Su primera crónica fue una carta que escribió al diario ABC. El estallido de la Gran Guerra le había pillado en Varsovia junto a su marido y sus hijas. Tras ofrecerse voluntaria como enfermera para la Cruz Roja decidió escribir al periódico sobre lo que estaba viviendo. Tras leer aquellas líneas, el director, Torcuato Luca de Tena, se apresuró a publicarlas y le ofreció un trabajo como corresponsal para Europa oriental.

Y no se lo ofrecía a cualquiera. Sofía Casanova (1861-1958) había nacido en la provincia de A Coruña el 30 de septiembre de 1861 en una familia que se convirtió pronto en monoparental. Su madre la empujó a escribir desde que leyó su talento. Empezó con poesía y con algún poema publicado en el Faro de Vigo. Pero se trasladaron a Madrid y todo eclosionó. La joven gallega comenzó a frecuentar las tertulias literarias del Marqués de Valmar, en la calle Cervantes, y de Ramón de Campoamor, que se convirtió en su protector. También a escribir con más fuerza y durante más tiempo e incluso convenció, a principios de 1885, al entonces rey Alfonso XII para que financiara uno de sus poemarios.

"Me casé muy joven en Madrid, con el sabio polaco V. L., y quedé ipso jacto súbdita del Zar de todas las Rusias"

SOFÍA CASANOVA

Como narra María del Carmen Simón Palmer en Tres escritoras en el extranjero, precisamente en Varsovia conoció Casanova a Vicente Lutoslawski, "filósofo polaco que había llegado a España para recoger datos para un libro sobre el pesimismo en Europa. Se casaron en 1887". 'Me casé muy joven en Madrid, con el sabio polaco V. L., y quedé ipso jacto súbdita del Zar de todas las Rusias', escribió Casanova entonces. "En Varsovia", añade Simón, "residió en el señorío de Drozdowo, propiedad de la familia. Allí la sorprendió la Gran Guerra, después de haber pasado unos años en Rusia acompañando a su marido, profesor en la Universidad".

Casanovas volvió a España en bastantes ocasiones. "En Madrid mantuvo una tertulia en su casa de la calle de Conde Duque, por donde pasaron Segismundo Moret, Ramón y Cajal, Benavente, Manuel Machado o Ricardo León". También muchas mujeres con las que entabló amistad para el resto de su vida. Blanca de los Ríos,​ Filomena Dato, Sofía Tartilán, y Emilia Pardo Bazán; fueron algunas de las escritoras que acudían a las tertulias, con las que creó una unión fortísima y a las que visitó con frecuencia hasta que la guerra la cercó.

Permaneció en Varsovia un año desde su estallido. Contando todo lo que veía en el hospital, criticando las armas químicas y avivando sus convicciones pacifistas. Así relató a su primer muerto: "Tiene la cabeza destrozada y sus manos se enfrían en mis manos. Me arrodillo y rezo por él, por los que no han de verle más… Entra un pope y le bendice, muere entonces. He visto muchos muertos y agonizantes después. Aquel primero es inolvidable y su recuerdo me duele. No sé quién era; no sabrá nunca su madre cómo murió, que no murió solo".

Y así cómo estaban los heridos que llegaban a su hospital en 1915: "¡Congestionadísimo el rostro, cárdenos, abrasados los labios, fríos los pies, hinchada la garganta y el pecho, tosían, arrojaban sangre por la boca y el estertor estremecía por momentos los cuerpos exánimes quemados por la fiebre!".

El avance de las tropas alemanas y el miedo por su vida y la de su familia le hizo comprar billetes de tren que les llevaron a Minsk, luego a Moscú y más tarde a San Petersburgo. Fue en Rusia donde vivió cómo el mundo se daba la vuelta. A su llegada, la dinastía Romanov ya estaba en declive y el país se preparaba para la revolución. Ella siguió informando de todo lo que ocurría en las páginas del ABC. Contó el asesinato de Rasputín el 30 de enero de 1916. Antes había entrevistado a Trotski y durante este tiempo comenzaron a espiarla y muchos de sus artículos fueron censurados por los rusos.

"Los de Lenin son las bestias de la esclavitud convertidas en fieras hambrientas. No saben nada del mundo, ni de los hombres ni de Dios"

SOFÍA CASANOVA

Hubo una época tan larga de silencio que desde su familia en España la llegaron a considerar muerta, pero volvió con fuerza cuando en 1917 el pueblo ruso se sublevó. Tras recibir un golpe durante un tiroteo callejero perdió parte de su vista y reforzó su entusiasmo. Al principio, la escritora y corresponsal recibió la revuelta con alegría, el pueblo despertando ante un estado autoritario y absoluto. "Fuerzas juveniles, risas de obreros van trazando las líneas del edificio que ha de sustituir al desplomado, y van reuniendo los materiales, los mármoles para que sólo albura tenga la Acrópolis de la libertad", escribe en esos meses de 1917, pero la euforia no dura mucho.

Poco tiempo después habló de exceso de confianza por parte de esa juventud, de un "infantil contento" y mencionó a los anarquistas y bolcheviques como los grandes problemas de este cambio y los que no permitirán la libertad del pueblo. "Los de Lenin son las bestias de la esclavitud convertidas en fieras hambrientas. No saben nada del mundo, ni de los hombres ni de Dios. Se les empujó a una revolución libertaria y utópica, que les entrega las tierras de los ricos, y se les ha puesto armas en las torpes manos", escribiría, tal y como recoge El Mundo en un reportaje sobre ella.

Y cómo sigue contando Simón Palmer, ella decidió regresar a España en 1919, "casi ciega y en la miseria", pero como una heroína. Su ciudad, A Coruña, y otras muchas gallegas le rindieron homenaje. Además, en 1925 se le concedió la Gran Cruz de Alfonso XII y se la propuso como candidata al Nobel de Literatura.

Volvió a irse a Varsovia con su familia y tardó en regresar a su ciudad casi veinte años. La última vez que volvió fue a finales de 1938, durante la Guerra Civil, un viaje en el conoció a Franco y en el que se mostró partidaria a su bando. Al volver a su casa familiar, Polonia fue ocupada por los soviéticos y ella vivió como si se encontrase en una cárcel. Así lo describió: "En la catástrofe de Varsovia salimos de la casa ardiendo, habiendo perdido todo. Ni un retrato de mi madre tengo, ni nada que hable de mí a mis nietos”.

Vivió en aquel país el resto de su vida. En una de sus últimas cartas escribió: "Os cansaréis descifrando mi letra, pero sabed que desde que tuve los ojos heridos en Rusia escribo con el brazo en el aire y la mano en un cartoncito, apoyada en la izquierda". Pero no dejó nunca coger el bolígrafo. Murió en la ciudad de Poznan el 16 de enero de 1958 con 97 años y como la primera mujer en cubrir un conflicto completo. Como una de las grandes de su siglo.