta o el cuchillo que penetra en el vientre de quien, en ese momento, está enfrente.
No le va a la zaga, Miguel Hermoso, en un diálogo que no es interrogatorio, que es empatía con el reo, que es interés en comprender las razones de su fuera de control, en llegar al alma de este sencillo y rudo hombre de campo, de pueblo, castellano de raíz, hazme lo que quieras, parece decir, donde las rencillas se mantienen y la gente ni perdona ni olvida.
Eduardo Galán ha hecho la adaptación respetando el rico lenguaje de Miguel Delibes, sin perderse en modernidades o actualizaciones que le hubieran quitado sentido. Su director, Claudio Tocalchir, creo que quiere tanto a sus actores como a los personajes que dan vida. Ha tomado las mejores medidas, como buen sastre, ha confeccionado un traje perfecto.
Es un lujo poder asistir a esta representación de lujo, por su texto, por su dirección, por su interpretación, que te hace vibrar, gemir, comprender, tragar saliva, emocionarte. Si no fuera por los malditos móviles, (varias veces sonaron en la función a la que asistí), que no solo descentran al elenco sino a toda la sala, incluyendo a los espectadores. ¿Tan difícil es apagarlos durante una hora y media? También soy pacífico, quiero ser pacífico, pero en esos instantes, no sé qué hubiera hecho, como Pacífico Pérez, ¿comprenden?
Reparto
Carmelo Gómez
Miguel Hermoso
Equipo artístico y técnico
Autor: Miguel Delibes
Adaptación teatral: Eduardo Galán
Dirección: Claudio Tolcachir
Productor: Jesús Cimarro
Producción: Pentación y Secuencia 3
Espacio: Teatro Bellas Artes
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