A Juan Luis Arsuaga Ferreras (Madrid, 1954) su madre le llevó a ver la copia romana del Diadúmeno de Policleto al Museo del Prado de Madrid cuando tenía 12 años. Ella era historiadora del Arte e inculcó su pasión en aquel niño que desde entonces ha visitado esa sala redonda más de un centenar de veces. Allí, en el centro, está la perfección, la belleza, el hombre armonioso, equilibrado. Allí, mirando desde las paredes, está la oda al ser humano y a su cuerpo como algo superior a todo lo demás.
Ahora, después de todas esas visitas, el paleontólogo más prestigioso de España, y el también director científico del Museo de la Evolución Humana de Burgos y escritor, presenta Nuestro Cuerpo. Siete millones de años de evolución (Destino), un libro en el que quiere responder a una pregunta: "¿Por qué nuestro cuerpo es como es?". Él responde con un lenguaje para todos los públicos, incluidos los más eruditos, contando nuestra evolución desde que dejamos de medir un metro y casi duplicamos nuestra estatura, desde que empezamos a ser humanos, hasta hoy.
"Es un libro de anatomía, una materia sobre la que se han escrito miles de libros, y sin embargo creo que su ángulo es original. Normalmente estos están escritos para médicos y están llenos de figuras del cuerpo humano despellejado, desmembrado, descuartizado, eviscerado y pelado hasta los huesos. Este, en cambio, no tiene ilustraciones propiamente anatómicas, sino elegantes dibujos de esculturas griegas realizados por Susana Cid".
La evolución, un artista improbable
Su objetivo es "explicar el cuerpo humano (todos tenemos uno) desde la perspectiva de ese artista improbable que es la evolución, gran escultora de cuerpos, todos ellos bellos, todos ellos perfectos". "Este libro –añade– cuenta que nuestro cuerpo es un prodigio de la ingeniería biológica y una de sus originalidades es que aparecen personalidades tan conocidas como Descartes, la reina Cristina de Suecia o la película Blade Runner y que se desarrolla en el Museo del Prado, porque es ahí donde podemos ver el cuerpo humano desnudo y glorificado por el arte".
Por eso presenta este libro ante la prensa dentro de la pinacoteca madrileña. "Estamos en el lugar más bello de Madrid o incluso del mundo. Rodeados de belleza e historias que se entremezclan y hacen un tapiz de la que podría haber salido, en vez de este libro, la mejor de las novelas", explica. Y añade que a través de "esta belleza" él ha querido contar cómo es nuestro cuerpo y sobre todo invitar a reflexionar sobre por qué ahora nos da "tanto asco" y antes nos gustaba tanto.
Arsuaga comienza explicando que ha escogido dos figuras de la Grecia clásica para contar cómo nos veíamos y cómo nos vemos, cómo somos. "La primera es la escultura de Policleto del siglo V a. C. y la segunda la Afrodita de Cnido, de Praxíteles, que data del siglo II a. C., de la época helenística y que es la primera escultura de este periodo donde aparece una mujer sin ropa". Dos cuerpos idealizados pero con dos cánones distintos. "Uno es el típico tío rígido que no sabe bailar y ella ya está bailando salsa".
Los griegos, sin pudor
En ambos se puede ver perfectamente la anatomía, pero para poder comparar los distintos estilos dejaremos de lado a Afrodita, aunque de aquella escultura hay una copia en el Prado, para mirar otra obra de Praxíteles que comparte sala con nuestro Apolo, el Sátiro en reposo.
Como escribió el autor ateniense Aristófanes en su obra Las nubes, el ideal de belleza griego es "tener el culo gordo, las espaldas anchas y la polla pequeña". "Dice polla, no pene, que muchos lo traducen mal por pudor", sentencia Arsuaga. Un pudor del que los griegos carecían.
"Aquí se ve cuál era su ideal de belleza y que no tenían ningún problema en mostrarse desnudos (por lo menos los hombres). Se puede ver perfectamente la anatomía humana, pero también músculos que no existen como el de encima de la rodilla, el pliegue debajo del pecho o estos culos tan grandes", explica el escritor.
Pero otros que sí que existen y los exhibían mucho. "A los griegos no les gustaba el sixpack pero si el cinturón de Adonis, ese músculo que sube desde el pliegue inguinal hace furor en aquella época. Para marcarlo más se rasuran el bello púbico y así parece que tiene un fin por abajo, cuando en realidad no lo tiene. Este truco se lo podríamos contar a Sergio Ramos, aunque puede no ser recomendable", bromea acerca de cómo "en cuanto un deportista consigue el cinturón de Adonis, se quita la camiseta para enseñarlo porque sigue siendo algo muy buscado por los deportistas".
En época helenística aparecen obras como las de Praxíteles, que son relajadas, cuerpos con la forma de la S, como bailando salsa, y la cadera desarticulada, que muestran más el pasárselo bien"
JUAN LUIS ARSUAGA
También que aunque ambos, tanto el Diadúmeno como el Sátiro, tienen este tipo de características similares (culo grande, pene pequeño, cinturón de Adonis), son totalmente distintos en esencia. "Policleto representa a sus figuras más proporcionadas, más rígidas. El clasicismo viene del arte egipcio, donde las representaciones son más rígidas, y él crea a un deportista. Luego, cuando los griegos comienzan a mezclarse con otras culturas y llega la época helenística aparecen obras como las de Praxíteles que son relajadas, cuerpos adaptados a la forma de la S, como bailando salsa, con la cadera desarticulada que muestran más el gozo, el pasárselo bien", explica.
Cánones de ida y vuelta
Dos visiones del cuerpo pero ambas con la misma intención, la de ensalzarlo. "Praxíteles luego hizo la famosa Afrodita de Cnido, que fue la primera vez que se representaba a una mujer desnuda. Le costó mucho colocarla pero al final se la compraron en la ciudad de Nido, lo que ahora sería Turquía, y la expusieron en una sala como esta, redonda para poder observarla desde todos los ángulos. Pues resulta que se corrió la voz y los griegos empezaron a ir de peregrinación a verla y contaban la historia, los griegos son los mejores contando historias, de que la misma Afrodita había bajado a cotillear y había dicho: '¿Pero cuándo me ha visto a mi Praxíteles desnuda?', de lo bien que estaba hecha".
En ella se pueden ver varias características físicas que los griegos asociaban a la belleza como los mofletes o la nariz griega. "Ahora el canon ha cambiado mucho y ya no consideramos a los mofletudos más guapos sino que se llevan más las caras afiladas. Algo que sí ha vuelto, por ejemplo, es el culo grande. Ahora los gimnasios están llenos de gente que hace sentadillas para desarrollarlo o gente que se pone silicona. Es curioso porque somos el único animal que tiene el músculo del culo desarrollado", asegura.
Una especie con la autoestima por los suelos
Y que somos la cultura que menos se quiere, físicamente hablando. "Parece que nos da asco nuestro propio cuerpo. Si preguntase a una sala llena de gente quién considera bello el cuerpo humano desnudo, y todos dijesen la verdad, nadie levantaría la mano, pero si preguntase quién considera bello a una caballo, la levantarían todos. Yo opino todo lo contrario: la armonía y la proporción de nuestro cuerpo es increíble. Somos el resultado de una historia evolutiva fascinante".
Los mayores conocen mejor su cuerpo que los jóvenes, que solo conocen la anatomía del placer. El cuerpo joven es un cuerpo glorioso, el cuerpo viejo es un cuerpo doliente"
Según Arsuaga, también somos una sociedad que sabe más de anatomía de lo que pensamos. "Con los años se va aprendiendo una anatomía del dolor, porque cada vez nos duelen más partes del cuerpo. Y eso hace que los mayores conozcan mejor su cuerpo que los jóvenes, que solo conocen la anatomía del placer. El cuerpo joven es un cuerpo glorioso, el cuerpo viejo es un cuerpo doliente. Descubrimos que tenemos dientes cuando pedimos cita para el dentista, que tenemos ojos cuando vamos al oculista, que tenemos huecos cuando acudimos al traumatólogo y que nos movemos gracias a los músculos cuando nos tumbamos en la camilla del fisioterapeuta".
Y no sólo los dolientes, también los deportistas. "Y no digamos los asiduos de los gimnasios. A esos no hace falta explicarles dónde están los músculos porque cada día que hacen ejercicio ponen a punto y mejoran el aparato locomotor y lo hacen sabiendo lo que hacen", añade.
Al final, Arsuaga ha escrito un libro de consulta donde en vez de en cadáveres te ves reflejado en grandes esculturas griegas, en el que en vez de frases que sólo entienden los expertos, puedes entender y encontrar tus propios músculos con una prosa para todos los públicos. "En este libro yo me desnudo para aprender de anatomía y espero que el lector haga lo mismo", comenta.
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