El género de terror tiene muchos adeptos. Tanto en sus versiones literarias como cinematográficas. Sin embargo, no es tan sencillo verlo sobre un escenario y con todo el rigor de la tenebrosidad, del suspense, de los sustos, de lo paranormal, de lo inquietante. 

La mujer de negro, basada en el texto de Susan Hill, ha visto su adaptación teatral por parte de Stephen Mallatratt y que, acertadamente, ha dirigido para nuestros espectadores, Rebeca Valls. Interpretada tan solo por dos actores, Jordi Ballester y Diego Braguinsky, consiguen, lo primero, que en el patio de butacas haya un silencio expectante, unas miradas de reojo de por si acaso, unas medias risas que denotan el nerviosismo del público, que teme cualquier sorpresa inmediata. 

Jugando con la ficción y la realidad, con el metateatro de una puesta en escena de la historia por encargo, entrando y saliendo de los personajes que les corresponden, hacen uso y alarde de todos los trucos necesarios para que la historia nos atrape, nos asombre, nos acojone un poco, hablando en plata. 

Oscuridades, los sonidos perfectos que ambientan la escena y las situaciones, las pausas, las apariciones de repente, la imaginación, tan poderosa, que nos hacen ver mansiones, pantanos, tierras cenagosas, coches de caballos, perros, estancias, y un sinfín de personajes, aunque solo los interprete Diego Braguinsky, y un descreído director de escena, abogado, finalmente, protagonista accidental de la truculenta investigación de hechos inexplicables, Jordi Ballester. 

Aunque tengamos sed, no nos atrevemos ni a beber agua. No se oye una voz

En escena, y en el patio de butacas, La mujer de negro, la niebla, el miedo, la respiración entrecortada, los visillos por donde asoman figuras poco claras, los papeles, las cartas, las voces en off, el susurro de una respiración, y la contención de la misma, no se oye una tos, no hay un movimiento de distracción, no suena ningún móvil, apresados estamos de un miedo que sabemos teatral y que, por eso mismo, nos lo creemos como el perfil del misterio, de la muerte, del zarpazo invisible que no sabemos por dónde llegará.

Oímos el chillido de un espíritu, sentimos la herida de lo que sucedió cuando, por fin, nos lo cuentan, apelamos al impulso por huir, pero estamos clavados en las butacas. Aunque tengamos sed, no nos atrevemos ni a beber agua. 

Si eres frágil de emociones, prepárate a mantener los ojos bien abiertos. Aun así, habrá veces que no verás nada o tú mismo los cerrarás para intentar evadirte de lo que estás presenciando, La mujer de negro puede sentarse a tu lado, o en tus rodillas, y notarás su aliento en el cuello cuando resople el vecino de atrás que ha estado aguantando la respiración hasta el último segundo. 

Lo cierto es que no es fácil en este medio, el teatral, conseguir la calidad necesaria para tomar en serio un argumento de fantasmas, de premoniciones, de agoreras consecuencias pero, agudizando los sentidos, consiguen un estremecimiento capaz de hacerse morder los labios, las uñas y contemplar a los moradores de las sombras en un intangible murmullo de incitación al miedo. 

Ficha artística 'La mujer de negro'

  • Autora: Susan Hill
  • Versión: Stephen Mallatratt
  • Dirección: Rebeca Valls
  • Intérpretes: Jordi Ballester y Diego Braguinsky
  • Ilusionismo y asesor de magia: Nacho Diago
  • Diseño de iluminación: Carlos Alzueta
  • Diseño de espacio sonoro: Víctor Lucas
  • Diseño de espacio escénico: Luis Crespo
  • Espacio: Teatro Fígaro