Tendemos a colocar a las personas que conocemos, incluso a las que no, en roles determinados. Unos son trabajadores, otros vagos, otros malos o buenos, exitosos o fracasados. Una vez que nuestra cabeza ha relacionado una historia, una forma de ser, al lado de una persona es muy difícil que la imagen que tenemos de ella cambie en algún momento, aunque esta sea equivocada. También nos pasa con nosotros mismos. Si crees que el mundo está en tu contra verás hasta las buenas noticias desde un punto pesimista y así las contarás. O al revés, si tienes un alto concepto de ti mismo tenderás a pensar que todo lo que no corrobore tu versión es injusto o falso y generarás tu propia interpretación para poder mantenerte "a salvo".
La importancia de las narraciones, de cómo nos contamos y contamos a los demás, ha llevado a Fritz Breithaupt, catedrático de Estudios Germánicos y Ciencias Cognitivas, a escribir El cerebro narrativo (Sextopiso), un ensayo en el que indaga sobre la importancia que tienen para los seres humanos las historias y cómo gracias, y pese a ellas, evolucionamos, nos sentimos mejores o peores y, lo más importante, nos situamos como un tipo de persona u otra y lo hacemos, muchas veces, ajenos a la verdad. "Los seres humanos vivimos rodeados de historias que condicionan nuestro modo de entender el mundo y de entendernos entre nosotros. Estas historias pueden ser reales o ficticias, propias o ajenas, alegres o descorazonadoras, pero nunca pasan desapercibidas: nuestro cerebro las interpreta, las registra y las utiliza", explica para presentar el por qué de esta publicación.
"Las narraciones son adictivas. O, para decirlo de forma más cautelosa: ciertas secuencias narrativas arraigan tanto en nosotros que una y otra vez volvemos a ellas hasta crearnos un hábito. Todos tenemos nuestras debilidades particulares. Unos quieren verse como héroes, mientras que otros celebran el papel de víctimas, cosas con las que pueden sacar partido emocionalmente. Esto plantea la cuestión de si el pensamiento narrativo, que nos saca de nuestra experiencia y nos permite coexperimentar la vida de los demás, puede también encarcelarnos", asegura en la introducción de este libro en el que dedica un capítulo entero a analizar la identidad como una patología.
Según Breithaupt "podemos quedar cuasi atrapados en la película equivocada, es decir, en la narrativa equivocada. A menudo nos quedamos atascados en los patrones de roles narrativos tales como explotadores y explotados, o héroes y fracasados, o amantes y embaucadores. Construimos nuestras narrativas mentales conforme a unos patrones que nos son familiares".
"Cada cual se crea su propia felicidad pero, sobre todo, tenemos experiencia de lo contrario: cavamos nuestra propia tumba"
Fritz Breithaupt
También asegura que "cada cual se crea su propia felicidad pero, sobre todo, tenemos experiencia de lo contrario: cavamos nuestra propia tumba". El escritor alemán afirma que "nos hundimos cada vez más en nuestra infelicidad al orientar nuestra visión del mundo hacia ella. ¿Quién no conoce a un pesimista para el que incluso las mejores noticias se le convierten en una prueba de su infelicidad?"
Pero no sólo los pesimistas se ven presos de su visión de lo que les ocurre, todos creamos expectativas sobre nosotros, sobre quiénes somos, dónde estamos y cómo será nuestro futuro. "Estamos continuamente atrapados en nuestras narraciones. Esperamos determinadas cosas y permanecemos estancados en nuestras expectativas hasta que se cumplen. Y si no se cumplen, esperamos y esperamos hasta que por fin lo hacen. En el proceso de espera, remodelamos los acontecimientos reales en nuestra mente para que se ajusten a nuestra visión", asegura.
También explica que antes de mirarnos hemos mirado, analizado y escuchado a los demás y, en función de sus narraciones, hemos diseñado la nuestra, nuestro personaje. "Una función central de las narraciones es que podamos explicarnos a nosotros mismos, que podamos presentar una historia más o menos coherente de cómo hemos llegado a ser quienes somos, y así también justificar por qué tenemos una determinada identidad o nos comportamos de una determinada manera", asegura.
"Determinamos quién o qué es el otro. Mediante esa determinación, el otro se torna previsible. Definir y establecer una identidad es ciertamente muy útil para la orientación"
Fritz Breithaupt
Es decir, las narraciones nos condicionan, si yo soy de esta manera no puedo hacer esto otro; si se me ve como un héroe, no puedo ser el villano. También nos ocurre con la imagen que tenemos de los demás. "Determinamos quién o qué es el otro. Mediante esa determinación, el otro se torna previsible. Definir y establecer una identidad es ciertamente muy útil para la orientación, y nos permite actuar rápidamente en muchas situaciones. En este sentido, el establecimiento de una la identidad puede describirse como una simple heurística, esto es, una técnica con la que hacemos predicciones del mundo", cuenta sobre la parte positiva de esta localización metal del entorno.
"Sin embargo", continúa, "en la definición de la identidad siempre se expresa un gesto reductor. El otro deja de ser otro, para convertirse en una figura rígida. Para el pensamiento narrativo, el otro se convierte en una especie de pieza de ajedrez que puede utilizarse como obstáculo o sacrificarse, pero que en sí mismo ya no desempeña un papel independiente".
Es decir, situamos a una persona en un lugar y tendemos a justificar su permanencia en este asumiendo un tipo de narración y descartando otras. Y somos aún más rígidos a la hora de seleccionar cuando pensamos en nosotros mismos porque creemos que si no eres bueno eres malo, si no eres rico es que eres pobre, si no eres guapo es que eres feo.
"La ambivalencia de esa identidad fija se hace patente, por ejemplo, en el papel de víctima. La díada víctima-agresor es, en nuestra percepción social, uno de los patrones más recios con los que clasificamos la relación entre dos figuras", asegura y explica que esto se debe a que "desde un punto de vista histórico-cultural, hemos desarrollado una asombrosa sensibilidad con las víctimas, quizá a causa de unos cuantos siglos de novelas empáticas. Hoy, reconocemos agresiones incluso allí donde los contemporáneos de siglos anteriores no las reconocían o estaban dispuestos a ignorarlas".
Para Breithaupt, esto se debe a que las víctimas nos parecen atractivas, las colocamos como seres moralmente superiores dentro de nuestras narraciones y sentir empatía por ellos y recriminar al agresor nos convierte en mejores personas. "Nuestra empatía expresa una actitud correcta. Sin embargo, puede demostrarse que a menudo no empatizamos en absoluto con las víctimas, sino que nos identificamos secretamente con los auxiliadores, reales o imaginarios, porque en ese papel podemos alabarnos a nosotros mismos", alega.
Pero, ¿por qué nos gusta tanto contar y que nos cuenten sobre los demás? ¿Por qué generamos, sabiendo que sólo asumimos una parte imparcial de la historia, narraciones sobre nosotros y los que nos rodean? "Nos entregamos al pensamiento narrativo porque nos recompensa con la experiencia de ciertas emociones. La emoción en sí misma es ya algo que valoramos positivamente. Y en la mayoría de las emociones hay también funciones de parada que nos permiten salir de la narración. Las emociones narrativas que sentimos determinan cómo vivimos y también cómo vivimos bien", sentencia el autor.
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