En octubre de 2015, Santiago Alba Rico acudió a 'Otra Vuelta de Tuerka', el programa de entrevistas de Pablo Iglesias, como uno de los referentes intelectuales de Podemos, el movimiento que entonces acababa de irrumpir con fuerza en el panorama político español. "A nuestro invitado de hoy le debo yo, y buena parte de mi generación, unos cursos de EGB en marxismo inigualables", le presentaba entonces Iglesias, aludiendo a los más de 150 guiones de La Bola de Cristal escritos en los ochenta por Alba Rico. Pero también a los libros que siguieron a aquello, primero con su colega y amigo Carlos Fernández Liria –Dejar de pensar, Volver a pensar– y luego en solitario –Leer con niños, Ser o no ser (un cuerpo) o España, entre otros– y que le han convertido en una de las voces más influyentes del pensamiento español de izquierdas.
Dos meses después de aquella entrevista, en las elecciones generales del 20 de diciembre, el partido morado obtuvo 42 diputados y se confirmó como la fuerza que desde la izquierda del PSOE venía a quebrar el bipartidismo al mismo tiempo que Ciudadanos hacía lo propio desde el centro derecha. En aquellos comicios, Santiago Alba Rico fue el cabeza de lista de Podemos para el Senado por la provincia de Ávila. Para 2017 ya se había distanciado del oficialismo de Iglesias, y en Vistalegre II formó parte, de manera testimonial, de la candidatura frustrada de Íñigo Errejón para liderar el partido.
Este pasado lunes, en plena negociación entre Podemos y Sumar para concurrir juntos a las elecciones generales del próximo 23 de julio, Alba Rico intervino en el debate con una contundente tribuna en Público titulada "Contra la unidad". Según el escritor y filósofo, Podemos es "el obstáculo mayor para la renovación de un proyecto progresista mínimamente saludable dirigido a las mayorías sociales". Se trata de una marca que "solo puede hacer daño a quien se aproxime a ella", e Iglesias, líder en la sombra "idolatrado por 10.000 hooligans y odiado por millones de ciudadanos", el mejor "comodín" para la victoria de la derecha. "Sin Podemos quizá no se puede ganar; pero con Podemos solo se puede perder", defendía en su artículo. Por ello recomendaba a los Echenique, Montero o Belarra que siguieran el camino señalado por Alberto Garzón y desaparecieran de la escena hasta después de las elecciones limitándose a pedir el voto para Sumar.
"No tengo nada más que decir que lo que dije ahí", responde con amabilidad para El Independiente Alba Rico desde Túnez, donde reside. "Me costó mucho escribir eso y ahora prefiero quedarme por un tiempo callado y ver lo que pasa".
Pero a medida que transcurre la conversación a propósito de su último libro, Catorce palabras para después del capitalismo, recopilación de artículos escritos para la revista Contexto, va destilando sus opiniones acerca de la situación de la izquierda española, las lecciones aprendidas con la experiencia de Podemos y la esperanza de Sumar.
Pregunta.- ¿Cuál es la intención de estos textos y el hilo conductor que los enhebra?
Respuesta.- Yo he sido siempre un fanático de las palabras: son llaves que abren y cierran todas las puertas. Es fácil quedarse encerrado en una palabra para siempre. Y es fácil que a través de una palabra, como la pólvora, de una manera epidémica o académica, se llegue a otras palabras. Creo que en estos momentos hay una dificultad grande, que tiene que ver con el marco político, pero también con el marco civilizatorio, para recuperar el sentido de las palabras. Hay como una sobresemantización que hace, por ejemplo, que palabras como democracia, paz, humanidad o derechos humanos no signifiquen nada. Así que este libro es una tentativa de rodear esa pansemia, como la he llamado alguna vez, ese exceso de significación, para devolver el sentido a 14 palabras que son también 14 objetos fundamentales. Atender a palabras pequeñas que tienen largas historias y recuperar el contacto con lo que llevan dentro de sí.
"Hacemos perder fuerza a las palabras. Como los heroinómanos, necesitamos aumentar su dosis de sentido, y cuanto más la aumentamos menos significan"
P.- Quizá el principal problema actual con las palabras sea su malversación.
R.- La sobresemantización ya es de alguna manera una malversación. Algunas veces por manipulación interesada y otras veces por un exceso de uso. De hecho, muchas veces la izquierda ha entrado al trapo de ese juego, llamando, por ejemplo, genocidio a lo que no lo es. Hacemos perder fuerza a las palabras. Necesitamos, como los heroinómanos, aumentar su dosis de sentido, y cuanto más la aumentamos menos significan.
P.- Junto a palabras pequeñas como chiripa, pájaro, penumbra, barro, camisa, botón o maleza, reivindica los pequeños gestos, esos que hacemos cotidianamente en paralelo a una historia que, afirma, trabaja contra nosotros, y que nos ofrecen la posibilidad de salvarnos.
R.- No estoy seguro de que los gestos pequeños y las pequeñas palabras nos vayan a salvar. La potencia destructiva volcada sobre el mundo en estos momentos es tan grande que no sé si ninguna palabra o gesto pequeño puede hacer nada contra la decisión de utilizar armamento nuclear, por ejemplo. Pero de alguna manera nos sostienen en las anfractuosidades de la historia, de manera que siempre es posible reconstruir de entre las ruinas algo civilizado, algo mínimamente compartido entre los seres humanos. Basta un gesto destructivo en la historia para que todo se pierda, es cierto, pero conviene fijarse en que lo que mantiene con vida a la humanidad son esos pequeños gestos que en general son siempre de solidaridad. Seguimos pidiendo sal a nuestros vecinos, seguimos reuniéndonos en bares con gente que no piensa como nosotros, pero con quienes nos bebemos de muy buena gana un vino o una caña. El gesto de ocuparte de tus niños, de llevarlos al colegio, bañarlos y darles de comer por muy mal que vaya al mundo… La humanidad no tira nunca la toalla, la tiran más bien los políticos y los intelectuales.
P.- Advierte del peligro de los grandes gestos. ¿Ha sido uno de los errores recientes de cierta izquierda, abonarse o caer en la tentación del gran gesto?
R.- Algo que ha unido a izquierda y derecha en ciertas coyunturas históricas ha sido pretender haber encontrado el gran gesto salvífico a partir del cual todo se va a transformar radicalmente, momentos en los que han interpretado que era necesario echarlo todo por tierra. Eso que decía Lichtenberg en un aforismo: por qué vamos a desmontar si podemos demoler. Y hay una tentación de demolición, del grado cero de la experiencia política, que está claramente instalada en las derechas y en las izquierdas. Yo diría que las derechas han sido más destructivas y que las izquierdas han compensado su impotencia con grandes palabras que al final han sido disuasorias para las grandes mayorías sociales.
P.- En el libro se refiere al carácter como enfermedad. ¿Cree que ha habido, por empezar a aterrizar en la actualidad, demasiados políticos enfermos de carácter en las últimas experiencias políticas de nuestro país?
"Debemos defendernos de los caracteres de los políticos porque son vectores que alimentan lo peor de la política"
R.- No querría hablar mucho de política, pero te diría que hay que proteger la política de los caracteres, que son fundamentalmente neuróticos y enfermizos. Se puede contemplar la personalidad con distancia literaria, de tal manera que una persona como Rajoy, con la que no comparto nada, y cuya salida del Gobierno me alegró infinitamente, me parece que tiene una personalidad que merece un abordaje literario. Y sin embargo creo que hay que proteger la política de los caracteres, de las neurosis, porque en política, sobre todo ahí donde hay poder en juego, suelen traducirse en toda clase de excesos narcisistas. Y ese sí es un peligro. De hecho, como hemos visto, los caracteres menos neuróticos suelen quedar en las cunetas o retirarse a tiempo. Creo que debemos respetar la personalidad de todos los políticos, porque todos acaban tenido una, a veces muy interesante, y al mismo tiempo defendernos de los caracteres de los políticos porque son vectores que alimentan lo peor de la política. Y por eso creo que el fundamento de todo proyecto de izquierdas debe basarse en construir un régimen republicano en el que las decisiones no las tomen los caracteres, sino que se tomen en base a los discursos y sometidas en todo caso a las deliberaciones colectivas.
El mal de la sentimentalización
En un momento de aquella visita a La Tuerka de 2015, hacia el final de la entrevista, Iglesias se sinceró con "Santi" en un tono más propio de una reunión de estrategia. «La gente no se acuerda de lo que les has dicho, se acuerda de lo que les has hecho sentir», afirmó. Y mientras conservaran la capacidad de emocionar, confiaba el líder de Podemos, tendrían posibilidades de alcanzar el poder. Pocos minutos después, Alba Rico formuló un prudente consejo: “Deberíais encontrar la fórmula de descansar”, recomendó. “Políticos cansados hacen viejas políticas”.
P.- Otro mal reciente de la política tiene que ver con su sentimentalización.
R.- Esa sentimentalización forma parte intrínseca de la civilización capitalista. Por un lado, necesita una maquinaria bien lubricada y muy impersonal de reproducción destructiva, regida por algoritmos que ya nadie maneja. Y junto a esa objetividad del sistema tenemos una subjetividad completamente regida por la sentimentalidad. El marco de producción de subjetividad del neoliberalismo necesita esas dos cosas, indiferencia y sentimentalismo, como se refleja en los productos para niños, en las películas de Walt Disney. Este tema nos aleja del diagnóstico civilizatorio, pero nos acerca al tema del que tú quieres hablar.
"Para mí, la palabra 'cuidados' ahora mismo evoca un cuchillo que brilla en la oscuridad sobre la espalda de alguien"
No tengo nada más que decir respecto del artículo del lunes, pero sí me interesa lo del sentimentalismo de la política, porque uno de los grandes cambios que se suponía que iba a traer la nueva política, Podemos, después del 15-M, tenía que ver con algo de lo que yo me había ocupado mucho ya en un libro del 2007, Leer con niños, que era esto de los cuidados. Sin embargo hoy, con la perspectiva de los años, puedo decir que con la palabra cuidados me pasa como con la palabra intervención humanitaria o con la palabra paz cuando son usadas por ciertos ejércitos. Para mí, la palabra cuidados ahora mismo evoca un cuchillo que brilla en la oscuridad sobre la espalda de alguien. Y creo que de eso sí que tiene la culpa la política que se ha hecho desde estas fuerzas que venían a revolucionarla. Que de alguna manera han transformado ya España, pero que introdujeron una contradicción al final tan hipócrita como la que denunciaban, una contradicción entre el discurso y los emoticones permanentes y las prácticas internas del partido. Podemos es el ejemplo claro de esa contradicción.
P.- ¿Cómo se llega a esa contradicción? ¿Por una banalización de las ideas, por la propia dinámica de partido?
R.- Se llega por algo que en realidad debería ser un valor, o que deberíamos apreciar, que es por una convicción entusiasta. Cuando tú no generas un espacio republicano de deliberación al margen de los caracteres, que yo creo que es el error que se cometió y que probablemente yo también cometí en la medida que apoyé Vistalegre I; cuando tienes que poner en marcha un proyecto en el que la convicción, el entusiasmo y la ilusión son prioritarios; cuando después tienes que construir organizativamente una interna de partido, ese mismo entusiasmo se convierte en un instrumento de cuestionamiento de quien no te sigue con ese mismo entusiasmo. Y eso sucede porque no existen mecanismos republicanos de deliberación y decisión. Creo que es lo que ha pasado en un sector de la izquierda: que la falta de entusiasmo se ha convertido en traición.
P.- Han faltado, pues, unos principios, si le entiendo bien, democráticos.
R.- Sí. Yo creo que esto es un déficit que tienen todos los partidos, pero se suponía que la nueva política consistía en dejar atrás esas leyes de hierro. Con los otros partidos no ocurre nada porque estamos acostumbrados a que actúen así y tiene muy poco coste para ellos. Pero si tú haces un discurso público, si generas mucha ilusión y además estás constantemente invocando los cuidados y ves que en las internas de ese partido la gente se cuida muy poco, acabas generando distanciamiento. Que es en algún sentido lo que ha ocurrido. Pero volvamos a las palabras, Borja. Ya sé que a ti te interesa más esto, pero es verdad que tengo poco que añadir a ese artículo, y desde luego sobre las negociaciones en curso y sobre la unidad.
-P. Solo un par de cuestiones más al respecto. En su artículo habla de que Sumar es algo que hay que llenar todavía, y que sería importante no llenarlo con los residuos de lo que queda de Podemos. ¿De qué hay que llenarlo?
"La única manera de atraer de nuevo a una mayoría social es interpelarla con propuestas positivas, dejando a un lado esta guerra que se llama cultural"
-R. De momento no nos queda claro a nadie, pero yo creo que habría que llenarlo no de discursos reactivos y negativos concebidos contra un enemigo muy peligroso. Yo creo que la única manera de atraer de nuevo a una parte de la mayoría social, más allá de los circuitos de cerrados de la izquierda, es interpelarla con programas, con propuestas positivas, y dejando a un lado esta guerra que se llama cultural en la que, en definitiva tendemos cada vez más a definirnos frente a otro polo que a su vez nos está permanentemente definiendo de manera negativa; esta idea de que solo en la confrontación tenemos que definirnos. Y en la confrontación solo quedan dos polos, una oposición binaria. Hay una derecha yo diría que calumniosa que ha despertado un fantasma que no existe en España, que es el social comunismo. Y desde luego yo creo que se ha hecho muy mal cuando la izquierda ha entrado a ese trapo. Sumar no debería hacerlo. Debería evitar ese tipo de confrontación. Necesitamos afirmación, necesitamos positividad, necesitamos aserción. Yo no creo que en estos momentos sea fácil ilusionar a ningún electorado, ni al de derechas ni al de izquierdas. Se está jugando a movilizar a las derechas a través del odio. La izquierda no debe jugar a ese juego. Debe tratar de movilizar a través del discurso de conciencia, sin olvidarse de citar los peligros que, a mi juicio, entrañaría un gobierno de PP y Vox, pero sobre todo haciendo propuestas positivas, citando el futuro como aquella dimensión que realmente hay que llenar, y no el pasado, que está lleno de cosas que no nos gustan y a las que no queremos volver.
P.- Parece que es el camino que está ensayando Sumar. Incluso en las formas, una persona como Yolanda Díaz no sé si sobreactúa, pero abunda en eso, en proponer de manera positiva frente a esa "izquierda angosta y pugilística" de la que usted hablaba en su artículo de Público. ¿Hay una voluntad de salir de la trinchera, por decirlo de algún modo?
R.- Puedes decir trinchera, porque estamos hablando precisamente de que hay que huir de de la concepción belicista de la política. Hay que salir de esa trinchera. Yo creo que Yolanda lo está haciendo bien, y desde luego en estos momentos tiene todo mi apoyo. Ella, Sumar y las nuevas incorporaciones que ha hecho, que me parecen excelentes.
P.- Hablaba antes de batalla cultural, una idea que en los últimos años ha hecho fortuna en nuestro país pero que realmente no pertenece a nuestra cultura política ni de intercambio de ideas y de pareceres, por opuestos que pudieran ser.
R.- En efecto, esto forma parte de un clima general que compartimos todos. Habrá especificidades españolas como las hay estadounidenses, pero yo creo que, en el contexto actual, esta batalla cultural es un signo de la rapidísima demolición democrática de la globalización. Hace unos días leí en un informe de V-Dem que 42 países han retrocedido democráticamente en la última década. Ya son una minoría en términos de población los países que tienen una democracia liberal, sin más, en el mundo. Y yo creo que esto es al mismo tiempo causa y consecuencia de este deterioro del diálogo político, que es, por tanto, un deterioro de la convivencia política.
"Si estás convencido de que no puedes persuadir al otro, estás convencido de que el otro debe ser de un modo u otro eliminado"
El otro día, en el programa de radio en el que colaboro, Carne cruda, lamentaba que hubiera desaparecido de la esfera política la hipocresía y el sofisma, porque después de todo la hipocresía tiene algo que ver con el respeto por las formas, y la democracia tiene mucho que ver con las formas. Y el sofisma también: cuando tú utilizas falsos argumentos para convencer a alguien a través de una retórica vistosa, apoyándote en tu carisma, en tu capacidad de seducción, en tu facilidad para enlazar las palabras, todavía hay algo ahí muy claramente político, una voluntad de convencer. Y yo creo que esa voluntad de convencer ha desaparecido enteramente. Lo que llamamos batalla cultural es algo que no tiene nada que ver con la voluntad de convencer. Es una lógica que a mí me preocupa cada vez más. Porque si tú estás convencido de que no puedes persuadir al otro, estás convencido de que el otro debe ser de un modo u otro eliminado. Y esto, que José Luis Villacañas llama en su último libro «el mal radical de la españolez», sí que creo que de pronto es muy español.
P.- Frente a las ideas de pureza o impureza, usted reivindica la idea de limpieza, "que es sobria pero no casta, alegre pero no cínica, combativa y dependiente, pero ni sacrificial ni represiva".
R.- Claro. Es verdad que mi propia vida ha estado presidida en momentos de adolescencia y juventud, precisamente los más platónicos, por una cierta voluntad de pureza. Y la voluntad de pureza no es mala en sí misma, salvo que se considere que se ha alcanzado y se debe imponer a los demás. La pureza es imposible, no conviene complacerse en ella. Por eso, entre la pureza imposible y la complacencia en la impureza, conviene reivindicar esta idea de la limpieza tal y como la proponía Kafka en una conversación con Gustav Janouch: que los seres humanos miramos el mundo, que es muy grande, a través de una mirilla muy pequeña, y que esa mirilla hay que mantenerla siempre limpia. Y por eso te diría que este libro es también un libro de amor. Todos los capítulos están cerrados con una interpelación amorosa, dirigida sin duda a mi compañera, que es la mujer de mi vida, pero que de alguna manera también quiere recordar hasta qué punto el amor cuenta y es poderoso.
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