Puso a su padre a buscar una casa que estuviera a la altura. Quería algo cerca de Notre Dame, en el barrio de Saint-Germain-des-Près, con buena pinta, donde poder crear su propio "palacio". La idea no era del todo suya, sino de Brigitte Bardot, que le dijo que quería "un lugar de Las mil y una noches" donde vivir su amor. Cuando encontró el edificio de dos plantas en el número 5 de la rue de Verneuil, la secretaria de la francesa ya le había llamado para decirle que no volviese a ponerse en contacto con ella.
Aquel abandono le costó a Serge Gainsbourg una depresión fortísima. Pero pronto apareció en escena la británica Jane Birkin, enloqueciendo otra vez al francés, que era de ciclos cortos. Ella será su compañía durante el final de las obras de lo que hoy conocemos como Maison Gainsbourg. La misma que lleva 30 años cerrada con la llave en las manos de su hija Charlotte y que hoy, 20 de septiembre, abre sus puertas. Se permitirá entrar de seis en seis y en periodos de 10 minutos a los afortunados que el pasado mes de abril se hicieron con una de las 15.000 entradas que se pusieron a la venta.
La casa lleva siendo un lugar de peregrinación desde antes de la muerte de Gainsbourg. El cantante y actor francés tuvo que poner rejas en las ventanas e incluso irse alguna noche a un hotel para evitar a los fans y a todos aquellos que llamaban al timbre sabiendo quién estaba dentro. Pero todo estalló tras encontrarlo sin vida el 2 de marzo de 1991: desde entonces pintaron sus paredes con grafitis, pusieron flores, e incluso cuando el pasado mes de julio murió Jane Birkin fue donde se apoyaron los ramos y se cantaron sus canciones.
La presión de convertir este lugar en algo más que en una pared llena de dibujos y una puerta cerrada cayó sobre Charlotte, que había comprado su parte al resto de sus hermanos y que había tomado la decisión de no tocar absolutamente nada de esa casa en la que pasó buena parte de su infancia. Y eso que de pequeña a ella y a su hermana Kate les daba tanto miedo cruzarla para ir al baño que preferían usar el jardín.
Con todas las paredes pintadas de negro, el techo oscuro, los muebles antiguos, los cuadros, el piano Steinway, el órgano Lowrey, decenas de insignias policiales, unas esposas, las revistas, las fotos, el suelo en damero... Aquel hogar supuso durante su infancia el temor a tocar o romper algo y el pavor durante las últimas tres décadas a alterar el alma de su padre.
Como cuenta Felipe Cabrerizo, biógrafo de Birkin, en un artículo publicado en El País, su obsesión provocó un quiebro familiar. Todo se complicó cuando hubo que convivir primero con Kate, la hija de Jane con John Barry, y luego con Charlotte. "No por la evidente falta de espacio, sino porque Gainsbourg no encontraba solución estética al reto de introducir una cuna en su santuario. Terminaría localizando una del siglo XIX que consideraba a la altura, pero prefirió ocultarla tras una habitación portátil que encontró en un anticuario. Cuando Kate creció y los pies se escapaban entre sus barrotes, Jane, harta de verla eternamente resfriada, exigió una cama. Ni pensarlo. Su contrapropuesta: hacerla dormir con calcetines", asegura.
Algo que Jane Birkin también comentó. En vez de un salón acogedor, como había en el resto de casas, ellos tenían un museo. "Encaramada a una silla, aterrorizada ante la idea de romper algo, me quedaba en la cocina o en mi habitación", recordó. Él se empeñó en poner una lámpara de araña gigante en el baño y ante la imposibilidad de poder entrar tuvo que comprar una algo más pequeña y la colocó encima de la bañera. Cuando le avisaron del peligro de una posible electrocución –él solía bañarse con una sábana de seda entre su cuerpo y la cerámica–, no se planteó cambiarla y optó por comprar una cubierta de cristal.
Birkin solo le pidió una cosa: quitar las fotos a tamaño real de Bardot que decoraban la escalera. Él decidió cambiarlas pero no por unas de la británica sino de Marilyn, quizás porque le recordaban más a ella. Allí había de todo, una escultura con una col en la cabeza, dos marionetas con la figura de Gainsbourg que descansaban, y descansan, sobre un sillón, sus discos de oro, portadas de revistas, fotos de Jane y las niñas... Charlotte incluso decidió mantener la comida y el tabaco que aún le quedaban la noche que murió.
"Cuando falleció mi padre tuve una especie de rechazo al luto", explicaba hace unos días a la revista Vanity Fair. Confesaba que lo único que ha hecho ha sido quitar el moho de la cocina pero que ha mantenido latas, sus bollos de chocolate y hasta las colillas en los ceniceros. "Esta es mi casa. No sé lo que es: ¿un salón, una sala de música, un burdel, un museo?", dijo Serge Gainsbourg en una entrevista en 1979. Y quizás lo era todo.
Distintas fotografías del museo dedicado a Serge Gainsbourg y del bar que han abierto con su nombre. MAISON GAINSBOURG
Por eso le ha costado tanto a su hija decidir qué hacer con ella. Llegó incluso a plantearse venderla, a pensar en un hotel, hasta en un restaurante. "Todo el mundo hizo suyo a mi padre: aquí estaba esta puerta que se podía cerrar, donde podía presentar mis respetos, y enseguida pensé en convertir la casa en museo. Acudí a los ministerios y al ayuntamiento, pero no tenía un proyecto muy viable", aseguró.
Incluso contó que hace no muchos años el arquitecto Jean Nouvel le propuso una solución, ya que ella estaba agobiada pensando en todos los que entrarían en casa de su padre, en cómo podrían estropear sus objetos. Se trataba de convertirla en una especie de obra de arte recubierta por una vitrina, así se podría ver desde fuera sin miedo a las manos ajenas. Pero al final Charlotte no acabó de verlo y volvió al bucle. "Le dije a mi marido que nos mudásemos allí a vivir, él me contestó que estaba de broma", aseguró.
Hasta que consiguió encauzarlo y comprar los números 16 y 14 de la misma calle, que se sitúan enfrente de la casa y que ha transformado en una galería-museo y en un bar llamado Gainsbarre. "Todo se conservó gracias a que nadie entraba y a que no había mucha luz, y para mí era muy importante conservar el olor: el perfume Van Cleef, el olor de los gitanes, de alcohol…", ha asegurado a los medios durante la rueda de prensa de Masion Gainsbourg.
Aunque también ha querido escribir una carta para explicar el porqué, el cómo y el cuándo de esta casa donde ella pasó gran parte de su infancia y en la que los recuerdos le llegan por fogonazos. "El salón era sólo una habitación por la que pasamos Kate y yo. Los sonidos del piano eran lejanos pero después de la separación de mis padres tengo una segunda vida allí, de fines de semana con mi padre y hábitos de niña mimada. Veíamos películas una y otra vez en su gran televisión a los pies de la cama. Cine americano, títulos extranjeros sin subtítulos que estaba orgulloso de comprar en los Campos Elíseos, películas de terror, Disney, comedias italianas", escribe sobre aquellos finales de los 70 y principios de los 80 en los que el cantante francés jamás dejó de llorar a Birkin.
Incluso cuando llegó Bambou, "y empezamos a dormir los tres en su cama, ella en el medio", él siguió conservando aquel museo de fotos de la británica, componiendo para ella. Y luego su muerte, en su cama de noche, y Charlotte recuerda como ella se tumbó a su lado. Toda una vida en aquellos 100 metros de casa.
"Estas paredes han vivido mucho. Sus costumbres, su gusto por el detalle, era muy estético, maníaco. También su soledad. Incluso este es un lugar del que escapó alguna noche al hotel Raphaël para alejarse de los recuerdos", asegura. Y sentencia que ahora presenta a su padre, "a un personaje público en su ambiente, su atmósfera y su esencia. Espero ofrecer al público una experiencia a la altura de todo lo que nos dejó".
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