Se hizo pasar por camillera para poder estar en el frente. Solo un hombre se dio cuenta de que quién le estaba ayudando a trasladar a un herido era una mujer, y más que eso, la única que estaba en aquel lugar. Martha Gellhorn cubrió el desembarco de Normandía pero nadie le había acreditado para hacerlo. No porque no tuviese experiencia, no porque sus crónicas no fuesen buenas, no lo hicieron porque era una mujer y ya había metido caña en sus textos a las tropas aliadas siendo una de las corresponsales de guerra de referencia de la época.
Su historia ha sido siempre contada a la sombra del que fue durante unos años su marido, Ernest Hemingway. Pero ahora la escritora Rosario Raro (Segorbe, 1971) ha decidido convertirla en protagonista de una novela en la que narra cómo fue su trabajo en Normandía y cómo ella siempre se empeñó en estar dónde creía que había algo importante que contar. También en poner primero su faceta de periodista que de mujer del gran escritor.
Así, en Prohibida en Normandía (Planeta), nos narra "la odisea de la única mujer que participó en el trascendental desembarco" y cómo "arriesgó su vida para contar la verdad". También que parte de aquella verdad jamás fue leída por nadie.
"Llegué a Martha porque estaba investigando sobre el Ejército Fantasma, sobre la inmensa maniobra de distracción que se preparó durante la II Guerra Mundial al sur de Inglaterra, cuando se montó 'un plató hollywoodense' para hacerles creer a los alemanes que la invasión de Europa iba a tener lugar por ahí. Sí que tenía referencias sobre ella pero ahí vi la implicación que tuvo en esos acontecimientos y me di cuenta que tenía una historia apasionante", explica la autora durante una entrevista a El Independiente. Pero, empecemos por el principio, ¿quién era y cómo llegó hasta allí la entonces mujer de Hemingway?
Martha Gellhorn (Estados Unidos, 1908 - Inglaterra, 1998) supo muy rápido hacía dónde quería ir. Era hija de un alemán de origen judío y de una sufragista y no dudó en dejar sus estudios secundarios para dedicarse en exclusiva al periodismo. Empezó allí, en Estados Unidos, aunque no tardó en irse a París para intentar convertirse en una corresponsal de guerra. En la capital francesa se encumbró como una ferviente pacifista, algo que queda reflejado en el libro que publicó en 1934, What a mad pursuit, donde habla de sus experiencias en un mundo cada vez más bélico. Y empezó una carrera que acabó siendo meteórica.
Según cuenta Raro, lo que más le llamó la atención de ella fue que desde el principio tuvo un "carácter indómito". "Llevaba la libertad como bandera, no tuvo intención de rendirse ante nada y fue capaz de superar todas las dificultades para conseguir siempre las mejores crónicas", explica.
Fue durante esa primera época en la que conoció a Ernest Hemingway aunque no fue en ningún frente, ambos se encontraron durante unas vacaciones en Cayo Hueso en las navidades de 1936. Parece que tras hablar un rato hubo un flechazo. Quizás al escritor le apasionó la pasión compartida entre ambos y tomaron la decisión de acudir juntos a España.
"Ella se bloqueó y Hemingway la empujó a que enviará sus crónicas del retrato de las gentes de a pie y estas fueron soberbias"
ROSARIO RARO
Durante aquellos primeros años que compartieron, él también los compartió con su todavía mujer, Pauline Pfeiffer, de la que se divorció en 1939, algunos los pasaron en la Guerra Civil. "Es cierto que ella estaba bloqueada cuando llegó a Madrid porque no sabía de estrategia ni de armas pero él la apoyó. La empujó a que enviará sus crónicas del retrato de las gentes de a pie y estas fueron soberbias", asegura.
Un año después de que el conflicto español se acabase ,y tras haber abandonado ya España, Gellhorn y Hemingway decidieron casarse sin que antes él le insinuase la necesidad de un cambio de actitud ante el matrimonio. Ella hizo caso omiso de sus comentario y tras España, y con el estallido de la II Guerra Mundial, se fue de corresponsal a Finlandia, Hong Kong, Singapur, Birmania y Bretaña; lugares donde a veces le acompaña su marido. Se convirtió en una habitual entre los corresponsales de guerra y fue, junto a otras mujeres como Ruth Cowan Nash, Helen Kirpatrick o Lee Miller, esencial para contarlas.
Pero aunque afianzó una relación fortísima con sus colegas mujeres, con sus compañeros hombres no tuvo tanto éxito. "Martha estaba acostumbrada a que hicieran muchos comentarios sobre su físico, era muy alta y la llamaban jirafa. Además, la hacían sospechosa de que algunas cosas las había conseguido por su matrimonio, cuando fue todo lo contrario. Este la eclipsó tanto que ella llegó a decir que se negaba a ser una nota a pie de página de la vida de otra persona", explica Raro.
También que aquellos viajes, que eran más de los que hacía Hemingway o eran distintos, volvieron a enfrentarles. Él le escribió desde su casa cubana y le dijo: "¿Eres corresponsal de guerra o esposa en mi cama?". Aquello enfadó a Gellhorn que poco tiempo después vería cómo su marido iba al frente justo antes del desembarco en Normandía e intentaba que ella no llegara. Tras un viaje largo en barco y su llegada a un Londres en ruinas, le dijo que todo se había acabado y acudió a Francia y llegó como polizón a Normandía en un carguero sin la separación material pero con la física y mental ya consolidadas.
"Perdió mucho más de lo que ganó con aquel matrimonio, fue una relación tormentosa. Ella fue la única mujer que lo dejó y él no se lo perdonó nunca"
ROSARIO RARO
"Perdió mucho más de lo que ganó con aquel matrimonio, fue una relación tormentosa. Ella fue la única mujer que lo dejó y él no se lo perdonó nunca. Hizo comentarios tremendos con sus amigos y con todos aquellos que le bailaban el agua", añade. Pero poco le importó a nuestra protagonista que ya en Inglaterra se montó de polizón en un barco hospital haciéndose pasar por camillero y llegó a la costa de Normandía justo antes del Día D y siendo la única mujer entre 130.000 hombres.
"Su papel en el desembarco fue crucial, el de una periodista de raza que contó los hechos desde la primera línea de fuego. Además de Robert Capa, y otro periodista estadounidense, fue la única persona que pisó las playas de Normandía el Día D, aquel 6 de junio de 1944. Es el ejemplo de una persona que no se detenía ante nada. Su lema era: 'Adelante, siempre adelante'", explica. También que aunque mandó unas crónicas magníficas, en Estados Unidos se negaron a publicarlas porque no era muy generosa con las tropas aliadas ya que aseguró que algunos de sus soldados habían violado a mujeres francesas. A su vuelta a Estados Unidos, cuando se dio cuenta, vio como había arriesgado su vida para nada.
Pero no se detuvo. Quizás el enfado la llevó a seguir y seguir intentándolo. Incluso con 81 años cubrió la invasión de Estados Unidos a Panamá. Pero menos de una década después, cuando ya había cumplido los 90, una enfermedad incurable la dejó sin alternativa y decidió tomarse una píldora de cianuro para acabar con todo. "Un final muy novelesco que coincidió con el de su innombrable, para ella, marido. Como última voluntad pidió que echaran sus cenizas al Támesis para seguir viajando. Ella decía que nada le hacía tan feliz como recibir billetes de avión", añade y asegura que ha llegado hasta aquí, a escribir esta novela, "con la intención de que tuviera el primer plano que siempre mereció y le había sido arrebatado".
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