"Para el día próximo, la lección siguiente". Con estas palabras acabó Miguel de Unamuno su última clase como catedrático en la Universidad de Salamanca. El día anterior le habían comunicado la noticia de su destierro pero acudió a la universidad para decirles que había que continuar. Fue un 21 de febrero de 1924, hace ya 100 años, y el escritor y rector iba a emprender su exilio en Fuerteventura con una parada obligatoria en Madrid.
"Ilustrísimo señor: Acordado por el Directorio Militar el destierro a Fuerteventura (Canarias) de don Miguel de Unamuno y Jugo, Su Majestad el Rey (q. D. g.) se ha servido disponer: Primero: Que el referido señor cese en los cargos de vicerrector de la Universidad de Salamanca y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma; y Segundo: Que queda suspenso de empleo y sueldo en el de catedrático de dicha universidad", rezaba la Real Orden que le alejaba de los suyos, le dejaba sin trabajo y que iba acompañada del cierre del Ateneo de Madrid.
Cuando en Salamanca se enteraron de que su gran intelectual era obligado a dejarles le dedicaron veinte minutos ininterrumpidos de aplausos en la estación de tren que le iba a llevar a la capital. Sabían que se iba uno de los mejores y también sabían porque. Sus críticas a Primo de Rivera habían sido constantes pero sobre todo insultantemente inteligentes, el dictador no soportaba al intelectual y decidió enviarle al punto más alejado de la península donde las noticias llegaban con días de retraso y dónde creyó que Unamuno sería inofensivo.
Cuentan que la que más lloraba era su mujer Concha, que él metió tres libros en la maleta: Nuevo Testamento en su original griego, La Divina Comedia, de Dante, y los Cantos, de Giacomo Leopardi, y se fue más apenado de que quiso demostrar. No se fue solo, junto a él estaba Rodrigo Soriano, que también había sido expulsado de la península y que sería uno de sus grandes apoyos en ese destierro que fue corto pero profundo.
Llegaron allí un 10 de marzo y la isla les acogió como estrellas. Los majoreros les estaban esperando y les dieron una vida temporal en el Hotel Fuerteventura de Puerto del Rosario que se encontraba entre la iglesia y la cárcel; y que hoy es la Casa Museo Miguel de Unamuno. La hospitalidad emocionó al escritor y la isla fue perdiendo para él las sombras con las que se la había imaginado desde que le había llegado la orden. Así lo explica en la primera postal que envía desde su destierro: "Fuerteventura es de una pobreza triste; algo así como unas Hurdes marítimas. Es una desolación. Apenas si hay arbolado y escasea el agua. Se parece a La Mancha. Pero no es tan malo como nos lo habían pintado. El paisaje es triste y desolado, pero tiene hermosura. Estas colinas peladas parecen jorobas de camellos y en ellas se recorta el contorno de éstos. Es una tierra acamellada".
"Paseó por la isla intentado conocerlo todo, se subió en las barcas de los pescadores, se rio mucho con Soriano, montó a lomos de un camello"
Y empezó a enamorarse. Lo hizo de sus playas, de su gente, de su clima. También de la forma de vida, de la comida y de la tranquilidad. Unamuno vestido de oscuro paseó por la isla intentado conocerlo todo, se subió en las barcas de los pescadores, se rio mucho con Soriano, montó a lomos de un camello... Fue, quizás, otro Unamuno donde la lectura también lo ocupó todo pero que encontró una nueva belleza en la calma de saber cuando ya no tenía capacidad de acción y vivir alejado del bullicio.
"Clima quiere decir inclinación, y la inclinación es aquí, en esta afortunada isla de Fuerterventura, admirable. ¡Qué escuela de sosiego! ¡Qué sanatorio! ¡Qué fuente de calma!", escribió. Y sus biógrafos Jean-Claude Rabaté y Colete Rabaté aseguraron que "si bien sufre al estar separado de los suyos y de su país, se siente enseguida atraído por la isla; ensalza el clima -'una eterna primavera'-, la comida buena y muy sana, y apenas le decepcionan los paisajes desolados".
Aquella isla le inspiró para escribir versos, le dio tiempo para "relajarse", para vivir de otra manera y tampoco estuvo tan solo como pensamos. Desde su llegada, Unamuno mantuvo una relación epistolar tanto con su familia como con muchos de sus amigos. La mayoría de sus cartas se abrían con vapor y se leían antes de que lo hiciesen sus destinatarios pero otras tantas entraban clandestinas en los buzones adecuados.
Fue uno de esos amigos los que le ayudaría a encontrar otro lugar donde vivir cuando sólo cuatro meses más tarde, el 4 de julio, el gobierno de Primo de Rivera le permitió abandonar la isla y volver a la península. El decide tocar tierra pero no la suya. Algunos dicen que salió de la isla en un yate privado, otros que salió a la mar en una embarcación de vapor vestido de majorero y sin llevar equipaje. Fuera como fuese, primero desembarcó en Lisboa, donde hizo una rueda de prensa, y acabó llegando días más tarde a Cherburgo. El 28 de julio de 1924 apareció en París como un intelectual de gran relevancia, como alguien al que sin duda querían acoger.
"Como si hacer política fuese otra cosa que escribir poemas, y como si escribir poemas no fuese otra manera de hacer política"
MIGUEL DE UNAMUNO
"Hoy… hoy he venido -me han traído, mejor- de la isla de Fuerteventura, cuando todo mi anhelo se cifra en refundar una patria, en asentar en España una sociedad civil librero. (...) Allá, en mi España, mis amigos y mis enemigos decían que no soy un político, que no tengo temperamento de tal, y menos todavía de revolucionario, que debería consagrarme a escribir poemas y novelas y dejarme de políticas. Como si hacer política fuese otra cosa que escribir poemas, y como si escribir poemas no fuese otra manera de hacer política", dice nada más llegar a París donde fue recibido por Rainer Maria Rilke.
El poeta se encargó de invitarle a todas las tertulias y de presentarle a todos los actores culturales de aquel momento. Unamuno, que habla francés e inglés con fluidez, se defiende a la perfección en la capital cultural europea y empieza a entender aquella isla que le dio cobijo en su peor momento de otra manera.
"Fuerteventura me ha acompañado a París; es aquí en París donde he digerido a Fuerteventura y con ella lo más íntimo, lo más entrañado de España, que la bendita isla fuerteventurosa simboliza y concreta", aseguró antes de publicar de Fuerteventura a París, una serie de sonetos que funcionan como un diario y que reflejan cómo vivió aquel destierro el escritor.
Al poco tiempo también publica La agonía del cristianismo, como hemos comentado antes se había llevado el Nuevo Testamento a Fuerteventura y de aquella lectura sale este libro donde los hombres son abandonados por Cristo. Esta publicación la escribe en el número 2 de la rue de La Pérouse, bastante cerca del Arco del Triunfo, donde pasará los próximos trece meses de su vida.
Y los llena escribiendo artículos durísimos contra la dictadura, juntándose con intelectuales, con exiliados... Haciéndose fuerte en su conciencia pero sin encontrar su lugar en esta ciudad que todo puede ofrecerle. Le angustió la rapidez, la importancia que se dan los intelectuales en aquella ciudad y las expectativas de su figura. "Del encuentro de Miguel de Unamuno con París nos han llegado imágenes del exiliado echando maldiciones contra la ciudad-lumbre, odiando a Francia, despreciando a sus vecinos y su literatura frívola. Los sentimientos de profunda tristeza, la soledad trágicamente vivida, la obsesión de la muerte en país extranjero, la angustia cotidiana del hombre envejecido encerrado en su pequeña habitación de un hotel cerca de L'Etoile, han nutrido la leyenda negra del escritor víctima de una nueva crisis, la de París", explica Rabaté.
Así que decidió acercarse lo máximo posible a su casa y acabó en Hendaya gracias a su amigo Eduardo Ortega y Gasset. Este fue un lugar muy importante para el autor, aquí pasó de referente a símbolo, aquí trabajó con constancia y talento siempre con la libertad como faro. Así lo cuentan varios autores en el libro Unamuno en Hendaya (Editorial Pretextos): "Sus cinco años de estancia, entre el 22 de agosto de 1925 y el 9 de febrero de 1930, fueron uno de los acontecimientos más emblemáticos de la época y definitivamente convirtieron al escritor en una figura pública. (...) Unamuno desplegó desde la villa fronteriza una notable actividad: allí escribió algunos de sus ensayos, poemas y piezas teatrales más recordados, supervisó sus traducciones al francés, continuó enviando artículos a los periódicos, recibió numerosas visitas y entabló contacto tanto con los exiliados españoles como con escritores franceses y de otras nacionalidades", explican y añaden que "entre lo político y lo sentimental, entre la vocación de eternidad y la inmersión en el tiempo, aquellos cinco años dejaron tras de sí un puñado de escritos y actitudes que este volumen aborda desde diferentes perspectivas".
Se quedó allí hasta ese 9 de febrero de 1930, hasta la muerte anunciada de la dictadura de Primo de Rivera. Volvió a su ciudad, a Salamanca, y se encontró con un recibimiento histórico. Acabó su exilio pero su lucha política, sus enfrentamientos y su valentía lo acompañaron durante ese principio de la Guerra Civil y hasta su muerte el último día del año de 1936.
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