En 1975 la Diputación foral de Álava le hizo el encargo al arquitecto Luis Peña Ganchegui de realizar un proyecto para una plaza-monumento en la que tendría que trabajar, entre otros, con el escultor Eduardo Chillida. La idea era crear un lugar homenaje por el centenario de la abolición de los fueros vascos con la Ley del 21 de Julio de 1876 y para ello se debía destruir la antigua plaza de abastos que se encontraba en el Ensanche de Vitoria y cuyo edificio modernista, de casi 100 años, ya era un símbolo de la zona.
El proyecto se presentó unos meses más tarde, en 1976, y tenía un presupuesto de 45 millones de pesetas. La idea era una plaza triangular en la que el protagonista fuera una obra de Chillida, del que hoy se celebra el centenario de su nacimiento, y el diseño no tardó en dividir a la ciudad. Unos hablaban de que destruir el edificio que allí se encontraba era una aberración, algunos pusieron el grito en el cielo por lo que le iba a costar a la aquella nueva plaza "artística" y otros acogieron con entusiasmo el cambio y a sus autores.
Pero las críticas y peticiones cayeron en saco roto. El proyecto fue aprobado en 27 de julio de 1976 por la diputación y casi un año más tarde por el ayuntamiento. Empezaron las obras a finales de 1977 pero las protestas continúas les obligaron a paralizarlas durante más de cuatro meses.
En total, el diseño cubría 8.000 metros cuadrados y todo estaba realizado en granito de Porriño de Pontevedra, del que cada pieza había sido tallada a mano. Se componía por un anfiteatro con gradas, un frontón, una bolera subterránea y un probadero de bueyes como homenaje a los deportes populares vascos. Y la joya de la corona: un laberinto que cobija una escultura de Eduardo Chillida que mide 1,69 metros de altura y pesa más de cuatro mil kilos a la que él definió como "algo que irradia su influencia primero sobre el conjunto visible de la plaza y, en segundo término, sobre todo Euskadi. Es decir, el fuero, fuerte y poderoso, pero, a su vez, protegido", el día que la colocó en el interior del fuerte.
Al final los 45 millones de pesetas se quedaron cortos para este espacio que "emulaba a los templos griegos" y hubo que aumentar el presupuesto en otros 55, por lo que la plaza-monumento acabó costando 100 millones y volvieron las críticas. También, porque al poco de inaugurarse, en 1981, un niño de cinco años se cayó desde uno de los muros al interior del foso y el ayuntamiento decidió cubrir el laberinto con un entarimado de madera impidiendo así que se pudiese acceder a la obra del escultor vasco.
Casi diez años más tarde se abrió otra vez este foso pero no de la misma manera. Se levantaron los muros perimetrales 1, 40 metros y se cerró el acceso con una verja metálica a la obra del vasco que ya se podía contemplar sólo a través de un balcón. Aquello enfadó muchísimo al escultor. La hija del arquitecto, Rocío Peña, lo recordó así en una entrevista a El Correo Vasco haciendo referencia a la intención de Chillida de retirar su obra de la plaza: "La relación del escultor con su pieza es mucho más de autor que la del arquitecto, donde la parte funcional es fundamental. Una obra de arte es más intocable en todos los aspectos y la verdad es que era una gran pena tenerla encerrada en esa verja, no tenía ningún sentido que no se pudiera visitar".
"Las obras tienen un sentido y tienen una vocación además la virtud de las obras no se basa en ser prácticas"
Mikel chillida
También que la relación de la plaza-monumento con la sociedad vitoriana no fue fácil pero que creía, en 2010 cuando a su padre y a Chillida les dieron a título póstumo la Medalla de Oro de Vitoria y cuando la obra arquitectónica se reformó gracias a la financiación del Plan E, que por fin se habían reconciliado las dos partes. "Sucedieron un montón de hechos desagradables que llevaron a que la plaza no estuviera reconocida por Vitoria o que no fuera querida, pero el paso del tiempo permite curar un poco las cosas y también permite a la gente saber usar el espacio, relacionarse con él... De repente, se han unido una serie de hechos que hacen que parezca muy fácil recuperarla".
Y la hija del escultor, Susana Chillida, asegura ahora en conversación con El Independiente que recuerda cómo se llevó una gran desilusión. "Algo que había hecho con tanto cariño e ilusión... Yo vivía entonces fuera pero sé que le producía muchísima tristeza", añade. Y su sobrino, y director de desarrollo del museo Chillida Leku, enfatiza que es un tema complejo. "Las obras tienen un sentido y tienen una vocación, su virtud no se basa en ser prácticas, responden a una necesidad artística que las convierte en pregunta y repuesta. Pero en un espacio público y tan transitado se mezcla con un nivel arquitectónico aún mayor. Aunque aquella decisión no fue algo que se recibiera como una buena noticia entiendo que la obra está en un espacio público tan transitado que hay que buscar un equilibrio que la verdad no se si existe", comenta con las verjas ya eliminadas y con la obra abierta al público.
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