De Eduardo Souto de Moura (Oporto, 1952), uno de los arquitectos más importantes de nuestro tiempo, se suele destacar su capacidad para adaptarse al entorno, su sencillez minimalista y su respeto por la tradición. Todas ellas, cualidades de su método de trabajo, pero también de su forma de entender la vida. Pues para el portugués el sentido de su arquitectura parte de la necesidad de "resolver problemas de una manera lo más real o natural posible".
El ganador del Premio Pritzker (al que se suele aludir como "Nobel de arquitectura") es el responsable de grandes obras arquitectónicas como el Estado Municipal de Braga o el Metro de Oporto, pero su sello se deja ver, sobre todo, en construcciones más pequeñas, casas donde el artista se puede permitir ser más independiente.
Souto de Moura, junto a sus maestros Álvaro Siza y Fernando Távora, es uno de los artífices de la revolución de la arquitectura portuguesa como una de las más influyentes del mundo. El país vecino se ha convertido en los últimos años en una fábrica de talento que ha sabido marcar el rumbo de los preceptos que hoy en día se entienden como arquitectura sostenible.
Recién galardonado con la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes en Madrid, el arquitecto portugués habla con El Independiente sobre su relación con España, qué espera de las ciudades del futuro y por qué la vanguardia pasa por fijarse en lo que se ha hecho siempre.
Pregunta.- ¿Qué relación tiene con España? ¿Qué significa para usted?
Respuesta.- No es fácil porque cuando era niño fui educado en la escuela como si España fuera el enemigo. Hay un dicho popular que decía: De Espanha nem bom vento nem bom casamento (De España ni buen viento ni buen matrimonio). Esto cambió, porque realmente no es así. A mí me gusta muchísimo Madrid, es una ciudad que me encanta y además está muy cerca de Portugal. Tengo muchos amigos arquitectos aquí, me tratan bien, me publican en las revistas, me invitan a dar conferencias. Lo mejor es que tiene una actividad cultural que Portugal no tiene, buenas exposiciones y buenas librerías. Venir a Madrid es una fiesta para mí y más ahora que me premian con la Medalla del Circuito de Bellas Artes, es como si fuese mi casa. Siempre que vengo me gusta ir al Thyssen, al Reina Sofía, al Prado, el Círculo de Bellas Artes tiene una librería muy buena, también cerca está Naos, que está especializada en arquitectura. Para comer me gusta ir a La Manduca de Azagra, que es uno de mis restaurantes favoritos. También voy mucho a Pamplona, me invitan a dar seminarios, por mi amigo Patxi Mangado. Me siento bien aquí, con los amigos y con la gente. Barcelona en cambio es algo más distante, es como ir a Francia.
P.- Una de las cosas que llama la atención cuando miramos hacia Portugal es que un país geográficamente tan pequeño presente una concentración tan grande de buena arquitectura. ¿Cómo se explica esto?
R.- Mi generación ha tenido muy buenos maestros, de los que he aprendido y con los que trabajado, como Siza o Távora. Los portugueses somos gente que sale mucho, porque es un país muy limitado y pobre. Tavora salió a dar la vuelta al mundo, fue a Japón, a Estados Unidos, conoció a Louis Kahn, a Frank Lloyd Wright. Cuando volvió, cambió un poco la idea de lo moderno. Antes de Távora, la arquitectura era siempre importada, el gótico portugués, el Renacimiento portugués, el Barroco portugués, siempre íbamos con retraso. Con esta generación, Portugal sí camina al lado de las vanguardias europeas y mundiales, precisamente por haber salido. Alvaro Siza también visitó los países nórdicos, por ejemplo. Hay una frase muy bonita de un poeta francés que dice: "Portugal es un país de viaje, de tiempos a tiempos toca Europa".
P.- Los españoles con sensibilidad arquitectónica suelen encontrar Portugal mejor construída y planificada, que allí se cuida mejor de su patrimonio. ¿Piensa que tienen razón?
R.- No lo sé. En el viaje en taxi desde el aeropuerto hasta aquí, mi mujer me decía que Madrid está muy bien conservado, que no es como nosotros. Cada uno ve en el otro lo que le falta. Pero pienso que no, Portugal ha destrozado mucho patrimonio. Pero bueno, cada uno hace lo que puede.
P.- ¿Cuáles diría que son las claves que definen su forma de entender la arquitectura?
R.- Lo que intento es resolver los problemas de una manera lo más real o natural posible, sin creer en los grandes significados de las cosas. Una cosa es lo que es: una silla es una silla y una casa es una casa. Una casa son muros con huecos, puerta y ventanas y después pueden existir otras significaciones, pero si desde el inicio te pones a pensar en todos los significados de las cosas nunca más llegas al final y no eres tú el que debe decidir, son los otros, el colectivo, el que lo debe reconocer.
"Lo que no se entiende es que se construyan edificios de vidrio en el desierto"
P.- Siempre se alude a su capacidad para tener en cuenta el entorno, ¿de dónde viene esta idea?
R.- Este despecho por el entorno viene por la escala de los edificios en proporción con su contexto. Cuando Portugal y España se dividieron el mundo en el Tratado de Tordesillas, los portugueses eran un millón y tenían Ceuta, África, India, Japón, Brasil, todo esto y solo eran un millón de personas. No eran como los españoles, que tenían un ejército, que tenían a la Iglesia, que acompañaba la colonización. Los portugueses no tenían ejército, allí donde llegaban sus barcos dejaban cuatro o cinco familias y ellos construían con los medios que tenían una arquitectura muy adecuada al sitio y también pequeña, para que no costara mucho. Pienso que la idea de tener en cuenta las capacidades del entorno viene de ahí.
P.- No deja de ser curioso que esto ahora vuelva a ser vanguardia.
R.- Antiguamente la arquitectura era más natural. Si llovía mucho los tejados eran inclinados y si llovía poco los tejados eran más planos, para conservar el agua. Ahora la arquitectura puede ser contranatura porque tiene dispositivos para resolver estas cuestiones. Aun así, no se entiende que se construyan edificios de vidrio en el desierto, cuando la arquitectura tradicional en estos lugares se caracteriza por muros gruesos y ventanas pequeñas. Para solucionar esto utilizan dispositivos para disminuir la temperatura con aire acondicionado, a mí me parece una estupidez pero la realidad es que existe. Algunos países tienen mucho dinero y hacen una arquitectura más como significación que como resolución de problemas.
P.- Dentro de su obra, muchas veces se destacan los grandes proyectos, como el Estadio de Braga o el Centro Cultural de Viana Do Castelo. Pero usted siempre ha sido más de obras más pequeñas. ¿En qué escala se siente más cómodo?
R.- En las dos. Me gusta la gran escala porque tengo posibilidad de cambiar la geografía. El Estadio de Braga se hizo dentro de la montaña y para el metro de Oporto construí 70 kilómetros de líneas y geografías pequeñas para adaptar la línea. En las obras pequeñas puedo llegar hasta el detalle más pequeño, meter un espejo entre una junta entre dos ladrillos... Una equilibra a la otra, pero quizá me siento más cómodo en una escala pequeña, no porque sea más fácil o difícil, sino porque no necesita tanto dinero ni tanta gente y puedo ser más independiente.
P.- Antes ha mencionado a Álvaro Siza. ¿Qué es lo más importante que ha aprendido de él?
R.- El personaje más que el nombre, la manera en cómo él ve el mundo, cómo encuentra los instrumentos para trabajar, la honestidad intelectual. Su postura frente a la vida y la fuerza de trabajar noche y día hasta resolver los problemas. A mí me gusta mucho como arquitecto, pero no pudo usar ni copiar las formas finales de Siza, lo único que puedo copiar es su metodología de trabajo, la manera en la que puede llegar a realizar 40.000 dibujos para llegar a resolver una puerta o una ventana. Pero no tengo el coraje de copiarle, sería ridículo.
"Copiar es lo más difícil que hay"
P.- ¿Hace falta coraje para copiar? Siempre pensamos que copiar es lo fácil.
R.- Copiar es lo más difícil que hay, aunque sea fácil caer en la tentación de hacer igual. Pero copiar no es solo hacer igual, es un fenómeno epidérmico, es entender por qué él ha hecho lo que ha hecho, hay que ir más allá del resultado. Sería ridículo que yo tratase, por ejemplo, de copiar la Sagrada Familia de Barcelona, todos se reirían de mí, porque siempre estaría lejos de llegar al original.
P.- ¿Cómo ve el futuro de las ciudades? ¿Qué cree que puede hacer la arquitectura por propiciar un crecimiento bueno, sostenible y capaz de afrontar el cambio climático?
R.- Se habla demasiado y se hace poco. Las cosas no van a cambiar tanto como se piensa porque el hombre es muy conservador en la arquitectura de sus ciudades. El dibujo de las ciudades europeas prácticamente no ha variado desde los griegos y los romanos. Nueva York, por ejemplo, tiene las mismas reglas que entonces y es una ciudad moderna y futurista. Yo pienso que no hace falta cambiar mucho para ser sostenibles, pero se deben usar los materiales adecuados y no hacer tonterías con ciudades de vidrio donde la gente se muere de calor y de frío, que obligan a gastar una cantidad enorme de electricidad. Lo primero es entender las ciudades grandes como una concentración de pequeños espacios, manteniendo su identidad, sus plazas, sus jardines y sus escuelas. Hacer muchas "pequeñas ciudades" en una, que estén bien conectadas y doten a la ciudad de cierta complejidad. Porque no todo puede ser lógico, la contradicción también es bonita, como la ciudad medieval, en la que para llegar a un sitio tienes cuatro o cinco posibilidades distintas. Es importante recuperar la complejidad, es necesario que sea verde, después de la pandemia es algo que hemos aprendido a valorar, y la densidad también es necesaria, pues las ciudades son densas en alternativa al campo. No hace falta inventar mucho, basta con hacerlo bien, pero eso no es tan fácil.
P.- ¿Y cómo cree que puede contribuir la arquitectura, si es que puede hacerlo de algún modo, al reto de la despoblación del medio rural, un problema que comparten España y Portugal?
R.- Si la gente no quiere habitar en el interior no puedes obligarles a punta de pistola para que lo hagan. Portugal está intentando fomentar la vida rural con dinero y facilidades, pero las causas van más allá de eso. La realidad prueba que la gente no quiere vivir allí y por eso hay que estudiar o trabajar a partir de la realidad. Llevar allí actividades económicas por las que la gente se pueda sentir atraída. No hay que decirle al médico que si se va a vivir a un pueblo va a ganar más, porque la mayoría prefiere ganar menos en Lisboa, donde puede ir al cine, a la librerías, a los restaurantes, antes que estar en la meseta, con más dinero pero sin nada que hacer. Otra de las cuestiones es que es necesario juntar a jóvenes y mayores, porque Portugal es un país cada vez más viejo. No se pueden hacer barrios solo de estudiantes, ni tampoco edificios para viejos que se van a dormir a las seis de la tarde, hay que meter ahí un poco de vida. La cuestión por lo tanto es construir atractivos realistas, porque al final dar dinero es fácil, hay que reformar bien para llegar al fondo.
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