En esta redacción existe la bonita costumbre de convidar a los compañeros a un dulce cuando uno celebra su aniversario. En ocasiones, ese hábito se extiende a la vuelta de las vacaciones, de algún viaje o escapada, si es que el periodista vuelve a Madrid con fuerzas y ánimos de acordarse de los que se quedaron trabajando. El resultado son un número incuantificable de tardes animadas por pasteles, pastelitos, cruasanes, mantecados y especialidades de todos los rincones de España.
Y fue en medio de una de esas degustaciones cuando surgió la duda. Esos dulces que se compran en una estación de servicio, gasolinera o restaurante de carretera, perfectamente empaquetados para el viaje... ¿surgieron para ese fin? ¿Existen en otros lugares? ¿Cómo se consigue ese punto de encuentro entre la pastelería artesanal y el producto que puede viajar durante varios días sin renunciar a su estado original? Ya sabemos que en este país todo es discutible, pero ¿cuáles son los mejores dulces españoles que se encuentran en esa categoría? ¿De dónde los traemos, a qué los asociamos?
Suena a serie de verano, ¿no? Al lío.
La virtud está a medio camino
"Lo fundamental de los miguelitos es que estamos justo entre Madrid y Levante, un trayecto que antes llevaba unas seis horas", cuenta Roque Andrés Navarro, que dirige la Confitería La Moderna (La Roda, Albacete) después de que lo hicieran su padre y su abuelo. "El secreto está en que la gente tenía que parar en esos largos viajes, y lo hacían en La Roda, que está en la mitad, a descansar. Y todo el mundo cuando vuelve a casa quiere llevar un recuerdo a la vecina que no ha podido irse, al portero...".
Los miguelitos fueron los primeros dulces que nos vinieron a la cabeza por su conexión con la capital y La Moderna, fundada en 1925, es uno de los lugares más antiguos donde todavía se fabrican.
Al teléfono y desde sus vacaciones, el pastelero cuenta el origen del dulce. Todo empezó cuando un actor llamado Miguel Ramírez, de la compañía de la directora teatral Margarita Xirgú, pidió un hojaldre relleno de crema pastelera en el obrador de Manuel Blanco, confitero. Por entonces no se estilaba esa combinación: "Se servía hojaldre y se hacía con merengue, pero no con crema".
Ambos Roques, padre e hijo, creen recordar que esa combinación recordaba al actor a algún dulce que había tomado en Latinoamérica, y la creación terminó convenciendo tanto que lo incorporaron al repertorio. En su honor, como no podía ser de otra manera, Blanco lo bautizó con el nombre que tiene hoy: miguelito. Lo que entonces no podían imaginar era el éxito que tendría el dulce, en parte gracias a la posición estratégica que La Roda tiene en el mapa peninsular, y a que la carrera atravesaba el corazón del pueblo.
Ahora son seis los obradores que hornean miguelitos a diario, con el consecuente impacto en el empleo y la economía del pueblo. Estas confiterías pueden dar de comer a unas 100 familias gracias a la popularidad del dulce. Su alcalde, Juanra Amores, lo explica en una conversación con El Independiente desde el despacho del Ayuntamiento, en una pausa entre asunto urgente y asunto urgente que le agradecemos.
"Es una cosa increíble que la gente identifique el pueblo con el dulce. Que digas 'soy de La Roda' y te contesten 'donde los miguelitos'", explica el regidor del municipio albaceteño desde 2019, que acaba de ser reelegido por mayoría absoluta. ¿Y no hay competencia ni peleas por el nombre? ¿Cómo es posible que se dediquen a lo mismo seis obradores, si la idea original fue de uno solo?
Patrimonio de todo un pueblo
La intención de La Moderna, cuenta su jefe, sí que fue patentarlo, pero al llamarse "miguelitos de La Roda" no se lo permitieron. "Cualquier pastelero que se implante en La Roda tiene derecho a hacerlo. Y al final pensamos que el hojaldre no es un invento de nadie, es universal, así que está bien que la gente vaya probando y se quede con el que más le guste". Lo que sí consiguieron fue patentar el diseño característico de su caja, con el dibujo de la torre de la Iglesia de El Salvador.
Porque el empaquetado ha sido un elemento fundamental de la expansión de los miguelitos, que pasaron de venderse en bandejas envueltas en papel, como en cualquier pastelería, a en cajas que permitían que los dulces se puedan apilar –¿quiere usted doce cajas a Madrid? ¡Puede llevarse doce cajas a Madrid!–. En el caso de Miguelitos Ruiz, la venta por internet ahora también es una opción, mientras que en La Moderna se limitan a distribuirlos en su local y en establecimientos de los alrededores del pueblo.
En opinión del pastelero, la clave fundamental es que se trata de un pastel no demasiado dulce, que no empalaga, lo que lo hace apto para todos los paladares. Al menos el original, porque ahora también existen miguelitos de chocolate y otros sabores, que hay que adaptarse a los nuevos gustos. Sea cual sea su secreto, el año pasado les llevó a conseguir un Solete Repsol. En dos años, la confitería que los inventó cumple 100 años. Si usted llama al teléfono de la pastelería, es probable que le responda Luisa, que a sus 88 años sigue al pie del cañón. Casi nada.
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