A partir de los ocho o nueve años los niños empiezan a pensar en la muerte en primera persona. Empiezan a temerla, a darse cuenta que no van a vivir para siempre y comienzan las preguntas. Caitlin Marie Doughty (Hawái, 1984), directora de una empresa de funerarias y muy activa tanto en redes sociales como dando charlas sobre este tema en distintos países, lleva años recibiendo dudas de niños (también de adultos) sobre qué ocurre, cómo ocurre y por qué. No son ni mucho menos desagradables aunque sí muy claras y la mayoría responde a un interés sobre aspectos básicos que no se atreven a preguntar en sus casas.
"Antes de empezar a dar charlas y resolver dudas del público, me imaginaba que los niños tendrían preguntas inocentes, puras e inmaculadas", asegura en la introducción de ¿El gato se comerá mis ojos?, que publica ahora Capitán Swing en España, y continúa asumiendo su error. "Los jóvenes eran más valientes y, casi siempre, más intuitivos que los adultos. Se preguntaban por el alma eterna de su periquito muerto, pero lo que en realidad les interesaba era la velocidad a la que se estaba pudriendo dentro de su cajita de zapatos, enterrada al pie del arce", escribe en el prólogo.
Aprender sobre la muerte puede ser divertido
Por eso, por el interés que despertaron en ella sus dudas, ha recogido en este libro las treinta y cinco que más le han llamado la atención y las responde de manera científica y objetiva, aunque siempre con cierta delicadeza y muchísimo sentido del humor. "No podemos hacer que la muerte sea divertida, pero sí podemos hacer que aprender sobre la muerte sea divertido. La muerte es ciencia e historia, arte y literatura. ¡Es un puente que une a todas las civilizaciones y a la humanidad por completo! Mucha gente, yo incluida, cree que podemos controlar algunos de nuestros miedos aceptando la muerte, aprendiendo sobre ella y haciendo tantas preguntas como sea posible", asegura.
"Es dificilísimo conseguir un permiso legal para exponer el esqueleto de un familiar y un cráneo no es un adorno de Halloween"
Y empieza a contestar. De "¿puedo quedarme con el cráneo de mis padres cuando se mueran?" a "cuando me muera, ¿seguiré haciendo caca?" pasando por la de un niño que fue a ver "un espectáculo en el que unos cadáveres sin piel jugaban al fútbol" y le pregunta si él iba poder seguir jugando una vez muerto. "Te sorprendería saber (o quizá no) la de veces que me hacen esta pregunta", escribe sobre la posibilidad de quedarte con el cráneo de tus padres. "La gente puede decidir qué pasa con su cuerpo después de morir. Así que, en teoría, tus padres podrían redactar un escrito, firmado y fechado, en el que se indique explícitamente que quieren que te quedes con su cráneo cuando mueran", continúa pero añade que "es dificilísimo conseguir un permiso legal para exponer el esqueleto de un familiar" y termina por intentar quitarles la idea la cabeza diciéndoles que "no son adornos de Halloween".
También qué sería posible seguir jugando al fútbol una vez muerto si dona su cuerpo a la asociación Body Worlds, que se encarga de este tipo de espectáculos para que la gente conozca mejor el cuerpo humano y al que ya se han donado 18.000 cuerpos, la mayoría, alemanes. "Una mujer pidió que su cuerpo se mostrara en pose de estar lanzándose a por un balón de voleibol. Todos los cuerpos que se exponen se anonimizan, por lo que nadie puede ir buscando el de una persona concreta en plan '¿Ese es el cadáver de Jake haciendo el air guitar?'", añade.
Morirse con cara de tonto
Y que, respondiendo a la pregunta de "si al morir estoy poniendo cara de tonto, ¿se me queda así para siempre?", no tenemos de qué preocuparnos ya que en la funeraria se encargarán de que esto no ocurra. "Aunque estuvieras poniendo cara de tonto al morir, durante la flacidez primaria los músculos de la cara se relajan junto con todo lo demás. Se te abren la mandíbula y los párpados, y las articulaciones se vuelven flojas", les explica.
Además, otro niño le preguntó que qué ocurriría si antes de morir se toma una bolsa de granos de maíz y luego le incineran. Doughty comenta en el libro que es una pregunta bastante común desde que se viralizó un meme donde un cadáver estaba lleno de palomitas. "Una sola bolsa de maíz para microondas no va a crear un tsunami de palomitas, como cuando los graciosillos echan jabón en las fuentes del instituto y el patio se llena de espuma. Según mis cálculos, habría que tragarse al menos cinco kilos de granos de maíz para crear una oleada de palomitas que llame la atención", le responde.
Y aparecen algunas más tétricas como la de "¿a qué huelen los muertos?". "A ver, primero hay que especificar cómo de muertos. Si la persona acaba de fallecer, olerá bastante parecido a como olía cuando estaba viva. ¿Cayó muerta de repente, duchada y perfumada? Entonces olerá a duchada y perfumada. ¿Murió tras una larga enfermedad, en una habitación de hospital mohosa? Entonces olerá a enfermedad y a hospital mohoso", le explica y asegura que hasta que no pasan unos días los cuerpos no empiezan a oler mal.
"Alégrate de no haber estado en una sala de disecciones de hace doscientos años. Los estudiantes de medicina que llevaban a cabo las disecciones, en su intento de conocer los misterios de la anatomía humana, hablaban de 'cadáveres rancios' y 'pestilencias pútridas'. Lo que es peor, los cadáveres se guardaban en estancias sin refrigerar, apilados como montones de leña. Quienes se encargaban de trasladar los cuerpos veían ratas 'en la esquina mordisqueando vértebras sanguinolentas' y bandadas de pájaros que entraban a 'pelearse por los restos'. Podía suceder incluso que los alumnos más jóvenes durmieran en una habitación justo al lado", le dice.
Así contesta a estas y a otras tantas preguntas que le han ido llegando a lo largo de los años y advierte a los padres de que tan importante como la educación sexual es enseñar a los niños la muerte para que la teman menos y la entiendan mejor.
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