Se llevó el vino a la tumba. Literalmente. La reina Meret-Neith, que vivió hace cinco milenios y que pudo ser la primera faraón mujer de la Historia, se enterró con cientos de tinajas de vino que han permanecido hasta ahora intactas, con restos de caldo en su interior. Un tesoro funerario que acaba de descubrir una misión germano-austriaca en los confines de Abydos, en la provincia sureña egipcia de Sohag, a unos 500 kilómetros de El Cairo.
Probablemente fue la mujer más poderosa de su época
Meret-Neith, perteneciente a la I Dinastía (alrededor del año 3000 a.C.), fue una mujer de peso aunque su relevancia precisa sigue suscitando enigmas entre los arqueólogos. Fue la única fémina que tuvo su propia tumba monumental en el primer cementerio real de Egipto, entre los pliegues áridos de Abydos. “Probablemente fue la mujer más poderosa de su época”, deslizan desde el proyecto de excavación de las universidades de Viena, Tecnológica de Viena y la sueca de Lund.
La reina pionera
“Se ha especulado con la posibilidad de que Meret-Neith fuera la primera mujer faraón del Antiguo Egipto, predecesora de la posterior reina Hatshepsut de la XVIII Dinastía, pero su verdadera identidad sigue siendo un misterio. Las nuevas excavaciones han permitido descubrir nueva y apasionante información sobre esta mujer única y su época”, reconoce a El Independiente Christiana Köhler, directora de la misión.
Las tinajas contenían restos raros y excepcionalmente bien conservados de vino de hace 5.000 años
Entre las pesquisas de su poderío que ha dejado al descubierto el inicio de las excavaciones, figura un gran número de ajuares funerarios, entre ellos cientos de grandes tinajas de vino. “Algunas están muy bien conservadas, con los tapones intactos”, precisa el equipo de arqueólogos. “Y lo que es más importante: las tinajas contenían restos raros y excepcionalmente bien conservados de vino de hace 5.000 años”, agrega.
Una bebida reservada a las clases más altas
En el antiguo Egipto el vino era una bebida reservada a las clases más altas. Un elemento ritual, las consideradas lágrimas de Horus [dios celeste, iniciador de la civilización egipcia y símbolo de la zona fértil del valle del Nilo] y usado, además, en el lavado de los cuerpos durante el proceso de momificación. A falta de un trago de vino, el resto de mortales debía conformarse con las virtudes de la cerveza.
“Los hábitos alimenticios daban una imagen muy clara de las diferencias sociales en la jerarquía egipcia. La dieta del estrato más pobre, el formado por los desafortunados campesinos, consistía en pan y cerveza y algunos platos sencillos de verduras que la tierra les entregaba generosamente”, explica Magda Mehdawy, una arqueóloga egipcia que durante años ha tratado de reconstruir uno de los aspectos más desconocidos y enigmáticos del Antiguo Egipto: su dieta y las recetas que una vez alimentaron el cuerpo de faraones y súbditos.
A diferencia de sus actuales moradores, los egipcios de hace milenios eran buenos bebedores. Los bolsillos más humildes optaban por tragos de espesa cerveza elaborada a partir de cebada, trigo o dátiles y agua y, tras su fermentación, guardada en cestos de palmera. Los de alta cuna podían gozar del placer del vino, preparado a base de uva, granada o higos. El caldo de uva, producto de un delicado proceso de cultivo y vendimia, se almacenaba en vasijas y era la bebida más popular en las ocasiones especiales y las festividades.
“Las inscripciones nos dan una idea de cómo eran los banquetes que se celebraban. La variedad de comida que se presentaba dependía mucho del estatus y la riqueza de la persona que los patrocinaba. Si era un tipo acaudalado, ordenaba matar un toro bien alimentado y la mesa estaría llena de ganso asado, barriles de cerveza y exquisito vino y cestas de fruta, diferentes tipos de pan y numerosos postres”, relata Magda. “La gente común, si tenía que hacer alguna celebración, optaba por sacrificar una pequeña oveja o ganso y la bebida se limitaba a la cerveza”.
Los de alta cuna podían gozar del placer del vino, preparado a base de uva, granada o higos
Las inscripciones localizadas en la tumba real también atestiguan que Meret-Neith estuvo a cargo de oficinas del gobierno central, como la tesorería, “lo que apoya la idea de su especial importancia histórica”, subrayan desde la misión.
De su relevancia histórica, aún bajo estudio, también levanta acta la magnitud de su complejo funerario en el desierto. Un recinto formado por su sepultura y la de 41 cortesanos y sirvientes y construido de ladrillos de barro sin cocer y madera. “Gracias al meticuloso método de excavación y a las diversas nuevas tecnologías arqueológicas empleadas, el equipo ha podido demostrar que las tumbas se construyeron en numerosas fases constructivas y a lo largo de un periodo de tiempo relativamente largo”, comenta. “Esta observación, junto con otras pruebas, cuestiona radicalmente la idea, tantas veces propuesta pero no demostrada, de sacrificios humanos rituales en la I Dinastía”, alega.
El cementerio de Abydos
Abydos y su extenso complejo guardan aún secretos bajo sus arenas. En 2014 una misión de arqueólogos de la universidad estadounidense de Pensilvania, que ha horadado este terruño durante tres décadas, halló la tumba y el esqueleto del faraón Senebkay, un rey desconocido hasta ahora que gobernó hace 3.700 años, durante el decrépito y agitado segundo periodo intermedio (1800 a. C. a 1550 a. C.). Un año antes habían localizado la tumba del también rey Sobekhotep, formada por un enorme sarcófago de cuarcita y más de 60 toneladas.
En 2016 emergieron un cementerio, un poblado y los restos de la vida diaria que hace 5.316 años transitó su callejero. En el entramado urbano, el equipo también rescató algunas piezas de la vida de sus moradores como chozas, vasijas de cerámica, piedras o herramientas de hierro que podrían pertenecer a los trabajadores a cargo de construir las tumbas reales. Su presencia demuestra la existencia de una ciudad habitada por los empleados.
Todos los gobernantes de la primera dinastía fueron enterrados en Abydos. En la dinastía II, sin embargo, el cementerio real se trasladó por algún tiempo a Saqqara, donde los monarcas eran enterrados en sofisticados laberintos subterráneos con gran cantidad de cámaras y corredores. Los últimos reyes de aquella dinastía se reconciliaron con Abydos y la eligieron para iniciar su vida de ultratumba.
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