Yukio Mishima fue un escritor mayúsculo. Uno de sus últimos y mejores libros, Caballos desbocados, condensa su excéntrico ideario, la añoranza de la ética del samurái y del Japón imperial previo a la humillante derrota en la Segunda Guerra Mundial, sellada con las bombas atómicas norteamericanas sobre Hiroshima y Nagasaki. Pero sobre todo es una novela excelente que sigue fascinando, como casi toda la obra de este autor nacido hace justo 100 años, que viene publicando en castellano Alianza Editorial desde mucho antes del boom de la literatura japonesa.
Pero además de un gran escritor, Mishima es un llamativo artefacto de la cultura popular del siglo XX debido al suicidio ritual que cometió el 25 de noviembre de 1970. Ese día, el escritor se presentó en el cuartel de las Fuerzas de Autodefensa –el ejército desarmado establecido en Japón tras la Segunda Guerra Mundial– en Ichigaya, Tokio, acompañado de cuatro cadetes pertenecientes a la Sociedad de los Escudos, el grupo paramilitar privado que había fundado dos años antes. Se habían citado amistosamente con el comandante de la unidad, pero una vez allí le redujeron y le obligaron a convocar a los efectivos de la guarnición.
Menudo pero apuesto a sus 45 años gracias a un riguroso régimen de entrenamiento, Mishima se dirigió entonces a los soldados concentrados en el patio desde el balcón del despacho del general en una imagen que ha pasado a la posteridad. Comenzó su discurso contra la llamada Constitución de la Paz impuesta en 1946 por Estados Unidos, que prohíbe los actos de guerra por parte del Estado japonés. Pero lejos de lograr la adhesión inmediata a su mensaje de rebeldía y dignidad nacional, los soldados le gritaron y le abuchearon. De tal modo que Mishima tuvo que interrumpir su discurso apenas unos minutos después y volver al despacho del general. Allí procedió a llevar a cabo la ceremonia que había descrito con precisión y morbosa delectación en Caballos desbocados o en el relato Patriotismo: el suicidio por honor al estilo samurái, conocido como seppuku o harakiri.
El 'incidente Mishima'
Mishima se clavó una espada corta en el abdomen y la retorció de un lado a otro del estómago antes de que uno de sus subordinados y presunto amante, Morita Masakatsu, ejecutara la maniobra final, conocida como kaishaku, consistente en decapitar al interesado con una espada. Lamentablemente, Masakatsu no acertó a propinarle el certero golpe necesario y aquello derivó en una terrible escabechina. Tuvo que ser otro cadete más ducho, experto en la práctica del kendo, quien terminara el trabajo antes de que el propio Morita acompañara a su líder en el sacrificio. La ceremonia admirable que el escritor llevaba años imaginando terminó siendo un sainete sangriento.
Cuando la policía entró en las dependencias militares encontró las cabezas de Mishima y Masakatsu decorosamente posadas sobre la alfombra, una junto a la otra. Pocas horas después, la imagen de la cabeza exenta de Mishima aparecía en la portada de la edición de la tarde del diario Asahi Shimbun.
El luctuoso acontecimiento, que pasó a la historia de Japón como el incidente Mishima, alimentó la leyenda del escritor y multiplicó la proyección internacional de una obra que siempre se leerá con aquel gesto fatal en mente. El eterno candidato a un Nobel imposible debido a sus posiciones políticas alcanzaba una posteridad manchada por su propia sangre y a la vez ensalzada por el misterio de sus verdaderas intenciones, trufadas de fanatismo, ambigüedad, culto a la belleza y, también, sentido del humor. Una breve exploración de la historia de Mishima puede ayudar a entender algo mejor las circunstancias de su vida y de su muerte.
Marcado por su familia y por la historia de Japón
El 14 de enero de 1925 Kimitake Hiraoka nació en el distrito de Yotsuya en Tokio quien 16 años después adoptaría el nombre de pluma de Yukio Mishima. Su padre era un burócrata estricto que deseaba que su hijo estudiara Derecho e ingresara en el Ministerio de Finanzas, tratando de disuadirle de su temprana vocación literaria. Su abuelo, un hombre hecho a sí mismo que llegó a ser gobernador de la prefectura de Fukushima y luego de la provincia de Karafuto, había caído en desgracia tras un escándalo financiero y una serie de inversiones desafortunadas. Aquello supuso un revés terrible para toda la familia, pero especialmente para la abuela de Mishima, Natsuko, proveniente de una aristocrática familia samurái. En conflicto, a su vez, con Shizue, la madre de Mishima, de familia de intelectuales confucianos y talante pragmático. Mishima quedó atrapado entre aquellas dos mujeres que se disputaban su afecto y su cuidado y que tenían dos visiones opuestas del mundo y del país mientras rechazaba las figuras masculinas de su casa, hostiles o fracasadas.
La crisis de valores y el peso de la tradición en el Japón de preguerra también desempeñaron un papel fundamental en la formación de Mishima. La abuela Natsuko, marcada por la decadencia de su estirpe samurái y la "infección" de la modernidad que padecía Japón, transmitió a Mishima una profunda nostalgia por el pasado imperial de la nación y una fascinación por la muerte, la belleza y el heroísmo destilados en el bushido, el código samurái.
El niño enfermizo que quiso ser un superhombre
Mishima pesó poco más de dos kilos al nacer y a lo largo de su infancia sufrió diversos problemas de salud. Su abuela Natsuko lo protegió celosamente del mundo exterior limitando sus actividades físicas y sociales. El niño Mishima se refugió en un mundo interior alimentado por la fantasías de los relatos samuráis que le contaba su abuela, recreándose en aquellas historias de muerte y honor.
A pesar de su debilidad física, Mishima anhelaba la existencia heroica y viril de aquella estirpe guerrera. Por ello, tras la Segunda Guerra Mundial, y especialmente a partir de 1955, se dedicó con fervor al culturismo. Fascinado por la belleza clásica y el culto al cuerpo de la civilización clásica griega, se propuso esculpirse a sí mismo y desafiar la imagen de escritor alfeñique y débil. En el gimnasio Korakuen de Tokio se entregaba a interminables sesiones de entrenamiento. Y a partir de 1959 retomó el kendo, que en su juventud había practicado sin mucha fortuna. Gracias a su nuevo físico, pudo reconectar con aquella disciplina que conectaba con la tradición guerrera y facilitaba una "conciencia profunda de la raza" japonesa, tal y como dejó escrito, a través de sus gritos y movimientos.
Esta exaltación de la fuerza física se relaciona estrechamente con la obra de uno de los héroes intelectuales de Mishima, Friedrich Nietzsche. Si según el filósofo alemán la "muerte de Dios" había propiciado la pérdida de sentido en Occidente, la renuncia del emperador a su condición divina en 1946 había supuesto un terremoto civilizatorio equivalente en Japón. Mishima encontró en Nietzsche buena parte de las respuestas que necesitaba: la voluntad de poder como motor vital, el superhombre como ideal, la apreciación de la estética de la tragedia y la belleza de la muerte y la afirmación de la vida a través del dolor y del sacrificio.
Obsesionado con la figura de San Sebastián
En Confesiones de una máscara (1949), la novela autobiográfica donde desvela a través del protagonista, Kochan (diminutivo del nombre de nacimiento del autor, Kimitake), muchos detalles de su vida personal, Mishima describe el despertar sexual que experimentó a los doce años al contemplar una reproducción de la pintura San Sebastián de Guido Reni. La belleza andrógina del santo, su cuerpo desnudo atravesado por flechas, le impactó profundamente, fusionando en su imaginario para siempre las nociones de erotismo y dolor. El santo representaba la belleza masculina en contraste con la fragilidad del propio Mishima y terminó animándole a su propia transformación física. Y el martirio y la santidad exacerbaban la fascinación de Mishima por la muerte como forma de belleza absoluta. El cuerpo del santo, atravesado por flechas, era la viva estampa de la erotización del dolor que Mishima exploraría a lo largo de su obra.
La figura de San Sebastián se convirtió en un motivo recurrente en la obra de Mishima. Aparece en sus novelas y ensayos y también en fotografías: se retrató en diversas ocasiones emulando la pose del santo, incluso recreando con detalle la escena del martirio. Mishima veía en San Sebastián un modelo a seguir, un ejemplo de sacrificio y heroísmo. La conexión entre San Sebastián y el seppuku era evidente.
Reclutado y rechazado
En 1944, con diecinueve años, Mishima se sometió al examen médico preliminar para su reclutamiento. Lo aprobó, aunque con una nota muy pobre debido a su frágil salud. No obstante, Japón necesitaba hombres desesperadamente para su esfuerzo de guerra. Así en febrero de 1945, Mishima fue movilizado y se le ordenó presentarse para un último examen médico antes de enrolarse. Convencido de que marchaba al sacrificio, el joven dejó unas "últimas palabras" de despedida para su familia y amigos expresando su lealtad al emperador.
Pero en el último momento quedó finalmente eximido del servicio debido a una bronquitis severa. Más tarde se supo que Mishima había exagerado los síntomas para evitar ir al frente en Filipinas.
Aquello le atormentó durante toda su vida. Aunque Mishima fantaseaba desde pequeño con una muerte heroica, la idea de ser liquidado de manera anónima en la picadora de carne en que se había convertido la guerra moderna le aterrorizaba. Pero el recuerdo de la guerra y los miles de compatriotas caídos en servicio funcionaba para él como el espejo de su cobardía, y exacerbó su ansia de una muerte heroica que le permitiera trascender la banalidad de la vida.
Cortejó a Michiko, futura emperatriz del Japón
Se puede decir que Mishima salió del armario con la publicación en 1949 de Confesiones de una máscara, donde además indagaba en sus fantasías sadomasoquistas y nihilistas. Dos años después, en su novela El color prohibido, acuñó la palabra danshokuka, "hombre amante de hombres", para denominar lo que hasta entonces no se podía decir.
Pero eran otros tiempos, y Mishima nunca pudo vivir con naturalidad su orientación sexual. El escritor mantuvo relaciones con mujeres a lo largo de su vida en busca de una normalización de su sexualidad y una vida convencional. Aquellas relaciones estuvieron marcadas por el conflicto interior, la impotencia de él y la frigidez de ellas. A mediados de los 50 decidió buscar esposa. Al parecer llegó a verse en un par de ocasiones con una joven sofisticada llamada Michiko Shoda, perteneciente a una próspera familia de empresarios harineros. Aquella relación no prosperó, y poco después Michiko contraería matrimonio con Akihito, heredero al trono imperial. Para celebrar la boda, la cadena estatal NHK encargó a Mishima escribir la letra de una cantata con música de Toshiro Mayuzumi. El día del enlace, el 10 de abril de 1959, Mishima se quedó en su casa practicando kendo en el jardín y viendo la ceremonia por televisión, marcando distancias con aquel Japón desvirtuado.
Un año antes había celebrado un matrimonio concertado con Yoko Sugiyama, una joven estudiante que cumplía con sus expectativas de una esposa tradicional y dedicada al hogar. Tuvieron una hija, Noriko (1959) y un hijo, Ichiro (1962). Amparado en la falta de comunicación y la sumisión de su esposa, Mishima siguió manteniendo relaciones homosexuales discretas durante su matrimonio.
Las memorias prohibidas del amante
A comienzos de los 50, un joven estudiante llamado Yiro Fukushima fascinado por la lectura de El color prohibido se atrevió a presentarse en casa de Mishima. Quería conocer a su ídolo literario, y sobre todo el ambiente gay de Tokio que describía en el libro. Lugares como el Brunswick de Ginza, un bar con espectáculo que ofrecía la posibilidad de interactuar con los camareros.
El joven Yiro se convirtió en amante y asistente de Mishima. La relación fue poco duradera, aunque se reactivó en los 60. En 1998, Fukushima publicó un libro en el que revelaba su relación, incluidas 15 cartas de amor. Los hijos de Mishima lograron que un tribunal de Tokio retirara el libro cuando este ya había vendido cerca de 100.000 ejemplares, tras argumentar que los derechos de autor de aquellas cartas les pertenecían.
El libro prohibido de Fukushima oficializó lo que era un secreto a voces. Mishima había tratado abiertamente el tema de la homosexualidad en sus libros, pero nunca se declaró públicamente como homosexual. No obstante, fue un miembro activo y conocido de la pequeña escena gay de la capital japonesa, especialmente a finales de los 40 y en los años 50.
La Sociedad de los Escudos, un ejército de diseño
Desde mediados de los 60, las ideas nacionalistas de Mishima experimentaron un considerable desarrollo. Injertadas en su particular mundo de obsesiones e intereses, dieron lugar a un singular experimento paramilitar. En 1967, tras pasar un mes de entrenamiento con las Fuerzas de Autodefensa de Japón, decidió que era necesario adiestrar a la occidentalizada juventud japonesa en la defensa de la cultura y las tradiciones del país.
Así, en octubre de 1968 reclutó a un puñado de estudiantes universitarios de ideología afín y fundó la Sociedad de los Escudos. Se trataba de estudiar la historia y la cultura japonesas y entrenar en artes marciales y tácticas militares con el objetivo de formar una guardia de choque dispuesta a defender al emperador y a la nación. Al parecer, Mishima aspiraba a que la Sociedad de los Escudos fuera capaz de inspirar un movimiento nacionalista que presionara al Gobierno para revisar la Constitución y restaurar la figura divina y todopoderosa del emperador.
Yukio Mishima ordered the uniforms for his Tatenokai 楯の会 private militia from Seibu Department Store. pic.twitter.com/6jxhWD7bsl
— Mulboyne (@Mulboyne) November 30, 2015
Mishima invirtió considerables sumas en financiar el proyecto. Teatral y coqueto, encargó la indumentaria de su ejército de "soldaditos de plomo", como se refería a sus cadetes, a Tsukumo Igarashi, sastre de referencia de los almacenes Seibu de Sibuya, que había tenido el honor de confeccionar uniformes para el general De Gaulle. Los mismos con los que Mishima y su pequeña guardia acudieron al cuartel de Ichigaya para un último gesto para la historia.
Un dramaturgo prolífico enamorado de Oscar Wilde
Mishima fue un dramaturgo prolífico. El teatro fue una constante en su vida como forma de expresión y de exploración de sus obsesiones. Afirmaba que era su "amante" y que necesitaba escribir al menos una obra al año. En realidad escribió más de 80. Practicó formas autóctonas japonesas como el kabuki y el noh, pero también el teatro de estilo occidental, con textos propios y adaptaciones del Británico de Racine, la Antígona de Anouilh o la Salomé de uno de sus ídolos y referentes, Oscar Wilde.
La faceta teatral de Mishima no se limitaba a la escritura o la dirección. Él mismo actuó en algunas de sus producciones. Incluso protagonizó una película de gángsters, Afraid to Die. Para Mishima, actuar era otra forma de ponerse una máscara.
El deseo de Mishima de triunfar en el teatro iba más allá de Japón: soñaba con conquistar Broadway. En 1957, impulsado por el éxito de la traducción al inglés de sus Cinco obras modernas de Noh, viajó a Nueva York con la esperanza de estrenar allí sus obras. Sin embargo, el proyecto fracasó debido a la falta de financiación y al desinterés del público norteamericano por el teatro tradicional japonés.
Lo que sí logro llevar a cabo en 1960 fue su sueño de adaptar la Salomé de Wilde. Aquella interpretación trágica de la historia bíblica de la hijastra de Herodes y su petición en bandeja de plata de la cabeza de Juan el Bautista le obsesionaba desde que la leyó de adolescente en una edición iluminada con las fascinantes ilustraciones Aubrey Beardsley.
Cuando se inmoló tan vistosamente en el cuartel de Ichigaya, Mishima trabajaba en una nueva producción de Salomé que debía estrenarse en Tokio la primavera de 1971, y que llegó a buen puerto pese a la muerte de su artífice. Meses después, al ver a la actriz que interpretaba a Salomé alzar la cabeza del Bautista y besarla sobre el escenario, muchos creyeron entender el seppuku de Mishima, la decapitación a manos de su amante soldado, como una genial humorada, el broche que merecía una trayectoria que no entiende de moldes, prejuicios ni ideas preconcebidas.
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