Los había conocido a los dos en Berlín. Ella era una joven de buena familia, de una de las más antiguas de la región de los Grisones, y se encontraba en la capital alemana dando clases para convertirse en concertista de piano. Se alojaba en un palacio, en el de Fiedrich Christian zu Schaumburge-Lippe, que además de príncipe era en aquel momento un funcionario nazi de alto rango y que llegó a ser la mano derecha de Goebbels. Allí, Katharina Sprecher von Bernegg se encontraba en las salas con todo tipo de hombres que iban a reunirse con su anfitrión pero sólo dos le llamaron poderosamente la atención.
Fueron el conde Ronald von Faber-Castell, dueño de los famosos lapiceros, y Rudolf Diels, en aquel momento jefe de la Gestapo. El primero tardó poco en convertirse en su marido y el segundo la llevó a protagonizar uno de los escándalos sexuales más llamativos de la época porque tuvo lugar en la residencia de testigos de los juicios de Núremberg (1946-1949) con su marido durmiendo a poca distancia.
Así lo cuenta en uno de los capítulos del libro El castillo de los escritores (Editorial Taurus) el doctor en Filología Románica y Filología Alemana Uwe Neumahr (Winnenfren, 1972), que relata todo lo que ocurrió en la residencia oficial de la familia Faber-Castell en Stein cuando ésta se convirtió en el alojamiento de las decenas de periodistas que iban a cubrir el juicio.
Aquí habla de Erich Kästner y Erika Mann, John Dos Passos y Martha Gellhorn, Augusto Roa Bastos, Victoria Ocampo o Xiao Qian como grandes protagonistas que contaron aquellos procesos pero también de otros actores secundarios que tuvieron repercusión tanto en el ambiente de aquellos años como en ciertas decisiones. El caso de la ya entonces condesa de Faber-Castell es uno de los menos conocidos y uno de los más controvertidos.
Katherina se había casado con el conde Faber-Castell en 1938, un año antes de que todo se tambalease para Europa y para él. "A finales de los treinta le habían destituido como jefe de la empresa por la presión del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y por su resistencia a cumplir una orden de ejecución durante la guerra", explica Neuamhr. Además, en 1940 los alemanes entraron en su castillo obligando a la familia a abandonarlo. "La Wehrmacht había confiscado el edificio y lo había convertido en puesto de mando de una división de reflectores antiaéreos. Ellos vivieron en el pabellón de caza de Dürrenhembach a veinte kilómetros al sudeste de Núremberg", añade.
"A pesar de su implicación en la persecución de judíos y de sus órdenes de apresar a opositores políticos como Carl von Ossietzky, se le había otorgado una especie de salvoconducto"
UWE NEUMAHR
Y continúa relatando que "el 19 de abril de 1945 se dirigieron a Stein las puntas de los tanques del Séptimo Ejército de Estados Unidos, procedentes de Ansbach. Por la noche los estadounidenses se apoderaron del lugar y se encontraron con un edificio sin prácticamente ningún daño provocado por la guerra. Apenas algunas ventanas habían sido destruidas por la onda expansiva de una bomba aérea". Así, el buen estado del lugar hizo que lo convirtieran un año más tarde en la residencia de periodistas y otros edificios cercanos en las de testigos y acusados. También el Grand Hotel se preparó para los jueces.
Aquí fue donde Rudolf Diels volvió a aparecer en escena. El entonces ya ex jefe de la Gestapo se encontraba en los juicios de Núremberg más en calidad de testigo que de acusado. "Como testigo permanente y conocedor de la historia temprana del Tercer Reich, fue internado en la casa para testigos de la calle Novalis. A pesar de su implicación en la persecución de judíos y de sus órdenes de apresar a opositores políticos como Carl von Ossietzky, se le había otorgado una especie de salvoconducto. Diels había estado tan cerca del centro del poder nacionalsocialista a principios de los años treinta que sus conocimientos resultaban imprescindibles. Después de que los ingleses lo trasladaran a Núremberg a finales de octubre de 1945, fue entregado a la fiscalía estadounidense, donde permaneció casi dos años", explica Neumahr.
Dos años que dieron para mucho. El que había sido enemigo acérrimo de Heinrich Himmler, que acabó echándole como jefe de la Gestapo acusándolo de desertor, y que había acabado dedicándose a tareas meramente administrativas tras su despido, se movía por Núremberg no tanto como un preso sino como un ciudadano libre gracias a la ayuda de algunos amigos. Tanto es así, que como cuenta el autor, aunque Diels ocupaba tan solo una habitación al lado de la del fotógrafo de Adolf Hitler, Heinrich Hoffman, "terminó convirtiendo aquel lugar, en el que vivían bajo el mismo techo perpetradores y víctimas del régimen nazi, en su nido de amor".
Porque la condesa, segunda esposa de Faber-Castell tras la separación de este de una mujer judía que había tenido que exiliarse, encontró en Diels una pasión regular. "Ella circulaba por allí todo el rato. Se nos han transmitido algunos detalles picantes del affaire, como por ejemplo que el conde Ronald una vez confrontó furioso a su rival en la casa para testigos, o que Diels hizo mandar de vuelta a Dürrenhembach (donde vivían entonces los condes) en secreto el déshabillé de su amante para que el marido cornudo no se enterase de nada", añade el escrito que confiesa que "la relación amorosa entre ambos era un secreto a voces".
"A Diels lo precedía su reputación de Casanova y la familia condal también lo despreciaba de manera manifiesta. Incluso se le atribuyó la paternidad del hijo menor de la condesa Katharina"
UWE NEUMAHR
Y un escándalo que llegó a los informes del servicio secreto estadounidense. "La condesa Nina procede de la familia suiza Von Sprecher, que en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial tuvo un especial compromiso con la reorganización del ejército suizo y, en este contexto, cooperó con el Reichswerhr Negro. A partir de 1945, la amistad de Diels con la condesa Nina adoptó la forma de relación amorosa", dicen estos tal y como rescata en el libro Neumahr.
Diels desató con aquella relación la enemistad de muchos e incluso se han encontrado escritos en los que se hablaba de que no sólo compartía cama con la condesa. "A Diels lo precedía su reputación de Casanova y la familia condal también lo despreciaba de manera manifiesta. De una carta que quedó entre sus papeles se desprende que un oficial estadounidense lo acusó de ser bisexual y tener varias amantes al mismo tiempo. Incluso se le atribuyó la paternidad del hijo menor de la condesa Katharina", narra. Aunque aquello se demostró erróneo.
Pese a todo, las habladurías, los informes y la polémica; la relación entre ambos duró hasta la muerte de Diels. Él se fue como hombre libre de Núremberg en 1947 y ella le ayudó, dos años más tarde, a publicar su apología Lucifer ante portas con una editorial de dudosa reputación tras haberse hecho cargo de textos de ideología nazi. Luego trabajó en el gobierno de la posguerra de Baja Sajonia y después en el Ministerio del Interior hasta que se jubiló a principios de los años cincuenta.
El exjefe de la Gestapo murió en noviembre de 1957. Su rifle se descargó accidentalmente mientras estaba cazando, y Neumahr recuerda uno de sus obituarios : "Su presencia siempre se asemejaba a la de un tigre de Bengala y apenas se podía escapar a la fascinación que despertaba".
La "herramienta soviética" que atacó Núremberg
Otra de las historias que aparecen en este libro es la de Elsa Triolet. La periodista rusa llegó a Núremberg en 1946 siendo ya una "heroína", casi "un icono". Conocida por formar parte de la resistencia francesa frente al nazismo, su defensa del comunismo había sido absoluta durante las décadas pasadas y su fanatismo por Stalin conocido por todos. Acudió a cubrir los juicios de una forma bastante arriesgada. Iba de parte de la revista Les Lettres français que dirigía su marido, el poeta Louis Aragon, y publicó una serie de artículos criticando tanto a los jueces como el hospedaje o a sus compañeros.
El más llamativo fue el que tituló El vals de los jueces, donde manifestó "el horror frente al tribunal y los acusados". "Quedó asqueada por el comportamiento frívolo, a sus ojos, de los jueces y los participantes en el juicio. Veía un ejemplo de esa actitud en el hecho de que se entregaran al disfrute una vez terminado su trabajo. En el salón de mármol del Grand Hotel se podía ver a los jueces moviendo el esqueleto. Triolet encontró este hecho tan digno de atención e incluso tan reprobable, teniendo en cuenta el horror de lo que había sucedido durante el día, que el baile de los jueces fue lo que le dio a su texto el título", cuenta Neumahr.
Y no dudó en atacar a los países anglosajones en contra de lo que opinaban sus propios colegas soviéticos. "Su espíritu conspiracioncita y su insinuación de que los angloamericanos estaban pactando con los nazis era una opinión exclusiva de ella. Triolet tenía miedo de que, tras el discurso de Churchill en Fulton el 5 de marzo de 1946, pudieran triunfar al final los acusados en Núremberg. Con su discurso, Churchill había abierto una grieta entre los miembros de la acusación de Núremberg, puesto que atacó frontalmente a los soviéticos y los acusó de estar levantando un telón de acero", explica el autor.
Pero su postura la alejó de sus colegas y más aún cuando años más tarde, al morir Stalin y siendo consciente de las atrocidades que había cometido, ella y su marido dedicaron la portada de la revista a hacerle un homenaje. Esto provocó que muchos de sus seguidores dejaran de serlo y que no encontraran explicación a cómo podía seguir poniéndose de parte del dictador.
"Ella tenía una relación sentimental con el comunismo, que no entendía como una doctrina sino como un 'estado del alma'", dice el autor. Y asegura que "a Stalin lo investía de una aureola como líder del movimiento comunista. Sin embargo, la integración europea por parte de Estados Unidos, especialmente a través del plan Marshall, fue dejando cada vez más al margen al Partido Comunista Francés y, junto con él, a Triolet y Aragon. Como consecuencia de la marginación política del comunismo, los antiguos héroes de la Résistance se radicalizaron". Y fueron aún más atacados, se comenzó a saber que vivían rodeados de lujos, con servicio, que ella en los juicios no había querido dormir en el press camp sino en el Grand Hotel y que él era adicto a los trajes de Yves Saint Lauren. Su caída fue estrepitosa.
Pero tardaron mucho tiempo en cambiar su punto de vista, no sería hasta 1962 cuando Triolet le dijo a su hermana que había sido una crédula. Y lo diría públicamente a finales de aquella década cuando consideró un "error monumental" la expulsión de Solzhenitsyn de la Unión Soviética y condenó la invasión de Praga. Ya anciana, se confesó: "Tengo los ojos de Elsa. Tengo un marido que es comunista. Y la culpa es mía. Soy una herramienta de los soviéticos. Soy una criatura de lujo. Soy una grande dame y una deshonra. Estoy entregada al realismo socialista. Soy una moralista y una criatura frívola, urdidora y fabuladora. Soy Scheherezade, la gran narradora. Soy la musa y la maldición del poeta. Soy hermosa y aborrecible".
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