Cuando le dijeron que todo estaba ardiendo sólo pregunto por uno de cientos de cuadros que colgaban en las paredes de El Pardo. Por esa obra de Tiziano que le tenía obsesionado y que temió haber perdido entre las llamas. Se trataba de Júpiter y Antíope, más conocida como La Venus del Pardo, y cuando supo que estaba a salvo se quedó tranquilo. "Si ese cuadro se salvó, lo demás no importa", aseguró Felipe III.
El 13 de marzo de 1604 las llamas devoraron parte del palacio de El Pardo de Madrid. Era la joya de la corona gracias al anterior monarca, Felipe II, que lo había transformado decorándolo con frescos italianos, con una galería de retratos y con pintores de renombre que iban desde Tiziano a Antonio Moro y sus discípulos; y aquel día el fuego convirtió en cenizos gran parte de esas obras que aunque poco le importaron al monarca supieron un gran golpe para la colección real.
De los frescos apenas se pudo rescatar alguno aunque se salvaron los renacentistas de la torre suroeste que habían sido pintados por Gaspar Becerra, discípulo de Miguel Ángel Buonarroti, y que decoraban posiblemente y según aseguró Carmen García-Frías, conservadora de Pintura Antigua de Patrimonio Nacional, a TVE, el tocador de la reina. En ellos el pintor representó la Historia de Perseo y la obra, que ahora se encuentra restaurada, está compuesta por nueve escenas.
También se desconoce cuántos cuadros perecieron bajo el fuego pero aunque el daño no fue comparable al causado en el incendio el Alcázar en la Nochebuena de 1734 sí que supuso un antes y un después para la colección de arte de los Austrias. Hablan de retratos familiares, "lo más selecto del siglo XVI y principios del XVII" y otras muchas obras de arte. Además, aunque el fuego no llegó a todo el edificio, sí que destruyó la mayoría de las mejoras añadidas por esta dinastía.
Porque el palacio Real del Pardo empezó como un pequeño pabellón de caza en el siglo XV, bajo el reinado de Enrique III, pero durante el reinado de Carlos V este le encargó a Luis de Vega su reedificación completa que terminó con un "un pequeño alcázar tradicional español cuadrado con torres sobresalientes en las esquinas y todo rodeado por un foso, siguiendo el estilo plateresco castellano, como muestran la portada principal y las galerías del patio, donde los escudos y emblemas evocan al Emperador", explican en la web de Patrimonio Nacional.
El palacio fue terminado por Felipe II, su hijo, y sería Felipe III el que tendría que devolverlo a la vida tras ese fatídico 13 de marzo. "Encargó la reedificación a Francisco de Mora e intentó mantener el espíritu de su padre con abundante decoración al fresco, destacando entre los conservados los techos de Carducho y Cajés", aseguran desde Patrimonio Nacional sobre una reconstrucción que costó a las arcas 80.000 ducados.
La Venus del Pardo
¿Y qué ocurrió con la única obra por la que preguntó Felipe III? Este óleo de más de 4 metros de largo por uno de altura había sido pintado por Tiziano para su padre, Felipe II, que en cuánto la recibió, en 1567, lo destinó a El Pardo de inmediato. Fue el cuadro que más le importó luego a su hijo, por el único que temió aquel día y del que nunca quiso deshacerse. Pero sería su nieto, Felipe IV, el que en un alarde de generosidad decidió regalárselo a Carlos Estuardo, el que luego se convertiría en Carlos I de Inglaterra, al saber que llegaría al trono inglés.
Cuando este fue ejecutado, a mediados del siglo XVII, La Venus del Pardo fue subastada y por 600 libras de la época se la compró el coronel John Hutchinson que tardó menos de cinco años en vendérselo al cardenal Mazarino por el doble de precio. Tras la muerte del francés, sus herederos lo dejaron en manos de Luis XIV de Francia.
El destino hizo que estuviese presente en otro gran incendio, esta vez el del Viejo Louvre de donde lo trasladaron a Versalles con algún que otro desperfecto. Dicen que luego durante una época se mudó a Luxemburgo pero lo que está claro es que acabó en el actual Museo del Louvre donde se encuentra desde entonces.
El lienzo ha sido restaurado varias veces y tal y como publicó la agencia AFP no siempre con un buen resultado. En 1688 tuvieron que volver a entelarlo y que pedirle ayuda al pintor barroco Antoine Coypel por el mal trabajo del anterior restaurador. En palabras de Pierre Curie, experto en pintura del siglo XVII, "uno puede imaginarse lo que este pobre cuadro ha padecido durante tantos viajes en barcos y carretas".
La última vez que decidieron restaurarlo fue en 2010 cuando permaneció casi cuatro años en el taller de los museos franceses. El entonces director del departamento de pinturas del Louvre aseguró que nunca había visto "una restauración tan complicada". Al parecer en aquella década ya estaba "poco presentable". "Estaba amarillenta, casi opaca. Esta restauración permitió volver a ver buena parte del original de Tiziano", sentenció entonces Curie. Ahora, esta obra que representa a una mujer desnuda dormida asediada por un sátiro comparte sala con la Mona Lisa de Leonardo Da Vinci en el museo parisino.
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