El ser humano es un ser que baila. Baila para celebrar, pero también para protestar, lo hace para pertenecer al grupo y también para oponerse a él, como método de catarsis, placer y diversión, pero también como forma de expresión, rebelión y subversión. Cuando un cuerpo se mueve al son de la música, las palabras dejan de ser necesarias, pero el discurso permanece. Así es cómo se han construido todo tipo de sociedades, a través de un lenguaje colectivo imposible de conservar en los libros.

Este es el recorrido histórico que trata de seguir la exposición Madrid desde el baile en CentroCentro. Una muestra interactiva que va del vals al twerk y del chotis al techno. Una amalgama de vídeos, fotos, carteles, flyers y audios que recrean las distintas capas de esta particular forma de expresión comunal que va más allá de la fiesta.

Vecinos de Vallecas en un baile kermés 1970 - Constantino Martínez Souto

Lejos de quedarse en un mero escaparate folclórico, la exposición explora el carácter tradicional y subversivo que hay tras la necesidad de bailar. A partir de ahí podemos entrar en ese Madrid de fiestas populares, clandestinas y aristocráticas, donde el poder se reunía en grandes salones donde el protocolo marcaba el compás, mientras el pueblo hacía gala de ese carácter espontáneo y reivindicativo del baile como elemento de desafío frente al sistema.

El baile como laboratorio social

El creador y productor cultural, Massimiliano Casu, de origen italiano pero afincado en Madrid desde 2006, es quien ha comisariado esta exposición. Desde 2018 es director de Ciudad Bailar, un festival que investiga la relación entre baile y vida urbana en Madrid, indagando en este arte como espacio de producción cultural, discusión política y de construcción de las sociedades. La idea de esta exposición trata de desentrañar las conexiones entre la sociedad y el baile como laboratorios sociales que nos llevan al encuentro, a salir de casa, a relacionarnos e incluso a generar conflictos.

Fuegos artificiales en la fiestas de la urbanización de Huerta de la Salud 1979 - José Luis López

Cuenta Casu, en declaraciones para El Independiente, que esta exposición parte también de la experiencia de la pandemia, que llevó a mucha gente a considerar y repensar la relevancia que ciertos momentos de agrupación pueden tener en nuestra vida.

Elemento transformador y político

Como cualquier otra forma de expresión colectiva capaz de organizar comunidades, mantener tradiciones y romper estereotipos, el baile también tiene sus implicaciones políticas. Más allá de las protestas coreografiadas, como los bailes de la Marea Blanca en Madrid contra los recortes en sanidad, la propia iniciativa de reunirse en fiestas privadas puede ser un acto subversivo. Así se muestra en la exposición, por ejemplo, con un espacio dedicado a las fiestas del orgullo en los 90 organizadas por asociaciones como La Radical Gai o LSD, que tuvieron un papel fundamental en la reivindicación de la dimensión política del SIDA, a través de acciones de producción visual y performativa.

Fiesta de la Radical Gai - Andres Senra

"El baile es un elemento que permite transformar la realidad, es una herramienta adoptada por parte de colectivos de procedencias muy distintas a la hora de autodeterminarse o entrar en relación con lo que está fuera", explica Massimiliano Casu. "Puede ser igualmente un espacio de violencia, opresión y discriminación, también en las dictaduras se usa abundantemente como una especie de disciplina de los cuerpos", matiza el comisario.

Definirse a través de esta reuniones sirve tanto para la clase dirigente y sus bailes de salón, donde se favorecen las relaciones personales y las conspiraciones, y también opera en aquellos grupos más marginales para fortalecer la comunidad. "La práctica del baile nunca puede ser políticamente neutral, incluso cuando no se lanza una proclama política explícita", incide Casu.

La privatización del baile

La otra gran reflexión de esta muestra parte precisamente de esa condición clandestina del baile. Las implicaciones morales que nos llevan a verlo como algo prohibido y pecaminoso duran hasta la actualidad. De hecho, las denominadas fiestas ilegales se convirtieron en una de las mayores preocupaciones mediáticas durante la pandemia. La sociedad vivió las noticias de estas reuniones como un desafío inmoral y conspiratorio en contra del sistema. Sin embargo, para Massimiliano Casu esto es una constante en nuestras sociedades. "Si haces una búsqueda en Google de las últimas noticias usando como palabras clave 'fiesta' e 'ilegal', encontrarás un amplio patrimonio que se actualiza cada fin de semana".

Poster contra el baile agarrado - Fundación Joaquín Díaz

Por otro lado, está el hecho de que el espacio público es cada vez más hostil con las celebraciones espontáneas, relegando el baile a un ámbito privado que responde a las tendencias de consumo. "La capacidad de juntarse a bailar queda expulsada del espacio público y en los privados está sometida a las necesidades comerciales y de mercado. Lo que denuncian muchas comunidades de baile es que en la calle se les puede multar y que en los garitos hay que hacer caja y consumir alcohol, cosa que la mayoría critican".

Por eso, Madrid desde el baile propone utilizar la pista de baile que hay al final de la exposición como un espacio libre donde todo el que quiera pueda utilizarla, convirtiendo así el museo en un lugar de encuentro, celebración y reivindicación.