Entró en el estudio inquieto, con una bolsa de plástico en la mano. Miraba mucho al suelo, y alrededor, como quien trata de confirmar que todo parece normal. Tomaba referencias en medio del caos. Sin levantar demasiado la vista del suelo. Así llegó Antonio, el de los Flores, a la radio. De gira promocional estaba en aquel 1995 recién estrenado en el que tenía docenas de conciertos firmados, y una madre con un tumor avanzadísimo pero que jamás quiso extirparse el pecho. Pero como ya le cantó a su padre en esta canción, “No dudaría”... en volver a reír.
En la entrevista para presentar su disco Cosas mías, que tardó cinco años en grabar, habló de lo mucho que le costó que la industria del disco le hiciera caso de verdad. Le imponían líneas creativas, singles o incluso canciones. Con la voz rota y vocalizando lo justo, le sentí examinado, pero con humor, y contestando lo que se esperaba que contestase. Todo muy cabal. Hablaba con ilusión de su carrera en el cine y de haber coincidido con Sharon Stone en un rodaje. Hasta confesó haber sido expulsado del cole por colarse en el despacho del profesor y copiar las preguntas de los exámenes. Tenía muy claro lo que quería. El talento heredado anidaba de manera formidable en las raíces de aquel ser de larga melena, morena como todo él.
Un buen hallazgo de arqueología musical es encontrar en algún VHS grabado de Canal Sur esta reunión familiar del clan en la que solamente falta Rosario.
Cuenta Rappel que Lola Flores le preguntó si moriría ella antes que su hijo. Ay, las madres, lo que no sepan… Catorce días hubo de diferencia entre uno y otro. Todos supimos que no era casual. Tal día como hoy, hace 28 años, nos llegó la noticia desde su cabaña de madera de El Lerele. Así nos lo contaron.
"Él se fue por amor", asegura siempre Lolita. La hermana mayor de la familia Flores ha contado no pocas veces que las dos cosas que realmente importaban en la vida de su hermano eran su madre y la música. Pero cuando su madre partió, la música no pudo ser su salvavidas. Solo pasaron dos semanas desde que La Faraona pusiera fin a su reinado hasta que la vida del artista llegó a su fin. Lola siempre lo describió como un ser "muy cariñoso, sensible, y con poesía en el cuerpo". Había algo más que herencia artística y sentimiento de pertenencia a la estirpe en aquellos acordes que dedicó a su pequeña (hoy ya no tanto) hija Alba.
Hubiera estado tan orgulloso el papá de Nairobi de su papel en La Casa de Papel... De hecho en varios países hispanoamericanos se enteraron entonces de que esa canción que conocían en los labios de Diego Torres era por la actriz, y el disco remontó en ventas y derechos de autor.
Antonio era gato, gato. Muy del Foro. De los que titulan un disco Gran Vía, y hasta hacen suya una canción del maestro Sabina que, pongamos que habla de Madrid. Esto ocurrió en Tocata.
Dejó colgado junto a su chupa el llamado rock urbano, en su propia definición, y peleó en su último disco para poder ofrecer estilos distintos y llenos de vida. Sona Kai (oro, buen gitano) se iba a llamar el dúo que la industria iba a lanzar con él y su hermana Rosario. Pronto se dieron cuenta de que era mucho más rentable tener dos artistas en vez de uno, y las discográficas eran diferentes. Eran tiempos de dominio de quien fabricaba vinilos. Pues, señores, aunque ahora nos resulte difícil imaginar otra obra suya, “Sabor, sabor” en la voz del benjamín de los Flores, era en principio un tema para él.
Su lucidez en medio de la lisergia era suficiente para crear obras realmente únicas. Antonio siempre comprendió, y ante el juicio del público, que Ana Villa se marchara de su lado. “Si no me aguanto yo, cómo me va a aguantar alguien”, confesó convencido frente al micrófono, abierto en directo para toda España aquel mediodía.
Pero eso no quita la pena del amor separado en la circunstancia, pero sentido en el adentro. Antonio Flores seguro que susurró melodías a la luna, creando la canción "Siete Vidas". Esta copla nació en el bloc de notas del poeta cuando la esencia de su unión ya se había difuminado, como los acordes tristes de un local que va a cerrar.
En aquel 1994 que nos lo vino a presentar junto a los otros tesoros del álbum Cosas Mías, emergió una letra sin engaño. No cabía más melancolía en el corazón del muchacho que pronto dejaría de latir.
Una historia de amor interrumpida
Maldita sea, maldita sea mi vida (...)
Tranquila mi vida, he roto con el pasado
Y mil caricias pa decirte
Que siete vidas tiene un gato
Seis vidas ya he quemado
Y esta última la quiero vivir a tu lado.
Antonio se transformó en la metáfora de un felino errante por los tejados de su querido Madrid que ha desgastado seis de sus vidas en la vasta telaraña del destino, en la profundidad de la noche. La música destapó ese último rayo de luz efímero, envuelto en drama. Todo eso poco antes de confirmar que sí, que era gato, pero sin siete vidas. Solamente una tuvo, y la perdió en un eco sombrío y tosco que no merecía. Las gentes del buen querer hacia ellos no dejan de asegurar que quiso irse con su madre. Ahora, juntos, ya están. Y aquí nos quedan las canciones, para celebrar la vida que nos queda. Va por Antonio. ¡Arriba los corazones!
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