Aquella mujer supuso un antes y un después para la sociedad del Renacimiento. Su pelo rizado y claro, el color de su piel y la forma de su cuerpo provocaron un terremoto de deseos y envidias y reflejaron lo que en aquel momento se consideró 'la mujer perfecta'.

Y no fue solamente esta Venus de Tiziano, otros cuadros y esculturas elevaron el canon de belleza y las jóvenes de todos los estratos sociales se vieron acorraladas por una imagen de perfección que las llevó a utilizar e inventar todo tipo de cosméticos, e incluso a realizarse operaciones quirúrgicas, para poder estar a la altura.

'Cómo ser mujer del Renacimiento', Jill Burke.

Para ello acudían a folletos, a libros y a recetas que comenzaron a publicarse y a venderse como churros. Es Los adornos de las mujeres, de 1562, de Marinello, en el que se podían encontrar 1.400 fórmulas para "embellecer el rostro, el cabello y el cuerpo"; el que impresionó a Jill Burke, catedrática de Culturas visuales y materiales del Renacimiento en Edimburgo, y el que le llevó a escribir Cómo ser una mujer del Renacimiento (Crítica). En este libro la experta en esta época habla de cómo "los poemas, las obras de teatro y las pinturas tuvieron efectos profundos en la forma en que las personas reales percibían los cuerpos y la belleza, los suyos propios y los de la gente de su entorno".

Y explica que pese a lo que pueda parecer, los ideales de belleza no eran ni mucho menos laxos, incluso los describe como "infexibles e intencionadamente excluyentes". "Inspirada por Marinello, comencé a investigar la historia de los cosméticos en el Renacimiento italiano, un tema que no ha recibido mucha atención y que a veces se sigue tildando erróneamente de trivial", explica en la introducción.

"El cuerpo femenino experimentó un cambio: del ideal gótico de caderas anchas, barriga grande y hombros delgados se pasó a la encarnación del reloj de arena"

JILL BURKE

Asegura que ella misma que se quedó "asombrada" ante las "reacciones inventivas y reflexivas de las mujeres renacentistas ante una cultura obsesionada con su apariencia". Y que todo venía del arte. "La forma conceptual del cuerpo femenino experimentó un cambio: del ideal gótico de caderas anchas, barriga grande y hombros delgados se pasó a la encarnación del reloj de arena de las estatuas antiguas, que volvían a estar de moda. El arquetípico desnudo femenino de 1538 del pintor veneciano Tiziano, La Venus de Urbino, es un ejemplo de ello", explica.

Venus de Urbino, también llamada Venus del perrito, se encuentra desde 1736 ahora en la Galería Uffizi.

Porque aquella imagen y otros tantos desnudos femeninos no estaban ni mucho menos encerrados en galerías o museos sino que "saturaron la cultura popular renacentista". "Tuvieron profundos efectos en las vidas de mujeres reales y se podían encontrar en las fachadas de casas, las portadas de las publicaciones y las esculturas de edificios públicos, así como en viviendas particulares".

También en las novelas y pone el ejemplo de cómo Giulia Bigolina habla sobre su personaje Urania, a la que describe con las características más importantes para ser deseada en aquella época y que son exactamente las mismas que inspiraron a Tiziano. "Fíjese... cómo esta cabellera dorada y rizada parece una red para atrapar un millar de corazones enfurecidos. Mire la frente espaciosa y reluciente, los ojos, que se asemejan a dos estrellas las pestañas rizadas y negras como el ébano, la nariz bien proporcionada, las mejillas sonrosadas, la boca pequeña, los labios que superan al coral en belleza. ¿Y qué decir de su cuello y su pecho, que superan en blancura a la nieve? ¿Y de esas pequeñas manzanas, que nadie que las admire puede no sentir que su corazón arde de deseo?".

"Los ideales de belleza femenino del Renacimiento eran extremadamente limitados y estaban por todas partes"

JILL BURKE

Por lo que aquellas que no cumplían con estos requisitos, empezaron a cambiarlos, a intentar alcanzarlos. Se les dio consejos sobre cómo evitar que el pecho les creciera en exceso, sobre cómo engordar o cómo adelgazar (para lo primero les recetaban felicidad y para lo segundo, ansiedad), cómo rizarse el pelo, pintarse la piel, las mejillas y los labios y cómo mirar, algo importantísimo para poder casarse adecuadamente ya que estaban convencidos de que los ojos "emitían vapores".

"Este listado de características femeninas idóneas es omnipresente en los textos del Renacimiento y aparece en contextos que van desde los poemas hasta las obras de teatro, los libros de medicina e incluso los juegos de cartas. Los ideales de belleza femenino del Renacimiento eran extremadamente limitados y estaban por todas partes", asegura Burke.

'Mujeres de camino al mercado', de Mores Italiae.

Y los "secretos" para conseguirlo estaban a disposición de todas, desde las campesinas hasta las duquesas. Porque además del libro mencionado antes se empezaron a vender folletos "para parecerse a Venus por menos de una barra de pan". "Uno se llamaba Venustà y abrió el mundo de la belleza renacentista a un público mucho más amplio que nunca. Vendido por buhoneros, no iba dirigida a los caballeros o a sus esposas e hijas sino a mujeres como la contadina, Trabajadoras que salían a vender sus mercancías, o a las sirvientas que compraban en las bulliciosas piazzas. Se vendían por miles en toda Europa", añade.

Y menciona la obra Mujeres de camino al mercado, de Mores Italiae. Una pintura en la que una campesina que está acudiendo al mercado a vender sus productos cumple con esos cánones y comenta que trabajan horas en su aspecto porque era la forma "de encontrar un buen marido" y lo conseguían gracias a esas revistas. "Todas querían alcanzar el ideal de belleza, no había distinción entre clases, solo la forma de conseguirlo", añade.

Porque cuando comenzaron a crear sus propios cosméticos y a recomendarse distintos tratamientos entre ellas, incluso usaban ciertos venenos en pequeñas dosis para mejorar la piel o el color de los dientes; la calidad dependía del precio y ahí sí que había diferencias. "Para ellas la belleza era algo fundamental, incluso más importante que para nosotras", asegura sobre la cantidad de ungüentos que se aplican en el rostro y en el cuerpo y cómo dedican mucho tiempo a mejorar su aspecto. "Por eso lo llegaron a llamar 'trabajo corporal', era mucha dedicación".

El David de Miguel Ángel y el ideal masculino

El David de Miguel Ángel.

Y para ellos. Porque como recoge Burke en este libro, el tamaño de los genitales empezó a preocupar al sector masculino. Las esculturas representaban estos de un tamaño y una forma muy concretos y como las mujeres ya habían tenido que encontrar una solución para evitar tener el pecho demasiado grande, ellos usaron el mismo método para evitar el crecimiento de sus testículos.

"Las mujeres deben poner debajo de los pechos una banda, o colocarlos en unas pequeñas bolsas que mantengan los senos elevados hasta la garganta, y se volverán pequeños. Toda esta medicina es asimismo buena para impedir el crecimiento de los testículos", aseguró en aquella época Marinello en sus textos de belleza. A lo que Burke comenta que "los hombres también tenían que sufrir para alcanzar la belleza en las partes íntimas de su cuerpo debido a la moda de los testículos pequeños y pulcros que se pueden apreciar en los desnudos masculinos del Renacimiento, no hay más que mirar el David".

Y fueron los protagonistas de una de las operaciones del momento: las rinoplastias. Muchos hombres perdían parte de su nariz en algún tipo de venganza, ya que era común cortarlas en trifulcas, así que los médicos se pusieron manos a la obra para reconstruirlas.

"Antes de pegar el corte, durante tres semanas el brazo y la nariz tenían que permanecer 'pegados'"

JILL BURKE

"En 1597 el cirujano boloñés Gaspare Taglicozzi publicó un libro donde describía cómo se cortaba un trozo de piel de la parte posterior del antebrazo y se injertaba en el lugar de la nariz. Pero antes de pegar el corte, durante tres semanas el brazo y la nariz tenían que permanecer 'pegados'", explica Birke.

También que sólo era apta para algunos. "Lo aconsejaban para personas jóvenes y fuertes, se trataba casi siempre de hombres", añade. Así que otros se las apañaban con prótesis nasales de cera marfil o incluso plata que se ataba a la cara con una cinta.

Uno de los capítulos más llamativos del libro habla sobre los genitales femeninos, cómo también fueron protagonistas de muchas operaciones para embellecerlos. "Incluso siendo muy jóvenes se sometían a estos procedimientos para minimizar su tamaño", asegura. Y sentencia que la presión por la belleza fue fortísima y la falta de ella una auténtica desgracia.