El 7 de septiembre de 1998, Jean Claude Antonie Bianco encontró un trozo de tela del que colgaba una pulsera de plata. Estaba en la isla de Riou, a 20 kilómetros de Marsella, y cuando se fijó bien pudo leer el nombre de Saint-Exupéry y el de su mujer, Consuelo.
Fue la primera prueba de una muerte confirmada por el tiempo, de que el escritor francés que había estado combatiendo en la II Guerra Mundial y al que se le había perdido la pista en 1944, justo un año después de publicar El Principito, se encontraba bajo el mar.
Nunca más se le volvió a ver y un día más tarde una mujer aseguró haber sido testigo de un accidente aéreo en el mar
Porque desde el 31 de julio de aquel año nada se sabía de él. Ese día salió en una misión de reconocimiento para el gobierno francés en el exilio de Charles de Gaulle con la intención de conseguir información sobre la ubicación de las tropas alemanas. Pilotaba un Lightning P-38 que despegó justo antes de las nueve de la mañana de Córcega, de la base aérea de Borgo-Poretta. Nunca más se le volvió a ver y un día más tarde una mujer aseguró haber sido testigo de un accidente aéreo en el mar.
Aunque se encontró un cuerpo, jamás se pudo identificar y comenzaron una serie de rumores que iban desde el suicido (por unas declaraciones de De Gaulle asegurando que Saint-Exupéry apoyaba a los franceses y su mala situación económica), ya que su avión tenía combustible para más de una hora, hasta una avería mecánica o un disparo del enemigo. Incluso cuando este pescador descubrió su pulsera, la familia del escritor no quiso dar credibilidad a que podría haber sido abatido y fue un buzo, Luc Vanrell, el único que se puso a investigar.
Fue él el que encontró restos de un avión del mismo modelo que el que pilota Saint-Exupéry. Estaban muy cerca de donde se había encontrado la pulsera, en el fondo del mar, a una profundidad de 87 metros junto a la isla de Riou, a la altura de la cala de Sormiou, cerca de Marsella. Pero no sería hasta 2004 hasta que el Departamento de Arqueología Subacuática confirmó el hallazgo y aseguró que se trataba de la nave del escritor francés.
Pero la historia completa no se conoció hasta hace menos de 5 años. En el 2008, Horst Rippert, un piloto alemán que participó en la II Guerra Mundial, copó las portadas de la prensa francesa. "Yo disparé el avión de Saint-Exupéry", aseguraba y añadía que de saber que él era el piloto "no lo habría derribado". "En nuestra juventud todos lo habíamos leído, adorábamos sus libros. Su obra despertó la vocación de volar en muchos de nosotros. Yo amaba al personaje", confesó. Pero no le creyeron.
Los restos del avión que habían encontrado años atrás no tenían signos de haber sido ametrallados pero a finales de 2017 un libro de investigación pudo corroborar lo ocurrido. Escrito por cuatros autores, el buzo Luc Vanrell, Lino von Gartzen, fundador de la Asociación de Búsqueda de Aviones Perdidos durante la Guerra, Bruno Faurite, investigador y piloto, y Fraçois d'Agay, sobrino de Saint-Exupéry; contaba que la confusión se debía a que aquel día "había otros aviones norteamericanos surcando esa zona" y que encima las balas no habían impactado "en las alas, sino en la cola".
También que el avión que pilotaba el escritor francés había acabado fragmentado en cuatro partes y había sido muy difícil su identificación. "Esto pudo ocurrir bien al estrellarse contra el mar o tocar el fondo marino", aseguraban los autores en una entrevista a ABC por motivo de la publicación.
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