"Cuenta la leyenda del rey Bermudo de León, que mandó al joven Pelayo a distraer durante unos días al moro Almanzor para así poder escapar. El inteligente Pelayo lo entretuvo durante cinco días, pero cuando Almanzor se enteró de la treta, lo mató", narra un santero en la película El filandón a Luis Mateo Díez, José María Merino, Pedro Trapiello y Antonio Pereira. Los escritores han acudido a Fasgar en León a petición suya para volver a la tradición del lugar . "Desde ese momento se convirtió en mártir y santo. Una vez al año cinco personas de tierras leonesas se reúnen en una ermita para honrarle por lo que hizo, recitando cada una de ellas una historia; de esta manera San Pelayo les avisará de posibles desastres naturales", añade y comienzan cada uno a contar una historia.
Aquella película de Chema Sarmiento, que se estrenó en 1984, volvía sobre una tradición que llevaba siglos en aquella zona de España y que fue desapareciendo a mediados del s. XX. Ha sido el galardón del Premio Cervantes a uno de sus integrantes, y un defensor de la cultura del filandón, Luis Mateo Díez, el que ha vuelto a poner sobre la mesa qué era esa tradición y cómo repercutió en los habitantes de la zona.
Porque durante muchos siglos, en cuanto las noches se hacían largas y la nieve y el frío lo llenaba todo, se juntaban varías familias alrededor del fuego. Lo hacían como su única opción de ocio y no era el ocio que hoy conocemos. Se reunían en una cocina y comenzaban a hablar, contaban lo que habían hecho a lo largo del día o historias que llevaban años pasando de padres a hijos mientras las mujeres hilaban y los hombres hacían cestería.
La tradición fue variando aunque el nombre de filandón, en referencia al trabajo de ellas, se mantuvo. También el de hilas, hilorios o seranos; como bien asegura el poeta y etnólogo José Luis Puerto, que lleva años estudiando este tipo de reuniones. Él prefiere llamarlas "veladas campesinas de invierno" y asegura que es imposible saber cuando empezaron pero sí su importancia y su final.
Ahora, aunque ya están catalogados como Bien de Interés Cultural por las Cortes autonómicas desde 2015, vuelven a la actualidad gracias al Cervantes. Luis Mateo Díez no sólo fue protagonista de la película de Sarmiento sino que lleva años haciendo de esta tradición su bandera, asegurando que su pasión por la literatura viene de esa infancia en los páramos leones y juntándose con otros escritores de la zona, como José María Merino o Juan Pedro Aparicio, para llevarlo a otros lugares del mundo.
Emilio Gancedo, periodista que trabaja en el Instituto Leonés de Cultura, habla sobre Mateo Díez recordando que el viene del Valle de la Ciana, un lugar de tradición minera y "un espacio de mucha oralidad que quedó refugiada hasta épocas bastante recientes". "El filandón es una cosa que comenzaba después de cenar en los lugares en los que se hacía de noche y no había otra cosa que hacer. Iban varios vecinos o los de todo el barrio, eran pueblinos pequeños y la reunión consistía, sobre todo, en charlas, contarse cosas...". Y añade Puerto que una de las primeras documentaciones literarias que tenemos sobre este tipo de veladas data del siglo XV. "En la obra del Marqués de Santillana que habla de las viejas tras el fuego". "Son reuniones que aunque su mayor apogeo lo tienen en esta zona no se dieron solo aquí lo que pasa es que no se usaba el mismo nombre. Se han celebrado en todo el área cantábrica, en Galicia, Asturias... también en Zamora, Salamanca y Extremadura", explica.
También que esas "charlas de viejas delante del fuego" no tardaron en derivar en reuniones de "mozas y mozos" que no estuvieron siempre bien vistas. "Los mozos también pretendían entrar en estas veladas, iban detrás de las mozas y cuando lo conseguían se organizaba, con el tamboril y la gaita, algún baile", explica y añade que esto no tardó de generar suspicacias. "Había visitas regulares, cada dos años, de la autoridad eclesiástica y se informaba de las cosas que ocurrían; mandaban observar los comportamientos. Entonces, en algún momento la Iglesia prohibió que los mozos entraran en las veladas, como en el siglo XVII y XVIII, y los padres de las mozas también se opusieron a que fueran los chicos", añade y menciona una copla de la época, que "en los labios de una moza, dice: 'No le he dicho a mi madre que tengo novio que si no no me deja ir al hilorio', que era otra forma de llamarlo. Entonces, cuando no les dejaban entrar rondaban por el pueblo y cantaban".
"No permitan que dichas mozas se congreguen ni junten a hilar en donde concurran los mozos por los grandes inconvenientes que pueden resultar de la mozedad, de la chanza y la palabra"
Y José Ignacio Martín Benito, doctor en Historia, pone luz sobre cómo y cuándo ocurrieron esas prohibiciones. "Esta 'cruzada' contra los fiadeiros o filandones se registra en todo el cuadrante noroccidental peninsular, especialmente cuando la industria campesina del lino comenzó a ir en aumento, a partir del siglo XVIII, aunque ya desde el concilio de Trento hubo un intento de la Iglesia por corregir determinadas costumbres populares, como bailes y veladas, entre las que estaban los filandones", asegura y añade que "los Reales Acuerdos de 1745, 1747, 1788 y 1826 prohibieron estas veladas y las justicias y tribunales ordinarios dictaron severas medidas para prohibirlas. Por ejemplo, en 1751, Francisco Izquierdo, obispo de Lugo, ordenó a los curas y vicarios de la diócesis que 'no permitan que dichas mozas se congreguen ni junten a hilar en donde concurran los mozos por los grandes inconvenientes que pueden resultar de la mozedad, de la chanza y la palabra'".
Otro caso fue el Trobajo (obispado de León) en 1723 tras una visita pastoral, "el visitador fue informado que 'en muchos lugares por las noches se juntan a los filandoiros concurriendo algunos mozos de que se originan graves ofensas a Dios Nuestro Señor con detrimento de las almas, porque su Ilustrísima (el Obispo de León) prohíbe dichos filandoiros y sólo permite que pueda concurrir una vecina con otra sin admitir mozos y lo cumplan así pena de dos ducados aplicados para la luminaria de dicha Iglesia'", asegura el historiador.
Pero que sus intentos tuvieron muy poco éxito. "La 'cruzada' de la Iglesia contra los filandones o hilandares no erradicó la costumbre, pues se seguía insistiendo sobre ello, como lo hizo el prelado de Astorga, Francisco Isidoro Gutiérrez, en un edicto dado el 14 de abril de 1799 en el que decía: 'Exhortamos a todos nuestros Diocesanos, á que empleen y ocupan los días festivos en dar á Dios nuestro Señor el debido culto y veneración, y que por ningún motivo los pasen en diversiones ilícitas, juegos, bayles, filandones, embriagueces, ú otros vicios tan agenos de las obligaciones de un Christiano, como contrarios a la sana intención de los Sumos Pontífices'", indica.
También que no fue sólo la Iglesia, los ayuntamientos se pusieron manos a la obra y los denunciaron por propiciar "la embriaguez y la inmoralidad". Y más después de que ocurriesen varios altercados con violencia en alguna de estas reuniones, una en la Nochevieja de 1850 y otra en 1909 cuando un joven murió tras un navajazo. Aunque aquello tampoco consiguió frenarlas y siguieron celebrándose hasta que la gente de los pueblos cambió escuchar por oír.
"Creo que es una tradición a la que de algún modo la mató la radio y la televisión, cuando llegan a los pueblos ya a finales de los años 50, principios de los 60, los filandones fueron sustituidos por la voz de la radio y el audiovisual de la televisión. También tiene mucho que ver en ello toda la migración del mundo rural en los 50 o 60, que los pueblos se vacían", explica Puerto.
Pero su historia, la de la tradición, sigue bastante viva. "En gran parte gracias a estos escritores que se han empeñado en fomentarla", dice Gancedo y añade que "han ayudado mucho a que se modernice, se actualice". "Tenemos un suplemento literario que lleva su nombre, programas de la televisión, la palabra se ha quedado grabada. Ahora existe lo que yo llamo el filandón 3.0, que es cuando das una charla hacerla entre varios y que esté más abierta al público", explica.
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