A Álvaro Pombo, 85 años, le acaban de conceder el Cervantes y sus 125.000 euros. Antes, en los algo más de 40 años de su tardía carrera de escritor profesional, ha ganado casi todos los premios literarios españoles, incluidos los mejor remunerados. Podría pensarse que le ha ido bien, pero con frecuencia en las entrevistas habla de dinero; de que no tiene dinero. Quiere seguir escribiendo porque todavía tiene unas cuantas historias que contar, pero también porque necesita el dinero. “No tengo ni un duro. Me va a llegar la última peseta para pagar la incineración”, aseguraba en 2018. "Si no escribo otro libro me come la miseria", insistía en 2023, cuando recibió el premio Menéndez Pelayo en su Santander natal. "Me voy a tener que comprar un sonotone con los 20.000 euros del premio".
Las fotos de sus últimas entrevistas nos devuelven a un Pombo enjuto y fumador en su casa desordenada y modesta, con gorro de lana, camisas de franela y chaquetas sobrepuestas, al fondo un catre, un radiador de aceite, un ventilador de pie, un par de muletas, un fuego encendido. Imágenes de escritor lampante que recuerdan a aquel retrato que le hizo el fotógrafo Alfonso a Benito Pérez Galdós junto a su mastín en la casa de Hilarión Eslava, también con gafillas redondas y fumando.
Galdós, que entonces tenía 67 años, no se estaba quedando sordo como Pombo, sino ciego. Entonces, un grupo de colegas y admiradores organizaron una gran colecta para garantizarle una vejez digna. Hoy no se hace una cuestación en favor de la gloria nacional sino que se le da el Cervantes, si hace falta saltándose a la latinoamericana de turno, que era lo que tocaba este año después de que Luis Mateo Díez lo ganara en 2023.
"Conmueve y conduele" –por reutilizar la pretenciosa prosa del acta del jurado– que a Pombo le haga falta el dinero del Cervantes. Y que más de un siglo después de la vejez pobretona de Galdós España siga en las mismas, costeándole a duras penas un buen pasar al escritor empeñado en escribir sin más, sobrepasada con creces la edad de jubiliación, y ajeno a las componendas, las emboscadas y las simulaciones del oficio.
Pero Pombo en realidad vive como quiere. Aparentemente pobre, solitario, grafómano, con su gato, entretenido viendo series de televisión, disfrutando de su terraza y de su chimenea. Va a la Academia y no se pelea con nadie. Y cuando opina de España, como se le exige a todos los escritores, lo hace con convicción pero sin solemnidad, sin ánimo de pisar ningún callo pero sin miedo de ofender ni a la izquierda ni a la derecha ni a los homosexuales como él cuando abomina del orgullo realmente existente.
Su amigo el escritor Ernesto Calabuig, que le ha tomado al dictado novelas, relatos y conferencias, dice que Pombo lo ha escrito todo "desde un único y mismo lugar: una especie de blindado interior, un exilio y aislamiento en el que una serie de temas recurrentes –algunos de ellos ciertamente torturadores, como la culpa, el pecado, el mal radical, la falta de sentido, la insoportable deuda contraída por nuestras acciones equivocadas– le han acompañado". Otro amigo de Pombo, el periodista Víctor Márquez Reviriego, ha dicho de él que "es el único escritor actual de novela con una fuerte carga filosófica que no tienen algunos filósofos que escriben novelas". Ahí está la singularidad de Pombo, y por ello cabe celebrar especialmente este premio.
En 2015, la periodista Marta Caballero le preguntó a Pombo en la revista Leer cómo se imaginaba a Miguel de Cervantes viviendo en nuestro tiempo. Él le respondió que hoy "tendría dificultades para publicar las dos partes del Quijote. No era habilidoso para moverse entre la gente, para lograr el éxito, era un hombre pobre, con ideas lisas como cantos rodados… No le veo tuiteando ni siendo una figura internacional. Lope, ese habría tuiteado todo lo que le hubiera dado la gana”, elucubró entonces. ¿Y con qué escritores de hoy se llevaría bien Cervantes? "Pues conmigo, coño. Le invitaría a mi casa a almorzar sopas con arroz. Yo cocino muy bien y él lo habría apreciado. Sobre todo porque, como entonces, hoy también sería pobre". Pobre pero honrado.
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