Durante cuarenta años, un pequeño local ubicado en la calle del Olmo haciendo esquina con la del Olivar -en la parte alta del barrio madrileño de Lavapiés- se convirtió en el epicentro de las noches más canallas y flamencas de Madrid. Los cuarenta años de la historia de el Candela dan para varios libros. El periodista y escritor, Jacobo Rivero, acaba de publicar el suyo: Candela, memoria social de un Madrid Flamenco (Altamarea), en el que retrata el tejido cultural y social en el desarrolló de la vida de un garito que se convirtió en el epicentro de la movida flamenca de Madrid. Una movida eclipsada por la malasañera e ignorada por la memoria institucional de una ciudad que todavía espera una estatua para Camarón de la Isla.
El ensayo de Rivero viaja desde 1982 a 2022, a través de varios protagonistas, para hablar de cante y de baile, “pero también de los cambios de este barrio, de lo que supuso Candela en su momento para el flamenco y para los jóvenes flamencos. Lo que tiene que ver con la memoria de un territorio que fue habitado por flamencos”, nos cuenta el autor. Contesta nuestras preguntas instalado en el futuro de su libro, esto es, el nuevo Candela. Tras su cierre el bar ha sido adquirido por nuevos socios entre los que se encuentra el actor Unax Ugalde.
“En estos tiempos, en los que cualquier local que cierra termina siendo un lugar donde venden tartas de zanahoria o son franquicias impersonales, pues es una alegría que un local como este siga manteniendo ese vínculo con el flamenco. En el tiempo que lleva se han presentado discos y han venido artistas flamencos; eso es muy positivo”, asegura Rivero.
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La historia de Candela empieza con la creación de la Peña flamenca El Chaquetón que se instala en la cueva del bar, una iniciativa encabezada por Pablo Tortosa. El Candela como bar lo gestiona Miguel Aguilera, al que se popularmente se la llamó Miguelito Candela.
“Crearon un lugar donde los artistas se sentían cómodos, donde podían venir a encontrarse. Fue un lugar especialmente de guitarristas, que era algo que recogía también una tradición propia de Lavapiés, porque aquí nació Ramón Montoya, que fue el que primero internacionalizó la guitarra flamenca que nació en la calle de la Cabeza. Gerardo Núñez, Rafael Riqueni, y por supuesto, Paco de Lucía, paraban también por aquí, entre muchos otros. La guitarra fue el núcleo del flamenco que aquí se vivió, pero también imprescindible fue Enrique Morente, con todo lo que suponía su sombra. También vino por aquí, por supuesto, Camarón de la Isla y prácticamente todos los artistas flamencos hicieron de Candela un poco su hogar.
La atmósfera de esta movida flamenca eran los artistas que por aquí pululan y una visión también de la vida que pone el arte en primer lugar
La peña flamenca no pudo convivir mucho tiempo tiempo con el bar, pero impregnó al Candela del espíritu de El Chaquetón de abrir el flamenco a la sociedad. “Por Candela además vinieron otras tribus, no solo flamencas, sino también había una mirada periférica en un barrio en el que vivían también muchos músicos, pintores y también fue lugar de parada de numerosos periodistas. Tuvo una vida que merecía la pena ser contada porque cuando se cerró Candela, se habló mucho de los famosos que habían estado aquí en la cueva, que si Lenny Kravitz, que si Pedro Almodóvar, que si Joaquín Sabina y me parecía a mí que se hablaba muy poco de los flamencos”. Esa historia es la que recoge Rivero en su ensayo.
Esa parte no contada es la que eclipsó la Movida madrileña, que vivió un capítulo flamenco al que no se ha prestado suficiente atención, además de ser parte del resurgir cultural de la capital.
“Aquí hubo la movida flamenca. Es donde germinaron grupos que luego fueron fundamentales como La barbería del sur o Ketama. La movida flamenca tuvo aquí su epicentro, como para la otra movida fue el Rock-Ola o La Vía Láctea y otros garitos de Malasaña. La atmósfera de esta movida flamenca eran los artistas que por aquí pululan y una visión también de la vida, particularmente flamenca, que pone el arte en primer lugar, que busca lugares de encuentro donde contaminarse en el mejor sentido de la palabra; donde interactuar. Eso fue esencial para desarrollar esta movida flamenca que hizo que, por ejemplo, en 1985, en Madrid, Camarón diera un concierto ante 15.000 personas en el Palacio de los Deportes. Hablamos de la movida madrileña, pero nos olvidamos lo que supuso lo que supuso esa otra movida flamenca”, asevera Rivero.
En Candela se materializó la fusión del flamenco con otros estilos musicales. Entre los habituales estaban lo que los puristas de este arte llamaban los hippies flamencos. “Venían los flamencos que tenían esa mirada y que estaban atentos también a otras músicas que no fueran específicamente flamencas y que querían llegar también a otros lugares. A veces, ni siquiera era flamenco, igual eran músicas aflamencadas, como se dice, pero tenían como referencia fundamental y constituyente el flamenco, pero con esa mirada muy abierta a lo que ocurría alrededor y abierta a llegar a otra serie de públicos”. El Candela constituye un nodo clave en el desarrollo de esta fusión que le conecta “con Sevilla, con Pata Negra, con Kiko Veneno y todos esos elementos que convergen en este bar gracias a que Miguel Aguilera que estaba abierto también a esa mirada y esa voluntad de llegar a otros públicos y a otra gente”, añade.
Fue un lugar especialmente de guitarristas, que era algo que recogía también una tradición propia de Lavapiés, porque aquí nació Ramón Montoya, que fue el que primero internacionalizó la guitarra flamenca
Madrid, sin escultura de Camarón
Rivero considera que el flamenco es el gran olvidado de Madrid. “Aunque hay una disputa política sobre los orígenes del flamenco y que si Madrid es fundamental, etc. La realidad es que ni Ramón Montoya tiene una placa, ni un recuerdo. Se aprobó que se construiría una estatua de Camarón y nunca se construyó. En los colegios no se estudia absolutamente nada del flamenco y el reconocimiento más allá de las de las declaraciones políticas que juegan mucho con el conflicto atiende muy poco a las realidades de los barrios”, denuncia Rivero. “El patrimonio flamenco de esta zona de Madrid es espectacular. Aquí han vivido grandísimos artistas. Hace poco falleció el bailador El Güito y no ha habido ningún tipo de reconocimiento a su trayectoria ni a su historia. Salvo Jerry González, el trompetista estadounidense que mezcló el jazz y el flamenco, que sí que tiene una placa, todo lo demás está totalmente olvidado y prácticamente arrinconado”, añade.
Recuerda el reciente cierre de Casa Patas, “un templo del flamenco, un edificio entero dedicado al baile y a la gastronomía que había obtenido un reconocimiento de la Comunidad de Madrid como patrimonio de la ciudad”. Casa Patas cerró por culpa de la pandemia y para Rivero merecía haber tenido alguna ayuda institucional.
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Pero el lamento de Rivero no se queda en palabras, el Lavapiés flamenco se resiste a morir como el Candela. Como en su día nació este mítico bar, por una peña flamenca, los palos y los toques encuentran nuevos espacios para llegar al público. “Hay una ola de flamenco generalizado, no solo en Madrid. Están saliendo peñas nuevas en diferentes ciudades. Ha salido una en Sevilla, parece que va a salir una en Jerez, en Zaragoza también, en Barcelona. Aquí en Lavapiés estamos creando la Peña flamenca de Lavapiés. Somos más de 80 personas”, subraya. “El flamenco está en un momento interesante. Habrá que ver hacia dónde tira o cuáles son sus referentes, pero lo que es cierto es que se está uniendo gente nueva y gente joven, lo que es fundamental. El flamenco se alimenta de los aficionados, necesita que haya aficionados”, concluye. El Candela sigue y el flamenco, también.
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