En 1924 los intelectuales españoles pasaron uno de sus peores años. La dictadura de Primo de Rivera fue feroz con todo aquel que no pensase a su favor o que hablase en su contra y realizó un barrido de instituciones y actores culturales que dejó a sus contrarios temblando. Uno de los lugares más perjudicados fue el Ateneo de Madrid, y una de las personas que representaron aquella purga fue Miguel de Unamuno.
Esta semana se cumplen 100 años del cierre obligatorio de esta institución y de la carta que le llegó al profesor de Salamanca en el que le comunicaban su exilio a Fuerteventura. Pero todo empezó unos meses antes, cuando Primo de Rivera se hizo con el poder el 13 de septiembre de 1923 y, como cuenta Víctor Olmos en su libro Ágora de la libertad (Editorial Renacimiento), "dejó sin aliento a gran parte de la sociedad española, en especial, al mundo de la cultura".
El periodista y escritor ha investigado en profundidad la historia del Ateneo y ha publicado tres tomos en los que narra al detalle el porqué, el cómo y el cuándo de todo lo que ocurrió tras estas puertas y la repercusión que sus discusiones y decisiones tenían fuera de ellas.
Todos los ateneístas contemplaron, asustados y compungidos, sin saber qué decir, la suspensión de las garantías constitucionales, al tiempo que se preguntaban: ¿Podrá el Ateneo existir bajo una dictadura?"
VÍCTOR OLMOS
Asegura que este cambio político tuvo "en una agrupación cultural como el Ateneo de Madrid una especial repercusión". "Todos los ateneístas, desde el recientemente elegido presidente de la corporación, Ángel Ossorio y Gallardo, ex ministro de Fomento, del ala izquierda del Partido Conservador, hasta el último socio contemplaron, asustados y compungidos, sin saber qué decir, la suspensión de las garantías constitucionales, al tiempo que se preguntaban: ¿Podrá el Ateneo existir bajo una dictadura?", asegura.
Y la respuesta fue que no. El 20 de octubre de 1923, en la apertura de la temporada, ya se posicionaron a través del discurso que realizó Luis de Tapia, en aquel momento secretario primero de la institución. "No es este centro cultural, ni lo ha sido nunca, frío laboratorio especulativo en el que se persiga la verdad científica sin el calor de la pasión política. Los impulsos vehementes de los jóvenes socios, los ardores polémicos de los socios veteranos, rompen toda frontera e invaden los campos todos de la actividad humana. El Ateneo interviene con fuego ardoroso en todos los problemas nacionales (…). Ante todo quiere respirar el aire pleno de la libertad ciudadana", aseguró ante todos los socios. Y tras él, el presidente recalcó la idea de la libertad absoluta de la que debía disfrutar esa institución. Ambos discursos fueron recogidos por la prensa y llegaron, claramente, a oídos del Gobierno.
Advertencias de la autoridad
Poco tiempo después presentaron el programa de sus conferencias. Versaban "sobre figuras y acontecimientos políticos de la España del siglo XIX y otros temas vivos y actuales que nuestra situación política del instante sugiere al libre examen crítico del pensamiento". Y una de ellas estaba dedicada al Desastre de Annual, un quebradero de cabeza para el gobierno de entonces.
Aquí ya comienza a rumorearse que Primo de Rivera pretende un cierre del Ateneo y empiezan a verse pasos en esa dirección. El diario El Sol no tarda en publicar que "con motivo de los últimos actos públicos organizados por el Ateneo de Madrid, la Directiva ha recibido una comunicación de la autoridad correspondiente en la que le recuerda el deber de avisar con tiempo oportuno para que un delegado asista a dichos actos y que aunque hasta ahora no ha recaído acuerdo en la Docta Casa, se tiene la impresión de que serán suspendidas las discusiones y conferencias que estaban en proyecto". Así lo recoge el libro de Olmos, que continúa contando que el entonces presidente, Ossorio y Gallardo, se negó a aceptar la presencia de un delegado en sus actos.
"Inmediatamente me negué a aceptarlo y propuse a mis compañeros que, en señal de protesta, cerrásemos la tribuna y suspendiéramos toda actuación pública. La mayoría de ellos, cabezas calientes, adoptó una postura heroica: seguir celebrando nuestros actos y resistir por la fuerza a la autoridad si se obstinaba en intervenir. Les indiqué que ante un Poder desmandado, la resistencia era inútil y que el Ateneo sería evaporado de un soplo", aseguró antes de suspender su actividad.
Palacio Valdés, figura de consenso
Esto no fue bien recibido por todos los ateneístas, entre ellos Ramiro de Maeztu, que consideraba que se debía acatar la decisión del Gobierno. Se produjo tal revuelo que la junta directiva dimitió en bloque en enero de 1924. Y se generó otra problema. Se tuvieron que convocar elecciones y empezaron a aparecer posibles nombres. Miguel de Unamuno y Gregorio Marañón, ambos defensores de la libertad que estaba suprimiendo la Dictadura, fueron dos de ellos. El tercero, Adolfo Álvarez Buylla, ya había sido presidente del Ateneo y uno de los más críticos con el Desastre de Annual. Pero fue un cuarto, Armando Palacio Valdés, quien fue tan convincente que provocó que el resto se retiraran.
"Él –tal y como narra Olmos– había aceptado liderar la candidatura, a petición de numerosos socios, era un anciano de blanca tez, con pelo, bigote y barba níveos y ojos claros, que, como comentaría la historiadora Isabel Pérez de Tudela y Velasco, denotaban 'sinceridad' y trasmitían 'sosiego'". El jueves 31 de enero de ese año se celebraron las elecciones. Palacio Valdés consiguió 194 votos de un total de 230 socios. Un auténtico éxito, un respaldo absoluto con el que intento hacer del consenso una forma de supervivencia.
Este fue el discurso con el que comenzó su mandato: "Ni amo la política, ni sirvo para ello. El Ateneo es y fue siempre un centro de cultura, ajeno a la política, que si tuvo acceso a ella, fue desde un punto de vista doctrinario, abstracto, sin acritud y sin virulencia. Las pasiones, los gritos de la calle no deben trasponer los umbrales de esta casa. Pero el Ateneo tiene que recabar fuerzas para desenvolver su cultura. Necesita que no se coarten sus medios y se respete la libertad de su cátedra. Las leyes de la patria, justas o injustas, deben ser obedecidas por los ciudadanos, decía Sócrates. Esperemos también que no se mermen nuestros derechos y que no se estorbe nuestra labor de cultura".
Una paz efímera
Pero la paz duró poco. El domingo 17 de febrero subió a la tribuna Rodrigo Soriano, radical y socialista, además de diplomático y periodista. Y aunque sus palabras fueron censuradas en España, así describió su conferencia Ramiro de Maeztu: "Habló el señor Soriano y su discurso fue un ataque cerrado contra la persona del Jefe del Gobierno y contra el ejército en general. Al terminar exclamó: '¡Hasta la cárcel!' Y éramos muchos los que estábamos ciertos de que no tenía el Directorio más remedio que tomar alguna medida radical".
Esta intervención, y sus posibles consecuencias, provocaron la dimisión de la Junta de Gobierno del Ateneo y el 20 de febrero Primo de Rivera clausuró la institución. "Una nota oficiosa (las notas oficiosas eran usualmente redactadas por Primo de Rivera) de la Oficina de Prensa del Gobierno explica que la medida 'está fundada en la contumacia y tenacidad con que la citada Sociedad, separándose de sus fines y aun contra la voluntad de gran número de sus socios, viene dedicándose a hacer política estridente y perturbadora'. La noticia tenía tal resonancia que el ABC la publicó en su portada, a toda plana, con unas fotos del salón de actos del Ateneo abarrotado de público, sobre las que estaba impresa la puerta de entrada a la Docta Casa, cerrada a cal y canto", explica Víctor Olmos.
Y no solo fue clausurado el Ateneo. Junto a su cierre iban acompañados dos exilios, el de Rodrigo Soriano y el que fue más sonado: el de Miguel de Unamuno. Les echaron de la Península alegando que habían llevado a cabo "propagandas disolventes y desacreditando de continuo a los representantes del poder y al propio soberano".
El Ateneo, en resumidas cuentas, no se abría, porque un Ateneo con peluqueros y sin conversación no era el Ateneo"
ANTONIO RUIZ SALVADOR
Claramente ambos comunicados no sentaron bien a muchos ciudadanos y menos aún en el ámbito cultural así que, ante la presión, Primo de Rivera decidió abrir un poco la mano y permitir que se volvieran a impartir clases de idiomas y que reabriese la biblioteca. También se autorizaron los servicios de peluquería y tocador, pero tanto el salón de actos como las tertulias en los pasillos estaban prohibidos. Antonio Ruiz Salvador, en su libro Ateneo. Dictadura y República, definió así la situación: "El Ateneo, en resumidas cuentas, no se abría, porque un Ateneo con peluqueros y sin conversación no era el Ateneo".
El 'annus horribilis' del Ateneo
El actual presidente de la institución, Luis Arroyo, asegura que fue el annus horribilis. "La casa recuerda perfectamente el momento en el que fue cerrada. Las razones fueron que la institución era completamente liberal y muy crítica con la dictadura. Tenemos esa fecha en la memoria y muy presente. Porque luego llega 1939 y el Ateneo es tomado por el Régimen, pero en ese caso no se cierra, se mantiene, y eso genera un contraste", asegura. "Mantuvieron la institución con su propio nombre, aunque fuera una casa de formación de la Falange y luego un centro de difusión. Tuvimos que esperar hasta la llegada de Fraga en la Transición para ir recuperando poco a poco nuestro carácter democrático".
"La casa ha sido a lo largo de toda la Historia una institución única. Ni siquiera la Residencia de Estudiantes tenía esa cantidad de ilustres pasando por aquí, era una bomba de relojería para los autócratas. Se los liquida a todos y ya no volvieron hasta la República. La nomina era impresionante: la generación del 98, la del 14 y la del 27. Eso no volvió a suceder", explica sobre aquella época en la que el Ateneo fue el gran centro cultural y de debate del país. Algo que se recuperó durante la República, pero no en todo su apogeo, y que mantuvo apagado hasta la llegada de la democracia.
También asegura que aunque para él está fuera de toda duda la figura de Unamuno, su comportamiento en los años siguientes provocó que no haya alcanzado el potencial de otras figuras ateneístas como Pérez Galdós, Pardo Bazán, Carmen de Burgos o Valle Inclán. "Es mi sensación, pero es muy significativo que, aunque está en la Galería de los Ilustres, no da nombre a ninguna sala. Hay nombres que son más simbólicos para el Ateneo que el suyo aunque se le quiere mucho", explica.
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