Mi primer amor. Mi primera pandilla. Mi primera noche sin dormir. Todo surgía de un aparatito fabricado en Taiwán que tenía un micrófono con botón y una antena más grande que el Seat 600 sobre el que se fijaba, con suerte irregular.
Mi adolescencia no transcurrió con la banda sonora de los grandes artistas de los 80. Fue el “QRM”, el ruido de fondo en las transmisiones, la verdadera música de mis quince años. Surcaba el espectro radioeléctrico buscando voces, cuanto más lejanas mejor, de otros tantos locos como yo. Éramos esos que pasábamos los fines de semana completos encaramados al tejado, colocando piezas con formas extrañas y haciendo de nuestros rudimentos, virtud. Los vecinos acabaron hartos de escuchar mi voz en vez de la de Paco Lobatón, aunque se preguntaran “quién sabe (de) dónde” venían esas voces que interferían en la VHF.
Hágase el lector a la idea de que no existía nada similar a internet, con sus apps y sus chats. O conocías a la mujer de tu vida porque te la presentaba el amigo de su amiga, o coincidías en la discoteca de moda. Sin embargo, de vez en cuando aparecía, en medio del ruido, una voz femenina que se convertía en una más dentro de una “rueda” de decenas de voces en medio de la madrugada. Los tímidos se reconvertían, y los extrovertidos encontrábamos el arma perfecta para conocer gente, y a través de la tecnología, lo que lo hacía mucho más apasionante.
CQ es una llamada general a cualquiera que esté escuchando en una frecuencia determinada, una forma de establecer comunicación con personas a las que no conocemos de nada
Puede que alguien se pregunte por qué hay en el titular estas dos letras C y Q. Si se pronuncian en inglés C y Q forman una expresión idéntica a la de decir “seek you”, te busco, en ese idioma. Así, CQ es una llamada general a cualquiera que esté escuchando en una frecuencia determinada, una forma de establecer comunicación con personas a las que no conocemos de nada. Una de las características más destacadas de los radioaficionados del mundo es el uso de las siglas. Esa jerga abarca el propio indicativo (nuestra matrícula, por decirlo así) hasta el llamado código Q, que te permite decir cosas como tu casa (QTH) tu nombre (QRA) o hay un mensaje para ti (QTC).
Si hay un verdadero radioaficionado leyendo esto, que lo habrá seguro porque uno no deja nunca de serlo, quizá se escandalice por incluir en la definición a estas emisoras de Banda Ciudadana, que es como se llama el invento que tanto hizo por la juventud de aquellas décadas. El auténtico radio amateur ha pasado un concienzudo examen, pagado sus tasas, presentado memorias, y autentificado su actividad. Las bandas en las que operan son distintas y los equipos (y sus precios) también.
En mi examen tuve que decir la palabra MESA en código Morse, y contestar a una serie de preguntas de tipo test que garantizaban que aquel jovenzuelo, si aprobaba, no iba a interferir con su estación emisora en las frecuencias de aviación, por ejemplo. En las bandas de los veteranos era donde era más probable encontrar conversaciones sobre coches de alta gama y cacerías. Quizá por eso estaba presente uno de los contactos más codiciados de aquellos tiempos: el rey ahora emérito don Juan Carlos, (EA0JC). En la banda de 80 metros, que es donde solía aparecer, se le agasajaba con títulos como “el más importante radioaficionado español”. Todos sabemos que nunca se examinó. Las otras cacerías a las que acudíamos en masa el resto de los mortales con antena, eran las del zorro. Así se denominaban unas auténticas barbacoas multitudinarias de fin de semana en las que encontrar a uno de nuestros “colegas”, que así nos denominábamos, emitiendo camuflado.
En las cálidas tardes de verano, cuando la radiación solar llegaba al máximo, se confundían conversaciones con las de personas de otros países, llegando a curiosas temáticas comunes durante los breves lapsos de tiempo en los que las capas altas de la atmósfera lo permitían, al servir de espejo para las ondas.
Hoy la tecnología permite operar remotamente una emisora, pero ahí quedan las largas noches de expediciones que algunos hemos llegado a hacer hasta las montañas más altas desde las que poder hacer proezas tan increíbles como establecer comunicación telegráfica con un japonés usando el rebote lunar. Aventuras que ahora con internet son del todo innecesarias, pero pierden encanto.
Feliz día mundial a todos los que han sentido la enorme emoción de ser respondidos desde otro continente sin usar redes, con las ondas que generaba su propio equipo, viajando de un lado a otro del éter. Un día mundial justificadísimo. Los radioaficionados han sido clave en catástrofes, cuando no hay otra forma de comunicación. Y sobre todo, siempre hemos llevado nuestro mensaje de paz y amistad entre las personas a través de ondas de todo el mundo.
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