“Nadie puede saber con certeza lo que alberga el corazón de un ser humano, menos aún el nuestro o de quienes conocemos bien, tal vez sobre todo el de quienes conocemos bien”. Así arranca Los amigos de mi vida, la última novela de Hisham Matar, el novelista más reconocido de la diáspora libia que, tras escribir sobre la infructuosa búsqueda de su padre, uno de los miles de desaparecidos que se cobró la dictadura de Muamar Gadafi, firma ahora una reflexión sobre el exilio y la amistad, sobre los estragos del tiempo y la distancia en los lazos que cruzan las biografías.
“La primera frase es bastante ensayística, pero también empieza como si supusiera que es la continuación de una conversación que ya ha empezado. Por supuesto, es imposible tener la certeza de lo que encierra el corazón de nadie, y menos el de aquellos a quienes conocemos bien, tal vez especialmente el de aquellos a quienes conocemos mejor”, señala Matar (Nueva York, 1970) en una entrevista con El Independiente.
La novela, publicada por Salamandra, reconstruye la historia vital de tres amigos, entrelazada a los acontecimientos de una patria extraviada pero siempre presente. Khaled Abd al-Hadí y Mustafá al-Tuní son dos jóvenes que se conocen en la Universidad de Edimburgo a mediados de los ochenta, y son heridos en un tiroteo en la embajada libia en Londres. El tercer personaje en liza es el escritor Husam Zowa. Los tres son interpelados por las revueltas que estallaron en su país de origen en 2011 y que, tras el salvaje ocaso de Gadafi, abrieron 13 años de caos.
“Pero mientras estoy aquí en el nivel superior de la estación de Kings Cross, desde donde puedo seguir a mi viejo amigo Husam Zowa caminando por el vestíbulo, siento que estoy viendo dentro de él, como si todo el tiempo, durante las dos décadas que nos hemos conocido, nuestra amistad ha sido un estudio. Y ahora, irónicamente, justo después de despedirnos el uno del otro, aparece su retrato. Y esta frase estuvo dando vueltas en mi cabeza durante unos nueve años antes de que escribiera el libro. Así es como empezó”, desliza Matar.
Pregunta.- Ésta es una novela con importantes dosis de realidad...
Respuesta.- Siempre había querido escribir una novela sobre la amistad masculina y estaba pensando en cómo hacerlo. Y hace unos doce años me surgió esta primera página. La escribí y pensé que éste sería el comienzo de una novela, pero no estaba seguro de quién hablaba ni de qué. Sabía que había tres amigos libios que vivían en Londres y que partían de un lugar similar, pero luego acababan en lugares diferentes y que la Primavera Árabe sería un acontecimiento que les daría forma. Esas son las cosas que tenía. En realidad, durante nueve años, antes de empezar a escribirla, sólo tenía la primera página en la cabeza, con muchas pistas: la voz, la cadencia, el hecho de que tuviera una extraña formalidad.
El hecho de que un pueblo pueda levantarse contra una dictadura de 42 años que ha sido capaz de actos despiadados para mantener su poder resultó bastante sorprendente
P.- Se acaban de cumplir 13 años de las revueltas que derrocaron a Muamar Gadafi. Con esa distancia temporal, ¿cómo observa todo aquello?
R.- Creo que fue uno de esos magníficos momentos de la historia en los que ocurrió lo absolutamente inimaginable. El hecho de que un pueblo pueda levantarse contra una dictadura de 42 años que ha sido capaz de actos despiadados para mantener su poder resultó bastante sorprendente. Pero también ahora vemos que su tarea no se comprendió del todo. Es decir, la historia de las revoluciones también demuestra que las revoluciones rara vez son plenamente conscientes de todos los desafíos. Así que aquí pensábamos que el reto era destituir a un dictador, pero enseguida nos dimos cuenta de que, en realidad, el reto consistía en derrocar a un dictador y construir un Estado, porque esa dictadura se basaba en una estructura estatal rudimentaria. No había una burocracia que funcionara a pleno rendimiento, como en Sudáfrica tras el fin del apartheid. Así que todo eso significaba que la ventana de tiempo que teníamos para hacer algo seguro, algo que fuera viable y fiel a las aspiraciones de la revolución era extremadamente pequeña, y se cometieron errores, y esa ventana se perdió.
P.- Su país está hoy profundamente dividido. Varios gobiernos se disputan un poder que también anhelan tribus y milicias. La catástrofe de Derna el año pasado se convirtió en icono de la corrupción y el caos... ¿Hacia dónde se dirige Libia?
R.- No va hacia un muy buen lugar, porque lo que está pasando en Libia es que hay cierta estabilidad y deterioro. Es estable en el sentido de que, en ausencia de un ejército nacional y de una fuerza policial, es notable lo pacífico que sigue siendo el país en general. Y eso es un verdadero testimonio de su viabilidad social. Pero no es algo que se pueda dar por sentado, porque seguirá deteriorándose a medida que la situación continúe. Y me temo que los países de la región están contribuyendo a este estado de degradación. Si nos sentamos a hacer una lista de todos los países que están implicados de un modo u otro en Libia, ya sea directamente en sentido militar o diplomático o apoyando a un bando contra otro, sería una lista muy larga. Todo eso, creo, significa que la situación es muy inestable y precaria.
P.- Uno de los personajes de su novela dice que el caos es resultado del legado de Gadafi. ¿Usted también lo sostiene?
R.- Sí. No creo que se pueda tener un dictador durante 42 años que se ha empeñado en moldear no sólo el país y sus instituciones, sino también la cultura, y decir luego que el país es un recién nacido que viene de otra parte. El presente siempre se negocia con el pasado y es resultado del mismo.
P.- ¿Alberga cierto optimismo cuando observa Libia?
R.- No sé si usar el término optimista, pero tal vez sí. Y la razón por la que soy optimista es que lo que se está poniendo a prueba en Libia es un verdadero sentido de cohesión social. Y eso ha sido muy fuerte. También las aspiraciones de la gente por la estabilidad, la libertad y la prosperidad siguen ahí. Tengo esperanzas al respecto, pero me temo que la situación actual, con lo que está ocurriendo dentro y fuera del país, hace que todo esto sea muy difícil.
P.- El espíritu de las revueltas árabes fue secuestrado por fuerzas internas y externas...
R.- Estoy de acuerdo con eso, porque existen fuerzas realmente fuertes que lo último que quieren es que el Estado de derecho y la democracia prosperen en estos países. Y la razón por la que no lo quieren es porque es muy difícil controlarlo o fiscalizarlo. Hay países que están muy interesados en controlarlo. Es muy interesante, por ejemplo, recordar que al principio de la Primavera Árabe, los dos países que más se hicieron oír sobre su falta de entusiasmo por la democracia en la región fueron Israel y Arabia Saudí. Y son dos países muy diferentes entre sí pero que saben que es muy difícil controlar a un pueblo que puede elegir por pensar.
P.- Aborda en el libro la experiencia del exilio...
R.- Siempre me ha fascinado como tema en la literatura, que ha estado muy basada en ese viaje y en ese desplazamiento. Lo curioso ahora es que muchos de nosotros, sin importar de dónde somos, nos sentimos ligeramente desplazados del presente. En Europa estamos preocupados por el debilitamiento de la conexión entre la expresión individual y la vida pública, por el hecho de que muchos de nosotros sentimos que nuestras voces no se escuchan en la misma medida, en que los vínculos entre la población y el gobierno se están fragmentando, ciertamente en lugares como Estados Unidos y Gran Bretaña, y en nuestra preocupación por el medio ambiente y nuestro lugar en la naturaleza. Creo que todo eso, en cierto sentido mental, nos está haciendo sentir un poco desplazados, un poco exiliados del presente en el que creíamos vivir. Lo he notado por las respuestas que he recibido al libro y ha sido una sorpresa para mí. Es el retrato de un grupo de exiliados que han sido desplazados por la política violenta, pero también habla de algo muy íntimo sobre nosotros y no estar totalmente seguros de nuestro lugar en el mundo y en la naturaleza, en nuestra política.
Hubo una ventana de oportunidad, que es muy valiosa en las revoluciones, porque una vez que se pierde, se tarda mucho tiempo en que vuelva de nuevo
P.- Es una especie de sentimiento de pérdida, algo universal...
R.- Creo que sí. No sé si es la pérdida, pero desde luego es un sentimiento universal de desorientación, de no estar del todo seguro del mañana. Ha sido la historia de nosotros, los seres humanos, desde el principio. Nunca hemos tenido confianza en el mañana, pero creo que nunca la hemos sentido tan visceralmente, porque literalmente nos enfrentamos a información irrevocable sobre nuestro lugar en el planeta. Y creo que eso ha afectado a nuestra confianza en el presente. También ha influido en nuestra forma de ver la naturaleza, es decir, en vernos a nosotros mismos. No hay que subestimar el impacto psíquico de toda esta información que nos rodea.
P.- Una de sus novelas anteriores, Historia de una desaparición, reconstruye su intento de conocer el paradero final de su padre, secuestrado por Gadafi. ¿Le sirvió esa investigación para perdonar?
R.- No he perdonado. Estoy abierto al perdón. Pero tienen que pasar ciertas cosas para que yo perdone. Si me pregunta qué apagaría el fuego, sería eso, pero tienen que pasar ciertas cosas para ello. Desde luego, no siento ningún deseo de venganza ni me satisface querer castigar a la gente. La justicia tiene un lado educativo, y ése es el lado que me interesa, que nos ayuda a educarnos sobre lo que ocurrió y cómo puede no volver a ocurrir.
P.- Lo que hemos visto durante los últimos 13 años es que la sociedad libia está muy traumatizada por los sucesos de la dictadura y después por el ciclo de violencia. ¿Cómo reparar el tejido social en Libia?
R.- Es una pregunta muy importante. Una de las formas de reparar es tener algún tipo de oportunidad en la que se aborden los errores del pasado. El problema ahora es que los errores se acumulan. No sólo tienes los pasados sino también los actuales. Y así se vuelve muy complicado.
P.- ¿Puede entender que alguien siga hoy apoyando a Gadafi?
R.- Puedo entenderlo. No estoy de acuerdo con ello, pero puedo entenderlo porque creo que el presente, este caos y esta inestabilidad, han hecho que mucha gente eche de menos la época de Gadafi. Y aunque no estoy de acuerdo con eso, puedo entender que la gente se sienta así. La razón por la que no estoy de acuerdo es que es casi como un problema lógico. Si te pierdes una situación que ha dado lugar al presente, entonces sólo te pierdes perpetuar el presente. Así que no está bien fundamentado lógicamente. Pero también soy comprensivo. Entiendo que la gente llegue a esa conclusión.
P.- Algunos de los personajes de la novela deciden regresar a la Libia post-Gadafi. ¿Usted ha pensado alguna vez establecerse en Libia?
R.- He escrito eso de que me he dado cuenta de hasta qué punto, mientras esperaba volver, me he convertido en otra persona. Creo que la fantasía es que el exiliado permanece estático, constante, fijo y su país permanece estático, constante y fijo. Y en algún momento del futuro ambos se encontrarán y se reunirán. Pero la verdad es que sabemos que no es así. Nosotros cambiamos. Y podría decirse que nadie cambia más que el exiliado, porque tiene que aprender un nuevo idioma, una nueva cultura, una nueva forma de ser, y también cambia el país. Y así, cuando te reencuentras, recuperas algunas de las cosas que recuerdas del otro, pero también eres diferente. Cuando pienso en la palabra retorno, no pienso en Libia, pienso en mi hogar.
P.- ¿Y sobre el futuro de su país?
R.- Hoy muchos se fustigan por la Primavera Árabe. Dicen que fue un error y un momento de optimismo imprudente. Yo lo considero un acontecimiento glorioso por el gran número de personas que se atrevió a soñar con un futuro mejor. Ahora estamos pasando por un período de pérdida de fe y se puede ver por qué. Esos destellos tienen eco en el tiempo. Realmente los tienen.
P.- Pan, libertad y justicia social fue uno de los lemas de las revueltas árabes. ¿Es un eslogan plenamente vigente?
R. Hubo una ventana de oportunidad, que es muy valiosa con estas revoluciones, porque una vez que se pierde, se tarda mucho tiempo en que vuelva de nuevo. Así que no me cabe duda de que las aspiraciones continúan y la gente volverá a reclamarlas. Estas experiencias son muy agotadoras para una sociedad. Agotan económica, física y emocionalmente. La gente está cansada pero volverá, dependiendo de cómo se desarrollen las cosas. Nunca he conocido gente más deprimida. Si uno mira a su alrededor, ve lo infravalorada que está la vida humana en el mundo árabe. Yo acudo a la literatura para medirlo, para responder a cómo afecta esto a la conciencia individual.
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