Alfonso Armada (Vigo, 1958) iba a ser filólogo, historiador, actor, luego periodista cultural y acabó en Sarajevo sin conocer apenas el conflicto y sin saber qué era el verdadero miedo. El gallego se convirtió en corresponsal de guerra en una de las mejores épocas del periodismo español. Cubrió el asedio, luego se fue a Ruanda, al Congo o a Sudán y acabó en Nueva York cuando el ataque terrorista a las Torres Gemelas hizo que el mundo se tambaleara.
Fiel a un concepto de la profesión que ahora ve vilipendiado, cree en el tiempo como herramienta fundamental para hacer un buen periodismo. También en que parte de la prensa actual se ha visto devorada por el ansia y la falta de verdad, por un modelo que cada vez acerca a menos lectores y a más curiosos y que invierte el dinero en lo que él llama infoespectáculo.
Hablamos con él del conflicto que hace casi dos semanas se desató en Oriente Próximo, de cómo el que ha cubierto alguno ve muertos cada noche, de la necesidad de estar para contar y de apostar por lo que realmente es importante aunque el lector se haya cansado de leer. De su etapa en El País, en el ABC y en esa jubilación en la que escribe libros, dirige un master de Periodismo Internacional en RTVE, continúa con su revista FronteraD y piensa en cambiar Madrid por algún punto costero entre Portugal y Cantabria.
Pregunta.- Dice que Occidente se está enterando bien de la Guerra de Ucrania gracias a una cobertura "exhaustiva y ecuánime". ¿Qué ocurre con Gaza e Israel? ¿Sabemos realmente lo que pasa?
Respuesta.- No. Es evidente que no. Sobre todo porque Israel no permite atravesar el muro. Es verdad que hay periodistas dentro de Gaza, algunos palestinos y otros occidentales, pero el resto no puede entrar, incluso los periodistas israelíes no son capaces de acceder y hace falta una mirada ajena.
Si no vas a los sitios la información que tienes está mediatizada, incluso a veces es difícil hacerte una visión completa cuando vas. Pero en el caso de Gaza, donde además hay tantos prejuicios... Mira lo que pasó el otro día con el bombazo al hospital, acababa de ocurrir y la gente ya estaba opinando a favor o en contra. Hay que tener un mínimo de respeto, hay que saber primero qué ha pasado y después opinar.
"Mira lo que pasó el otro día con el bombazo al hospital, acababa de ocurrir, no había certezas y la gente ya estaba opinando a favor o en contra"
ALFONSO ARMADA
Porque ahora, si al final se consigue saber qué pasó, ya habrán corrido tantos ríos de tinta y tanta sangre que dará igual la verdad. Es que también hay dudas sobre las cifras, nadie las ha verificado y todos las publican. Sé que es muy difícil, que Israel es un sitio muy complicado y Palestina también y que además ha pasado algo, porque conozco a muchos antiguos corresponsales en la zona, y es que todos los periodistas iban con el ánimo de ser lo más ecuánimes y lo más respetuosos con los hechos y al final es casi imposible mantenerse al margen porque el grado de sufrimiento y de enconamiento es tal que es muy complicado. Si el mundo está polarizado en el caso de Israel y Palestina muchísimo más.
P.- Siempre habla del tiempo como enemigo de la verdad.
R.- Esto es una parte de las perversiones de Internet que ha hecho que el flujo de la información sea instantáneo, que sea muy fácil difundir cualquier cosa sea verdad o mentira. Esa especie de pasión por ser el primero y de llegar el primero. Antes, cuando se hacía un periódico para el día siguiente, había un tiempo larguísimo para pensar, comprobar, reposar, editar... Y al final hacías una información o dos que estaban lo más cuidadas posibles. Buscabas la foto, el texto pasaba a corrección, lo veías con más ojos y hacías una historia. El periódico era el resumen de un día, igual que los telediarios y las radios.
Ahora, cuando hay enviados especiales, exigen conexiones casi cada hora. ¿Y qué puedes hacer? No puedes buscar información. Esta especie de premura hace que la verdad dé igual. Publicas cosas y pasan unos minutos y te das cuenta de que lo que has dicho no se sostenía, era mentira. Hace falta más que nunca parar y no publicar inmediatamente, es muy fácil equivocarse. Y, claro, el prestigio salta por los aires y acabamos provocando una especie de saturación.
P.- Ahora las guerras se cuentan por redes sociales, ¿tiene su lado bueno y su lado malo?
R.- Hay que distinguir lo que es periodismo de lo que no es periodismo. Si hay un ciudadano grabando claro que tiene un valor pero hay que comprobar que sea o no verdad antes de publicarlo. Por ejemplo, hay países con una censura brutal y tienen ciudadanos que se exponen y sacan historias que de otra manera no podríamos saber. Esto tiene su valor pero el periodismo tiene unas normas, sobre todo de fuentes contrastadas.
Es un poco paradójico que ahora en España hayan surgido tantas empresas de verificación de datos porque esto es nuestra tarea fundamental, el verificador tiene que ser el propio periodista, no tiene que publicar nada que no haya comprobado varias veces. También es verdad que puede haber un trabajo complementario por el equipo de edición, pero algo está fracasando estrepitosamente para que ahora se haya convertido en una tarea externa.
P.- Han salido varios ex corresponsales de guerra, tras lo sucedido en el hospital de Gaza, criticando el desmantelamiento de las secciones de internacional.
R.- Ha sido catastrófico. Muchos medios se han cargado las corresponsalías o las han convertido en otra cosa con colaboradores mal pagados. Lo que ha ocurrido en Ucrania y ahora en Gaza e Israel demuestra la necesidad de tener tus ojos sobre el terreno. Pero, claro, es costoso.
"Hace falta más que nunca este tipo de periodismo. Los medios necesitan ojos propios sobre el terreno. Es caro pero es imprescindible"
ALFONSO ARMADA
Pero cuando los medios dicen que es caro tener corresponsales hay que ver a qué destinan su dinero. Cuando hay, por ejemplo, un Mundial en Arabia Saudí, en Australia o en Nueva Zelanda se gastan lo que supuestamente no tienen en coberturas deportivas o en eventos de otra índole. Creo que los medios tienen una obligación con los lectores y con los ciudadanos y es darles a conocer lo que a lo mejor no quieren saber. Quizá no es rentable pero lo podemos equilibrar de otra manera. Hace falta más que nunca este tipo de periodismo. Los medios necesitan ojos propios sobre el terreno. Es caro pero es imprescindible.
P.- ¿Cómo llega a ser corresponsal de guerra cuando su vocación era la de actor?
R.- La verdad que se mezcla mucho con mi historia más personal, con la historia sobre todo con mi padre. Había una mala relación entre mis padres y eso acabó contaminándonos a mí y a mis cuatro hermanos.
Después, cuando tuve que ir a la Universidad, apareció un malestar creciente. Cuando me fui a estudiar a Santiago de Compostela me alegré de poder irme de mi casa y estudiar fuera pero no estaba cómodo porque, además de las discrepancias políticas con él, tenía un malestar personal. Me parecía incoherente estar viviendo de él y estudiando y no estudiando. Hablamos del año 1974 en Santiago, vivía aún Franco y había un ambiente político muy cargado, muy intenso y estaba todo el día de fiestas, de huelgas, manifestaciones...
Había empezado a estudiar Filología germánica y acabé escapándome de casa, como una especie de protesta contra mi padre y contra mí mismo. Estuve trabajando de camarero en Lérida, luego hablé con mi madre, estaba fatal porque le decía que quería ser un obrero. Volví a casa y me recibieron como el hijo pródigo, cambié de carrera y empecé Historia, también en Santiago. El malestar seguía, personal y con él, así que decidí irme lo más lejos posible, qué era Nueva Zelanda. Acabé en Holanda, en casa de los padres de un compañero de la facultad que eran inmigrantes gallegos, limpiaba en un fábrica, hice dedo y viví en Christiania (la comuna de Copenhague). Mi idea era cruzar la Unión Soviética y llegar a Nueva Zelanda. Pero no llegué.
Acabé volviendo a casa otra vez y fueron momentos complicados. Quería hacer teatro y a mi padre le parecía lo peor, decía que era de "putas y maricones". Al final llegué a un acuerdo con él a través del padre de un compañero del Montecastelo, mi colegio en Vigo, le dije que dejaba el teatro y que estudiaba Periodismo, que era lo que siempre había querido hacer, y a cambio me alojaba en un colegio mayor en Madrid. Sorprendentemente, le pareció bien, aceptó. Tengo que reconocer que con los años, con mi padre ya muerto, he entendido sus razones.
Acabé la carrera y tuve mucha suerte porque conseguí prácticas en El País. Llegué a ir a Nueva Zelanda, muchos años más tarde, porque me enteré de que el Príncipe de Asturias, el ahora Rey, se iba de viaje a Nueva Zelanda y le pedí a Soledad Gallego Díaz, directora adjunta, ir en ese viaje y aceptó. Gracias a esto conocí a Catalina Luca de Tena, que al volver me ofreció ser corresponsal en Nueva York para el ABC.
P.- Pero antes pasaron muchas cosas. Sarajevo, Ruanda, Sudán, volver a Madrid... ¿Cómo empieza como corresponsal de guerra?
R.- Por accidente, por puro accidente. No tenía esa vocación que tienen muchos estudiantes de periodismo. Me interesaba la cultura y trabajé en esa sección en El País y es donde estuve más tiempo.
"Nunca había pesando en cubrir una guerra pero me despertó una curiosidad morbosa, e insana, porque quería saber cómo se maneja el miedo"
ALFONSO ARMADA
Cuando empezó la Primera Guerra del Golfo me llevaron a la sección de Internacional para reforzarla, como editor, después me fui a Opinión pero me acabaron reclamando en Internacional. El jefe de entonces, Luis Matías López, me cogió y me dijo: "¿Te apetecería ir a Sarajevo?" Así de golpe, era verano, había poca gente. Nunca había pesando en cubrir una guerra pero me despertó una curiosidad morbosa, e insana, porque quería saber cómo se maneja el miedo, cómo se cubría una guerra tan enrevesada como la de los Balcanes. Fue un descubrimiento.
Me interesó sobre todo ver cómo la gente vivía una guerra en una ciudad sitiada como Sarajevo y como no sabía mucho de la historia de Bosnia, me puse a estudiar después, no entendía casi nada de calibres, no había hecho la mili... Pues me dediqué a hacer historias de interés humano: de cómo se enamoraban, iban al teatro... También las noticias del frente.
Descubrí que podía manejar el miedo. Al igual que los fotógrafos piensan que la cámara es una especie de segundo chaleco antibalas, el bolígrafo es otra especie de escudo porque te enfoca en algo y eso te ayuda a soportar el miedo y a centrarte en contar la historia.
Con el paso del tiempo me di cuenta que me habría venido muy bien hacer la mili, la verdad. No solo por ser corresponsal sino por otros argumentos ya de índole política. Es verdad que ahora en España es implanteable volver a convertir el servicio en obligatorio pero, fíjate, el año pasado entrevisté a un grupo de periodistas finlandesas, ocho chicas de 40 o 50 años, y todas estaban a favor de que su país ingresara en la OTAN por la cercanía de la amenaza rusa. En esos países la gente es muy consciente de la necesidad del servicio militar. Y aunque es un tema escabroso y casi todos tenemos una pulsión parecida, que es pacifista, sería interesante plantear hasta qué punto sería bueno y no sólo por qué hacer en caso de que invadan tu país.
P.- Se nos queda muy lejos pensar en una invasión, ¿no?
R.- Mucho. Pero también tenía una parte muy humana. Movía a los ciudadanos de toda España de su lugar de nacimiento, a muchos les permitió aprender a leer, a escribir y a crecer intelectualmente. La idea de que la defensa de tu país es algo que no debería estar en manos de profesionales o mercenarios sino en las tuyas. Es un tema sobre el que valdría la pena hablar. En países muy democráticos, como Suiza, la gente tiene muy interiorizado que tienes la obligación de defender a tu patria y esto no es ser militarista. Yo dejé de ser pacifista en Bosnia, en Sarajevo, cuando la gente decía que no estaba con unos ni con otros. No creo en la equidistancia cuando hay alguien está machacando a una víctima. Al final no es que te obligue a tomar partido tergiversando lo que ves pero sí a darte cuenta de quién es el verdugo y quién la víctima.
P.- En sus diarios sobre Sarajevo habla del Hotel Holiday Inn comparando con el Florida durante la Guerra Civil. ¿Qué significó aquel lugar?
"Casi todos los que estuvimos en Bosnia sufrimos shock postraumático sin saberlo pero la terapia contra el horror era compartir una cerveza al final del día"
R.- Era un lugar reconfortante. Después de estar todo el día en la calle con miedo y viendo horrores, llegabas allí y te encontrabas con compañeros. Era una especie de refugio. Recogerte allí y compartir las cenas y los desayunos era una descompresión. Casi todos los que estuvimos en Bosnia sufrimos shock postraumático sin saberlo pero la terapia contra el horror era compartir una cerveza al final del día. Después tuvimos la suerte de compartir desayunos con Susan Sontag o Annie Leibovitzo e incluso cuando vino Goytisolo le fuimos a recoger Gervasio Sánchez y yo al aeropuerto y estuvimos con él los días que pasó allí.
R.- Ramon Lobo decía que si estaba en Madrid siempre estaba pensando en volver a la guerra.
P.- Veo un problema añadido a eso. Cuando llegamos de vivir situaciones extremas en Bosnia o en África volvíamos aquí y nos dábamos cuenta de que la gente había seguido con su vida y nos parecía insoportable. Pero tuvimos que darnos cuenta de que la vida no es la muerte, la guerra y el peligro. Tienes que estar disponible para volver a ir a esos lugares pero que no se convierta en una adicción. Tienes que reconocer que la gente aquí tiene su vida y sus problemas y son tan respetables como los que tienen en una situación extrema.
Pero no era fácil. Yo hacía teatro y hacía obras muy duras sin hablar directamente de lo ocurrido pero era una forma de dejar salir parte de esa amargura y esa rareza. A veces nos juntábamos y compartíamos las pesadillas que teníamos. Estabas soñando con muertos día tras día y tenías comportamientos un poco excéntricos. Creo que la mayoría ha soñado durante mucho tiempo con muertos, era una especie de recordatorio inconsciente que afloraba cuando no tenías capacidad de control.
P.- Después de Sarajevo fue a Ruanda, ¿fue mucho peor de lo que esperaba?
R.- Mucho peor. Pensaba que Sarajevo me había demostrado que podía manejar el miedo, sabía que era importante tenerlo porque te ayuda a ser más cauteloso pero pensaba que podía manejarlo... Pero, claro, nada te prepara para un genocidio. La escala, la intensidad, el número de muertos era tan descomunal que nada te prepara para eso. Son cosas que siguen en mi cabeza y siempre van a estar ahí.
P.- Muchos critican que nos indigne más Sarajevo o Ucrania, por ejemplo, que Ruanda.
R.- Aunque no queramos sentimos más simpatía por la gente que se parece más a nosotros, creo que es un componente que podría considerarse racista y quizás sea así. También influye la cercanía, a fin de cuentas tu familia es la que más te preocupa, luego tu barrio, tu ciudad; hay simpatía natural por la gente que tienes alrededor aunque a veces te irriten profundamente.
Eso es negativo, porque tendrías que ser consciente de que nada humano nos es ajeno y que la raza es un invento cargado de ideología. Cuanta más distancia hay con el sufrimiento de los otros menos nos afecta, por eso la labor del periodista es tratar de acercar al lector pero al final el mundo está como está.
"Las barreras que parecían imposibles de levantar frente a los inmigrantes se pudieron levantar para los ucranianos"
ALFONSO ARMADA
Mira Ucrania, se ha visto rápidamente la postura de los países europeos hacia el pueblo ucraniano. Resulta que las barreras que parecían imposibles de levantar frente a los inmigrantes se pudieron levantar para ellos. Europa se hizo cargo de millones de ucranianos sin que eso nos causara ningún mal ni se rompiese o quebrarse ningún país. Y el discurso con los inmigrantes que llegan en pateras o cayucos al sur de España es al contrario, hablan de avalanchas, invasión... Es algo desmesurado pero como son de otra religión y con otro pigmento de piel parece que hay algo de miedo.
Con Israel y Gaza lo que pasa es que en España se vive con mucha intensidad, ya has visto cómo ha contaminado el discurso político, se usan las víctimas para atizar al otro. El tema palestino, que lleva enquistado 70 años, está constantemente ahí. Entra en fases de adormecimiento y después vuelve. Ahora con lo que hizo Hamás se ha desatado una reacción brutal y vuelve a las cabeceras, estamos todos como fascinados y aterrorizados. Provoca una reacción muy visceral en España, tanto a favor como en contra, y si analizas parece que hay víctimas de primera y de segunda según tu opción política. Mira Borrell el otro día, diciendo que se podía criticar a Hamás y la reacción de Israel sin caer en contradicciones. Hay que buscar las razones del conflicto y no justificar ni el terrorismo ni el terrorismo de estado.
P.- Volvamos a ese viaje a Nueva Zelanda: te vas como corresponsal de ABC a un lugar aparentemente tranquilo como Nueva York y atentan contra las Torres Gemelas.
R.- Me voy en 1999. Mi madre estaba muy contenta, decía que por fin no iba a una guerra. Entonces, bueno, cuando ocurrió el 11S me dijo que las guerras me seguían los pasos. El problema fue que en Nueva York estaba mi familia, porque, claro, cuando vas a las guerras dejas a tu familia a salvo y lo vives de otra manera. El hecho de estar casado y con una niña... Tu escala de valores se corrige.
Fue la primera vez que la guerra les llegaba al país, una agresión directa contra el suelo americano. Desbarató todo el pensamiento político de Estados Unidos, el de ser un país invulnerable. Es como si le hubieran dado de su medicina porque sus guerras eran muy lejanas, eran en otros países, nunca les habían tocado. Intenté contarlo como en Sarajevo pero la escala era distinta. Todos los días iba con mi mujer a la zona cero para contar la historia humana.
P.- Has sido periodista en el diario fetiche de la izquierda, El País, y en uno de los más conservadores, el ABC. ¿Dónde has trabajado mejor?
R.- Bueno, ahora es de centro izquierda. He hecho buenos amigos en los dos sitios, desde el punto de vista ideológico estaba más cómodo en El País pero trabajé más cómodamente en ABC. Quizás porque, paradójicamente, había menos control editorial o había más descontrol. Estuve en Nueva York casi siete años y nunca tuve ningún problema y eso que el periódico se posicionó a favor de la postura de Aznar con el conflicto en Iraq, en alianza con Bush, tanto en editoriales como en columnas de opinión, casi todos los columnistas estaban a favor de la invasión. Yo cubría Naciones Unidas y la verdad que hacía mis crónicas y no tuve ningún problema con Zarzalejos, que era el director de entonces. Sé que Ana Palacios, que entonces era la ministra de Exteriores, se quejó y dijo que le hacía preguntas incómodas.
El único problema lo tuve cuando conseguí una entrevista con Noam Chomsky, porque aunque hablé con el director y le dije que sería bueno tener una visión contrapuesta y le pareció bien, luego Chomsky dijo que EE.UU era un estado terrorista. Entonces el director me dijo que nuestros lectores no lo iban a entender y no se publicó. Fue un momento muy tenso y Zarzalejos me llamó para decirme que si no estaba de acuerdo podía dimitir. Me la envainé.
Pero hasta ese momento no hubo ningún tipo de instrucción y mis crónicas de Naciones Unidas, que no compró lo de Estados Unidos y Aznar, no fueron un problema. Trabajé muy a gusto. Luego cuando volví a Madrid estuve con Sotillo y luego en el ABC Cultural y el máster.
Cuando me nombraron director del máster algún alto cargo me dio el pésame porque lo consideraban como una puerta de salida, la antesala del despido. Pero disfruté mucho, lo pasé muy bien porque encontraba gente con pasión. Era muy reconfortante.
P.- Le acaban echando. ¿Por qué?
R.- Me dijeron que era mayor y caro y les dije que caro no lo sabía pero que podía aportar mucho. No les convencí. Ha pasado en El País , TVE y en otros medios, prefieren contratar a periodistas más jóvenes por menos dinero y las viejas glorias al final entramos en la vía muerta. Es una pena, yo he aprendido mucho de mis mayores, en los periódicos se aprende de los mayores. Cuando te corrigen, les pides fuentes y te enseñan lo que tú aún no sabes. Esa especie de traslación del conocimiento a través de la experiencia ya no ocurre. Es un error, este es un oficio que se aprende haciendo y de la gente que uno admira.
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