Recién llegado de su colegio electoral en Barcelona, poco después del mediodía del domingo, Rafael Borràs conoce la noticia del fallecimiento de Antonio Gala a través de la llamada telefónica de El Independiente. Fue él, como director literario de la Editorial Planeta (puesto que ocupó entre 1973 y 1995), quien en 1990 publicó su primera novela, El manuscrito carmesí, Premio Planeta de aquel año.
Gala “decidió presentarse por su cuenta”, asegura. Y esto es significativo, porque la mecánica del galardón mejor dotado de las letras españolas solía, suele ser otra. Lo ha contado con todo lujo de detalles en los tres tomos de sus imprescindibles Memorias de un editor. Habitualmente, Borràs acudía a un autor que a su juicio conciliara calidad literaria y expectativas comerciales para invitarle, personal y expresamente, a presentarse. Era la manera que la editorial tenía de asegurar el premio. Había autores que antes de aceptar exigían una garantía escrita de que ganarían. Una garantía que la editorial, obviamente, no estaba en condiciones de proporcionar. Otros, la mayoría, concurrían con resignada deportividad, aun conscientes de que existía la probabilidad de perder.
Y estaban, siguen estando, los centenares de jornaleros de la gloria que año tras año acuden a la llamada de Planeta confiando en las bases del premio y en su talento. Según Borràs, el manuscrito de Gala, su Manuscrito carmesí, novela sobre la crepuscular Granada nazarí de Boabdil, fue uno de ellos.
Veterano y novel
En la editorial lo recibieron "con alborozo", porque Gala era un autor popular que hasta la fecha, excepto la novela, había cultivado todos los géneros –la poesía, el relato, el articulismo, la escritura para televisión–. Incluso el activismo, cuando en 1986 presidió la plataforma para la salida de España de la OTAN. Y el género extrasensorial, cuando en 1973 sufrió una perforación del duodeno y tuvo una experiencia cercana a la muerte que recordó en numerosas entrevistas. Pero su género primero y predilecto fue el teatro, y sus obras fueron muy bien acogidas y traducidas a varios idiomas. Textos como Los verdes campos del Edén (1963), premio Calderón de la Barca, o Los buenos días perdidos (1972), Premio Nacional de Literatura.
O Anillos para una dama (1973), donde la Jimena viuda del Cid, interpretada por María Asquerino, anhelaba liberarse de la sombra de su heroico esposo, igual que la España del tardofranquismo buscaba quitarse de encima la sombra de un Caudillo en sus estertores. Después llegaron Las cítaras colgadas de los árboles, con su adorada Concha Velasco, ¿Por qué corres, Ulises? (1975), la Petra Regalada (1980) de Julia Gutiérrez Caba o el musical Carmen, Carmen, estrenado, de nuevo, por Concha Velasco en 1988.
"Un intruso"
"Era andaluz", señala Borràs, y eso hizo que terminara de caerle en gracia al dueño de Planeta, el sevillano de nacimiento José Manuel Lara. En los Planeta del 90, El manuscrito carmesí formó dupla con El camino del corazón, finalista, que sirvió a su autor, Fernando Sánchez Dragó, para quedar en paz con la editorial por unos cuantos anticipos cobrados de unos libros que nunca había llegado a entregar. El resultado de aquella convocatoria fue excelente: ambos títulos se vendieron muy bien.
Pero la acogida en el mundo literario fue ambivalente. Por venir del teatro, no faltaron quienes "consideraron a Gala un intruso", recuerda Borràs. Muchos pensaron que aquella sería una incursión efímera en la narrativa. En realidad no fue más que el primer episodio de una de las carreras novelísticas más exitosas de los 90. Año tras año, su cola fue la más larga de la Feria del Libro de Madrid, y su libro de turno el más vendido. Después de El manuscrito carmesí, Borràs le editó La pasión turca (1993) y Más allá del jardín (1995). Ambas fueron objeto de adaptación cinematográfica con el protagonismo, respectivamente, de Ana Belén y de su Concha Velasco. También le publicó tres recopilaciones de artículos y Granada de los Nazaríes (1992).
La 'maldición' del éxito
Hoy, después de más de una década retirado del foco, sus obras teatrales no menudean en el repertorio, y los muchos ejemplares vendidos entonces aguardan nuevos lectores a precio de saldo en las librerías de viejo. Jóvenes autores que se beneficiaron de la generosidad de su Fundación Antonio Gala –Alba Carballal, Juan Gómez Bárcena, Matías Candeira, Ben Clark o Rosario Villajos– le han recordado con afecto este domingo en redes. Pero de algún modo prevalece el prejuicio que parece caer con el tiempo sobre los autores superventas. Quién sabe si su muerte propiciará un resurgimiento. O si su vida de novela como sultán de La Baltasara, su refugio en Alhaurín el Grande, inspirará un guion de Almodóvar. De momento, allí le velarán este lunes amigos y admiradores.
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