Virginia Mendoza (1987) se crio con falta de agua. Nació en Castilla La Mancha, en Valdepeñas y creció en Terrinches (Ciudad Real) y en su experiencia vital la ausencia de agua era central. Esa ausencia se ha traducido en La sed (Debate), un libro entre el periodismo y la antropología en el que la autora se apoya en su memoria personal para ahondar una circunstancia ambiental que marcó su existencia.
“La memoria personal y familiar es el punto de partida del libro, que me ayuda a dejar claro desde el principio desde dónde escribo y por qué lo hago”, explica la autora. “Acudo a mis diarios de infancia, a entrevistas con familiares y vecinos y a los documentos que todavía se pueden encontrar sobre las personas de mi árbol genealógico, tanto en el registro civil como en los archivos parroquiales. Y me ayuda también a entender qué vivieron mis antepasados y mis vecinos al tiempo que esa búsqueda de respuestas me empuja a ir más allá y querer saber cómo reaccionaron otros en situaciones similares porque mi abuela saliendo en rogativa con sus vecinos se diferencia poco de cherokees en una danza de la lluvia”, añade.
Pregunta: ¿Por qué sed y no sequía?
Respuesta: Porque la sed habla de nosotros, de nuestras acciones, de responsabilidad para lo bueno y para lo malo, e incluye la sequía, que a menudo no está sola porque cuando un pueblo tiene sed suelen confluir más factores, como la sobreexplotación, el abuso de poder, la desigualdad en el acceso al agua y, por supuesto, el clima.
P: ¿Cuánto marca a un territorio y a una cultura el agua?
R: El agua nos marca a todos y lo marca todo, porque sin ella no existiríamos y tampoco nuestro paisaje sería el que es. Pero cuando una cultura se desarrolla en un territorio especialmente árido, además, se desarrollan respuestas colectivas que, desde un enfoque antropológico, me interesan mucho. Por ejemplo, los rituales de invocación de lluvia, aunque varíen, se han dado en la mayoría de lugares habitados por sedientos que se han unido y se unen para pedir la lluvia. Me interesa cómo se unen ante esa adversidad y también cómo piden la lluvia o a quién se la piden.
P: La cantidad de agua que tenemos disponible está cambiando, tanto en España como en el resto del mundo. ¿Cómo esperas que nos afecte?
R: La previsión, que no es mía, es que el 75% de la península ibérica se pueda convertir en un desierto a lo largo del próximo siglo. No hablamos de millones de años, que es lo que a veces nos despista porque somos cortoplacistas, sino de algo bastante inmediato que nos está afectando ya. Ese 75% conforma lo que se conoce como Iberia seca, pero además se prevé que la húmeda vea muy reducida la cantidad de lluvia que recibirá. Algo que también ocurre ya. Y se prevén también desplazamientos masivos por esta razón.
P: ¿Somos conscientes de cuánto puede llegar a cambiar nuestro mundo con menos agua?
R: En general, parece que no demasiado. Pero eso es lo que parece en un vistazo rápido y tampoco puedo hacer generalizaciones porque algo que también está ocurriendo, sobre todo entre los jóvenes y activistas climáticos, es que están sufriendo ecoansiedad. Y porque esa generalización no puede extenderse tampoco a grupos nativos que sí valoran y cuidan su entorno.
P: Las guerras del agua y las migraciones por falta de agua no son nuevas en la Historia, pero estas son las previsiones de la ONU para nuestro futuro. ¿Qué nos dice este hecho?
R: Que el agua nos condiciona, queramos o no, sobre todo cuando se ausenta. Han ocurrido siempre, ocurren y ocurrirán porque algo que el ser humano todavía no ha logrado trascender es la guerra. No sé si importa tanto lo que nos dice como lo que entendemos y cómo reaccionamos. Pero en el pasado podemos encontrar algunas claves, si no para saber qué podemos hacer, sí para intuir qué deberíamos evitar. La prehistoria, por ejemplo, puede darnos muchas pistas porque, aunque parezca algo que nada tiene que ver con nosotros, supone el 99% de nuestra estancia en el planeta. El homo sapiens solo lleva aquí un ratito y es en gran parte gracias a que algunos lograron sobrevivir a la adversidad en situaciones extremas.
P: ¿La crisis climática es una crisis social?
R: Toda crisis climática es también social. De la respuesta de cada sociedad ha dependido siempre que haya encontrado la manera de salir adelante o no. En la línea de lo que comentaba antes, lo que he visto entre las sociedades que colapsaron en ese contexto es que se explotaron los recursos como si fuesen infinitos, los lazos sociales se debilitaron e imperaron la avaricia y el abuso de poder. La clave está en buscar lo contrario y en aprender a escuchar a quienes sí valoran y cuidan lo que les da la vida.
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