Todos los que no terminan de encajar en la norma acaban haciendo un grupo que pasa a la Historia. Una especie de "¿Crees que no destaco?, pues voy a destacar". A veces se crea un pódcast, una asociación de lectores, un club de amantes del crochet o, en el mejor de los casos, la creación del Impresionismo, tal y como pasó hace 150 años.
El 15 de abril de 1874, un grupo formado por 31 artistas bajo el nombre de "La Sociedad Anónima de pintores, escultores, grabadores, etc." inauguró la primera exposición de este movimiento de vanguardias que más tarde se convertiría en uno de los más relevantes del mundo. Una suerte de obras de Claude Monet, Camille Pissarro, Paul Cézanne, Pierre-Auguste Renoir, Edgar Degas, Berthe Morisot o Alfred Sisley que compartieron espacio en el 35 del boulevard des Capucines de París y que en su momento se denominó "la exposición de los independientes".
Ellos fueron el germen de esos cuadros luminosos y relajados, centrados en mostrar la vida cotidiana de la burguesía, pintados la mayoría de veces al aire libre, y basados en pinceladas cortas que hoy identificamos rápidamente como impresionistas.
Se expusieron alrededor de 200 obras que eligieron los propios artistas y que incluían no solo cuadros sino también unos cuarenta grabados, varios esmaltes y alrededor de una decena de esculturas.
Una amplia variedad de artes plásticas que también estaba representada en los propios perfiles de sus creadores: no tenían un principio estético en común, ni una edad similar (había una brecha de casi 40 años entre el pintor más edad, Adolphe-Félix Cals, y el más joven, León-Paul Robert), ni compartían origen social (la posición burguesa de Degas y Morisot difería mucho de la del anarquista Pissarro o la de los comuneros Ottin y Meyer).
Solo había tres cosas que unían a los artistas entre ellos: todos pagaban una cuota para formar parte de la Sociedad, tenían el objetivo de vender su arte y, sobre todo, querían exponer sus obras libremente.
La excepción (los independientes) a la norma (el Salón)
Y como cualquier grupo diferente a los demás, ya había otro que se encargaba de establecer la norma y de decidir quién era el popular de la clase y quién no.
En este caso, esa figura la encarnaba el Salón. Situado en el Palacio de la Industria y de las Bellas Artes de la avenue des Champs-Élysées, ser un artista y presentar en esta gran exposición era sinónimo de darse a conocer por la puerta grande. El Salón atraía a grandes masas, y se había convertido en el filtro que separaba el éxito del anonimato de la carrera de quienes querían vivir del arte. Se celebraba una vez al año, y las obras expuestas eran minuciosamente seleccionadas por un jurado nombrado por la Dirección de Bellas Artes.
Si estuviésemos en una película, el Salón podría ser esa academia exclusiva con mucho renombre a la que la protagonista de bajos recursos pero con mucho talento quiere entrar y por eso trabaja muy duro (y se enamora por el camino). Y aunque ella probablemente sí consigue pasar la prueba, ese no era el caso de la mayoría de artistas que se presentaban en el Salón, muchos de ellos futuros impresionistas.
No es de extrañar, por tanto, que las pinturas expuestas en la avenue des Champs-Élysées en 1874 distasen mucho (salvo excepciones) de las mostradas en el 35 del boulevard des Capucines ese mismo año. Una edición sobre la que escribió el novelista y crítico de arte Émile Zola y que sintetizaba en "largo como de París a América" y cuya visita terminó en la nave de las esculturas para poder "fumarse un puro".
En el Salón primaban los temas históricos, religiosos y mitológicos, así como retratos realistas y cuadros orientalistas; mientras que en la exposición de La Sociedad Anónima lo hacían paisajes con grandes bosques, escenas de caza o carreras e incluso una vista de un burdel. Los independientes hicieron coincidir las fechas de su exposición con las del Salón, como una "contraprogramación" al circuito artístico oficial.
Pese a todo, exponer en uno no significaba necesariamente hacerlo en el otro, o incluso en ambos a la vez. En el caso de Manet, el pintor había sido invitado a exponer con el resto de futuros impresionistas, pero declinó la oferta cuando el Salón aceptó su obra Le chemin de fer (El ferrocarril) al considerar que estar presente en sus salas era la manera más efectiva de triunfar. Más vale pájaro en mano. Otros doce artistas presentaron simultáneamente en ambos espacios, mientras que otros como la artista Eva Gonzalès, quien fue rechazada en el Salón, no expuso en la de los impresionistas.
Ocho salas, una exposición nocturna y un franco para entrar
¿Cómo se organiza una exposición vanguardista en la que cada uno de los integrantes tiene algo diferente que ofrecer y en la que no hay marchantes ni jurado que discrimine las obras que se exponen de las que no? Con una persona resolutiva. Y en este caso, ese rol lo asumió el pintor Edgar Degas, conocido por ser "muy activo y mover el negocio con bastante éxito".
Él fue quien encontró en el antiguo estudio del fotógrafo Nadar el lugar perfecto para llevar a cabo la primera exposición de los independientes, que comenzó con las pinturas de Renoir que retrataban el París moderno de las bailarinas en escenarios y los bulevares concurridos.
El espacio que alquilaron por dos mil francos de la época contaba con siete u ocho salas, divididas en dos plantas y comunicadas por un ascensor. Y, si bien el espacio era muy luminoso, el día de la inauguración tuvo lugar por la noche. Acudieron 3500 visitantes que pagaron un franco para poder entrar, sin incluir el catálogo, que también era de pago.
Las obras estaban a la venta pero, probablemente como resultado de su elevado precio, solo unos pocos cuadros encontraron comprador, como fue el caso de Monet, Renoir, Sisley y Cézanne. Los pobres ingresos recibidos en contraste al precio del alquiler del espacio hicieron que La Sociedad se estableciese deficitaria, desembocando en su disolución.
Los 'impresionistas', de insulto a elogio
Las críticas no fueron tan malas como cabría esperar de un grupo que termina por disolverse. El crítico Ernest Chesneau habló de los artistas de la exposición como "La escuela del aire libre", haciendo referencia no solo a la forma en la que se pintaban los cuadros, sino a su concepto mismo. Otros como el crítico Prouvaire, animaba a los potenciales visitantes a ir a la exposición con la mente abierta: "Usted, visitante, deje en el umbral todos los antiguos prejuicios", y explicaba cómo las obras "daban sobre todo la impresión de las cosas, y no su realidad misma".
Pero como ocurre muchas veces, las opiniones negativas son las que más vívidamente permanecen en el tiempo. Cuando Monet tituló su obra Impression, Soleil, Levant (Impresión: sol naciente), utilizó la palabra "impresión" porque eso era lo que pretendía: crear una sensación fugaz de un momento, y no tanto representar un lugar. Sin embargo, el crítico Louis Leroy tomó ese nombre para criticar el estilo de los cuadros que había visto, hablando de ellos en el periódico en el que trabajaba, Le Charivari como impresionistas de manera peyorativa: "¿Qué representa este cuadro? ¡Impresión! Impresión, eso es seguro. Me decía a mí mismo que, dado que estaba impresionado, tenía que haber alguna impresión en él. Un papel pintado está más terminado que esta marina", señaló.
Pero lo que nació como una crítica sarcástica se ha convertido en el nombre que todos hemos subrayado y estudiado en el colegio. Hoy 15 de mayo, se cumplen exactamente 150 años del último día que se pudo ver la "Exposición de los independientes". Ya sabríamos qué hacer por la tarde si estuviésemos en 1874.
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