Llegó a Rusia siendo muy joven y sin ninguna experiencia política. Esa fue quizás su mejor baza para entrar en una corte que llevaba tiempo buscando a la mujer del sucesor a la corona. Apareció sin saber hablar el idioma y sin más opción que obedecer y no protestar demasiado. Su misión fue una: dar un heredero, y le costó cumplirla. Pero acabó convirtiéndose en la mujer más poderosa del reino y terminó dejando de lado a la saga más importante: los Románov.

La historia de Catalina la Grande es la de la mujer que derrocó a su marido y llevó a Rusia a lo más alto de su historia. También la de las decenas de amantes, de varios hijos ilegítimos y de la inteligencia y el querer saber. No todo lo que damos por sentado sobre ella es verídico, pero hay que empezar por el principio. Y hay que contarlo sin fiarnos demasiado de sus memorias.

Sofía Federica Augusta (Polonia, 1729 - Rusia, 1796) venía de una familia noble, su padre era el príncipe de Anhalt-Zerbst y su madre Juana Isabel de Holstein-Gottorp, pero con dificultades económicas. Gobernaban en nombre del rey de Prusia en la ciudad de Stettin, un lugar que ella recordaría más adelante tan grande como el jardín de atrás de cualquiera de las residencias reales de los zares rusos, donde nuestra protagonista pasó su infancia "bastante aburrida", o así lo recordaría en su biografía años más tarde.

Como cuenta el documental dirigido Michael Löseke y Christian Twente sobre su figura, su madre la despreció y nunca pensó que su futuro fuera a ser de provecho para su familia. Incluso cuando la zarina de Rusia,  la emperatriz Isabel I, envió una carta para que se casará con su sobrino, Pedro, futuro zar, su madre pensó que ella no iba a estar a la altura. Tenía 14 años, fue en 1744, y tras varios intercambios de retratos partió en un viaje que duró meses y cuyo destino era bastante incierto.

Porque Karl Peter Ulrich, conocido como el Gran Duque Pedro, había sido elegido hace relativamente poco tiempo, en 1739, por su tía Isabel, hermana de su madre y segunda hija de Pedro el Grande, como heredero ante su incapacidad de gestar uno propio. Alemán y obsesionado con las batallas, aunque con soldados de juguete, necesitaba a una mujer que le diera descendencia y colocara en el lugar adecuado para acceder al trono. "Muchos resaltan su débil carácter físico y mental, mientras que algunos incluso hablan de cierto ‘retraso’ en sus capacidades mentales", aseguró sobre su personalidad Mateo Leslie, profesor de Historia en Buenos Aires.

Así que cuando se conocieron, a Catalina aquel chico joven y de tez blanca no le llamó demasiado la atención pero supo que allí iba a encontrar un futuro más brillante que el pequeño principado de sus padres. Por lo que intentó agradarle a él y también a la emperatriz que encontró en ella a la perfecta mujer de su heredero. Pasó un año en la corte, ya como Gran Duquesa Catalina Alekseyevna, tuvo que cambiar de nombre y de religión, y en 1745 se celebró un matrimonio que tendría consecuencias inesperadas para el país.

"Catalina se sorprendió aquella noche cuando Pedro en lugar de llevarla a la cama la invitó a jugar con sus soldaditos de plomo"

Porque el Gran duque, que el día de su boda tenía 18 años, no tuvo intención de consumarlo. Como explican en el documental, no tenía demasiado interés en mantener relaciones sexuales con su mujer aunque dormían cada noche en la misma cama.  "Algunas fuentes aseguran que tenía fimosis, otra incluso comentan que su flamante esposa se sorprendió aquella noche cuando Pedro en lugar de llevarla a la cama la invitó a jugar con sus soldaditos de plomo", aseguró Jean des Cars, autor del libro La saga de los Romanov, al diario La Unión.

Por lo que comenzaron a distanciarse y a hacer cada uno su vida. Ella se dedicó a leer historia y filosofía, también a aprender ruso. Dicen que sus ansias de saber eran tan grandes que apenas dormía y recorría los pasillos del palacio repitiendo palabras y frases. Él, por su parte, como aseguró Des Cars, sólo pensaba en su Holstein natal. "Pedro solo se entusiasmaba con un tema o un personaje alemán: Federico II [rey de Prusia] era su ídolo y sentía por él un gran respeto... Era el símbolo de un príncipe heredero ruso subyugado por la mentalidad y la organización prusianas, con una admiración teñida de temor... A su juicio, Rusia no estaba suficientemente germanizada".

Cuando llevaban ocho años de matrimonio, la emperatriz Isabel temió seriamente por el futuro de su corona al ver que su sobrino no le daba un heredero. Aquí los historiadores tienen varias versiones, aunque la más novelesca y a la que dan voz en el documental mencionado antes, es que fue ella la que le encontró un amante a Catalina para que por fin se quedara embarazada.

"La propia Catalina sembró dudas sobre la paternidad de su primogénito y colocó a Sergéi Saltykov como posible padre del futuro zar"

Fue Sergéi Saltykov, que la propia Catalina definió como "hermoso como el amanecer" en una de sus cartas, y con el que, según ella escribió, tuvo a su primer hijo, el que sería Pablo I de Rusia. Aunque la mayoría de los expertos en su figura y en este periódico concuerdan en el parecido de este con el Gran duque Pedro y aseguran que Catalina solo sembró las dudas para hacer daño a su hijo, con el que nunca se llevó del todo bien.

Pero continuemos, porque el matrimonio no mejoró demasiado con aquel niño que fue retirado inmediatamente de los brazos de su madre para pasar a ser tutelado por la emperatriz Isabel. La distancia entre Catalina y Pedro fue cada vez mayor y los amantes de ambos, una constante en la corte. La más conocida del Gran duque fue Yelizaveta Vorontsova y por la cama de su mujer pasaron desde Estanislao II Poniatowski o Charles Hanbury Williams hasta un español, José de Ribas Boyons y Plunkett, conocido como Osip Mijáilvich, cuya historia acaba de ser novelada por Cruz Sánchez de Lara en La corte de la zarina (Espasa).

Por lo que no es de extrañar que a la muerte de la emperatriz Isabel, el 5 de enero de 1762, y tras el trasladó de los nuevos zares al Palacio de Invierno de San Petersburgo, el matrimonio fuese a peor. Catalina había dedicado sus últimos años a entender Rusia, a intentar saber qué era lo mejor para el pueblo. El ahora Pedro III de Rusia, en cambio, siempre había preferido Prusia y no consideraba el país que ahora gobernaba como lo que era. Así que su primera decisión fue acabar con la guerra que su tía llevaba años manteniendo contra Prusia y que estaba a punto de ganar. Apoyó a Federico II y la nobleza empezó a bajar su nivel de apoyo.

"La implementación de estas medidas lo va enfrentando sucesivamente con la mayor parte del ‘establishment’ imperial, debilitando aún más su posición"

 "Una vez en el trono, Pedro III adopta una serie de medidas tales como la libertad religiosa, una política exterior pro prusiana y germanófila, la promoción de ‘modas francesas’ en la corte y la ‘liberación’ a los nobles de la obligación a prestar servicios militares. La implementación de estas medidas lo va enfrentando sucesivamente con la mayor parte del ‘establishment’ imperial, debilitando aún más su posición", añadió el profesor Leslie.

Así que viendo que Pedro III ya no la necesitaba, temiendo por su vida y con los apoyos necesarios; aprovechó una escapada de su marido para convencer al ejército y al clero, al que había obligado a dejar de usar barba y a que se convirtiesen en "ortodoxos luteranos", de que ella era la persona adecuada para el trono. Lo consiguió. El 9 de julio de 1762, cuando el zar llevaba 186 días en el trono, ella se coronó en la catedral de la Dormición de Moscú como emperatriz y mandó arrestar a su marido.

Fue otro de sus amantes, Gregori Orlov, al mando de la Guardia Imperial Rusa, al que Catalina había descrito como "un hombre sencillo y franco sin demasiadas pretensiones, afable, popular, bien humorado y honesto" y con el que tuvo un hijo ilegítimo que pasó a ser criado por unos cortesanos, el que la proclamó zarina y el que detuvo a Pedro III y le hizo firmar su abdicación.

Al parecer, no opuso demasiada resistencia y pidió que le dejaran  a su caniche, a su sirviente y a su violín. También disponer del vino necesario y de su amante, a lo que Catalina se negó, y volver a su ciudad natal. Ella se lo concedió pero, a los pocos días, el que había sido Pedro III apareció muerto "por problemas de hemorroides", según la versión oficial. Los rumores, en cambio, aseguran que fueron Orlov y su hermano los que estaban detrás de aquel asesinato.

A partir de entonces, ya en el trono, colocó a su amante casi como su regente y comenzó a vivir con él en el palacio. Lo cambió por otro y por otro. También hizo de Rusia una superpotencia y aunque renegó de llevar Grande como apellido la historia ha querido que se quede en su nombre. Estuvo 34 años al frente del Imperio, lo modernizó, lo amplió y acabó con cualquiera que quisiera arrebatárselo.