Fue lo más parecido a una estrella de rock. Llenaba auditorios, teatros, vendía miles de libros, era reconocido por todos cuando paseaba por la calle o se sentaba en alguno de los cafés que convirtió en templos en aquel París de mediados del siglo XX. Jean-Paul Sartre fue el filósofo más reconocido de aquella época, todos querían acercarse a él, verse influenciados por su lucidez pero la mayoría de los que pudieron llamarse sus amigos acabó alejándose de un ego desproporcionado y unas posiciones rígidas que variaba cada año.
Como dijo Mario Vargas Llosa en un artículo en 2012, Sartre destacó por su capacidad de "creer todo aquello que podía demostrar y demostrar todo aquello en que lo creía" y también por enfrentarse uno detrás de otro a los que le habían acompañado ya no como seguidores sino casi como familia. De Raymond Aron, pasando por su ya conocidísima enemistad con Albert Camus, hasta Claude Lefort o Maurice Merleau-Ponty, el existencialista fue relevando sus afectos en función de su pensamiento.
Ahora aquellos amigos que acabaron renegando de él y aquellos de los que él acabó harto aparecen en las páginas de La saga de los intelectuales franceses 1944-1989 (Editorial Akal), del escritor e investigador François Dosse que dedica un capítulo entero al filósofo y su volátil entorno. "Durante los años 50, la asociación de Sartre con el PCF (Partido Comunista Francés) dio lugar a rupturas irreversibles con sus mejores amigos, resquebrajando el círculo íntimo de sus admiradores hasta aislarlo y debilitarlo en la década de 1960 y llevarlo gradualmente a la marginación", asegura y añade que "antes de convertirse por un tiempo en el respaldo intelectual de la política estalinista, Sartre se alejó desde la inmediata posguerra del que había sido su cómplice en la década de 1920, su alter ego, su pequeños camarada, Raymond Aron".
Fue este filósofo, sociólogo y politólogo francés por el que comienza la historia de sus desavenencias. Aron, que tenía su misma edad, fue el primero en conquistar la emoción de Sartre y también el primero en dejar de ilusionarle. Ambos fueron amigos desde muy jóvenes, antes de que sus nombres fueran públicamente conocidos. Como explica Dosse, se habían encontrado a finales de 1922, cuando los dos estaban haciendo el curso preparatorio del Liceo Condorcet.
También resalta que eran polos opuestos y que quizá de ahí la atracción. "Sartre, mucho más agitado que Aron y a menudo bromista, se ponía a la cabeza de las novatadas a los recién llegados, combinando una fenomenal capacidad de trabajo con un intenso deseo de sociabilidad", asegura el autor que destaca la ambición del existencialista y la suavidad y la elegancia de Aron.
Está agitación, está necesidad de ser el mejor, se refleja en esta frase que se recoge en el libro y que Sartre le dijo a Aron en aquellos primeros años del liceo. "La ambición se expresa en mí mediante dos imágenes: una es la de un hombre joven, con pantalones de franela blanca, el cuello de la camisa abierta, que se desliza como un felino de un grupo a otro en una playa, en medio de jovencitas en flor. La otra imagen es la de un escritor que levanta su copa para responder a un brindis de hombres con esmoquin, en pie alrededor de la mesa", le escribió.
Pero sus ansias no fueron acordes a su esfuerzo, por lo menos cuando el interés le iba y venía. Aron y él se presentaron a finales de los 20 a las oposiciones para ser profesores de Filosofía. Al parecer, Sartre divagó demasiado durante el examen, se creció y cuando salieron las notas Aron obtuvo el primer puesto y él suspendió. Aunque todo fue para bien, porque al año siguiente, siguiendo los consejos de Aron sobre cómo actuar, se presentó otra vez consiguiendo la mejor nota y coincidiendo, ya que había quedado en segundo lugar, con una jovencísima Simone de Beauvoir.
"La mujer de Aron se fue en el intermedio por la violencia de la representación y Aron con ella, lo que Sartre consideró una traición"
FRANçOIS DOSSE
Fue justo un año más tarde, en 1929, con Aron cada vez más politizado y con Sartre burlándose "de sus inclinaciones reformadoras que profesaban una especie de anarquismo" se fueron juntos a hacer el servicio militar en el cuartel de Saint-Cyr. No sabían entonces que sería la política lo que acabaría distanciándoles. Porque aunque mantuvieron su fuerte amistad durante muchos años, la II Guerra Mundial les separó. Aron se fue exiliado a Londres y empezó a escribir en una revista de la Resistencia y Sartre entró en el Ejército francés como meteorólogo, cuando ya era conocido por La náusea y sus palabras llenaban teatros y auditorios.
A su vuelta, "el 8 de noviembre de 1946 durante la obra de Sartre de Morts sans sépulture, la mujer de Aron se fue en el intermedio por la violencia de la representación y Aron con ella, lo que Sartre consideró una traición. (...) Y ya cuando al año siguiente se convirtió en columnista de Le Figaro y se incorporó al RPF (Agrupación del Pueblo Francés), Sartre no lo soportó".
Pero el quiebro final llegó cuando Sartre comparó a De Gaulle con Hitler y se enfrentó en un debate contra dos gaullistas: Pierre de Bénouville y Henry Torrés, con Aron de mediador. Como recordaría este último: "Cuando llegué, los dos multiplicaron sus invectivas contra Sartre, afirmando que no podíamos discutir con alguien que se rebajara a tales ataques. Sartre no respondió a esas invectivas; nunca le gustó el cara a cara".
Y aseguraría después que podría haberse comportado de otra manera. "Lo cierto es que podría haber encontrado una forma diferente de mostrarle mi amistad sin solidarizarme con su actitud de la víspera. Recuerdo aquella corta escena como un momento insoportable". Salieron cada uno por su lado, Aron con su compromiso con el RPF y Sartre con la creación de RDR (partido que no duró ni un año). No se volvieron a hablar.
Y llegó su segundo "gran amor", el más sonado, el que tuvo con Albert Camus. Se conocieron en 1943, también con Simone de Beauvoir, tras el ensayo general de Les Mouches tomaron algo en el Café de Flore y descubrieron su admiración por ensayista y poeta francés Francis Ponge. Venían de familias opuestas, uno de una humilde que había sufrido durante su infancia en Argelia las restricciones de agua corriente y electricidad y el otro de una burguesa, que le había permitido estudiar en las escuelas más elitistas del país. Pero se generó una atracción mutua que se consolidó cuando la de Aron y Sartre estaba en sus horas más bajas.
Ambos eran ya aclamados por ser autores de El extranjero y La náusea y se alababan mutuamente destacando la lucidez mutua. Tras ese primer encuentro, decidieron pasar el máximo tiempo juntos. Cómo contaría Hebert Lottman, periodista norteamericano, y tal y como recoge la publicación de Dosse: "La pareja Sartre-Beauvoir y su círculo íntimo aparecían en todas partes con Camus: en los bistrós del barrio y, a menudo, durante las pequeñas fiesta de Michel Leiris (escritor y etnógrafo) en su piso".
Manifestaban un enamoramiento mutuo, una admiración absoluta que los llevó a una relación intensísima. "Su juventud, su independencia, lo acercaban a nosotros: nos habíamos formado sin vínculos con ninguna escuela, en solitario; no teníamos hogar, ni eso que se llama un ambiente... Él recibía de buena gana el éxito, la notoriedad, y no lo ocultaba. De vez en cuando dejaba traslucir por un lado un poquito de Rastignac, pero no parecía que se lo tomara en serio. Era sencillo y alegre", diría sobre él Beauvoir aunque no por mucho tiempo.
La relación entre ambos pensadores era tan fuerte que pronto comenzaron los problemas. Como dejó escrito Olivier Todd, reportero de France Observateur, "al poco, Simone y Camus con guantes de terciopelo y garras de hierro, estaban celosos el uno del otro. Eran como dos perros alrededor de un hueso".
Pero a Sartre hasta le hacía gracia la rivalidad y siguió compartiendo casi todo con su nuevo íntimo amigo. Estaban juntos en la editorial Gallimard y en el jurado del premio literario Pléiade. Se alababan por sus obras y sus ideas. El gran filósofo existencialista vio el compromiso de Camus con la Resistencia algo positivo pero sólo hasta que este chocó contra los suyos. "Para Camus, el carácter que reviste originalmente la relación con los demás es positivo; para Sartre, es negativo. Camus es el heredero del optimismo de Rousseau (el hombre es sociable por naturaleza), Sartre, en cambio, lo es del pesimismo hobbesiano (lo natural es la lucha a muerte)", aseguran Dosse.
"Simone y Camus con guantes de terciopelo y garras de hierro, estaban celosos el uno del otro. Eran como dos perros alrededor de un hueso"
OLIVER TODD
Pero supieron manejarlo hasta que estuvieron en desacuerdo en cómo tratar a los colaboracionistas tras la guerra y surgió el primer quiebro que arrastraron hasta 1951, cuando el choque fue frontal. Camus publicó El hombre rebelde, un ensayo donde lanzaba una crítica absoluta hacia la izquierda estalinista y a Sartre le horrorizó. Se lo tomó como algo personal así que le pidió al filósofo Francis Jeanson que escribiera un artículo sobre la nueva publicación de su amigo en Les Temps modernes (su revista). Fue demoledor y acabó con todo.
"Nuestra amistad no era fácil, pero le echaré de menos. Si decide romperla hoy, será sin duda porque debía romperse. Muchas cosas nos unían, pocas nos separaban. Pero ese poco todavía era demasiado: la amistad también tiende a hacerse totalitaria", escribió Sartre años más tarde.
Y llegó Claude Lefort, de la mano de Maurice Merleau-Ponty. O más bien se fueron casi de la mano. El primero era una de las estrellas de la revista de Sartre, Les Temps modernes, y también el fundador de Socialisme ou barbarie. Todo fue bien hasta que en 1952 Sartre se acercó al Partido Comunista Francés. "Publicó su largo estudio sobre Los comunistas y la paz, en dos números de su revista, en el que expresaba su convicción de que los comunistas representaban el único polo de reagrupamiento posible para cuantos deseaban evitar una extensión de la guerra", asegura Dosse y añade que "el otro argumento de Sartre era que para los que aspiraban a una transformación revolucionaria de la sociedad favorable a los trabajadores, no había otro instrumento que el PCF: 'Sin él, no hay unidad, no hay acción, no hay clases'". Lefort no tardó en contestarle en su revista aunque sin mencionarle aunque citando cada una de sus contradicciones y Sartre lo degolló, literariamente hablando, en los siguientes número.
Y eso que era el discípulo de su gran amigo Merleau-Ponty, al que conocía desde 1926, con el que había fundado Les Temps modernes y al que calificó como "casi un hermano". "Durante la guerra se encuentran y fundan un pequeño grupo de resistencia, Socialisme et liberté, que contaba con alrededor de cincuenta miembros: profesores, estudiantes e ingenieros. A pesar de la ardiente determinación de sus miembros, el grupo no logró estabilizar su tercera vía entre gaullistas y comunistas. Desde aquel momento, el trío Sartre, Merleau-Ponty y Beauvoir planea lanzar una revista de intelectuales comprometidos que se publicará en 1945", explica Dossé sobre la fundación de Le Temps modernes.
Pero el entonces profesor de secundaria y amigo de la pareja no quiso figurar como codirector aunque se aseguró "una dirección real". Continúo con su carrera como docente, pasando a ser profesor de la Universidad de Lyon y después de la Sorbona hasta que en 1952 le llega su mejor momento: es elegido para trabajar en el College de France.
"Ese mismo año, telefoneó a Sartre para informarle de que iba a publicar en su revista en común un artículo muy alejado de sus posiciones (Sartre, como hemos contado antes, se acercaba cada vez más al PCF). Tras dos horas de discusión, Sartre lo rechaza. Merleau-Ponty amenaza con dimitir si su texto es censurado. Sartre le dice que se limite a hacer filosofía y abandone el campo político. Entendiéndolo como una censura, abandona la revista", cuenta Dosse y añade la frase final del profesor y de la amistad entre ambos: "Hasta ahora, solo impusimos silencio a los colaboracionista y los indignos nacionales". A partir de ese momento, se odiaron en privado y en público. A partir de ese momento, Sartre comenzó a caer entre los suyos hasta que en los años 60 ya pocos quisieron orbitar sobre sus ideas.
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