Durante los años ochenta se creó en Estados Unidos una fórmula para intentar paliar el número de casos sin resolver de los miles de niños que desaparecían al año en este país. Decidieron poner sus caras en los cartones de leche, que su fotografía llegase a todos los hogares para así aumentar las posibilidades de encontrarlos gracias a la ayuda de los ciudadanos. Que desayunaran con ellos y así no los olvidaran.
Fueron aquellas imágenes las que impactaron en una jovencísima Abi Morgan, que tras pasar su infancia en Londres estuvo como niñera en Nueva York durante los años ochenta. Ahora, ella es la creadora de Eric, la nueva serie de Netflix, en la que la desaparición de un niño de nueve años nos lleva hasta una ciudad en decadencia y en la que la seguridad era cada vez menor. En la que una historia terrible pone sobre la mesa todos los males de la sociedad.
En este contexto ella coloca a Edgar como protagonista, el niño que conmociona a la sociedad cuando el primer día que sale solo de casa para ir al colegio desaparece. Y a medida que avanza la trama, con el actor Benedict Cumberbatch como el padre del niño, se ve a otros desaparecidos ocupando uno de los laterales de los cartones de leche y nos lleva a esa década de los ochenta donde la colaboración ciudadana se convirtió en esencial para evitar el peor de los finales.
"Crecí en el Reino Unido en los años 80, recuerdo que me perseguían esas historias de niños desaparecidos, y luego, cuando fui a Nueva York, cuidé a un niño a mediados de los años 80. Mientras estaba allí, vi a los niños de los cartones de leche y a las personas desaparecidas. Eso siempre ha sido muy inquietante", aseguró en una entrevista a un programa de radio.
Y aunque asegura que no se ha basado en ninguna historia en particular, la serie nos lleva de lleno al caso Etan Patz, un niño de siete años que desapareció de forma muy similar y que fue uno de los primeros en ilustrar un cartón de leche. Como en la serie, él salió de su casa el 25 de mayo de 1979 convenciendo a su madre de que podía ir solo a la parada del autobús en el Soho de Nueva York y de camino paró a comprar un refresco. Tenía que recorrer solo dos manzanas para llegar hasta donde lo recogían, pero nunca apareció en el colegio y jamás se volvió a saber de él.
La madre no se dio cuenta de que había desaparecido hasta ocho horas más tarde, cuando no regresó del colegio y su caso se convirtió en un símbolo de todos los niños que durante aquellos años se esfumaban sin dejar rastro en Estados Unidos. Se pusieron más de 100 policías con su caso y a principios de los 80, cuando ya llevaban varios años sin saber de él, su cara comenzó a ser habitual de los cartones de leche.
La fotografía se la había hecho su padre, que era fotógrafo de profesión, y además también se repartieron miles de carteles por la calle, hasta apareció en las pantallas de Times Square durante días. Pero nada dio resultado. Tres años más tarde, y con el caso todavía en los periódicos, el presidente de Estados Unidos de aquel momento, Ronald Reagan convirtió el día de su desaparición en el Día Nacional de los Niños Desaparecidos en Estados Unidos.
Los padres no se quedaron quietos y decidieron que aunque no habían podido salvar al suyo, iban a intentar salvar a los demás. Activaron todos los resortes de la sociedad hasta que provocaron un cambio que, creen, podría haber ayudado a encontrar a su hijo: la llamada obligatoria que los colegios tienen que hacer a los padres si estos no acuden y que ellos nunca recibieron.
El caso acabó cerrándose, pero muchas décadas después. En 2010 lo reabrió la fiscalía de Manhattan al tener a un sospechoso. Pedro Hernández había sido acusado por otros menores de llevarlos a un lugar muy cercano a la casa donde vivía Patz y empezaron a atar hilos. Aunque no fue hasta 2017 cuando se le pudo declarar culpable de asesinato y secuestro y cuando fue condenado a 25 años de cárcel.
La organización Missing Kids, que se creó por los padres de otro niño desaparecido dos años más tarde que Patz, Adam Walsh, asegura que el cambio en la mentalidad social y de los agentes vino por tres hechos. "A finales de la década de 1970 y comienzo de la década de 1980 ocurrieron tres
incidentes que horrorizaron al país e hicieron que toda la nación se concienciara en el tema de los menores desaparecidos y explotados. Esos acontecimientos fueron los asesinatos de 29 niños y hombres jóvenes en Atlanta entre 1979 y 1981; la sustracción de Etan Patz, de 7 años, en un vecindario de la ciudad de Nueva York en mayo de 1979; y la sustracción y asesinato de Adam Walsh, de 6 años, en Hollywood, Florida, en julio de 1981". A partir de entonces, las leyes se endurecieron, los procesos se aceleraron y consiguieron resultados.
El final de Eric es otro distinto, pero el foco ya está puesto. También en el racismo con el que se llevaban a cabo las investigaciones, ya que se daba prioridad a los casos de niños como Etan, blancos y rubios, que a los de los afroamericanos. En la serie se puede ver cómo a la madre de un niño negro que lleva años buscándole, y cuya foto sale en los cartones de leche, le prestan mucha menos atención que a los de Edgar.
Y también la de un viaje, porque en la serie el principal protagonista es el padre del niño desaparecido, Vincent. Se trata de un titiritero de la televisión que ha tenido un gran éxito con un programa infantil, Good Day Sunshine, y que tras la desaparición de su hijo encuentra un dibujo de este de una marioneta que quería que su padre crease para el programa así que se pone manos a la obra pensando que si este aparece en la televisión su hijo volverá a casa. Su viaje personal se ve a través de este monstruo que desde entonces comienza a acompañarle en su búsqueda.
Al final todo tiene casi un final feliz. Pero deja al espectador en aquellas décadas, el aquellos niños y en cómo la sociedad fue cambiando ante una plaga de secuestros que aterrorizó a los ciudadanos americanos durante aquellas décadas y que hoy tiene reacciones distintas tanto a nivel policial como político o social.
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