Gabriel Albiac (Utiel, 1950) recibe una mañana de invierno en su torreón del centro de Madrid, una buhardilla donde tiene su biblioteca, bebe té y escucha las cantatas de Bach. Hace poco ha publicado su último libro, Elogio de la filosofía. Un título sencillo del que a simple vista, si no se conoce al autor, no se sabe qué esperar. ¿Uno de esos manuales de filosofía práctica tan de moda ahora? La duda ofende. "Todo lo que sea manualizar y trivializar la filosofía solo sirve para dos cosas: para que las editoriales ganen algo de dinero y para que el cesto de la basura se vaya llenando", aclara.
En realidad este breve pero inasequible libro de apenas 200 páginas aparece como una última lección, un curso de madurez de quien lleva toda la vida pensando y enseñando a pensar a sus alumnos y discípulos de la Universidad Complutense, de la que fue catedrático hasta su jubilación hace pocos años.
"Es una especie de autobiografía filosófica", responde. "Al terminar mis Memorias –En tierra de nadie, 2022– entendí que en mi vida, más allá de las anécdotas, lo que ha habido ha sido el empecinamiento de vivir en la filosofía, de pasar todo a través de la filosofía. No lo digo con excesiva satisfacción. Posiblemente eso lo haya pagado tanto yo como los que han estado cerca de mí, porque no es fácil soportarlo. En 1973, mi maestro Althusser le dijo a alguien muy cercano a mí, 'ah, ¿entonces tú estás viviendo con Gabriel? ¿Y no te has dado cuenta aún de que es imposible vivir con un filósofo?' Esto no es una boutade, es cierto. Cuando la filosofía se convierte en una absoluta prioridad de algún modo absorbe toda tu vida. En esta casa no hay sitio más que para los libros. No hay sitio para otra cosa". Salta a la vista.
"Al acabar mis Memorias", retoma Albiac, "entendí que la verdadera reflexión sobre lo que había podido ser mi vida era tratar de entender qué es lo que había pensado. Este libro, Elogio de la filosofía, cierra un ciclo que se abre con mi primera obra de pensamiento, De la añoranza del poder a la consolación de la filosofía. Aquel era el libro de un hombre de 27 años que acababa de salir de una apuesta política", su militancia comunista, "de mucha envergadura con la certeza de una derrota monumental y que buscaba en la filosofía ese consuelo que le permitiese reencontrar algún modo de sentido. Casi medio siglo después, Elogio de la filosofía no añora ya absolutamente nada. Solo busca afirmar que lo único que realmente ha valido la pena ha sido la voladura completa del sentido a la que llamo filosofía".
Pregunta.- Uno comienza a leer su libro y le ataca una tremenda inseguridad. Empieza a preguntarse si se puede ser ciudadano digno de tal nombre sin saber griego…
"A diferencia de otras disciplinas, en la filosofía no hay una evolución. No hay ni ascenso ni regresión"
Respuesta.- No se puede ser ciudadano sin conocer los elementos básicos del mundo griego, y por tanto la estructura de la lengua griega. Hemos pensado en griego durante dos milenios y medio. En este libro he tratado de subrayar una y otra vez la asombrosa intemporalidad de la filosofía, que se renueva con el estupor que produce leer a los grandes clásicos. Y eso es porque, a diferencia de otras disciplinas, en la filosofía no hay una evolución. No hay ni ascenso ni regresión. Se vuelve continuamente a las mismas preguntas, y esas preguntas vienen determinadas por la peculiaridad de la lengua griega, que, de uno u otro modo, heredan todas las lenguas occidentales a través del latín. La filosofía no es una disciplina universal sino de lenguas muy específicas, aquellas que en continuidad con la griega poseen unas peculiaridades extremadamente determinadas en lo que se refiere al uso del verbo ser. Otra cosa es que cuando una lengua pasa a convertirse en un trasto de repetición en el cual no se sabe lo que se dice, todo se transforma en enigmas o en trivialidades.
P.- Dice que la filosofía es una disciplina que no evoluciona. En el libro cita a Schelling, quien defiende que la filosofía es una vía de no saber, de retrasar el conocimiento.
R.- Las disciplinas científicas tienen como objeto dar respuestas a preguntas. La filosofía opera exactamente al revés. Tiene como función mostrar hasta qué punto en las respuestas que nos son dadas se están ocultando preguntas imposibles de plantear. La filosofía era, tanto en Platón como en el maestro más o menos legendario que fue Sócrates, exclusivamente el arte de la interrogación.
P.- La filosofía se sitúa, pues, en un espectro opuesto a esas disciplinas científico técnicas, prácticas, productivas que hoy tanto se valoran. Quizá por eso escribe, citando a Nietzsche, que el filósofo es un “hombre fatal”, estéril, que dedica su vida a jugar. Y el juego de la filosofía, dice usted, es “un ocio fuertemente codificado”.
R.- En el Fedro, Platón habla de cómo la filosofía no es más que el juego de aquellos que saben que en las palabras hay siempre un fuerte componente de engaño y que, por tanto, solamente puede ser considerado digno de respeto aquel que sabe de algún modo ironizar, reír con las palabras, jugar con ellas. Es exactamente lo que encuentras, por ejemplo, en el que ha sido uno de los más grandes matemáticos del siglo XVII, que al mismo tiempo es probablemente uno de los dos o tres más grandes filósofos de la de edad moderna, que es Pascal: esa idea de que el juego, la diversión, es lo único que hace soportable la existencia y que, por tanto, la reflexión sobre el juego, la simulación y el engaño son la condición necesaria para cualquier intento de acceso a la verdad.
P.- Escribe que el filósofo debe conocer la verdad pero que no siempre tiene por qué decirla.
R.- La verdad es necesaria, pero la sinceridad o la franqueza son un camuflaje, tras el cual tantas veces lo que los sujetos intentan ofrecer es una especie de monumento de sí mismos, un bello retrato. Cuando alguien te dice que te va a hablar francamente, sal corriendo, porque lo que va a hacer es largarte un rollo en el que no habrá una sola verdad. La verdad no es fácil de comunicar. La verdad de un matemático, de un científico, de un físico cuántico, no puede ser comunicada sencilla o simplemente a cualquiera. En el libro se plantea algo que arranca de la polémica entre Kant y Constant –¿Hay derecho a mentir?– sobre qué es ontológicamente prioritario, la verdad o la mentira. Y hay algo que yo creo que es de sentido común. El punto de arranque con el cual se enfrenta todo humano que piensa es el de una red de mentiras, de ficciones, que construyen un mundo ilusorio aparentemente armónico, en el que todo encaja y todo está en su sitio, un rompecabezas hecho. Pues bien, es a partir de la prioridad ontológica de la mentira, de esa mentira, que la verdad tiene que abrirse paso trabajosamente y la mayoría de las veces ininteligiblemente.
P.- También apunta que hubiera sido deseable que la filosofía hubiera renunciado a la verdad, o al menos a enunciarla.
R.- Puede pensarse que la filosofía opera sobre estructuras etéreas y que eso no tiene consecuencias. Pero la filosofía tiene consecuencias porque las palabras tienen consecuencias. Esa es la inmensa responsabilidad del filósofo. La trágica historia del siglo XIX y XX en Europa tiene sus orígenes en el romanticismo alemán y está ligada a la concepción idealista, procedente sobre todo de Hegel, conforme a la cual la historia es un proceso progresivo y ascendente en el que el absoluto acaba imponiéndose. Claro, la conclusión es evidente: si lo que está por llegar es el absoluto, el coste que haya que pagar por ese absoluto será siempre nimio, insignificante. Frente a la llegada del absoluto, ¿qué son seis, veinte, treinta, doscientos millones de muertos? Nada. Cuando Carl Schmitt habla de la necesidad de construir la política como teología y proporciona con eso el soporte conceptual del Estado nacionalsocialista, sabe perfectamente lo que está haciendo. Schmitt no es un idiota, todo lo contrario, es probablemente uno de los teóricos del Estado más grandes del siglo XX. Pero naturalmente eso tiene un coste. En el momento en que pones al Estado como soporte de una trascendencia divina, se llame Dios o el espíritu de la nación, lo que estás haciendo es dar todas las coartadas y garantías a cualquier tipo de genocidio.
P.- Una de las constantes de su pensamiento es el reconocimiento de la derrota. Personal y en todos los órdenes.
R.- Es de una honestidad básica entender que el hombre es un animal que fracasa, y que la derrota es el elemento ontológicamente definitorio de lo humano. Por una razón fantástica, que no nos damos cuenta hasta qué punto es un privilegio y un horror: somos el único animal que sabe que muere. Es una cosa absolutamente atroz. El hombre es un curioso bicho mortal y hablante que puede dar razón de aquello de lo que no se puede hablar, que es la muerte. Epicuro lo daba en una de esas fórmulas cerradas, clásicas, inalterables: nada es la muerte; cuando yo no, ella; cuando ella no, yo. Esa proclama de lucidez extrema es también una tragedia absoluta, la de saber que no puedes hablar porque no tienes nada que decir acerca de algo que conoces como inevitable y que de algún modo determina tu vida como un fracaso, como una derrota. Da igual lo que hayas conseguido, lo que hayas vencido, la vida extraordinaria que hayas tenido. Como dice Pascal, al final todo se cierra en una paletada de tierra, y punto.
P.- Esto nos lleva a otro de los grandes temas del libro. La cuestión de Dios forma casi un pequeño tratado. Usted se define como un ateo católico.
R.- No es lo mismo la creencia y la religión que lo sagrado. Lo sagrado es la barrera absoluta, infranqueable del animal hablante que muere, es decir, la ininteligibilidad del sentido de la vida. Es un elemento que determina la mente humana y con el cual cualquiera que trate de pensar tiene que estar jugando continuamente. El libro hace referencia a uno de los ejemplos de arte sagrado más terribles de la historia de la pintura occidental, que es el Cristo de Grünewald. Cuando tú has llegado estaban sonando las cantatas de Bach. Todo lo que compone nuestro universo estético está hecho de los hallazgos a través de los cuales lo sagrado se expresa enmascarando. Lo dice Pascal: nuestras vidas transcurren en una sola operación, que es la de colocar una bella pantalla delante del abismo para poder arrojarnos a él a través de ella. Eso es el arte, siempre y en todo. Lo entendí hace muchos años, casi como una fulminación, cuando entré por primera vez en la Iglesia de San Ignacio de Roma, que para mí es la gran metáfora de la estética católica, y de la estética jesuita en concreto. Ese momento en el que descubres que la realidad no cuenta, que lo que cuenta es la capacidad de construir sistemas de imágenes que sean más poderosos que la realidad. Por eso, cuando hablo de un ateísmo católico estoy pensando muy específicamente en la Contrarreforma. Mi estética es la de la Contrarreforma, como lo es de todo el gran arte de los tres últimos siglos. Es decir, la capacidad de construir sistemas de ficción que dando razón del mundo atenúen de algún modo la amargura, el dolor de estar en un mundo condenado a la muerte.
Israel
La conversación se extiende hora y cuarto hablando de libertad, de la universalidad emocionante de la tragedia y la geometría, de la ingenuidad y el peligro de los determinismos. Pero aunque Albiac presume de vivir en la filosofía, vive también en el mundo. Y con voluntad de intervenir en él a través de los artículos y columnas que escribe desde hace décadas –en El Mundo, La Razón, ABC y ahora El Debate–, y que le han hecho merecedor de premios como el González Ruano o el Mariano de Cavia.
Determinado quizá por la inmersión en el mundo judío que propició su estudio sistemático de la obra del sefardí Baruch Spinoza, Albiac siempre se ha sentido muy próximo a Israel y ha defendido la causa judía. Cuando tiene lugar la conversación con El Independiente, la ofensiva israelí en Gaza como respuesta a los ataques de Hamás del 7 de octubre ha alcanzado su máxima dureza.
"Lo que se produce el 7 de octubre es una matanza que tiene muy pocos precedentes. Se habla de terrorismo, pero se parece mucho más a los pogromos del siglo XVII", sostiene. "No es una operación terrorista, es una acción de exterminio de toda la población que se pilla por el camino y de la manera más atroz. Las violaciones, las ejecuciones de mujeres embarazadas, las decapitaciones... es un pogromo absolutamente espantoso".
Pregunta.- La respuesta militar de Israel ha despertado un cuestionamiento de sus razones y procedimientos inédito hasta la fecha. Incluso en Estados Unidos se han generalizado las protestas llamadas antisionistas.
Respuesta.- Es conocida la rentabilidad del antisemitismo: inventar un enemigo legendario frente al cual todos los conflictos internos quedan resueltos. Después del final de la Segunda Guerra Mundial y de seis millones de asesinatos de civiles, que se dice pronto, es muy difícil seguir llamándose antisemita. Pasa a ser una palabra vetada. Hoy la rentabilidad de ese antisemitismo pasa por la abolición de la palabra y por su sustitución por otra que se quiere presentar como respetable, que es el antisionismo. ¿Ahora bien, qué demonios es el antisionismo? El rechazo de Israel, un Estado ilegítimo que debe ser destruido porque fue artificialmente creado. ¿Pero qué Estado no es artificial? El sionismo fue el único modo a través del cual una nación sin territorio pudo configurar su propia identidad. A partir de la Segunda Guerra Mundial esa forma específicamente judía del nacionalismo encuentra la posibilidad de asentarse sobre un territorio.
"Gaza es una república islamista completamente improductiva y armada hasta los dientes"
La solución que da Naciones Unidas en el momento de la configuración del Estado de Israel, la división en territorios, era perfectamente coherente. Israel acepta entonces la partición del territorio y la existencia de un Estado llamado Palestina. Quienes no lo aceptan son los Estados árabes de la zona. Cuando en 1948 se produce la primera guerra árabe israelí, los países árabes no intervienen solo a favor de la destrucción de Israel, sino a favor de la destrucción de Palestina. Siria, Líbano, Egipto entienden que es parte de su territorio. Desde esa primera guerra, Israel ha estado siempre abierto a proceder a una negociación de fronteras y ceder la parte del territorio que inicialmente Naciones Unidas había fijado como palestino. Hasta que Egipto con Sadat acepta la negociación con Israel, ningún Estado de la zona ha querido firmar un acuerdo de fronteras ni de ningún tipo, y a Sadat eso le cuesta la vida. Cuando Clinton logra un acuerdo básico, Arafat da marcha atrás por miedo a los islamistas. Después, Hamás impone su poder en Gaza exterminando a la OLP y sus líderes logran salir de allí gracias al ejercicio de Israel. A partir de entonces lo que se crea en Gaza es una república islamista, en la cual no se ha dado ni un solo elemento para construir sociedad civil, que vive exclusivamente de la ayuda económica iraní y de los emiratos y que invierte exclusivamente en armamento. Es una sociedad completamente improductiva y armada hasta los dientes.
P.- ¿Cómo puede justificar Israel la dureza de sus acciones, más allá de decir que Hamás utiliza civiles como escudos humanos?
R.- Frente al ataque del 7 de octubre, que orquesta Irán a través de Hamás para provocar una reacción, Israel no tenía más que dos opciones: o una aceptación de que su tiempo ha terminado y que la destrucción puede producirse en cualquier momento, o una destrucción total de un enemigo que se llama Hamás y con el cual no hay posibilidad ninguna de negociación. Mi impresión es que los bombardeos de Israel están siendo muy medidos. Si Israel quisiese destruir el territorio, posee aviación más que de sobra para hacerlo en menos de una semana. Si al cabo de dos meses el avance del Ejército israelí está siendo tan lento es porque se está tratando en la medida de lo posible de exterminar las unidades armadas, lo que pasa es que están es completamente infiltradas en la población. Hamás e Irán han forzado una situación en la que es imposible que la guerra no acabe con un número altísimo de bajas. No sé si ningún Estado europeo actuaría con mesura en el caso de verse en una situación así. Pero hay una peculiaridad que marca la diferencia de todo y es que ningún Estado del mundo arriesga lo que arriesga de Israel. Cualquier otro Estado puede perder una guerra y seguir existiendo, incluida la Alemania nazi. Israel no. El programa de Hamás es completamente claro. Su objetivo es la destrucción completa del Estado de Israel y la eliminación de la población judía en la zona. Israel sabe perfectamente que si pierde esa guerra desaparecerá. Ante una hipótesis en la que o ganas una guerra o desapareces, ¿qué puedes hacer? Dar la guerra. No es que lo hayas elegido, es que no puedes hacer otra cosa.
Una sociedad "analfabetizada"
En su buhardilla, Albiac sigue leyendo y escribiendo, aunque asegura ser consciente de que en su caso la escritura es la condena de quien no sabe hacer otra cosa en un mundo en el que a casi nadie ya le importa. "La escritura está condenada a muerte", asegura. "Vivimos el final de un ciclo que se inicia en la Atenas del siglo V antes de Cristo, y que explicita por primera vez Platón al final del Fedro, en el cual la escritura es el sustrato de la memoria y el pensamiento. Pero claro, eso exige una condición previa: que se sepa leer. Estamos en una sociedad que ha quedado completamente analfabetizada, en el sentido más literal del término. No digo que no existan otros tipos de conocimiento. En el ámbito técnico estamos en una sociedad extremadamente refinada. Pero el papel material y simbólico que ha jugado la escritura a lo largo de 2.500 años ha desaparecido. La gente de mi edad ha visto desaparecer lo que era el soporte de sus vidas. El de la mía es esta biblioteca, y ya no sirve para nada. El 99 por 100 de los ciudadanos serían incapaces de abrir cualquiera de esos libros y leer tres páginas seguidas".
P.- Hablábamos antes del potencial virtuoso del griego, pero también nos recuerda en su libro que los sofistas triunfaron gracias a él. ¿Pedro Sánchez es un sofista?
Los sofistas son grandísimos pensadores. Pedro Sánchez está hecho exactamente a la medida de nuestro tiempo. Es un analfabeto en una sociedad de analfabetos y por lo tanto su éxito está plenamente garantizado. Se habla de un hombre carente de escrúpulos, desprovisto de categorías morales. Todo eso es cierto, pero no son más que consecuencias derivadas de un analfabetismo básico. Me da muchísima risa su empeño en hacer que le escriban libros que él firma. Es el esfuerzo paradigmático de un perfecto analfabeto, es decir, de alguien que vive con el resentimiento de ser el más grande y, sin embargo, saber que es incapaz de escribir una o con un canuto, lo cual no disminuye en nada su capacidad para triunfar en política. En una sociedad analfabetizada como es en general la sociedad de nuestro tiempo, pero de un modo escalofriante la española, el rey de los analfabetos necesariamente tiene que triunfar.
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