En la calle ventura Rodríguez de Madrid hace ahora 100 años abrió sus puertas el conocido como Museo Cerralbo. Tras ellas, miles de objetos que iban de obras de arte del Greco, Alonso Cano o Zurbarán pasando por relojes, tapices o alfombras; además de una biblioteca de más de 10.000 ejemplares que se consideró en la época como "una de las más variadas" y que se conservaba en perfecto estado. Lo hacía bajo la batuta del Estado, tras la muerte del que había sido su dueño, y con la obligación, así lo dejó en su testamento, de que permaneciera siempre reunida y abierta al público.

Porque el XVII marqués de Cerralbo tuvo la idea de que su colección de arte fuera pública desde que mandó construir el palacio que iba a albergarla. Pero su historia no es la de un hombre que sólo se obsesionó con las pinturas, las esculturas y los tapices; sino la de un político carlista, un arqueólogo y un criador de caballos que asumió todas sus facetas como si fueran únicas. Y que consiguió destacar en la mayoría.

Pero para entender la personalidad de uno de los personajes más interesantes de su época, hay que empezar por el principio. Enrique de Aguilera y Gamboa fue el séptimo hijo del matrimonio formado por Francisco de Aguilera y Becerril, conde de Villalobos, y María Luisa de Gamboa y López de León. Tal y cómo explican en la Real Academia de Historia, "su familia era de antiguo y respetado linaje y fue educado, igual que el resto de sus doce hermanos, en la fe católica, la tradición y los ideales aristocráticos".

Aunque apareció en él una afición peculiar siendo muy pequeño: la de coleccionar monedas, "cambiando la propina que le daban sus padres en tiendas y mercados". A medida que fue creciendo las monedas dieron paso al arte y la historia por lo que, cuando le dieron a elegir, optó por combinar la filosofía con el derecho en la Universidad Central de Madrid intentando abarcarlo todo y no defraudar a nadie.

De militante en el Partido Carlista a coleccionista de arte por Europa

Fue allí donde conoció a Juan Catalina García y a Francisco Martín Melgar y con los que creó las Juventudes Católicas en 1869. El mismo año que, tras verse influenciado por una de sus tíos, que había servido como general del ejército de Carlos María Isidro, entró como militante en el Partido Carlista. Una organización a la que estuvo ligada durante décadas y que le provocó algún que otro dolor de cabeza. Pero, antes de llegar a esto, hay que contar el germen de lo que hoy es el Museo Cerralbo y en el que tiene mucho protagonismo la que en 1871 se convirtió en su mujer: Inocencia Serrano y Cerver.

Ella, viuda del que había sido ministro de Hacienda en 1840, Antonio del Valle y Angelín, se había quedado sola y con dos hijos -los futuros I y II marqueses de Villa-Huerta- cuando conoció a Enrique y no tardaron en convertirse en familia. Nada más contraer matrimonio, los cuatro se dedicaron a viajar por toda Europa. "Juntos formaron una familia compenetrada en aficiones y proyectos, que realizó numerosos viajes visitando monumentos, museos y yacimientos arqueológicos en Francia, Portugal, Italia, Suiza, Holanda, Alemania, Austria-Hungría, Dinamarca, Noruega y Turquía", explican desde la Real Academia.

Y añaden que fue durante esos viajes cuando aumentaron considerablemente su colección de arte comprando tanto pinturas como objetos curiosos con los que en un primer momento quisieron decorar su casa de Madrid, en la calle Pizarro, y que luego asumieron como el contenido de algo más grande.

Porque tras volver de esta gira europea, y ya con Enrique con el título de marqués de Cerralbo, lo heredó de su abuelo en 1976, y que usaba como firma -aunque también disponía de los títulos de marqués de Almarza y Campo Fuerte, conde de Alcudia, Foncalada y del Sacro Romano Imperio, dos veces grande de España-, compraron un terreno en una nueva zona de la capital: Arguelles.

El solar, que pasó a ser suyo a principios de la década de los ochenta del siglo XIX, era uno de los muchos que estaban siendo adquiridos por la clase alta de la sociedad en aquella zona, y los ya marqueses de Cerralbo pidieron un proyecto en el que cupiesen sus dos necesidades: la de un hogar y la de un museo. Y así lo diseñaron los arquitectos Alejandro Sureda, Luis Cabelló Asó y Luis Cabello Lapiedra, siguiendo el estilo de la época y fijándose siempre en los palacios europeos que años atrás habían conquistado al matrimonio.

Desde el ministerio de Cultura aseguran que "se trata de una casa histórica referente del gusto coleccionista español en las últimas décadas del siglo XIX, conservando la esencia de aquella época y siendo testimonio de la forma de vida de la alta sociedad madrileña" y añaden que, "siguiendo el criterio decimonónico, los usos se jerarquizan por niveles, quedando el semisótano y buhardilla para el servicio, la planta principal para los espacios de recepción y las habitaciones privadas en la planta de entresuelo".

La armería, el salón de billar, el salón de baile y la escalera del Palacio de los marqueses de Cerralbo. MINISTERIO DE CULTURA

Y fue en esa parte principal donde los marqueses llenaron las salas de obras de arte -desde pinturas, muchas de ellas compradas en subastas por Europa o en galerías, relojes franceses e ingleses del siglo XVIII, tapices de Bruselas, porcelanas, cortinas y alfombras; hasta dibujos y estampas de escuelas europeas de los siglos XVI al XIX y armas, armaduras y objetos arqueológicos- y de políticos, artistas, escritores e intelectuales que acudían a sus numerosas fiestas y con los que charlaban durante horas.

Pero, a la vez que hacía de anfitrión, y tras ejercer una intensa actividad política en el seno del carlismo nuevo, "a partir de 1885, cuando los nocedalistas fundaron el Partido Integrista Español, opuesto a los planteamientos del duque de Madrid, Cerralbo, leal a Carlos, inició su ascenso político", aseguran desde la Real Academia y añaden que "fue nombrado en 1886 presidente de la Junta para la construcción del monumento dedicado a Zumalacárregui en Cegama (Navarra) y, en 1888, presidente de un nuevo Círculo Tradicionalista formado en Madrid, que pretendía constituirse en un centro de reunión de todos los carlistas".

También que "de 1890 a 1899 fue nombrado Delegado en España de Don Carlos y se entregó a la reorganización y modernización del Partido, a la creación de juntas y círculos con éxito, razón por la que fue nombrado Caballero de la Orden del Toisón de Oro y se le impuso el Collar de la Orden del Espíritu Santo". Pero, tras la muerte de su mujer en 1896, la pérdida de las colonias en 1898 y el levantamiento carlista de 1900; decidió dejar de lado la política y también un poco lejos Madrid.

"Tras la muerte de su mujer empezó a pasar largas temporadas en su residencia de verano, dedicado a los concursos de carruajes, a la cría caballar, a la poesía y a la investigación histórica"

Empezó a pasar cada vez más tiempo en su residencia de verano, en Santa María de Huerta, "dedicado a los concursos de carruajes, a la cría caballar, a la poesía y a la investigación histórica, cuyo interés mantuvo desde su juventud, introduciéndose poco a poco en la disciplina arqueológica". Y a repensar qué iba a pasar con el palacio de Madrid tras su muerte.

Y decidió que este permaneciera tal y cómo estaba y que fuese para todos. Así, al abrir su testamento en 1922, el marqués de Cerralbo había legado al Estado "sus colecciones, parte del edificio y rentas para sostener el futuro museo". "El legado se aceptó en 1924 y se incrementó en 1927 con el de su hijastra, Amelia del Valle. El propio marqués de Cerralbo designó en su testamento a Juan Cabré Aguiló como primer director del museo (1922-1939). Su labor fue fundamental, pues realizó el inventario general de las colecciones del museo y se ocupó de adecuarlo a su nuevo uso y protegerlo durante la Guerra Civil", sentencian en la Real Academia.