El 6 de junio de 1944 se ha contado en centenares de ocasiones. El Día D, el que cambió la historia de Europa y de las potencias Aliadas frente a una Alemania en expansión. Aquel día, la figura de Winston Churchill fue una de las más importantes, una de las mentes que propició aquel desembarco en las playas de Normandía y que consiguió darle el rumbo de los acontecimientos. Su nombre dentro de este hito bélico siempre se ha mencionado de manera ambivalente, con un aspecto negativo, asegurando que "demoró deliberadamente los intentos de organizar un asalto a través del canal de la Mancha anteriormente", y también con la certeza como parte de la estrategia. Pero ahora, Allen Packwood, director del Churchill Archives Center, y el General Lord Richard Dannat, ex Jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Británicas, publican El Día D de Churchill (Crítica), un libro con el que pretenden "analizar y explicar su papel" y que aquel éxito "no fue en ningún caso una conclusión cantada".
Ambos han recurrido a numerosa documentación sobre aquellos días y también sobre los años anteriores. Telegramas, mapas y documentos para "arrojar luz sobre de qué forma se tomaron las decisiones y describir los riesgos que acompañaron a cada una". Así, aseguran que "desde 1942 había consenso en que las playas de Normandía representaban el terreno más viable para un desembarco de las fuerzas Aliadas". "Estaban protegidas del oleaje atlántico y, sin quedar fuera del alcance de la cobertura aérea Aliada, sus defensas eran menos poderosas que en la costa del Paso de Calais. Pero había que resolver un asunto crucial: se carecía de un fondeadero profundo al que llevar los suministros necesarios para sostener a las tropas en un teatro en rápida expansión", aseguran en esta publicación.
También que la solución vino del primer ministro británico. "Según él mismo se interesó por destacar más adelante, el artículo sobre Medidas para una guerra naval que había redactado para Lloyd George en 1917 ya preveía alguno de los cambios. Allí propuso crear una base artificial sobre los bajíos de Horns Rev, en aguas de Dinamarca", aseguran.
Suya fue esta idea y muchas otras, pero a medida que se acercaba la fecha, que había cerrado el 30 de noviembre de 1943 durante su 69 cumpleaños, con Roosevelt y el Stalin, él se iba poniendo más y más tenso y quería mayor protagonismo en la toma de decisiones. "Allí llegaron al acuerdo de lanzar la Operación Overlord en mayo de 1944. Hacia el final de la reunión, la conversación viró hacia las dificultades de ocultar a ojos del enemigo los preparativos de una ofensiva tan colosal", explican. Fue cuando Stalin les contó que en ocasiones similares ellos habían construido aviones, tanques y aeródromos falsos "en sectores en los que no se planeaba ninguna operación". Churchill respondió que "en tiempo de guerra la verdad es tan preciosa que debería contar siempre con la asistencia de las mentiras como guardaespaldas".
"Sus emociones dominantes fueron una frustración e impaciencia crecientes. Ansiaba interpretar un papel más destacado en las operaciones militares"
Consiguieron mantener el secreto, pero el talante del primer ministro se iba tambaleando a medida que se acercaba la fecha. "Sus emociones dominantes fueron una frustración e impaciencia crecientes. Tenía la posibilidad de supervisar los preparativos civiles e influir en ellos, pero ansiaba interpretar un papel más destacado en las operaciones militares", explican. Y añaden que "Eisenhower [en aquel momento Comandante Aliado Supremo de las fuerzas Aliadas Expedicionarias] le mantenía informado, pero también a cierta distancia: trabajaba desde su propio cuartel general, situado a las afueras de Londres y con la mediación del Comité Combinado".
Aquello provocó la cólera de Churchill en varias ocasiones y, como cuentan tanto Packwood como Dannat, Eisenhower confesó años más tarde que el primer ministro había gritado a un oficial del Estado Mayor británico por usar palabras tan frías para referirse a los soldados británicos como "cuerpos". Acusándolo de perder los papeles con temas menores.
Además, otra de las preocupaciones de Churchill fue la falta de la posible discreción del general estadounidense ante la prensa. "Se angustiaba en especial por la posibilidad de que Eisenhower no aplicara su misma actitud rigurosa ante los corresponsales de prensa acreditados en su cuartel general. Temía que los periodistas aún fueran capaces de obtener algunos datos, intercambiarlos y acabar publicando una descripción ajustada de la ofensiva planeada", cuentan. Y describen al primer ministro como "un león enjaulado" ante la insistencia de Eisenhower de que "todas las fuerzas aéreas de los Aliados que actuaban en el teatro europeo occidental debían subordinarse a su mando durante el período que precedía y seguía inmediatamente al Día D".
Fue tres días antes cuando Churchill se marchó en su tren privado a la costa sur. "Le resultaba insoportable hallarse lejos del centro de los acontecimientos y aún albergaba alguna esperanza de que se le permitiera acompañar a la fuerza de asalto en su travesía del Canal", explican. Tantas que al rey Jorge VI le entró tal miedo que decidió llamar a su comitiva para quitárselo de la cabeza.
Esta fue la respuesta que Churchill le envió el día 3 por un emisario en motocicleta. "Tanto que soy primer ministro y ministro de Defensa, debería permitirse que yo acudiera donde considerase necesario acudir en cumplimiento de mi deber, y no admito que el Gabinete posea derecho ninguno a imponer restricciones a mi libertad de movimiento. Confío en mi propio juicio, que en tantos temas de rigor se aplica, a la hora de decidir los límites idóneos del riesgo que una persona con mis deberes tiene el derecho a asumir". Aunque al final, se mantuvo en Inglaterra. Ansioso, nervioso, con miedo y con la cabeza, en parte, en su hijo Randolph, que prestaba servicio en el cuartel general del líder de los partisanos yugoslavos y que tras un ataque desconocía su paradero y si seguía con vida.
Y llegó el día. Con los alemanes confiados en que ese 6 de junio las condiciones meteorológicas impedían cualquier ataque, desde el sur de Inglaterra comenzaron a salir paracaidistas británicos y estadounidense que con el cielo aún oscuro iban hacía Normandía. Tras ellos, y ya amaneciendo, llegaron los bombardeos sobre las posiciones alemanas.
"Churchill pasó la mañana del martes 6 de junio en su sala de mapas, intentando interpretar la información más reciente sobre los desembarcos y preparar así mejor la declaración de mediodía en la Cámara de los Comunes. La incertidumbre todavía lo dominaba todo, pero los informes iniciales tenían buena pinta", añaden y relatan que aunque las cifras de bajas no estaban claras, estas se hallaban por debajo de las 20.000 que temía el primer ministro.
"La tarea no resultaba tan fácil, simple ni predecible para Churchill, ni de Franklin Roosevelt, ni para el general Dwight D. Eisenhower"
Y al final, aquel día salieron victoriosos. Y así lo contó él años más tarde, en 1950: "La colosal empresa que atravesó el Canal para liberar a Francia había empezado. Todas las naves estaban en el mar. Éramos dueños de los océanos y del aire. La tiranía de Hitler estaba condenada. Aunque el camino sería quizá duro y largo, nunca dudamos de que obtendríamos la victoria decisiva". Pero estos dos autores aseguran que "a pesar de lo que el primer ministro británico escribió, la tarea no resultaba tan fácil, simple ni predecible para Churchill, ni para el presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt, ni para el general Dwight D. Eisenhower ni para cualquier otro líder político o militar, británico o estadounidense, de aquel momento".
Ya que, como explican, las bajas iban aumentando a lo largo de aquella jornada y "el fantasma del desastre se cernía sobre la operación". "Los combates de la playa de Omaha fueron los que más cerca estuvieron de hacer realidad la pesadilla del liderazgo Aliado: el fracaso de Overlord. No había ningún plan alternativo, solo la evacuación", narran.
Así analizan todo lo que sucedió antes del Día D y todo lo que ayudó a que este fuera posible. También las consecuencias del mismo. Se adentran en la pérdida de poder de Churchill en 1945 con una Inglaterra que había vivido en la escasez y la restricción más absolutas. También en los miedos ante el comunismo que cogieron fuerza en el primer ministro tras esa victoria.
"Escribir este libro nos ha recordado que, en su momento, muchos dudaron de que el Día D funcionara; y abundan las razones por las que en efecto podría haber resultado un desastre. Queremos ayudar a comprender algunas de las grandes cuestiones militares a las que Churchill tuvo que hacer frente, confiamos en que nuestra selección de telegramas, cartas y otros materiales de la época iluminarán mejor los debates y las personalidades cruciales", alegan.
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