Silvia Labayru fue secuestrada a finales de 1976 durante la dictadura argentina. Tenía 20 años, estaba embarazada de cinco meses y formaba parte de los Montoneros, una organización guerrillera peronista. Los militares la encerraron en la ESMA, un centro clandestino, y allí sufrió torturas, allí dio a luz a su hija, encima de una mesa y con dos militares al lado, y de allí salió siendo una de las únicas 200 supervivientes de un total de 5.000.
Fuera se reencontró con su hija, se exilió rápidamente en España y comenzó una vida en la que la sospecha envolvió siempre su presencia. Algunos la tildaron de traidora, otros la dejaron sola y ella fue construyendo a lo largo de estos 40 años una coraza. No dio muchas entrevistas, contó lo ocurrido en los juicios y a otras víctimas, pero permaneció en un segundo plano hasta que en 2021 la entrevistaron en Página/12. Fue aquella noticia la que leyó la periodista y escritora Leila Guerriero (Argentina, 1967) y por la que ha publicado su libro La llamada (Anagrama), 430 páginas de reportaje donde narra a Silvia Labayru casi por completo. Donde cuenta el horror desde dentro y el estigma de sobrevivir.
Pregunta.- ¿Cómo llega a Silvia Labayru y a su historia?
Respuesta.- Llegué por un amigo en común. Jamás había escuchado su nombre hasta que Dani Yako, de los mejores fotógrafos de la Argentina, me puso un día un mensaje muy escueto, porque él es muy parco, que decía: "¿Viste esto de mi amiga Silvia?", junto con un link a un artículo de Página/12 acerca de que Silvia Labayru era una de las tres denunciantes del primer juicio por violaciones que se hacía a los militares de la dictadura.
Leí la historia y me resultó dura, interesante, asombrosa en algunos aspectos y le respondí a Dani algo así: "¡Qué historia dura!" Él vio algo que yo no vi, porque no sé me ocurrió decir que quería contar esa historia y encima el texto aclaraba que ella llevaba décadas sin hablar con periodistas, y en ese mismo minuto me dijo: "¿Quieres que le pregunte si quiere hablar con vos?" Al ratito me dijo que la llamase.
Lo hice, conversamos por teléfono y le propuse encontrarnos. Le llevé mis libros, le envié links a mis notas y le hablé de hacer un artículo para El País Semanal, donde colaboro, pero sin consultar nada en la revista. Tuvimos esta primera conversación y a ella le pareció bien, le expliqué que necesitaba hablar con su entorno y acompañarla en alguna actividad cotidiana y estuvo de acuerdo en todo. Me preguntó si ella lo podía leer antes de publicar, le dije que no, luego me preguntó si podía grabar las entrevistas, le dije que claro, pero nunca grabó nada.
Empezamos a hacer entrevistas y a la tercera o cuarta me di cuenta de que tenía tanta complejidad y hacía falta tanto espacio para narrar con sutileza su historia que no cabía en un reportaje ni en una revista entera. Un día que nos encontramos le dije que esto era desbordante para una publicación corta y que me parecía que era un libro. Ella me miró con rostro de "ya me di cuenta" y a partir de ahí la idea del libro se configuró.
P.- ¿Cuántas entrevistas hizo en total?
R.- Son más de noventa entrevistas. No sólo las de ella, las de todo su entorno.
P.- ¿Qué se sabe de Silvia Labayru en Argentina?
R.- De la ESMA se sabe muchísimo, de hecho hay una causa judicial que es la mega causa. Lo que pasó allí, que fue un centro clandestino de detención donde pasaron 5.000 personas y solo sobrevivieron 200, los nombres de quien lo dirigieron... Todo lo que pasó es una historia muy conocida. Hoy allí funcionan organismos de derechos humanos y la parte represiva de la ESMA, no todo el edificio estaba destinado a la represión sino que había una parte que funcionaba como una escuela, ha sido transformada en el Museo de la Memoria.
De Silvia la primera noticia que tuve fue la que leí en Página/12, no es una historia conocida. Lo es por su entorno, por la gente que pasó por eso, por los que estuvieron detenidos con ella o sin ella, en el mundo de las ONGs y de los derechos humanos pero no es un caso conocido por el común de la gente.
P.- Llama mucho la atención que aquel edificio siguiera funcionando como escuela mientras en la parte de abajo se torturaban a miles de personas.
R.- Te habla de la impunidad y la omnipotencia que tenían, que pensaron que nunca nada iba a pasarles porque los detenidos, los secuestrados, pasaban por el comedor de los oficiales engrilletados, encapuchados, tomándose uno del hombro del otro para poder subir las escaleras y ellos los veían pasar. Era algo común para ellos.
P.- En el libro se pregunta varias veces que por qué a usted, por qué le cuenta su historia. ¿Por qué cree que lo hace?
R.- No sé. Y la verdad que no se lo preguntaría nunca, en el fondo quizá ni a mi misma en serio. La primera vez que me confronté con esa pregunta fue cuando una de las tres personas que sabía que estaba trabajando en esto me la hizo. Ahí me saltó. Creo que no es una respuesta que yo pueda dar y que ella tampoco tendría una respuesta muy clara.
Supongo que habrá tenido ganas de que esta historia viera la luz de una manera más completa y esto se habrá unido con que era alguien que le daba confianza porque iba de parte de un amigo. Después, en las charlas, habrá visto que no la estaba juzgando, que le hacía preguntas incómodas pero con cautela, cuando ya había un terreno sólido entre las dos.
P.- Ella repite muchas veces: "Nunca nadie me pregunta por las torturas". Usted habla de la dificultad de preguntarle por las violaciones.
R.- Ella siempre me decía que nunca nadie le preguntó por las torturas y yo de a poco le había preguntado pero no de una manera brutal. Le preguntaba detalles como cómo iba vestida cuando la secuestraron, que me contó que iba con un vestido de embarazada de la época que le parecía horroroso. De a poquito iba llegando cada vez más. Pero ella contó de la tortura desde el principio, de su embarazado, de los gritos de otros militantes en la habitación de al lado... Pero no con detalle.
"Sentía mucho pudor en preguntarle cosas que no hacían falta porque me bastaba con saber que la habían violado"
LEILA GUERRIERO
Pero hablábamos y ella repetía: "Nunca nadie me preguntó de la tortura", y cuando escuchas eso es un "por favor, pregúntame por la tortura". Entonces un día me estaba por ir de viaje y no nos íbamos a ver durante un mes, era una mañana muy lluviosa y muy fea, nos fuimos a un bar que estaba vacío, muy normal, había un papá con un bebito que se ve que era el hijo de la mujer que trabajaba en la cocina porque ella venía y le amamantaba y pensé: "Bueno, va a ser aquí".
En una entrevista hay un parte que hablas de otras cosas, después vas avanzando hacia el terreno que querés y a final le pregunté pero siempre citando sus testimonios en uno de los juicios por el tema de la ESMA. Ya me contó con más detalle y era raro estar en un bar hablando de eso pero en el fondo nadie escucha nada y ella fue muy detallada pero no morbosa.
Al final, por las violaciones no necesitaba que me contara nada. Sentía mucho pudor en preguntarle cosas que no hacían falta porque me bastaba con saber que la habían violado y ella me contó aquello en general. Allí no había un discurso de que nunca nadie le preguntó. Ya en el juicio tuvo que pasar por preguntas incómodas y eso que fue en el siglo XXI.
P.- Tuvo que esperar mucho para que ese juicio fuera posible.
R.- Ese juicio habría sido imposible hace 15 años. Toda la situación que se puede comprender ahora acerca de lo que es una violación y qué es el consentimiento habría sido muy difícil hace una década y media. No creo que ella se hubiera expuesto a las preguntas que sabía que iba a recibir, ni siquiera ahora el interrogatorio no fue demasiado contemplativo ni amable.
P.- Habla con mucha rabia de su exilio, del trato de los demás.
R.- Sí, ella habla con rabia de muchas cosas: de los militares, de la situación por la pasó a su hija, que nació dentro de la ESMA en un parto sobre una mesa... Siente mucha culpa y mucha ira contra sí misma a pesar de que su hija tuvo y tiene una vida muy buena.
También, como decís, del momento en el que salió con 21-22 años y al montarse en el avión, que la traía a Madrid para iniciar un exilio muy prologado, pensó que lo peor ya había terminado. Cuando pasas por torturas, vejaciones de toda clase, un parto en un sitio clandestino, te quitan a tu hija y se la dan por suerte a los abuelos paternos, porque la mayoría eran entregados a militares que lo criaban como hijos propios, cuando estás convencida de que al día siguiente te van a matar... Pues salió de allí en un avión y decía: "Se terminó el infierno". Pero llegó aquí y se encontró con el repudio de muchos, no de todos porque sus amigos fueron casi todos leales, pero había en el exilio un runrún de sospecha sobre todo el que salía de un centro clandestino.
P.- El título de su libro hace referencia a una llamada que responde el padre de Silvia y que le salva la vida. Todo por azar.
R.- Sí, esa llamada da título al libro, la llamada que hacen desde la ESMA a Jorge Labayru, que aún vive. Fue el jefe máximo de la ESMA, que era un tipo que le decían 'El tigre Acosta', mandó traer Silvia y le dijo: "Voy a llamar a tu padre". Llamó y estaba convencido de que el padre de Silvia apoyaba la ideología de su hija, que era montonera, pero cuando atendió el padre del otro lado y 'El tigre Acosta' le dijo: "Jorge Labayru, le llamo para hablarle de su hija", la repuesta no fue la esperada.
"Ella lo vivía como el renacimiento de los dos, para ella fue un golpe del azar porque el padre podría haberse quedado congelado"
Él, que hacía meses que no sabía de ella y pensaba que estaba muerta, empezó a insultar pensando que quien lo llamaba era un militante montonero: "Montoneros hijos de puta, los voy a matar a tiros, la muerte de mi hija es culpa vuestra". 'El tigre Acosta' colgó y le dijo: "Entonces tu padre es uno de los nuestros". Digamos que percibió que no había allí una ideología montonera y de alguna manera eso salvó la vida de Silvia, por lo menos hasta que tuviera el parto porque ella estaba segura de que cuando tuviera a su hija la iban a matar porque lo que les interesaba era la niña
Después de ese día, desde que ella está en libertad, su padre y ella festejan esta fecha como si fuera un cumpleaños. Creo que ella lo vivía como el renacimiento de los dos, para ella fue un golpe del azar porque el padre podría haberse quedado congelado y siente que esa llamada fue en parte lo que la salvó.
Pero el libro, con ese título, también convoca a otras llamadas. Fue una mujer llamada, la llamada de su vocación militante, la del padre y la de 2018 desde Buenos Aires de un hombre que fue muy importante en su adolescencia y con el cual se encontró tras quedarse viuda. Con él volvió a retomar una historia de amor que quedó truncada por el secuestro, por el océano, por los malentendidos, por cartas y telegramas que ella envió pero que los padres de él destruyeron, en un contexto temible y queriéndolo alejar a su hijo de una mala influencia. La llamada es esa también, un poco más cursi pero linda.
P.- A Hugo, el que hizo esa última llamada, no le parecía una buena idea este libro.
R.- Le parecía pésima. Pero cuando Hugo terminó de leer el libro me mandó un mensaje en su estilo parco pero muy conmovedor. Creo que se sorprendió, él estaba convencido de que ella tenía que escribir su propio libro y no es incompatible aunque quizá ella está hasta las cejas de todo esto.
Hugo es una persona muy seria, más parca, pero ahora no veo ninguna sombra de desconfianza, que la tuvo. Aunque al final del proceso fue a menos, un día salimos a cenar y, cuando me dejaron, Hugo me dio un apretón de manos donde me está como validando. Él es psicoanalista así que ese apretón de manos no era poco, siento que ahora hay como una corriente de respeto.
P.- ¿Qué opinión se tiene de los Montoneros en Argentina?
R.- No podría responder a esa pregunta. Hay distintas posturas, no hay un respuesta general. Es un tema complejo el de la lucha armada de esos años.
P.- ¿Cómo se mantiene la objetividad después de tanto tiempo con la protagonista? Al final te pregunta cómo está tu pierna, cómo te encuentras...
"Siempre supe que había algunas cosas que no me iba a contar y me hacía ver que ella tenía muy clara la distancia"
LEILA GUERRIERO
R.- No me supuso ningún problema, puedo pasar mucho tiempo con una persona sin mezclar mi rol de periodista con otra cosa. A medida que pasa el tiempo vas viendo otras cosas de esa persona pero yo siempre cuento muy poco, en el libro cuando aparezco es con pensamientos que tengo en soledad sobre cómo se siente ella cuando la dejo sola. Aunque está claro que este libro si lo escribe otra persona había sido distinto
También se consiguió gracias a ella porque lo tenía claro, en un momento me dijo: "Qué lástima que no te puedo contar algunas cosas". Siempre supe que había algunas cosas que no me iba a contar y me hacía ver que ella tenía muy clara la distancia.
P.- Al final es un reportaje inmenso hecho de recuerdos de hace 40 años, hay muchos testimonios contradictorios. ¿Dudó en algún momento de alguno?
R.- Nunca tuve una mirada de juzgar, si era verdad sí porque cotejaba los relatos, pero más allá de que la memoria es una máquina de editar y eso nos pasa a todos y más en un caso de experiencia traumática me parece que en el libro hay puntos de vista distintos. Hay gente que piensa unas cosas y gente que piensa otras sobre su historia. Lo que creo es que no hay distintas versiones. Bueno, sí que hay una disparidad de criterios en cuando fue el momento en el que papá de Vera se encontró con ella pero creo que es un hoyo de la memoria.
P.- El testimonio de Alberto Lennie, el padre de la hija de Silvia, me parece uno de los duros con ella.
R.- Bueno, él reconoce que estaba enamoradísimo de Silvia pero a partir de lo que pasó se generó claramente una sombra de conflicto. Hay que pensar que eran una pareja joven en la que los dos están militando clandestinamente en la misma organización y pasa lo que pasa. Él se pasa meses creyendo que la hija y la mujer están muertas, cuando se entera que están vivas sale del país, luego le avisan que la mujer le iba a ver a Uruguay, que eran cosas que hacían los militares y los que conocen la historia saben que esas salidas ocurrían, pero en aquel tiempo vivido en presente era enloquecedor: "Como que está secuestrada y la van a traer para que la vea y yo no puedo decir nada porque sino matan a mi familia y luego se la vuelven a llevar secuestrada".
"Resalta mucho la fortaleza de Silvia, dice que tuvo una postura muy firme en contra de los militares, pero tiene otra visión de la postura subjetiva de Silvia en relación a algunas cosas"
LEILA GUERRIERO
Era enloquecedor para los dos e hicieron con esa historia lo que pudieron, había un conflicto de base: ella fue secuestrada y él no. Eso genera una disparidad, nos cuesta resolver conflictos de pareja mucho más comunes así que imagínate con algo así. Creo que él resalta mucho la fortaleza de Silvia, dice que tuvo una postura muy firme en contra de los militares, pero tiene otra visión de la postura subjetiva de Silvia en relación a algunas cosas. Esa dureza que mencionas tiene que ver con esas cosas afectivas no resueltas que me parecen lógicas. Cuando cotejé la historia que él me había contado con Silvia, ella me dijo: "Está en su derecho, es su visión".
P.- Esto ocurre varias veces a lo largo del libro, le comenta otra entrevista donde le han dado una visión diferente y ella lo acepta muy bien.
R.- Creo que en parte porque estaba acostumbrada a ser juzgada. Vivió en pie de guerra contra eso, no es resignación, pero es como: "Me ha pasado siempre".
P.- Su hijo le da las gracias por lo que estaba haciendo por su madre.
R.- No sé. Supongo que este libro cerró la historia, a ella le conmocionó. Dani Yako, por ejemplo, me dijo que había un montón de cosas que están en el libro que él ignoraba y llevan de amistad más de 40 años. Creo que hay una conmoción en ella, en su entorno, aunque no sé si le hizo bien y tampoco estaba hecho para eso.
Ella está muy conforme. No encuentro una palabra para definir lo que siente pero tuvimos una larga conversación donde ella solo elogió el trabajo que había hecho y me dijo que el resultado había superado lo que imaginaba. No es una persona santificada en el libro, tiene muchas sombras. Al final de la conversación me dijo: "¿Sabes qué? Siento que me pillaste". Eso me dejó como tranquila, como: "He contado tu historia y te reconociste en todas las partes, incluso en aquellas partes que no son tus partes buenas".
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