Alberto Fesser aparece puntualísimo a la una del mediodía en el vestíbulo de Club Matador, el refinado oasis que él y su socio en La Fábrica, Alberto Anaut, promovieron hace 11 años junto a un centenar de amigos en un enorme piso de la calle Jorge Juan de Madrid. "¿Les apetece un cóctel, una copa de champán, un fino, una manzanilla, un amontillado, todo lo que les he dicho por ese orden?", ofrece la camarera mientras nos acomodamos en un sofá junto a la escalera de entrada, para ver quién entra y quién sale.

"Lo normal hubiera sido que un club editara una revista, pero en este caso fue al revés", comenta Fesser en referencia a la emblemática publicación que fue el primer proyecto de La Fábrica y que a número por año, uno por cada letra del alfabeto, ha alcanzado su final, o su punto y seguido, programado. Hoy Club Matador es un éxito que se ha beneficiado de la nueva prosperidad que disfruta últimamente un barrio ya de por sí próspero, alimentada por el dinero nuevo de sus nuevos habitantes latinoamericanos. Pero cuando empezaron, en plena crisis económica, montar una versión meridional y soleada de los icónicos clubes londinenses fue "bastante heroico", reconoce.

Como tantas cosas fue un invento de Alberto. Un día en La Fábrica, viendo las pruebas del siguiente número de Matador, de repente dice: he pensado que tendríamos que hacer un Club Matador. Y lo dijo de esa manerita que yo ya me di cuenta de que no quedaba más remedio que hacerlo. Y así fue, aunque tardamos varios años. La idea inicial era plantearlo como un proyecto más de La Fábrica, buscando un patrocinador, pero no encontramos quién, y quedó en un cajón hasta que tuvimos la feliz idea de que en vez de un proyecto de dos socios fuera una entidad sin ánimo de lucro con cien socios fundadores y lo abriéramos a la sociedad". Hoy el club ha incorporado a nuevas generaciones y sobre todo a muchas mujeres. “Antes el restaurante entre semana era de señores con corbata, ahora esto ha cambiado”.

Un premio, un error y un feliz azar

La entrevista se produce en un día muy especial para Fesser. Por la tarde entregará en nombre de La Fábrica el primer premio Alberto Anaut / Impulso a la Cultura a Alfonso Aijón, pionero promotor musical y fundador de Ibermúsica, la mayor empresa privada de música clásica de España. Es el tributo que él y el resto de los que hacen La Fábrica ofrecen a Alberto Anaut cuando se cumple un año de su muerte.

"Queríamos poner el foco en las personas que hacen posible la cultura. Los creadores hacen su trabajo, pero es necesario lograr que ese trabajo llegue al público. Y para ello hacen falta unos intermediarios: gestores culturales, emprendedores, promotores, programadores, mecenas, empresarios, comunicadores. Detrás de las instituciones hay muchas personas ejemplares, muy comprometidas, que han dedicado su talento, su vida profesional y en algunos casos su fortuna, que se lo han jugado todo a la cultura. Es lo que este premio quiere reconocer. Y Alfonso Aijón lo representa a la perfección. Es una suerte que el primer año de este premio haya recaído en alguien como él, ejemplar y excepcional". 

Óscar Becerra y Alberto Fesser, director y presidente de La Fábrica, entregan el premio Alberto Anaut a Alfonso Aijón.
Óscar Becerra y Alberto Fesser, director y presidente de La Fábrica, entregan el premio Alberto Anaut a Alfonso Aijón el pasado 2 de julio.

La iniciativa del premio ha sido de La Fábrica en complicidad con la mujer y compañera de aventuras de Alberto, la anticuaria y galerista Carmen Palacios. Y con los miembros del llamado grupo Manifiesto, "un feliz azar que surgió de un error" de Alberto. "Quería hacer una lista de difusión en Whatsapp y creó un grupo, y cuando se dio cuenta de que lo había hecho mal lo quiso borrar y lo que hizo fue salirse él, con lo cual ya no podía entrar, y quedó creado un grupo con unas 60 personas, muchos nombres muy conocidos de artistas, galeristas, periodistas, que se preguntaban qué hacían ahí. Pero entonces va Alberto y se muere. Y de repente eso que había creado por error se convierte en una plataforma de homenaje".

Cuando desde La Fábrica comenzaron a organizar el premio invitaron a participar a los miembros de aquel grupo de Whatsapp, del que han salido buena parte de los miembros del jurado –además de Fesser y Palacios, Ángeles González-Sinde, Javier Gomá, Miguel Zugaza, Rosa Montero y el director de La Fábrica, Óscar Becerra– y los candidatos al premio. "Propusieron decenas de nombres e hicimos una selección de 24 candidaturas, lo cual es muy bueno, porque nos dimos cuenta de que había materia prima para muchos años, que había mucha gente con perfiles muy distintos que se merecía este premio. La elección de Alfonso me parece perfecta porque reúne todas las características que queremos premiar. Por el valor de lo que ha montado, por lo que ha representado para la música clásica en España y por cómo ha vivido. Es un personaje genial".

Un año sin Alberto Anaut

La primera edición del premio ha dado lugar a dos jornadas excepcionales en el Círculo de Bellas Artes, donde Aijón ha sido homenajeado y ha compartido en una conversación su apasionante peripecia vital. Y Alberto Anaut ha sido recordado como se merece pocos días antes de este 10 de julio en el que se cumple el aniversario de su inesperado fallecimiento.

Lo de la enfermedad que terminó con su vida fue algo que contó a muy pocos. "Le diagnosticaron diez años antes de morir, pero le dijeron que lo podía cronificar y vivir con ello cuidándose", detalla Fesser. "Así que decidió que no lo supiera nadie, porque pensaba que si no le íbamos a tratar de otra manera o que no le íbamos a decir las cosas que le diríamos normalmente. Pero cuando desgraciadamente la cosa se complicó y vio que se iba a morir no le quedó más remedio que decirlo a los más cercanos, a los que consideró que teníamos que saberlo para estar preparados. Pero nos pidió que siguiéramos sin decírselo a nadie más. Me vi haciendo el tonto hasta el último momento, contando milongas. No sé si yo hubiera hecho lo mismo, pero desde luego fue lo que él quiso y lo respetamos".

Anaut estuvo al pie del cañón hasta el último momento. Y ni siquiera al final perdió su sentido del humor. "Yo estuve hablando con Alberto toda la tarde el día antes de morirse", relata su tocayo, "y una de las cosas que me dijo es, joder, yo dije hace 28 años que iba a dirigir Matador de la A a la Z, publicamos la Z ¡y voy me muero! La gente va a pensar que lo he hecho aposta".

–Os conocisteis en el colegio, ¿no?

–Alberto y yo nos conocimos con seis años en el colegio de los Sagrados Corazones, aquí al lado, en Claudio Coello, y mantuvimos la amistad durante 60 años, 30 de ellos siendo su número 2, aunque sin llegarle ni a la suela del zapato, lo cual no es ninguna deshonra tratándose de Alberto. Empezamos a ser culturetas juntos. Salíamos del colegio y se nos veía por aquí, por la galería Juana Mordó, por la Kreisler, o en la Feria del Libro, o en el Teatro de la Comedia, a ver si había entradas de la clac de última hora, de esas que te subían al gallinero. Pero no se nos pasó por la cabeza que nos acabaríamos dedicando a esto. Alberto se hizo periodista, estuvo 20 años haciendo un montón de cosas y yo estudié ingeniería, me metí en el mundo de la consultoría y acabé como socio en Arthur Andersen. Y de repente un día me dice, oye, que yo me voy a despedir de El País para montar La Fábrica y cuento contigo. Y no supe decirle que no. Porque nunca nadie a Alberto ha sido capaz de decirle que no.

–Cuando empezasteis no teníais en la cabeza el dibujo de lo que finalmente ha terminado siendo La Fábrica.

–Nos apasionaba la cultura pero no decíamos 'nos gusta más la fotografía que el teatro'. Luego nos han salido mucho más proyectos que tienen que ver con la fotografía, pero eso es lo que nos ha salido. Nos interesaba la creación contemporánea, lo que en cada momento están haciendo los creadores con los temas que hay planteados en la sociedad, y nos interesaba no solo que los creadores hicieran su trabajo sino darlo a conocer a cada vez más público, que es lo que permite que cumpla su función social. Ese interés por conseguir nuevos públicos para la cultura también es marca de la casa. Y, dentro de eso, cualquier formato ha podido ser útil. Un libro, una revista, una exposición, otras veces un festival, una convocatoria o un premio. Con la particularidad de que los proyectos más emblemáticos de La Fábrica son proyectos propios, aunque nos ha complementado muy bien trabajar para otros, y han salido oportunidades a las que no hubiéramos tenido acceso de otro modo, como diseñar y poner en marcha La Casa Encendida, o Photoespaña, una plataforma a la que se suman un montón de administraciones, fundaciones, empresas y marcas para hacer entre todos un festival muy grande. Esa fórmula de proyectos abiertos y en colaboración, que no era nada habitual hace 30 años, ha sido un poco un invento de la casa.

Intuición, arrojo y capacidad de trabajo han sido los ingredientes de la 'fórmula Anaut'

–Puede decirse que La Fábrica se inventa la gestión cultural profesional en España. ¿Cuál ha sido la fórmula del éxito?

–Los valores de Alberto Anaut han supuesto una combinación explosiva que ha sido el éxito de todo lo que él pensó poner en pie. Primero la intuición, el olfato, reconocer que aquí falta un festival de fotografía o que alguien tiene talento para dirigir un proyecto. En segundo lugar, la idea está muy bien, pero como no te tires a la piscina no sirve para nada. Y Alberto lo que ha tenido es el arrojo, el valor y la capacidad de tomar riesgos. En muchos proyectos hemos asumido que iban a salir bien, pero porque si te pones a pensarlo llegas a la conclusión de que no se puede hacer. A la parálisis por el análisis, como se decía en mi época de consultoría. Siempre hay una razón para no hacer las cosas. Y en tercer lugar, el trabajo. Alberto se ha matado a trabajar durante 50 años. Pero es que trabajaba 24 horas los siete días de la semana. Era muy exigente consigo mismo y por consiguiente con todos los que le acompañábamos. Te llamaba un domingo a las 8 de la tarde y te contaba que se le había ocurrido no sé qué y que por qué no el lunes a las 8 de la mañana venías con un papelito con unas ideas, y a él le parecía genial porque mezclaba trabajo con pasárselo bien. Para él todo era un continuo.

Reinventar la sociedad civil

Hoy se ve clara la necesidad de agentes privados como La Fábrica que operan entre la iniciativa de las administraciones y las fundaciones, pero hace treinta años fue un enfoque novedoso en España. "Entonces yo no lo hubiera explicado así, pero visto hoy, cuando nosotros nos lanzamos lo que hicimos fue reinventar la sociedad civil", apunta Fesser. "Está bien que haya teatro, conciertos, exposiciones en Madrid, el Museo del Prado, la Fundación Juan March. Pero lo mismo puede haber más cosas. Bueno, pues hazlas. No te pongas en manifestación en la puerta del ayuntamiento a pedir un festival de fotografía; hazlo. Eso es un poco lo que hicimos. Hagamos más cosas y a ver a quién liamos".

Y lo hicieron teniendo claro que tenían que ser una empresa. Algo que hoy puede parecer obvio pero que entonces no lo era tanto. "Ni una asociación ni una fundación: seamos una empresa con ánimo de lucro haciendo cultura. Lucro al principio poco, pero el ánimo que no faltara. A muchos les extrañaba que quisiéramos ganar dinero con la cultura. Pero necesitábamos que la empresa fuera rentable, porque si no habría que cerrarla, aunque ganar dinero nunca ha sido lo que más nos ha preocupado, porque si no nos hubiéramos dedicado a otra cosa".

Para ilustrar esta relativa incomprensión, Fesser recuerda una comida con Manuel Soto, histórico presidente de Arthur Andersen y consejero del Santander, a quien ambos conocían "de nuestra vida anterior" y al que fueron a ver para contarles ilusionados su proyecto. "Él nos escuchó con mucha atención y al final sentenció: 'O sea, que sois cojonudos ordeñando piedras. Si os dedicarais a ordeñar vacas como todo el mundo os ibais a forrar con lo listos que sois'. Cuando volvimos a La Fábrica cogí el logotipo y escribí debajo Stone Milking Company. Después nos hemos pasado 30 años ordeñando piedras".

Eterno retorno

A diferencia de las administraciones públicas o de las fundaciones, desde La Fábrica se han visto obligados a comprobar que sus propuestas interesaban, porque si no "nadie va a pagar, ya sea el público, los patrocinadores o las administraciones, quienes compartan los objetivos del proyecto". Lo cual les ha dado una experiencia y un conocimiento extraordinarios a la hora de prever el retorno de cada proyecto, algo que ya se exige prácticamente en todos los contextos. Y con un compromiso de calidad expresado en el lema de la casa: "nada da igual". Ni una errata, ni la sangría de un libro ni el corte de una foto ni una convocatoria mal comunicada.

"Con esa obligación hemos funcionado, aunque con muchas cosas nos hemos estrellado o no ha habido manera de sacarlas adelante", reconoce Fesser. Y recuerda la revista de fotografía documental Ojo de Pez, “maravillosa pero imposible de vender” e “incompatible con la publicidad”, o Eñe, de creación literaria. “Tuvimos una delegación en Barcelona que se llevó por delante la crisis económica, por no mencionar el 3%... Y montones de cosas que nos parecían muy buenas y que nadie nos compró. Ha habido momentos en los que hemos estado al borde del abismo. Con la crisis económica de la década pasada casi desaparecemos, estuvimos al borde de la ruina". Pero han podido ver crecer proyectos como Photoespaña, sin dejar de proponer nuevas iniciativas, como el Festival de las Ideas que en septiembre sacará el pensamiento crítico y la reflexión filosófica a las calles de Madrid.

–¿Cómo han cambiado las cosas en estos 30 años?

Han cambiado mucho, pero algunas siguen siendo parecidas. Sigue habiendo muchísimo talento en todos los campos y mucha gente con mucha ilusión queriendo trabajar en este sector tan vocacional. La cultura siempre tiene que renovarse, siempre hace falta que alguien le dé una vuelta, que invente algo nuevo o una nueva manera de mostrar a nuevos artistas. Esa renovación permanente es imprescindible. Se ha profesionalizado mucho el sector pero queda mucho por hacer. Y si echo algo de menos es, de nuevo, la falta de sociedad civil. Creo que es un poco decepcionante que la cultura siga siendo en la mayoría de los casos muy minoritaria. Que le interese a poco público y que le interese poco a las administraciones, a los políticos y a los medios de comunicación, cuando es un valor imprescindible para la sociedad, para la convivencia, para la calidad de vida de las personas y para el desarrollo de todos. Seguir explicando esto es un poco cansado, pero tenemos que seguir trabajando.

"Es un poco decepcionante que la cultura siga siendo en la mayoría de los casos muy minoritaria"

–¿Y cómo ha sido este primer año sin Anaut?

–Alberto era el corazón, la cabeza, el capitán y el más currante. Lo ha sido todo. Sin él nada de esto hubiera existido. Pero lo que él ha montado tiene el valor adicional de que ha conseguido que siga existiendo sin él y con un futuro ilusionante. Ha creado una máquina que sigue funcionando perfectamente. Tenemos un equipo fabuloso y muy ilusionado al frente de los proyectos y en la parte administrativa, que no es nada fácil en una organización. Cada proyecto es de su padre y de su madre, todo va con los presupuestos muy justitos, porque en este sector dinero nunca ha sobrado. Pero nunca hemos estado tan bien. Seguimos trabajando con las luces largas, pensando en que los proyectos duren, e ir añadiendo cosas para renovarlos. Es la fórmula Anaut, lo que hemos aprendido con él. Lo hemos hecho juntos y vamos a seguir muchos años.