Fueron 467 kilómetros oscuros en pleno otoño. Recorridos a pie, con su féretro al hombro, día y noche, entre Alicante y Madrid. Once días victoriosos para quienes los recorrieron, temerosos para quienes los padecieron. Un cortejo fúnebre que comenzó el 20 de noviembre de 1939 y que recorrió con especial inquina el ‘conquistado territorio enemigo’ arrebatado a los republicanos y con el que recordar a golpe de salvas, plegarias, brazos en alto y antorchas quién era desde ese momento el nuevo dueño de España. El recordatorio funerario fue sólo el inicio del proceso de ‘santificación’ falangista en torno a la figura de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange, que el régimen elevó a su particular altar propagandístico. Todo quedó documentado para revivir la gloria de su nuevo mártir.

Aquel entierro sólo fue uno más. Ni siquiera el más recordado. Tuvo lugar tres años después de morir fusilado en la cárcel. A José Antonio Primo de Rivera le enterraron cinco veces. Primero en una fosa común tras ser fusilado el 20 de noviembre de 1936 en la cárcel de Alicante. Después pasó a un nicho. Tres años más tarde, terminada la Guerra Civil, Franco ordenó su traslado a pie desde Alicante al monasterio de El Escorial, morada de reyes y sepulcro imperial. Lo haría en un viaje de propaganda grandilocuente hoy casi olvidado. Sus restos aún no descansaron. El dictador volvería a ordenar en 1959 el traslado del féretro del fundador de la Falange para depositarlo en el Valle de los Caídos, de donde 84 años más tarde sería exhumado –por decisión del Gobierno de Pedro Sánchez- para ser inhumado en el Cementerio de San Isidro de Madrid.

Aquella España del inicio de la dictadura, del comienzo de la posguerra, del estreno de los vencedores y de la resignación de los vencidos, es la que relata Paco Cerdà en Presentes (Editorial Alfaguara). Lo hace partiendo de aquel cortejo fúnebre que cruzó parte de España y cuyas escenas recrea a golpe de palabra marcial. Lo hace para recrear las dos España que hasta entonces se habían matado entre sí y que ahora una viviría bajo el yugo de la otra. Las dos ‘presentes’, una en el poder y la otra en la represión.

“Aquel cortejo lo vi por primera vez en un vídeo hace cinco años. Es una historia hoy muy desconocida. Me impactó mucho. Toda esa estética falangista, ese ceremonial totalitario, llevando a cabo una epopeya como era recorrer a pie, con el féretro al hombro de José Antonio. No hacía más que intentar imaginar los detalles: cómo lo hicieron, cómo lo vivieron quienes la vieron pasar por sus pueblos, quienes se sumaron al cortejo obligados, convencidos…”, asegura Cerdà. Una procesión funeraria que arrancó coincidiendo con el tercer aniversario de su asesinato y que llegó a El Escorial el 30 de noviembre de 1939. Por el camino, miles de personas devotas y obligadas que tuvieron que salir a rendir culto y plegaria. Almanza, Albacete, La roda, Quintanar de la Ordeno Valdemoro fueron sólo algunas de las etapas.  

Una figura manipulada

Es el primer capítulo de su obra en torno a la cual muestra la España victoriosa capaz de construir el mito de José Antonio como el nuevo “profeta y mártir” de la dictadura que comenzaba a estrenar su dictadura con la que someter a la España derrotada, la España de las víctimas de la represión, el exilio y los campos de trabajo y que también muestra en ‘Presentes’ en un crisol de personajes reales, algunos conocidos, otros no tanto.

‘Presentes’ comienza su relato sumergiendo al lector en aquel cortejo para llevarlo después a todo lo que bajo él sucedía. Aquella estética falangista, su discurso, su oratoria y su estructura abren la puerta a las formas, los tonos, las voces que marcarían la nueva España salida de la Guerra Civil. “Me interesaba provocar una inmersión completa, casi sensorial para que los lectores vivieran ese cortejo. Desde su paso marcial hasta su oratoria ampulosa. Es la única manera de acercarse a aquellos hechos. Mostrando la megalomanía de la España de la ‘cara A’ resulta más sencillo mostrar después la otra España, la oculta, la España de la ‘cara b’”.

Cerdá destaca cómo el régimen franquista utilizó la figura de un líder aún incipiente para convertirlo en mártir, en instrumento propagandístico. José Antonio Primo de Rivera apenas tenía 33 años cuando fue fusilado. Su carrera política ni siquiera había logrado el respaldo mayoritario. Su logro fueron unas escasas 46.000 papeletas en las últimas elecciones de la república: “Por eso su figura es interesante, por ver cómo la propaganda la transformó en un símbolo del martirio por la defensa de la cruz y la patria. En realidad, fue una gran mentira al desfigurar su pensamiento y su propia persona para construir un producto que recordase siempre el martirio por unas ideas”.  Cerdà destaca que la figura de Primo de Rivera podría destacarse más por ser el pionero del fascismo en España que por su representatividad política real.

La otra España 'presente'

En ‘Presentes’ irrumpen historias desconocidas como las de Eulalio, un joven de 19 años encerrado en un campo de concentración. O Pepe, un adolecente de 17 años encuadrado en el 127 batallón de Trabajadores del Valle del Roncal junto a otras más difundidas como las de Miguel Molina “cantante apaleado por rojo y maricón” que había defendido la república o la escritora Elena Fortún o el poeta Miguel Hernández. “Es una composición casi calidoscópica de personajes, de distintas expresiones de posguerra, de resistencia al franquismo”. Cerdá repite a lo largo de ‘Presentes’ el mantra de que “la guerra ha terminado, la guerra no ha terminado”. La firma de la paz el 1 de abril de 1936 no fue el final del conflicto armado sino el inicio de otro modo de ‘guerra’ en la que se sumergió España.

La duda que no ha logrado despejar es por qué aquella epopeya funeraria que paseó a hombros el féretro de Primo de Rivera por 467 kilómetros quedo pronto olvidada, apenas difundida. “Fue algo extraño, como si el propio régimen se diera cuenta de que se habían pasado de frenada con semejante acto de propaganda y no lo quisieron recordar mucho. Es algo que me sigue intrigando”.