No querían creer que su rey había muerto. Y mucho menos que iba a ser Felipe II, un español, el que iba a reinar en Portugal. Así que crearon un movimiento que llamaron el Sebastianismo que alegaba que su desaparición en la batalla de Alcazarquivir en 1578 era temporal, que su rey estaba avergonzado por la derrota y que sólo había que encontrarlo y convencerlo de que volviera a ocupar el trono.

Hablamos del rey Sebastián I de Portugal y cómo tras desaparecer en Marruecos, su cuerpo nunca se encontró, su país se sintió tan huérfano que las leyendas comenzaron a circular deprisa. También como muchos no aceptaron que un rey extranjero reinase en sus tierras y urdieron planes para acabar con Felipe II y devolver el trono a un portugués.

"Felipe II envió a fray Miguel de los Santos a Madrigal de las Altas Torres tras descubrir que estaba conspirando contra él en Portugal"

El más concienzudo fue fray Miguel de los Santos, antiguo confesor de la corte portuguesa que quería que la corona pasara a Antonio, prior de Crato, y no al rey español. Lo intentó y acabó exiliado. Felipe II lo mandó a Madrigal de las Altas Torres, a donde se cree que llegó en 1590, con la intención de que dejase de conspirar contra su corona. Pero el religioso no tenía ningún interés en cejar en su empeño y fue en este pueblo de Valladolid donde encontró a la persona perfecta para llevarlo a cabo.

Se trataba de un pastelero que había llegado a Madrigal en 1594 con su hija de dos años y con su mujer, Isabel Cid, se cree que desde Toledo y huyendo, al parecer, de un cargo de asesinato. Su nombre era Gabriel Espinosa y tenía un aspecto similar al del perdido rey portugués. Fray Miguel de los Santos no dudó y tras varias reuniones acabó consiguiendo que él tampoco lo hiciera.

Aquí las teorías son muchas, la primera es que nada tenía que ver con la nobleza ni la corona, la segunda alega que era el hijo ilegítimo del padre de Sebastián I y que encontró así la forma de hacerse con el trono. Fuera como fuese, accedió a las peticiones del religioso de buena gana y comenzó a aprender modales para poder dar el pego ante los nobles y la realeza.

Mientras el pastelero aprendía cómo comportarse, el fraile quiso apuntalar su plan y vio en María Ana de Austria y Mendoza, sobrina de Felipe II y prima carnal del desaparecido rey Sebastián I, una buena forma de hacerlo. Doña Ana se encontraba en el Monasterio de Nuestra Señora de Gracia el Real de la Villa de Madrigal, de la Orden de San Agustín, por petición de su tío y fue allí donde recibió una carta en la que se le aseguraba que el rey de Portugal no había muerto y que se encontraba en esta localidad.

Doña María Ana de Austria y Mendoza.

Además, fray Miguel de los Santos le dijo que Dios quería que ella fuese la esposa de Sebastián I y se convirtiera en reina de Portugal. "Cayó en el lazo la sencilla doña Ana y convencida de que el pastelero era el rey don Sebastián y ella la escogida por el cielo para ser su esposa, envióle ricas joyas a Espinosa y entabló con él una correspondencia amoroso-política que se conserva completa en el archivo de Simancas", escribió el padre Coloma.

Pero antes de comenzar con aquella correspondencia, le conoció y el parecido era tal que se convenció por completo de que se trataba de su primo. Tras ese primer encuentro llegaron las cartas que aunque muchos aseguran que fueron de carácter romántico, desde la Real Academia de Historia explican que "tales afirmaciones pueden juzgarse ciertas sólo en parte. A lo sumo en alguna de ellas hay expresiones de cariño, propias de personas de una misma familia, que caben muy bien hasta en personas consagradas".

Lo que sí está claro es que doña Ana, que sabía que el pastelero tenía una hija pero desconocía la existencia de su mujer, le dio bastantes joyas para que pudiera salir adelante y que Espinosa no tardó en llevarlas a Valladolid para venderlas. Allí se alojó en una pensión donde pasó bastante tiempo con la mujer que la regentaba. Uno de esos días, ella descubrió entre sus pertenencias las joyas y avisó a los representantes de la justicia del lugar convencida de que se trataba del botín de un robo.

Hasta allí acudieron los alguaciles que tras ver el botín y leer la correspondencia entre Espinosa y doña Ana enviaron una carta a Madrigal para intentar averiguar la veracidad de lo que el supuesto Sebastián I les estaba contando y otra directa a la corte, a Felipe II, ya que su sobrina estaba implicada en el suceso.

"Se condenó a Ana a ser trasladada de convento, perder sus privilegios, a no poder desempeñar prelacías en su convento, ayunos y otras penas menores"

Y estalló todo el embuste. En cuanto apareció el nombre de fray Miguel de los Santos, Felipe II ya tenía claro de qué se trataba y no tardó en llevarlo a ambos a Madrid y abrir un proceso para aclarar lo que había ocurrido. Tras darse cuenta de que intentaban colocar a Gabriel Espinosa como Sebastián I, el rey español estaba convencido de que estaba muerto, degradó al fraile y llevó a su sobrina, Ana de Austria, a un convento en Ávila contra su voluntad y "con privación de oficio". "Después de diez meses de proceso, salió sentencia en 24 de julio de 1595, condenando a Ana a ser trasladada de convento, perder los privilegios que gozaba por su nacimiento, reclusión en su celda, no poder desempeñar prelacías en su convento, ayunos y otras penas menores. Se le condujo a Ávila, donde murió", dijo su semblanza.

Pero el peor final lo tuvo, sin duda, el falso rey Sebastián I. Gabriel Espinosa fue juzgado en Madrigal ante todo el pueblo. Un acto público en el que fue condenado y arrastrado por las calles ante una muchedumbre enfurecida. Luego fue llevado al garrote y su cuerpo fue descuartizado. Su nombre pasó a la historia como el del pastelero de Madrigal, el hombre que quiso suplantar al rey de Portugal aunque no fue más que el títere de un fraile que nunca aceptó a la corona española en el país luso.