A Manuel Jabois (Sanxenxo, 1978) y Jacobo Bergareche (Londres, 1976) los han descrito como dos de los escritores más prometedores de nuestro país. Ahora, el próximo de octubre, ambos publican libro. Jabois vuelve con Mirafiori (Alfaguara) y Bergareche con Las despedidas (Libros del Asteroide), donde comparten el amor como alma de sus novelas y donde se alejan en la manera que cada cual tiene de acercarse al tema. Tan parecidos como distintos, son dos mentes convulsas con muchas ideas claras y alguna que otra duda.
Amigos recientes, hablan como si se conociesen desde el instituto. Los reunimos en casa del segundo -rodeados de dibujos, acuarelas, esculturas y fotografías de la artista Belén García-Mendoza-, donde sus comidas y sobremesas son ya famosas entre escritores y artistas, y donde hablan de amor, de muerte, de política, de sexo y generaciones y, sobre todo, de ellos.
Coinciden en una repetición electoral si les dan a elegir entre pactar con Bildu o con Vox, en que no podrían vivir sin escribir, en su adicción a Instagram o en una República sin tanto antimonárquico. Discrepan en los toros, en cuándo se conocieron y en el Real Madrid, aunque tampoco mucho.
Para que la conversación sea más de dos que de tres, usamos sus reflexiones en casi todas las preguntas. Les llevamos por los lugares que les son comunes y por los que más les distancian.
Pregunta.- "Los barbudos llevamos siglos comunicándonos entre nosotros con un lenguaje peculiar transmitido de generación en generación", escribió Jabois en una columna.
Manuel Jabois-. Nuestra relación de amigos, como todas las grandes relaciones de amistad, viene por un amigo común. Esas cosas son muy bonitas, cuando tejes amistades en torno a amigos íntimos. Nosotros nos conocemos por Juan Tallón, que me empieza a hablar de Jacobo. Al principio tengo una punzada de celos: "¿Este pavo quién es y por qué le gusta tanto a mi amigo?". Después nos conocimos aquí, en su casa durante una comida. Tenemos un punto de vista de la vida parecido, de vivirlo todo al máximo, vivirlo en profundidad.
Jacobo Bergareche.- Antes nos habíamos conocido estando con Boyero, la noche que le dieron a Antonio Lucas el premio del Café Valera y acabamos en el Café Berlín. Fueron circunstancias peligrosísimas e inconfesables. A mí siempre me pasaba que me decían que me parecía a Jabois. Es jodido porque esto es como lo que pasa con el pollo y el cocodrilo. La gente que come cocodrilo dice: "El cocodrilo sabe a pollo y está muy rico". Pero nadie dice que el pollo sabe a cocodrilo. Él es el pollo y yo soy el cocodrilo.
P.- A Bergareche su abuelo, al saber que iba a dedicarse a escribir, le dijo: "No he conocido a nadie con una capacidad para lo inútil como la tuya".
JB.- Mi gran aspiración es contar historias y que me las cuenten. El espacio de la sobremesa me encanta, cocino para que luego la gente se quede y empiece a contar. El otro día leí un cuento de una china en el New York Times que decía que hay dos tipos de personas en la mesa, los que tienen opiniones y los que cuentan historias. Me encantó. Cuando alguien llega a la mesa y sabe contar una historia, la gente se queda escuchando y rompe esa regla de que a nadie se le da la palabra más de 30 segundos... Eso me fascinaba. El tiempo, que es una cosa que nadie te puede devolver, el bien pasado, con amigos, es escribiendo, pensando lo que te ha ocurrido y eso es lo que mi abuelo pensaba que era inútil. Yo estudiaba Bellas Artes y mis padres me dijeron que tenía que ser el mejor; después de tres años no fui el mejor y me cambié a Literatura comparada. Fue cuando me dijo eso.
MJ.- Una de las cosas de las que más orgulloso estoy es de vivir de lo que me gusta y mi trabajo funciona no sólo como algo alimenticio, que lo es indudablemente, sino como una pasión de vida. No tengo grandes curiosidades ni grandes pasiones, todo está centrado en escribir, es decir, en contar. Ahora me das lo que sea y me dices "Dos años sin escribir", y no lo cojo. Hay mucho de vanidad, ¿eh? Hay un rollo de que quiero que me lean, quiero que la gente me lea, y no quiero tener un yate pero sí que me dé para vivir. Escribo para que me lea cada vez más gente. Es una forma de expresarme, de comunicarme. Hay muchísimas cosas que no les digo a mis amigos y lo hago a través de un libro o de un artículo que leen miles de personas, y lo que quiero es que lo lea esa persona. Dirigiéndome a mucha más gente encuentro mi yo más íntimo y tengo conversaciones que no tengo de forma natural. El dinero... Claro que me gusta ganar dinero, pero de forma honesta.
JB.- ¿Escribir es ganar dinero de forma honesta?
MJ.- Depende de lo que escribas y bajo qué órdenes estés escribiendo. Pero si me quitas la escritura, sacando a mi hijo y cuatro cosas más... Son las razones que tengo para vivir.
P.- Escribís mucho sobre el amor. Para Bergareche el único que no se gasta es el que se siente por los hijos; y Jabois asegura que nunca ha tenido "estabilidad sentimental".
JB.- El amor nos da poderes. Como dice Salinas, cambias de voz. Es una fuerza creativa: escribes poemas, pintas un dibujo, tocas la guitarra o haces la voltereta hacia atrás. En el amor cortés tenías que ir a matar un dragón. Es una poción mágica que te hace hacer cosas que en un estado de meseta emocional no eres capaz de hacer. En cierto modo tú también te enamoras de ti mismo enamorado, te enamoras de ese poder que te da el amor para hacer un montón de cosas, donde te sientes alguien. Es un estado de aprendizaje, de un amor que se divide en peldaños y que empieza siendo físico y a medida que vas subiendo va más allá de eso. El amor de los hijos no tiene nada que ver. Son las únicas personas a las que deseas que todo les vaya mejor que a ti, a las que siempre vas a querer y siempre te vas a alegrar como un perro de que vuelvan a casa. O por lo menos a mí todavía me pasa.
MJ.- Yo ahora estoy pasando unos días de zozobra, una etapa rara, estoy soltero, y es raro encontrarme así. Vivo mejor enamorado, me gusta más estar enamorado. Para mí el amor es levantarte de la mesa y tirarle una silla a quien esté hablando mal de la persona que quieres. Siempre que me preguntan por el amor recurro a Míchel, el ex futbolista del Madrid, que dice: "Nuestra gran virtud es que en la raíz somos idénticos, pero en el tallo y en las hojas hemos cambiado. Y eso nos ha hecho valorar muchas más cosas del otro". Me fascina esta definición.
P.- He leído esta frase en una columna de Jabois: "De niño me confesaba al cura por cosas felices, como masturbarme".
MJ.- He tenido una relación muy complicada con Dios y me ha condicionado mucho la vida. A toda nuestra generación, que es probablemente la última tan condicionada por la religión, principalmente en el sexo. Pensaba que masturbarme era pecado y me lo creía de verdad. Una de esas brechas de las que yo hablo respecto a generaciones posteriores es que alucino con lo que cuentan. Los hijos e hijas de mis amigos hablan con muchísima naturalidad de sexo... El sexo es amor, no es violencia, no estás castigando a nadie, son dos personas que quieren hacerlo y ya está. Nos ha costado entenderlo.
JB.- Sin embargo se folla menos. Es verdad que hay una desconexión generacional porque para nosotros el sexo era un misterio y para la gente de ahora es como el horizonte porque lo están viendo ya en el móvil. Pero, en realidad y después de un muestreo de miles de personas, se ha visto que la edad de iniciación a las drogas, al alcohol y al sexo va subiendo porque ya no es un rito de paso. La gente ya no se quiere hacer mayor, nosotros sí queríamos y para ser mayores había que follar, drogarse y beber. Ahora los chicos no quieren lo mismo.
P.- Los dos decís que miráis mucho a las generaciones que vienen más que a la de vuestros padres o abuelos.
MJ.- Obviamente cuando era niño y adolescente crecí mirando a la generación de mis padres porque no podía mirar hacia abajo, y ahora tengo mucha curiosidad por las generaciones que vienen. Intento aprender, pero es cierto que la brecha es brutal, la de no haber nacido con Internet y conocerlo con 18 o 20 años; a nacer con Internet, a que los bebés abran los dedos para intentar hacerte zoom a la cara sin una pantalla... Tengo un hijo de 11 años y son mundos distintos. Probablemente somos los conejillos de indias de Internet, nuestros hijos no van a cometer los mismos errores que estamos cometiendo nosotros. Desde las redes sociales y las tonterías que escribimos.
"Los 90 son la época de mayor libertad: las drogas sentaban bien, volvió el rock & roll, podías aparcar encima de un árbol y nada cerraba"
JACOBO BERGARECHE
JB.- Somos la generación de la heroína de Internet. Estamos enganchados, mis hijas me dicen: "Yo tengo autocontrol, si quieres te enseño mi consumo diario". Creo que también hay otra cosa de los noventa, que Jabois y yo fuimos jóvenes en los 90, que es que ha sido la época de mayor libertad. No sé si es una mirada nostálgica, pero ya habían pasado los 80, sabíamos que la heroína era mala, las drogas que se tomaban sentaban bien y volvió el rock & roll con el grunge. Se podía aparcar encima de un árbol, nada cerraba. Había mucha libertad en los 90.
P.- ¿Te das cuenta de que has sido feliz mirando por el retrovisor?
MJ.- Te das cuenta de que eres feliz cuando dejas de serlo, cuando lo echas de menos. ¿Significa que no has valorado la felicidad? No, pero estabas demasiado ocupado en ser feliz como para teorizar. Hombre, siempre hay momentos, por ejemplo en una gran sobremesa, en la que dices: "Joder, qué momento, estamos sembrados. Qué maravilla, qué bien estoy". Pero no estás diciendo toda la tarde: "¡Qué felicidad! ¡Qué felicidad!". Yo he comprendido mucho mejor el amor después de la relación que he tenido; dentro de la relación estaba en pleno concierto de rock y cuando acabas piensas en qué pasó, qué ha pasado y sientes pena o alegría o lo que sea.
JB.- Pessoa tiene un pequeño cuarteto que me encanta que dice: : "Casi anónima sonríes/ y el sol dora tus cabellos./ ¿Por qué para ser feliz/ es preciso no saberlo?". La felicidad siempre surge como el relato con el que interpretas tu pasado. La felicidad alcanzada suele ocurrir cuando estás pensando en lo que has vivido, viene a posteriori, construyes ese relato. Hay un momento muy inconsciente en la felicidad presente. Un amigo de mi padre siempre que se sienta en una sobremesa dice esto: "Qué bien tienen que estar los que estén mejor que nosotros".
P.- Escribe Jabois que "de niños distinguimos mejor lo que nos gusta y de mayores lo que no nos gusta". ¿Qué no os gusta?
JB.- Aristóteles dice que a partir de los treinta años uno tiene que saber lo que le sienta mal.
MJ.- A mí me sienta mal encerrarme en mí mismo. Lo digo porque he estado ahora en una etapa de mi vida bastante cerrada, no tanto físicamente, que también he estado semanas encerrado, si no enjaulado mentalmente. Eso me sienta mal porque me sientan mal las obsesiones. Lo que me destroza es la obsesión y cuando eso ocurre me tiro 24 horas dándole vueltas. No soy de esos que llega a la cama y se olvida. Tengo problemas de concentración serios. Es verdad que en terapia llegué a la conclusión de que es el precio a pagar por vivir en profundidad. Hay medicamentos que te ayudan a que la bajada después de un subidón no sea tan gorda pero no los quiero. Procuro vivir todo al máximo y eso significa que las grandes alegrías pueden convertirse en grandes penas. Pero me compensa vivir así.
JB.- Antón Gómez Escolar, que es un experto en drogas psicodélicas y un chaval joven, decía que nuestros pensamientos con la edad empiezan a hacerse más circulares, como si nuestro cerebro fuese un terreno y ellos van horadando un camino. Es como cuando vas a esquiar y en una ladera recién nevada bajas por un sitio y luego todo el mundo sigue tu camino, va por el mismo lugar y, al final, tu pensamiento ya no puede ir por otro camino sino por el camino que ya ha sido horadado. Hasta que ocurre algo que provoca que vuelva a nevar sobre tu cabeza. Quedarse atrapado en un pensamiento te sienta mal porque eso genera resentimiento, amargura, el no poder liberarte de ti mismo. También me aterra.
P. El abuelo de Jabois tenía un bar y su madre es auxiliar de laboratorio. Los tuyos, Jacobo, no dejaron nada por hacer. ¿Cómo condiciona la familia?
JB.- Cómo puedes conseguir no estar influido por tu familia. La familia te devora, es el texto y lo que haces el resto de tu vida es el comentario. Es muy difícil extraerse, es la gente que estás obligada a querer y a estar con ellos. Te afectan profundamente porque uno tiene que inventarse todo el rato la manera de poder seguir queriendo a toda esa gente que le han puesto alrededor y con la que estás en deuda permanente.
MJ.- Es determinante, sobre todo por las oportunidades que te pueden dar. Por ejemplo, mis padres hicieron muchísimo esfuerzo por tener libros en casa. No son especialmente lectores, mi madre más. Pero mis padres de repente compraron a todos los rusos del Círculo de Lectores. Leí mucho gracias a ellos.
Mi madre iba a ser la primera de la familia en tener una carrera. Me tuvo con 18 años y se le acabó la fiesta"
MANUEL JABOIS
Luego hay una cosa muy bonita, que tiene que ver con mi madre, con mi carrera y con mi vida. Esta mujer me tuvo súper temprano, con 18 años, y dejó de estudiar. Pienso que se iba a convertir en la primera de la familia en tener una carrera. Me tuvo y se acabó la fiesta. Por eso a veces cuando estoy por el desfiladero pienso en ella y que ha sacrificado su vida por mí. Cualquier cosa buena que me pasa me gusta mucho por ella.
JB.- ¿Lo pasas mal cuando tu madre lee tus libros?
MJ.- No. Mi madre sabe cómo escribo y sabe que en las columnas exagero pero que se trata de reírme de mí. Sabe también que con los libros es distinto, que las emociones son de verdad pero con historias distorsionadas. Mis padres saben que cojo mi vida y la retuerzo, pero cuando hablo de emociones supongo que sí que saben que son mías. Mis alegrías merecen la pena por ellos; cuando alguien los para por la calle y me lo cuentan, para mí es lo más maravilloso. Lo malo no se cuenta.
P.- A ti, Bergareche, se te murió tu hermano y a Jabois su mejor amigo. Dices que no hemos aprendido a reírnos de la peor broma de Dios.
JB.- He vivido el asesinato de mi hermano [el hermano pequeño de Bergareche, Roque, murió asesinado en Angola] que es una muerte que te hace muchas preguntas porque es una muerte a la que hay que sobrevivir. Hay muertes a las que no tienes que sobrevivir, como la de tu abuelo o la de tus padres, es más el orden natural de las cosas. Pero las muertes que provocan que tengas que volver a encontrarle sentido a la existencia, que te hacen preguntarte qué haces aquí, cómo vas a seguir... La muerte es una cosa absolutamente inexplicable y el duelo es un viaje larguísimo y uno tiene que aprender a encajarlo y a vivir con eso. Sobre todo a aprender a despedirse, que es lo único a lo que uno puede aspirar. Después de diez años de la muerte de mi hermano he aprendido a despedirme. La única manera de sobrevivir es aprender a despedirse.
MJ.- He tenido mucha suerte, he perdido a un gran amigo (David Gistau) pero esa ha sido la muerte más cercana y más inesperada que he tenido en 45 años. No he tenido una desgracia semejante a la de Jacobo. Dicho esto, me impacta muchísimo, no tengo ningún miedo a la muerte, tengo miedo al sufrimiento de la muerte de otros. Pero sí que alucino con lo que pasa después de la muerte, cuando el mundo sigue funcionando después de esa persona que tú tanto querías. Y pasan los años e incluso tú estás funcionando exactamente igual. Todo sigue, cada uno con su pena, pero todo sigue.
Cuando tienes hijos ya empezamos a hablar de otra cosa, ya sí te da miedo tu muerte. Pienso en él y es que quiero verlo crecer, con 16, con 20, hasta donde pueda, por lo menos hasta que termine de crecer. Y me quiere mucho, le jodo la vida. Es el principal gran argumento que yo tengo para vivir, estar cerca de él. Esa paz que tenías y esa dejadez se convierte en preocupación.
JB.- Siempre piensas que cuando te pones en riesgo les estás hurtando la posibilidad de un padre a tus hijos. Pero, mira, cuando tuve miedo de verdad fue cuando mi hija mayor nació con una malformación del cráneo. Tenía 29 años y tenían que abrirle la cabeza, sacarle los huesos y volvérselos a poner. Pasa en uno de cada 100.000 nacimientos, nacen soldados los huesos y no permiten que se desarrolle el cerebro. Y, claro, te lo cuentan y piensas que has perdido el control. Porque como adolescente, y con 29 años seguía siendo adolescente y seguramente lo siga siendo ahora, tienes una falsa sensación de control sobre todas las cosas que haces, pero cuando de repente ves que le pasa a tu hija... Te enfrentas a la fragilidad de la vida que uno no siente en uno mismo.
P.- Jabois, tú has escrito el himno del Real Madrid y tu abuelo, Bergareche, fue presidente del club [Ramón Mendoza]. ¿Qué significa el fútbol para vosotros?
JB.- Tengo una relación jodida con el fútbol, complicada. Vengo de una familia muy de fútbol, de un abuelo que metió el gol número uno del Athletic de Bilbao y otro que fue presidente del Real Madrid.
MJ.- ¿De qué equipo eres?
JB.- Del Athletic de Bilbao. Cuando mi abuelo Mendoza se convirtió en presidente del Real Madrid, iba al cole y el profe de Religión me daba un papelito con la alineación del Madrid para el fin de semana. Me decía: "Dale esto a tu abuelo". El fichaje de Prosinecki casi me cuesta la vida en el cole, las ligas que perdió el Madrid fueron durísimas, no quería ir a clase. Era agresión desplazada: no le puedo pegar a Mendoza así que le voy a dar una hostia a su nieto. El canto que más me jodía era uno que me cantaban en la ruta del colegio: "¡Mendoza, contigo la mujer no goza!". Me acuerdo escondido en una esquina de la ruta. Me desconecté de todo ese tipo de deportes, no quería saber nada y estaba en el recreo dibujando, leyendo y hablando con las chicas.
MJ.- Para mí el fútbol es lo que me queda de la infancia. Muertos mis abuelos y mis padres convertidos en otras personas –no tienen ya 25 años–, lo que me queda es el fútbol. Durante 90 minutos consigue que vuelva a tener 11 años, que vuelva a estar en la cama de mi abuelo, consigue que vuelva a tener un balón. En ese tiempo soy un puto niño con todo lo bueno y lo malo. La pasión, la euforia, el enfado, la rabieta. No es poco. Es verdad que está íntimamente vinculado al Real Madrid, no al fútbol. Mi abuelo era del Madrid, mi padre es madridista y yo desde los 4 años soy del Madrid. Así de sencillo.
JB.- Me gusta lo de "ser del Madrid".
MJ.- No estoy siendo moreno, soy hombre y soy del Madrid.
P.- Habéis sido muy críticos con lo que llamáis "el puritanismo tuitero".
MJ-. Es cierto que en algunos momentos parece que uno de los únicos motivos por los que sales de casa es para poder ofenderte a gusto. Estoy fascinado con el nivel de purismo que existe en muchas redes sociales, la necesidad de alcanzar el bien más absoluto y señalar a otros. Estar pendientes de vigilar la moral. Y cuando hablo de esto, no hablo de delitos. Es muy llamativo porque imagínate que yo empiezo a hacer una campaña en contra del alcohol, digo que esto es un desmadre, que cierren los bares, que nos vamos a la mierda. Imagínate los que me conozcan... Pues esto es lo que ha pasado en algunos casos.
"¿Dónde está el límite? ¿En dos copas y un puro? La abstinencia es un criterio cerrado, es un no a nada"
JACOBO BERGARECHE
JB.- Hay un narcisismo de los valores con los que tú te reconoces y te dan un sentido de tu propio lugar en el mundo. Quieres que sean los buenos pero solo te hacen reaccionar en los momentos donde tus valores parecen que están puestos a prueba. Pongo siempre el ejemplo de los tutsis y los hutus, pues es que no sabemos ni quién mató a quién. Si nos apostásemos cien euros, nadie se la jugaba. Y se trata de un millón de muertes, el mayor genocidio de la Historia, y te das cuenta de que el dolor humano y la injusticia solamente te interesan en la medida que reflejan tus valores.
MJ.- Hay mucho teatro. Muchos han visto las redes sociales como un plató de televisión y han adoptado un personaje.
JB.- En realidad solo puedes juzgar a la gente cuando analizas cómo ha querido a la gente que le tocaba querer. Todo lo demás... Nadie te pone en una situación donde tus valores vayan a estar a prueba. Nadie va a estar en un avión con un solo paracaídas y teniendo que elegir entre tú y el otro y aun así os tiráis juntos, ¿no? Tus valores nunca te ponen a prueba, solo ocurre en Twitter.
P.- ¿Es mucho más fácil la abstinencia que la moderación, como escribió Bergareche?
JB-. La moderación es jodida. Es un esfuerzo constante donde uno tiene que juzgar dónde está el límite y poner un límite todo el rato. ¿Dónde está el límite? ¿En dos copas y un puro? La abstinencia es un criterio cerrado, es un no a nada. Esta frase de Belmonte me encanta: "Parar, templar y mandar". Y hay momentos de la vida donde se te escapa todo de las manos y tienes que volver a la frase del torero. Yo tengo meses de mi vida que digo: "Un mes sin beber y sin redes sociales", y ese es el momento de parar. La moderación es una negociación constante y complicadísima contigo mismo.
MJ-. Escuché una reflexión parecida de Martín Caparrós que decía: "La moderación implica haber conocido el placer y ponerle freno". Hay que tener una fuerza de la hostia para tener una caja de bombones y sólo comerte uno. Yo por ejemplo estoy intentando adelgazar todo el rato.
JB.- Yo también...
MJ.- Y no ceno y la gente me dice: "Pero, hombre, que hay que cenar". Y a veces he hecho la prueba y he cogido unas lonchitas de jamón york y me he tomado tres. Y bueno, no pasa nada. Pero de repente digo: "Venga, mañana empiezo que hoy la he cagado". Funciono así. Me riñen constantemente colegas porque no puedo salir a tomar tres cañas. Y no, porque si me voy a casa con tres cañas es porque me lo estoy pasando mal, pero si me tomo tres cañas y me lo estoy pasando bien, ¿por qué cojones voy a parar?
JB.- La moderación hay que tomársela con moderación.
P.- En palabras de Jabois, España tiene un problema inaplazable con la tradición.
MJ.- Creo que la defensa de esas tradiciones muchas veces roza el hooliganismo, la intolerancia. Tú no quieres acabar con nada, pero puedes expresar tu opinión sobre ciertas tradiciones. Nunca he firmado por la abolición de nada, por la prohibición de nada, si las cosas tienen que morir pues que se mueran de forma natural. Una lengua o una forma de vivir no se matan desde el Congreso. Por ejemplo, los toros se están muriendo, despacio, pero se mueren.
JB.- Los toros están volviendo. Ahora está subiendo el público, estaba cayendo, sí, pero ha habido un auge de gente joven. Mis hijas van a los toros.
MJ.- ¿Directamente proporcional al auge de Vox en el Congreso?
JB.- Absolutamente proporcional. De hecho tú vas a los toros ahora y ves: "Patrocinado por OkDiario, La Razón...". A mí me aterroriza. Pero los toros pertenecen a la brutalidad del pueblo. En mi cartera tengo en un lado el carnet de familia numerosa y en el otro la licencia de armas. El otro día pensé: "Joder, si me la encuentro por la calle pienso que he recogido la cartera de un facha". Si me dicen que cuando era estudiante de Bellas Artes iba a tener esa cartera... No sabría quién soy. Una amiga me decía que ella siempre pensó que cuando se muriese Franco había tres cosas que se iban a acabar en España: los toros, el flamenco y las procesiones. Y, vamos, todo lo contrario.
Cuando tú vas a Bratislava, o a Nueva York, o adonde sea, y vas por una calle y lo siguiente que ves es un Starbucks, un Burger King o un Zara. Todo es lo mismo. Y en cierta manera los toros y el flamenco te dan la sensación, aunque sea falsa porque no pertenecen mucho a tu tradición familiar, de que ofrecen un relato diferente. Hacen que la calle no sea la avenida de cualquier sitio, que haya otras cosas, con otro sabor, que te hacen reaccionar diferente y te permiten ser otra cosa y no estar dentro de la uniformidad con la que se apisona el mundo entero.
P.- ¿Sois monárquicos?
MJ.- Me cayeron muy bien los reyes. Ella es muy divertida.
JB.- Yo estudié Bellas Artes con su hermana Erika.
MJ.- Dicho lo cual, estoy a favor de su abolición pero no sé si estamos preparados para la república después de tantos años de monarquía. Soy republicano, ¿eh?
JB.- Filosóficamente yo también, es decir, me parece que todos los hombres han de ser iguales, no puede haber un privilegio de cuna. Sin embargo, los enemigos de la monarquía me caen tan mal... Creo que los que la quieren abolir lo hacen desde un resentimiento y desde un odio muy amargo. No hacia la monarquía como idea, sino hacia los Borbones en concreto. Me dan más miedo los enemigos de la monarquía que la monarquía en sí.
"Una lengua o una forma de vivir no se matan desde el Congreso. Por ejemplo, los toros se están muriendo, despacio, pero se mueren"
MANUEL JABOIS
MJ.- Hay verdaderos memos entre los que quieren abolir la Monarquía. Siempre se apropian de una cosa cuando son minoría. En lo peor del procés España era representada en Cataluña, las voces autorizadas del español allí, a través del exabrupto. Al final pensaban que lo que ellos decían era lo que pensaba el resto de España de los catalanes. Con esto pasa igual, hay un republicanismo cívico, tranquilo, que está esperando su oportunidad y no está haciendo daño a nadie, que no sale tanto en los medios como el que está insultando y quemando fotos.
P.- ¿Gobernaríais antes con el apoyo de Vox o con el de Bildu?
JB.- Repito elecciones.
MJ.- Yo también. Hasta que no pida perdón Bildu, hasta que no esclarezcan los crímenes y sigan hablando de presos políticos no quiero saber nada de ellos.
JB.- Vox y Bildu son la misma cosa. Yo la nación ya la tengo muy superada. Me siento muy identificado con los sitios de donde soy. Por ejemplo, Lekeitio, no el País Vasco, porque Amurrio o Amorebieta me dan igual, me importa donde tengo vivencias, conozco a gente, el nombre del árbol, la calle. Me interesa donde tengo una reacción física y real con las cosas y lo otro te impone una relación con ideas, con la idea de rebaño. Mi idea de pertenencia es muy física.
P.- Escribe Bergareche que "el escritor hombre también ha muerto. Sigue vendiendo más, pero ha muerto".
JB.- Esa frase la puse en un artículo pero es de Bárbara Arena, que es el azote de los hombres. Me niego a aceptar mi propia muerte. Creo que cuando uno es escritor no eres ni hombre ni mujer ni negro ni romano ni marciano, es una mente que se pone a escribir, es alguien que quiere calzarse otras vidas. No sabemos quién ha escrito la Biblia, ni el Lazarillo de Tormes. La aspiración es diferenciar al autor de la obra. Hoy en día existe una presión... La literatura era la aspiración de que tú podías vivir todas las vidas y yo puedo vivirlas siempre que sea un escritor honesto.
MJ.- No ha muerto, me parece tan vivo como siempre. Estamos vivos y no ha muerto esa literatura. Tiene que estar presente todo. Me he educado leyendo hombres, pero ahora leo muchas mujeres.
JB.- Yo leo bastantes. Las últimas Sara Torres, Silvia Hidalgo, la de Yo, mentira que es buenísimo, o Laura Ferrero. Es verdad que nos han abierto los ojos, hay una llamada de atención para escuchar lo que te están contando las mujeres de nuestra generación.
P.- De vuestras nuevas novelas han dicho que Mirafiori, de Jabois, es "lo mejor de su autor" y de Las despedidas, de Bergareche, que está escrita por "uno de los escritores más prometedores del panorama literario español" .
MJ.- No sé si es un libro bueno o malo, pero sé que es lo mejor que he escrito. Sé que es lo más profundo y lo mejor que he hecho hasta ahora. Nunca había contado experiencias tan traumáticas como la de dejar de estar enamorado de una persona; y he dejado de estar enamorado de la mujer con la que tuve un hijo y con la que pensé que iba a estar toda la vida... Cuando te enamoras no concibes que haya vuelta, es como ir al espacio y que te digan que tienes que saltar. Hablo de ese viaje.
"Cuando te enamoras no concibes que haya vuelta, es como ir al espacio y que te digan que tienes que saltar"
MANUEL JABOIS
Después, siempre he querido escribir de fantasmas, de niño escuchaba muchas historias de la Santa Compaña, de los muertos... Tenía terrores nocturnos con eso, me miraba al espejo y me parecía ver detrás a la Santa Compaña. Y, esto es muy relevante y quiero contarlo, tengo una experiencia con una colega a la que conozco bastante y es muy inteligente, con una carrera brillante, y me dijo que veía fantasmas. Pensé que siempre sabes a quién contarle que tienes una amante, si robas algo, pero no sabes a quién contarle lo que no se puede contar. Si se lo cuento a mi madre me ingresa, si se lo cuento a un amigo se ríe de mí... ¿A quién le cuentas algo que tú estás convencido que ha pasado pero es imposible? Me encanta que el lector piense que puede ser verdad lo que hasta para mí como escritor puede ser verdad.
JB.- Mi libro responde al estado de fragilidad en el duelo y qué pasa cuando se muere alguien de una manera violenta o incomprensible, un suicidio... Tengo un amigo, Miguel Olivares, del que me hice amigo porque a mi hermano lo acababan de matar y el suyo se acababa de suicidar. Lo hizo una semana antes de que naciera su primera hija. A él, a Olivares, todo se le viene encima y entonces se va al Burning Man y ahí hay una especie de templo donde la gente deja talismanes, hace sus duelos. Es un festival que nace de un duelo. Es la celebración de quemar algo, de esa destrucción. El tío va para allá y de ahí saco el principio de mi historia.
Y cuando va al festival y está destrozado llorando solo, pasa un autobús forrado de terciopelo y de felpa y hay unos tíos de fiesta y le recogen y se siente querido, tiene una epifanía de que está todo bien, de que a veces pasa que la vida es una fiesta en la que no todo el mundo se divierte. Eso me gustó, ese estado de fragilidad, donde uno está esperando respuesta a las grandes preguntas de la vida, está abierto a que cualquiera le diga algo, a que le dispense respuestas para no hundirse en la miseria de ese duelo. Necesitas que alguien te diga cómo se sobrevive a lo vivido, y el libro parte de ese estado donde alguien tiene que sobreponerse a un suicidio y conoce a una mujer y con esa mujer se pasa seis días muy locos y no la vuelve a ver nunca más hasta que se la encuentra 17 años después.
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